23 F El Rey y su secreto

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Después, y en un buen ejercicio de disimulo y de notable hipocresía, se lanzaron a la calle en apoyo de la democracia detrás de una pancarta. Con más valor, pudieron haber intentado explicar que aquel golpe blando era una cirugía necesaria —si es que con esa convicción se habían embarcado— en defensa del sistema de libertades, la Constitución, la democracia y la corona. Aunque a algunos de los protagonistas visibles de la asonada el cuerpo les pidiera otra cosa, tal y como ocurriría después. Precisamente ésa fue la magia que hicieron posible los Calderón y los Cortina, al hacer confluir mundos absolutamente antagónicos en un mismo objetivo. Consiguieron sumar instituciones del Estado y significados demócratas responsables de los partidos parlamentarios de raíz conservadora, liberal, progresista y de izquierda, con elementos antidemócratas, y militares leales a la corona y fieles en el recuerdo a Franco. Todos en un mismo paquete para satisfacer las exigencias de cada cual. Desde quienes en el Ejército estimaban la vía de un golpe, hasta los que llegaron a aceptar como última solución una salida forzada traumática, pero asumible, pasando por los partidarios de dar una «lección» a la época de desgobierno de Suárez y, en lo militar, a Mellado. Y a la vez, proscribir de los usos políticos alocadas aventurasde futuro incierto y peligroso. Un efecto vacuna. Únicamente un servicio de inteligencia, una institución del Estado que extiende su influencia sobre todas las demás y en el conjunto de la sociedad, dotado de las soberbias y astutas mentes de aquel equipo directivo, pudo hacer viable tan compleja conjura. XII. EL MOMENTO DECISIVO DEL REY ¿Cuál fue el momento decisivo del rey en la jornada del 23 de febrero de 1981? Porque hubo un momento decisivo para don Juan Carlos aquella tarde-noche. Pero, ¿cuál fue? El 23-F, el monarca vivió muchos instantes intensos, llenos de zozobra, inquietud, angustia, duda y temor. Todo ello se dio en la figura real. A un tiempo o prolongadamente. Y quizá el rey quisiera liberar gran parte de aquella presión cuando salió al jardín de Zarzuela, ya cayendo la noche, para romper a llorar y soltar tensiones. «¡Dios mío, qué fuerzas he desatado!», se dijo posiblemente con amargura. Porque es verdad que si alguien tuvo el peso de España sobre sus espaldas aquel día, ése fue el rey. Sí, esa frase la pronunciaría Tejero durante el juicio de Campamento. Pero no fue más que una boutade del teniente coronel. El problema es que llegó a creérselo o se lo hicieron creer personajes excéntricos del tipo García Carrés. Y por eso se salió del papel que tenía asignado para terminar rebelándose contra los dos jefes a los que había aceptado como tales en la operación. Aunque no estuvieran en su escala de mando natural. No, el 23-F fue el rey la persona que llevó ese peso todo el tiempo. Al menos, desde el inicio de la operación hasta su resolución y fracaso. Hay quien ha escrito (y parece que se lo ha creído) que el rey dio el contragolpe a los 15 minutos de la entrada de Tejero en el Congreso. Y establece ese tiempo —15 minutos— para aseverar que fue lo que duró el triunfo del golpe. No más. Medidos así, con toda precisión. Porque después de tan efímeros minutos de «gloria», a las


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