The Hunger Games - español

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bastante llenas las botellas y la bota, aunque, al ser dos personas y hacer tanto calor, no tardaremos en vaciarlas. --El lago --dice Peeta--. Ahí quieren que vayamos. --Quizá en los estanques tengan algo de agua. --Podemos mirar --responde él, pero sé que lo hace para darme esperanzas. Yo también lo hago por eso, porque sé lo que encontraré cuando regresemos al lago en el que me empapé la pierna: un agujero polvoriento y vacío. Sin embargo, vamos hasta allí de todos modos, sólo para confirmar lo que ya sabíamos. --Tienes razón, nos llevan al lago --reconozco. Un sitio donde no te puedes esconder, donde tendrán garantizada una lucha sangrienta a muerte sin nada que les tape la vista--. ¿Quieres ir directamente o esperar a que nos quedemos sin agua? --Vámonos ahora que estamos descansados y hemos comido. Acabemos con esto de una vez. Asiento. Tiene gracia, es como si volviese a ser el primer día de los juegos, como si estuviese en la misma posición. A pesar de que ya han muerto veintiún tributos, sigo teniendo que matar a Cato y, a decir verdad, ¿no ha sido él siempre el objetivo? Ahora los otros tributos me parecen sólo obstáculos menores, distracciones que nos apartaban de la verdadera batalla de los juegos: Cato y yo. Sin embargo, también está el chico que espera a mi lado, el que me rodea con sus brazos. --Dos contra uno. Debería estar chupado --me dice. --La próxima vez que comamos, será en el Capitolio. --Seguro que sí. Nos quedamos quietos un momento, abrazados, sintiendo nuestros cuerpos, el sol y el murmullo de las hojas a nuestros pies. Después, sin decir palabra, nos separamos y nos dirigimos al lago. Ya no me importa que las pisadas de Peeta hagan correr a los roedores y volar a los pájaros, porque tenemos que luchar contra Cato y me da igual hacerlo aquí o en la llanura. Por otro lado, dudo que tengamos alternativa: si los Vigilantes nos quieren en campo abierto, allí nos tendrán. Nos detenemos unos momentos bajo el árbol en el que me atrapó Cato. El cascarón vacío del nido de rastrevíspulas, hecho trizas por las lluvias y secado después al ardiente sol, confirma nuestra situación. Lo toco con la punta de la bota y se disuelve en un polvo que la brisa se lleva rápidamente. No puedo evitar levantar la mirada hacia el árbol en el que se ocultaba Rue, esperando para salvarme la vida.


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