Introducción

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Introducción Siempre fue tranquilo, nunca le dio problemas a nadie. De caminar elegante y distinguido. Probablemente pudo haber tenido la chica que quisiese. Muchas hubiesen estado dichosas de calentar su cama, pero él no les prestaba atención. El joven más cortes que había conocido en mi vida encarnado en un cuerpo de ensueño. Con su 1.86 y su cuerpo perfectamente formado, él era un adonis de los tiempos modernos. Un pecado andante en el cuerpo de un ángel. Su cabello cobrizo revuelto le daba ese aspecto de niño travieso. Él tenía los ojos más hermosos que yo había visto. Sin embargo no era solo hermosura, en ellos podías ver reflejados pureza e inocencia. Poseedor de una sonrisa deslumbrante, pero pese a su irresistible sonrisa, la felicidad no le llegaba a los ojos, bajo ese manto de inocencia se escondía un profundo dolor, una enorme herida del pasado, una llaga oculta que le aterraba revelar.. Su semblante siempre se veía tranquilo pacifico. Siempre con notas sobresalientes, una conducta intachable. Dueño de una voz hipnotizante, más dulce que la miel, más suave que el propio terciopelo. Sin lugar a dudas él era único. Su personalidad tímida y retraída le daba un aspecto más adorable aún. El hecho de que fuese poseedor de una belleza tan avasalladora te hacía pensar que Edward sería portador de un carácter fuerte y liderazgo innato. Sin embargo él siempre intentó no sobresalir. Rechazaba las constantes invitaciones a fiestas y eventos varios. Prefería quedarse en casa a ver una película o simplemente leer. Nunca fuimos grandes amigos, él pasaba de mí y yo lo hacía de él. Inconscientemente, se había creado cierta complicidad entre ambos. Tanto él como yo sabíamos que teníamos algo en común. Ambos carecíamos de esa egoísta sed de gloria. Él anhelo de reconocimientos no figuraba en nuestro historial. Nuestros contactos se resumían a miradas furtivas y notorios sonrojos. Tal vez alguna vez hubo una sonrisa, pero no pasó a mayores. No hubo intercambios de palabras y aún así me hice adicta a su voz. No hubo caricias, pero tenía la certeza de que su piel era suave y podría apostar a que su cabello era tan fino y exquisito como se veía a simple vista. Durante los dos últimos años del instituto lo amé en silencio. Pese a ser la mejor amiga de su hermana nunca compartimos una conversación. Las veces en que iba a su casa él


se lo pasaba encerrado en el salón tocando su hermoso piano y las pocas veces que nos encontramos nos limitábamos a sonrisas nerviosas o un leve gesto con las manos. Nunca dijimos más, nunca hizo falta. A ambos nos bastaba, en secreto nos entendíamos, no hacía falta forzar las cosas.


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