Primer diagnóstico de la zona montañosa del Estado Plurinacional de Bolivia
5.4. Uso de suelo (aptitud del uso del suelo y vocación productiva) Los suelos de clase 1 y 2, que son aptos para la cultivos agrícolas y pasturas, cubren menos del 30% de la superficie del país, por lo que Bolivia no es un país con vocación agrícola preponderante y tiene mayoritariamente un elevado potencial forestal, silvicultural, de conservación, ecoturismo, entre otros. Una importante proporción de los suelos del país en las regiones de montaña, implican; zonas con limitaciones severas por una alta susceptibilidad a la erosión por las pendientes mayores (clase 3); zonas con limitaciones muy severas para cultivos anuales, siendo recomendado para cultivos permanentes (clase 4); ecosistemas muy frágiles caracterizados por pendientes por encima de 35% y elevadísimos riesgos de erosión, que se adecuan más bien para fines de silvicultura, protección de cuencas y protección estricta (Ribera, 2011). La deforestación en diversos Departamentos y regiones ha llegado a impactar ecosistemas de alta fragilidad en regiones húmedas de montaña poniendo en riesgo a cabeceras de cuenca. Por ejemplo en varias zonas de los Yungas de La Paz, se están afectando las transiciones a los bosques nublados por encima de los 2.000 msnm. En tanto, extensas superficies del bosque de Yungas tucumano-boliviano del sur del país, siguen siendo fuertemente degradadas cada año (Ribera, 2011). Según el mapa de la FAO (1995), los suelos de la Cordillera Occidental y la zona de las serranías Subandinas se definen según las pendientes dominantes de la cordillera y por los cambios antropogénicos del suelo (reducción del perfil) con horizontes A-C, así se encuentran Leptosoles. En el Altiplano Sur, por las condiciones de clima árido se encuentran Xerosoles y Yermosoles, y en la Cordillera Occidental, por el proceso volcánico; Andosoles. Sólo en la región de los valles y cuencas interandinas están presentes: Luvisoles crómicos y Cambisoles cálcicos. Con base a varios estudios de investigación es posible estimar con mayor precisión el significado que tiene el gradiente altitudinal-térmico y de humedad en la diferenciación de los suelos. De acuerdo a estos estudios se diferencian tres sucesiones de humedad: húmeda, semihúmeda y semiárida. Naturalmente dentro de estas sucesiones existen numerosas variaciones en las montañas, debidas al relieve y al substrato (topo e hidro secuencias).
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El mapa del uso de la tierra publicado por Ibisch y Mérida (2003) destaca que Bolivia posee una cobertura boscosa significativa. Más de 53 millones de hectáreas están cubiertas de bosques, de los cuales el 40% son bosques aprovechados pero sin cambios en su estructura y composición. El 18% son bosques degradados y fragmentados con agricultura de pequeña y mediana escala y uso artesanal de recursos forestales. El 15% del territorio es apto para actividades de reforestación, restauración del potencial natural o generación de funciones ambientales. Un 40% está cubierto por ganadería extensiva a semi-intensiva que ocupa áreas ya deforestadas o naturalmente abiertas, como las sabanas, lo que implica un uso compatible con la conservación de los ecosistemas actuales. Sin embargo un 10% de los valles secos, puna y prepuna, la ganadería sobrepasa los potenciales naturales de los ecosistemas y contribuye significativamente a la degradación de los recursos naturales (Ibisch y Cuellar, 2003). Según el mapa de ecosistemas de los Andes septentrionales y centrales (Josse et al., 2009), el 24% de la región andina es tierra antropogénicamente alterada (agricultura, vegetación degradada). Bolivia tiene la mayor proporción de vegetación de altura 51,10%, mientras la cobertura forestal es del 37,29% (Cuadro 3). Cuadro 3. Distribución del uso de suelo (%) en la región andina de Bolivia
Clases de cobertura de suelo
%
Agricultura, vegetación degradada
3,26
Cobertura forestal
37,29
Arbustos, hierbas y pantanos de altura
51,10
Otra vegetación de montaña
4,12
Glaciares
0,29
Lagos y otros cuerpos de agua
3,93
Fuente: modificado de Josse et al., 2009.