Vida Familiar - La Familia y la intercesión (Febrero 2014)

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grupo de personas que cuando se entregan a alguien, lo hacen de todo corazón. El problema que presenta este tipo de hombres y mujeres, según comenta Charles Swindoll en su libro Growing deep in the Christian life, es que cuando son defraudados, su reacción es similar al “movimiento drástico de un péndulo”. Cuando caen, se derrumban. Después, alejándose como medida de seguridad (lo que a veces llamamos incredulidad) investigan todo con extrema precaución para evitar la recaída en el sufrimiento. Clarence Macartney delinea con claridad el marco en el cual encaja el retrato de Tomás. «Es cierto que Tomás pide señales, evidencias específicas, pero no del modo en el que lo haría un escéptico o un racionalista. La diferencia entre un incrédulo racionalista y Tomás consiste en el hecho de que un racionalista no quiere creer. Este solo busca razones para demostrar la falsedad e incoherencia del cristianismo. Por el contrario, Tomás quiere creer. El racionalista honesto defiende su postura en base al estudio, al contraste de pruebas, al palpar el mundo natural, haciendo que otro mundo parezca irreal. Mientras que la incredulidad de Tomás es fruto del enojo» (Clarence E. Macartney, Of Them He Chose Twelve;

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Grand Rapids (Míchigan), Baker Book House, 1969, págs. 73-75). La incredulidad de Tomás no es comparable a la de un aficionado de sangre fría, sino a la de un ser humano que había perdido a su Señor y Maestro, razón por la cual su corazón se llenó de tristeza. La incredulidad nacida de la tristeza es la más profunda. Su origen está en el océano de las vivencias tristes. Las numerosas incredulidades que viven nuestras familias no provienen de las críticas de los estudios teológicos o de los debates religiosos fracasados, tampoco se conciben en los laboratorios estudiando las leyes de la naturaleza ni intentando corregir el orden cronológico o genealógico. Las incredulidades de nuestras familias nacen, la mayoría de las veces, en las bibliotecas y los laboratorios del alma. Son dudas sombrías concebidas de las acciones tristes de la vida. El lado positivo de esta realidad es que este tipo de incredulidad puede llegar a durar solo mientras perdure dicha tristeza. Por tanto, antes de interceder por los incrédulos debemos barrer el camino que lleva a la iglesia de todo polvo que pueda provocar alergias. ¿Como podemos pretender que alguien venga o regrese a un sitio en situaciones de inquietud y alboroto?

La intercesión por obras

Con el fin de que la intercesión por la oración dé sus frutos, es necesaria una intercesión anterior, intercesión por nuestras obras. Es hora de dejar de usar la expresión “No mires a las personas, mira solo a Jesús.” Considerando esto, la persona en cuestión puede mirar a Jesús desde el entorno en el que está, no teniendo que cambiar nada. Los incrédulos no tienen la madurez suficiente como para saber entender esta frase. Al mismo tiempo, los cristianos aplican estas expresiones de manera indebida, la mayoría de las veces para excusar su incapacidad o hipocresía. La esencia del mensaje de la iglesia para los no creyentes es la siguiente: “Recibe la fe y recibirás las bendiciones del Señor, el amor de los hermanos, la paz del alma y la amistad de Jesús”. Ante tal propuesta, es de esperar que el destinatario tome el camino esperado. En cambio, los incrédulos también tienen un contramensaje para los creyentes. A pesar de que muchas veces este mensaje es tácito, se encuentra presente en la mente e inquietud interior de esta persona. El eco de ese mensaje es el siguiente: “¿Esta fe de la que hablas, te ha traído a ti los beneficios que deseas para mí?” La respuesta a esta pregunta nos desvelaría quiénes son los verdaderos cristianos. En la antesala de la intercesión, encontramos tres recomendaciones que nos sirven para mejorar nuestra relación con los no creyentes de la familia: • Entorno familiar positivo. Para la mayoría de los niños, el sábado es el día en la que son castigados con más frecuencia. Si a lo largo de la semana los pequeños fallos pasan desapercibidos, en sábado, en la iglesia, la gravedad de estos hechos pasa a dimensiones “pecaminosas” y no pueden quedar impunes. Por supuesto, el castigo se aplica en casa, en familia, donde creemos que nadie nos ve. De esta manera, en lo más insospechado, dentro del alma de niño el sábado se convierte en el día en que esperan ansiosos la puesta de sol, el día en el que esperan con impaciencia la llegada del domingo. Así, como consecuencia de los múltiples disgustos asociados al sábado y a la iglesia, los niños deciden desde su infancia el autoexilio en la tranquilidad de la incredulidad para cuando puedan decidir por sí mismos. Entonces se convierten en los destinatarios de las oraciones más fervientes (para su regreso a la fe) y de los más sinceros mensajes de amor por parte de su familia


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