Sones de banda, la tragedia de Cañete

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Suboficial Jaime Aranguz Rojas

La tragedia de Cañete

Aún así, desde sus nuevas obligaciones se las arregla para atender los requerimientos de la banda que ensaya “en una de las mejores salas que hay en el Ejército”, y que el grupo de 25 músicos armó cuando la modernización impulsada por el general (r) Juan Emilio Cheyre fusionó los regimientos Chacabuco y Guías, entre otros de Concepción y del país. Cuenta que se acomodaron en una cuadra de soldados del ex Guías, con baños para 100 hombres, instalaciones que rearmaron: cambiaron piso, revistieron paredes con cajas de huevos (aislante acústico), armaron clósets y colocaron puertas donde había que colocar. A punta de bingos, con el “Cachirupi” (Antonio Rojas Morales, de radio Punto 7 Concepción) como animador y un lleno total con más de 1.500 personas, juntaron recursos para terminar esa sala de música y comprar los instrumentos que faltaban, cuerdas y un amplificador.

A punta de bingos Bajo las órdenes del segundo comandante del “Chacabuco” trabaja hoy Jaime Aranguz, quien este año cumplió 26 años de servicio activo. Ya no puede formar (estar de pie) por las secuelas físicas del accidente y, por tanto, tuvo que alejarse de la banda. En el accidente se fracturó el omoplato izquierdo y el pie derecho que vive hinchado –“prácticamente me lo hicieron de nuevo”, dice- está expuesto a una artrosis severa degenerativa.

Hoy, Jaime Aranguz, mucho más gruesesito por la falta de ejercicios – “era el que hacía más barras”- vive el día a día. Su sensibilidad de músico militar sigue a flor de piel como también su afición por la lectura y la escritura de odas, pero siente que después de Cañete se ha vuelto mucho más generoso. Por eso, a Santa Cecilia, la patrona de los músicos, le pide por la unidad de la banda en la que ya no queda prácticamente nadie de sus antiguos camaradas. “Si hay unidad y se mantiene lo que nosotros logra-

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mos, será un ejemplo para todos, pero muchos viven su metro cuadrado; no comparten”, dice, convencido de que los arreglos que está haciendo en su casa, por ejemplo, que le han significado cuatro meses de trabajo y varias cajas de cerámicos apiladas en un rincón del comedor, lo habría logrado en un abrir y cerrar de ojos con sus antiguos camaradas. Es que si alguno se cambiaba de casa o tenía que pintar o hacer cualquier cosa, “todos íbamos a ayudarle. Éramos inseparables”. La pena infinita por la pérdida de 14 compañeros, a pesar de todos los tratamientos sicológicos que posibilitó la institución, le impidió por años visitarlos en los cementerios de Penco (6), Lota (2), Coronel (2), Santiago (1), Puerto Montt (2) y Concepción (1); celebrar su cumpleaños o el Día del Padre. “Encontraba injusto que me estuvieran haciendo un regalo en circunstancias que los otros niños ya no tenían a su papá”, resume.


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