Revista Acedemia Nº19

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HUMANIDADES

FACULTAD DE MEDICINA CLINICA ALEMANA

A

lejandro González, más conocido como Coco Legrand, es sin duda el humorista más recono cido de nuestro país. Sus más de 40 años de trayectoria demuestran que, a pesar de los años, el actor ha sabido retratar sobre el escenario el comportamiento de la sociedad chilena, interpretando sus miedos, deseos, vergüenzas y aspiraciones más profundas. Hijo de Jorge González Videla y Raquel Legrand, marido de Magdalena Jullian y padre de Alejandro, Matías y María José, ha desarrollado un trabajo divertido y mordaz que lo ha hecho merecedor de reconocimientos por parte del mundo académico, gubernamental y civil, que destacan el talento y profesionalismo de sus monólogos. A sus 68 años, este “harlista de corazón” sigue trabajando en su oficio –definido por él mismo como su vicio- y, por estos días, su esfuerzo está en poner en marcha el espectáculo teatral “Viejos de mierda”, una producción en la que, junto con Jaime Vadell y Tomás Vidiella, personifican a tres hombres cansados de su vida de 80, 78 y 75 años, que deciden suicidarse chocando un edificio emblemático de Santiago. Sin embargo, como están viejos, siguen de largo y sufren un accidente que los deja visiblemente afectados, compartiendo sus historias personales.

UNIVERSIDAD DEL DESARROLLO

Pero más allá de las anécdotas que puedan compartir, la propuesta de Coco Legrand es decirle a las personas que vean desde la abundancia, que crucen el río y no vean todo negativo, y que, a su vez, se preocupen de adaptar la ciudad a las necesidades de la gente y no de construir edificios y gasolineras indiscriminadamente. Además, invita a escucharnos y evitar la segmentación: todos tenemos algo que decir, sin importar la edad que tengamos. ¿En qué momento se empezó a sentir viejo? El problema es que ni siquiera lo he sentido. La vejez no la tomo por la cantidad de años que uno tenga en el cuerpo; pienso que ésta se alcanza rápidamente cuando uno deja una actividad y pretende apagar la energía al igual que un switch para encender la luz. Para mí, el trabajo es una transformación creativa permanente y no me siento viejo, no siento que haya terminado de trabajar: hoy lo siento como una misión. Si bien he ido dejando algunas cosas como la televisión, voy a seguir haciéndome presente en los escenarios, porque mi vida entera la gasté en eso. Aunque me di cuenta que me había hecho viejo cuando no podía cerrar los cajones de mi velador, porque estaban llenos de cajas con remedios: ese es el primer aviso.

Su intención es contar a través del humor cómo es ser anciano en Chile, visibilizar los problemas a los que se enfrenta la población mayor y retratar cómo los ven las personas más jóvenes, abordando situaciones como los hijos que engañan a sus padres y venden sus propiedades, ancianos que ya no discriminan qué es cierto y se inventan una vida perfecta que no tienen, jóvenes que los miran con asco y como si fueran de comienzos del siglo pasado y diversos conflictos familiares que van apareciendo con el paso del tiempo.

¿Cómo ha percibido la evolución de sus personajes a lo largo de su carrera? Tanto en la parte humorística como en lo personal, siempre he ido de la mano con mi edad: cuando fui joven hice al Lolo Palanca, cuando superé los 35 fui el Cuesco Cabrera, y así. Fui cambiando, porque cada edad me interesó y mis monólogos fueron construidos de acuerdo a lo que me pasaba. Por lo tanto, cada espacio de mi vida lo he ido viviendo en lo profesional contando lo que me provoca, cómo me llega lo que me rodea y devolviendo mi opinión de la mano con el humor, para que no sea agresivo ni dañe y para que la gente logre entender.

También se puede gozar viviendo profundamente el hoy, por eso me tatué la palabra “hoy” en mi brazo, para acordarme que cada día tiene que ser grato para aterrizar los sueños y hacerlos realidad ¿por qué no? Es posible.

Ahora, a la celebración de mis 69 años -que cumplí en julio-, invité a 69 amigos, porque al llegar a esta edad me dieron ganas de darme vuelta. De aquí para delante, voy a empezar a pensar con las patas y caminar con la cabeza. Jubiló a los 65 años y decidió seguir trabajando. Da la impresión que no fue sólo por solvencia, sino por un tema de actitud… Jubilé a mis 65 años con una renta menor a la de todos los que empezamos juntos. En este oficio fui el único de ellos que me cambié a una AFP. Debo reconocer que impuse por el mínimo, obteniendo como resultado una pobre jubilación, pero tuve la suerte de hacer de mi trabajo mi foco primario; todo


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