El corazón de Edward Cullen

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Bella se durmió a los pocos minutos, manejé de regreso mucho más tranquilo, todas las fichas estaban encajando en su lugar, solo quedaba una al azar y no quería pensar en ella hasta que fuera el momento. Llegamos a Forks a la noche siguiente de haber salido de Denali, saqué a Bella con cautela e inhalé el aroma que los nómadas dejaron cuando caminaron por el jardín. Alice había tenido la visión de ellos captando nuestro aroma y lo habían seguido hasta la casa por curiosidad. Cuando notaron que la casa estaba vacía se alejaron. Subí las escaleras con ella en brazos, Rose me lanzó una mirada fría y yo la ignoré, a pesar que frente a Bella no decía nada de nuestra relación, cada vez que tenia oportunidad me amenazaba mentalmente. La recosté en la cama con cuidado y le saqué los zapatos antes de subir a la cama con ella. La rodeé con mis brazos y en cuanto su cabeza descansó sobre mi pecho ambos suspiramos contentos. No tardó mucho en empezar a hablar en sueños, adoraba escuchar lo que tenía por decir y sobre todo como suspiraba mi nombre. La mañana siguiente llegó y no pude evitar despertarla con un beso en sus dulces labios. Bella se giró y metió la mano bajo su almohada para comerse la menta que guardaba allí todas las noches, yo solo rodé mis ojos y esperé a que ella volviera a posar sus cálidos y tersos labios sobre los míos. —Edward….—Bella gimió mi nombre cuando soplé mi aliento entre sus labios, mi lengua tocó la suya con cuidado de no dejarla venir cerca de mis filosos dientes. Una de sus manos fue a mi cabello y la otra bajo mi camiseta. Siseé ante la exquisita sensación. —Dejen de comerse sus rostros que vamos a llegar tarde al colegio—dijo Alice parándose junto a nuestra cama. Suspiré frustrado. —Lo haces a propósito, no tengo manera de probarlo pero sé que lo haces—la acusó Bella y Alice se rió. —El desayuno está listo los espero abajo en diez minutos, sino llegan subiré a buscarlos con Rose.—nos amenazó antes de salir. Bella me dio un último beso antes de dirigirse al baño, salió a los cinco minutos luciendo hermosa en sus jeans como siempre. Aun no podía creer que esa hermosa criatura se hubiera enamorado de un ser tan monstruoso como yo. La puse sobre mi espalda y bajé las escaleras corriendo. La senté en mis piernas para que desayunara, ganándome una de las famosas miradas de


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