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Alejandra Jonte XXL
Mi destino se gestó el día que me cortaron. Jamás pensé que sería un talle XXL. Tenía la ilusión de compartir tamaño con mis compañeras de rollo. Pero no. Me cortaron grande. Escuché en el taller que es un talle que se vende muy bien, pero lo cierto es que yo tenía la esperanza de un small o medium. Me imaginé chi- quita, cola less, con destino de pool party, y que en un momento de gran delirio y pasión, me vi arrancada por los dientes de un dios griego vernáculo.
¡Y mira como terminé! En vedetina con corpiño reductor. Me hicieron bastante cavada en mi parte inferior pero arriba… ¡Que capacidad de guardado! Espero que la lycra que da me da cuerpo y los aros que me dan forma, sostengan aquello que ocultaré.
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Soy negra y lisa. Discreta y combinable. Si pienso en la talla en que me cortaron, agradezco mi oscuridad. Una flor mal puesta o dibujo loco podría atentar contra el buen gusto. Nunca seré ridícula. Cuando me terminaron de coser y empaquetar, el personal de logística de la marca que me parió, dispuso mi destino. Cruce mis tiras (no digo dedos porque no tengo) para que me mandaran a un shopping, porque siempre desee lo mejor para mí. Ya demasiado tenía con el tamaño como terminar en La Salada o en el Once. Embalada en un pack muy cool, llegue al local a fines de octubre y a la semana de mi arribo me colgaron en de una percha de terciopelo negro con un cartelito al que nadie se quiere acercar: “talles especiales”. En fin. Es lo que hay. Varios clientas estuvieron interesadas por mí, pero les iba grande a casi todas y a un par, muy pequeña.
Recién los primeros días de diciembre me vendieron. Cuando ella entro a local no le tenía mucha fe. Si bien la vi grandota y de curvas generosas, no tenía el perfil de clienta de la marca. Pero cuando cruzamos la mirada supe que mi destino estaba echado.
No fue fácil. Cuando me calzó en su cuerpo por primera vez pensé que no me llevaría. Será inolvidable la cara de espanto que puso cuando se vio en el espejo. Yo me salía de la vaina para tranquilizarla y decirle que el problema son las luces dicroicas de los probadores y que jamás, ni la mejor de las modelos, lucen bien con un foco sobre sus cabezas. La celulitis tiene su minuto de gloria en esos cubículos. Pero mi compradora, luego de mirarse un poco, dijo resignada: “por lo menos me entra” y me compró.
Me llevó a su casa y me guardó en un cajón. La mujer, no estaba muy convencida de la compra, pero yo confiaba en su actitud.
Hasta que llegó el día. Lo recuerdo bien. Era un sábado muy caluroso. Me saco del cajón y en el baño de su casa, se vistió conmigo. Debo reconocer que su piel es muy suave, que afortunadamente no tiene vellos inoportunos y desagradables y sobre todas las cosas, es muy limpia.
Cuando calzo mi parte inferior me gusto lo que hizo: ¡me achicó! Me doblo un poquito para acentuar más el cavado, y en verdad hace que su trasero se vea mejor. Un buen efecto óptico. Pero cuando se puso el corpiño, algo pasó. Sentí diferente la piel, y en el seno izquierdo una cicatriz hundida. ¡Apá! ¿Que habrá pasado acá? Me pregunté. Por la forma y ubicación sospeche aquello que luego confirme: mi dueña tuvo cáncer. ¡Y la quise más! Y me jure que le haría pasar lo mejores momentos. Que jamás me iba a correr, ni estirarme ni apretarle la piel con mis elásticos porque la sensación de quedar chica, la podría hacer lucir más gorda. Pobre mujer, con todo lo qué habrá pasado, no lo merece.
Me cubrió con un vestido playero blanco, largo hasta los pies de un lino italiano espectacular, de esos que se arrugan pero en ello, está la clave. Pura fibra natural (que caro que son). Se perfumó, tomó el bolso, se puso un sombrero playero y subió al coche rumbo al country para encontrarse con amigas.
Panamericana era un caos y el calor húmedo y pegajoso de Buenos Aires se hacía sentir más que nunca. Puso música (gracias a Dios no le gusta la cumbia) y el aire acondicionado a full. Puedo decir que me estaba sintiendo de maravilla hasta que un fuerte golpe en la parte posterior del auto lo cambio todo en un segundo.
Ella gritó, se sustó, puteo y se bajó. Era un caos. Un choque en cadena en plena autopista a la altura de Marquez con 39 grados de sensación térmica. Todos empezaron a bajar de los coches, a pelearse y a llamar a lo seguros. Hasta que ella vio a un perrito, mal herido. Corrió a su ayuda. Estaba ensangrentado y no dudó en sacarse el vestido de lino italiano para tapar la herida de su patita trasera.
No habrían pasado ni 15 minutos cuando un móvil de Crónica TV (¡Firme junto al pueblo!) apareció en escena y nuestra vida cambió. Ella, el perrito y yo fuimos trasmitidos en directo a todo el país. Y ya no me importo ser talla XXL. Sus curvas y aptitud, mi calidad y buen calce, además de su bondad, nos arrojó directamente a la tapa de todos diarios y hasta nos hicieron una nota para la TV.
Hoy, que descanso en el segundo cajón de su placard recuerdo con nostalgia aquellos momentos y sin echar de menos ninguna pool party ni destino ibicenco. Porque sé que ella me quiere, que no me va a regalar, porque juntas fuimos felices y lo seguiremos siendo, a tal punto que ayer sacó pasajes para irnos unos días a Río de Janeiro y hasta me prometió que conseguiría para mí una buena zunga…¡pepepepepe pepepepepe pepe!
Sobre la autora
Alejandra Jonte
Alejandra Jonte, nació en 1968 en San Andrés de Giles, ciudad que es su fuente de inspiración.
Es abogada, mediadora y autora de Ojos de Fuego (2020).

Los libros han estado siempre en su vida. Con ellos pudo, puede y podrá vivir mil vidas, viajar a lugares inimaginables, ganar grandes batallas contra los demonios de la ignorancia y aprender que sin amor nada tiene sentido.
Leer la hizo libre y le dio agallas para concretar el sueño de escribir sus propias historias.
Para contactarse con la autora:
F /alejandra.jonte
IG @alejandrajonte