Número 4

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Junio-julio 2015/Liberpopulum 12

sí o con sus propios pies y desaparecían arropados por la penumbra. Los cuerpos del Moncho y del Calaco, agonizante aún, quedaron a escasos metros de distancia uno del otro. De las vecindades los primeros curiosos comentaban reprobatoriamente y con miedo, otros solo miraban. Los minutos siguientes a la balacera fueron fugaces y el ambiente generado por la mezcla de los aromas de la sangre, la pólvora (quizá solo el sonido de los disparos) y el activo era y es hasta hoy indescriptible, el sonido de las pisadas y la sucesión de las detonaciones asemejaba un ritmo carnavalesco mas no festivo. El Calaco, boca abajo moría, un charquito de sangre brotó por debajo de su pecho cuando su hermana recibía la noticia: —­­ bien poquitita sangre que le salió, dirían meses después quienes lo vieron morir. Gemidos lastimeros surgían de algún interior del delgado cuerpo que parecía desvanecerse de un momento a otro, hasta que ya. Varias botellas rotas de cerveza quedaron esparcidas por la calle, convirtiéndose en símbolos momentáneos de la colonia Tepalcates. El velorio de Óscar fue en la funeraria Olimpia, sobre la Calzada Ignacio Zaragoza, el del Moncho fue en Funeza, la extraña y peligrosa cercanía de los eventos se convertía en momentos en algo ridículo, en momentos en un

destino que pudo evitarse. Las pandillas aguardaban la orden de un ser oculto en su rebelde ser. La boca y las fosas nasales del Calaco estaban taponeadas de algodón. Lucía la extrañeza de los muertos jóvenes, cierta calma, cierto reposo. Todos los amigos y familiares de ambos llenaron varios camiones. El camino al panteón sería tenso, un revólver podía verse en la cintura del Rago los demás comentaban sobre el peligro de asistir al sepulcro, la pelea parecía inminente. La llegada al panteón ocurrió en silencio, solamente las miradas y gestos comunicaban algo, el cortejo fúnebre del Moncho llegó primero, lo sepultaron con rapidez, le lloraban en silencio. Los de Óscar bajaron el féretro de la carroza y observaban a los de la Marrana, estos permanecían a la expectativa, los familiares de ambos jóvenes suplicaban a los pandilleros con su llanto: no más pleitos, por favor. Después de los rituales correspondientes y los llantos derramados y evaporados, después de esas fugaces miradas y sus chispeantes movimientos, después de entonces hubo algo de paz, una paz que no se sabe cuánto durará. Los tres sepultureros hacían su trabajo con indiferencia y desgano. L

Foto: © Cienfuegos Foto


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