La alquimia explicada

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Observemos sin tardanza, que el excelente tratado, del que vamos a registrar el testimonio, es desconocido comúnmente bajo el título que acabamos de traducir y que es el suyo en el latín original, como el lector lo Verificará sobre nuestra nota a pie de página. No descuidaremos de leer nuestras citas en la lengua culta, pues lo que comentó B. D. L. (Bruno de Lansanc) el traductor, no deja de inquietarnos grandemente. He aquí, en efecto, este pasaje de su Carta a uno de sus amigos, que no es nombrado y que era sin duda de calidad, bajo la doble relación del rango y del saber: «Por lo demás, Señor, como esta Traducción es principalmente para vos, he seguido al hacerla el consejo que me habéis dado; es decir, que no me he adherido en modo alguno servilmente a las expresiones & a las palabras propias de mi Autor, las he cambiado cuando lo he juzgado a propósito, & no me he adherido sino a su espíritu, & a su intención; he suprimido por mi autoridad las repeticiones que he creído inútiles & envidiosas, & he añadido también algunas veces las mías para esclarecer los lugares que me parecían demasiado oscuros; en fin, la he seguido muy escrupulosamente en la doctrina, pero fuera de eso la he dado, tanto como he podido, el giro francés, & he tratado de dar a mi traducción un aire original.» Con el cuidado de no llevar a confusión, utilizaremos, no obstante, el título que el uso ha consagrado desde hace casi tres siglos y que he aquí por entero: LA LUMIÈRE SORTANT PAR SOY MEME DES TENEBRES Ou veritable Theorie de la Pierre des Philosophes écrite en vers Italiens, & amplifiée en Latin par un Auteur anonyme, en forme de Commentaire; le tout traduit en Françoise par B. D. L. LA LUZ SALIENDO POR SÍ MISMA DE LAS TINIEBLAS O verdadera Teoría de la Piedra de los Filósofos escrita en versos Italianos, & ampliada en latín por un Autor anónimo, en forma de Comentario; traducido todo al francés por B. D. L. Era bueno hacer nuestra observación con respecto a Bruno de Lansac, quien, por lo demás, no dejó gran cosa que militase en favor de conocimientos excepcionales. Inclinémonos, por un instante, sobre las pocas líneas que la Naturaleza y el Arte inspiraron al filósofo-comentarista anónimo y latino: Sin duda los Filósofos deben ser tales, que sepan el fundamento de toda la Naturaleza, y la conozcan verdaderamente. Pues la ciencia de la Piedra de los Filósofos se eleva por encima de todas las ciencias y de todos los artes pese a lo extremadamente sutiles que sean. Hay esta diferencia: que la obra de la Naturaleza es siempre más perfecta, más acabada y más segura que la práctica de cualquier arte. Pero si, conforme a la proposición de Aristóteles, no hay nada en la inteligencia, que no haya estado antes en los sentidos, será veraz decir que cualquier cosa que descubramos por los sentidos, la comprendemos únicamente por la ocasión ofrecida por la Naturaleza. Immó tales Philosophi esse debunt, ut fundamentum totius naturae sciant, & verè cognoscant. Nescientes, quod scientia lapidis Philosophorum superat omnes doctrinas, omnesque artes quamtivus subtilissimas; ea differentia uti opus naturae semper est perfectius absolutius, & securius, quam artium quarumvis practica: Immó si iuxta axioma Aristotelicum nihil sit in intellectu, quod prius non fuerit in sensum verum erit dicere, quod quidquid sensu comprehendimus sola dara occasione natura intelligimus.[6] He ahí un verdadero artículo de fe, que era preciso que el estudiante reencontrase, bajo una de las plumas latinas más autorizadas que haya habido en los tiempos antiguos. Sobre el período antiguo, en el que la alquimia era ya conocida y cultivada, dos libros, debidos a Marcelin Berthelot, informan excelentemente: Les Origines de l’Alchimie (Los Orígenes de la Alquimia) e Introduction a l’Etude de la Chimie des Anciens et du Moyen Age (Introducción al Estudio de la Química de los Antiguos y de la Edad Media). La tapa del primero lleva, en epígrafe a la vez sorprendente y revelador, el ouroboros gnóstico, cerrado sobre el apotegma  —Uno el Todo— que fue tomado a la Crisopeya de Cleopatra. Es el ancestro griego de la serpiente que devora su cola, de los textos medievales —serpens qui caudam devoravit; era sobre todo, desde 1885, expresada claramente por un eminente representante de la ciencia, en la época en que se confinaba al seno del más estrecho positivismo, la íntima y audaz afirmación, en cuanto a la identidad de la materia y del espíritu. Ciertamente, Marcelin Berthelot no era alquimista, y su formación rigurosamente universitaria se mostraba como una difícil traba a su comprensión exacta de los textos herméticos más antiguos, que fueros escritos en lengua griega. Se inclinó siempre a no encontrar en ellos más que recetas de química o de metalurgia banal. Con seguridad, hubiese ganado con leer y estudiar los tratados alquímicos de la Edad Media latina, que le hubiesen ayudado a penetrar mejor los papiros anteriores del período neoplatónico, Sí, nos produce una lástima infinita, cuando vemos con qué humildad, este gran erudito se puso a la preparación de su difícil empresa, cómo tuvo el coraje y la paciencia de reemprender, con sus libros, el trabajo del escolar: «La Biblioteca nacional de París tuvo a bien confiarme sus preciosos manuscritos; superé las dificultades del desciframiento y las más grandes aún, que resultaban de mi conocimiento un poco lejano de la lengua griega, al estudio de la cual había renunciado desde hacía cuarenta años. Se encontraba sin embargo en mi memoria, más fresca de lo que osaba esperarla.» Si debemos partir de los primeros siglos, la asamblea de los Filósofos, alrededor de la Mater, sería considerable y más numerosa, con seguridad, que una de estas reuniones que tenían lugar ante los pórticos de Notre-Dame en París, y de las que «el Señor Denys Zechaire» o bien Zachaire, nos da a conocer su existencia. 10


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