CONTACTO IUS - EDICIÓN 004 / OCTUBRE 2016

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tual y generalizado, por el contrario hay una buena dosis de egoísmo en los seres humanos que prima facie no permitiría que desinteresadamente se desprendan de un bien tan preciado como es su libertad, sino es por el hecho inevitable del caos y la inseguridad. Por tanto, coincidimos con Nozick que el contrato social antes que voluntario, como lo idealizó Locke, se debía concebir como el producto de la necesidad y la imposibilidad de encontrar otra solución viable.

fundamento moral para obedecer estas imposiciones, o más sencillo, ¿por qué debemos obedecer? La cuestión se complica sobremanera cuando la norma a observar es injusta. De esta manera, el contrato social si bien fue importante ayer para estructurar toda una serie de teorías filosófico – políticas tendientes a recuperar al hombre como máxima unidad social, hoy en día son insuficientes para elucidar la compleja realidad de nuestras sociedades.

Ahora bien, esta opción de Nozick es adecuada si partimos de que las teorías contractualistas son las correctas para señalar el origen de las sociedades civiles; pero el problema radica en que tal corriente si bien ha sido de mucha utilidad no sólo filosófica sino política, no es la verdaderamente apropiada para explicar tal fenómeno social.

Sin que pretendamos adentrarnos en el tema, pues su profundidad requeriría de un espacio muy amplio, si creemos que un buen principio para estructurar una nueva concepción del Estado, su origen y legitimidad sería ya no partir de hipótesis sino de la realidad, de la historia de los pueblos, en donde es claro que el Estado no surgió de un pacto social, ni que tampoco hay un acto fundacional definido o definible, sino que esta estructura política fue producto de una evolución milenaria de las sociedades en donde los que tenían el poder físico o de las armas fueron imponiendo sus reglas de juego a los más débiles que en razón del paso de los tiempos y la herencia de vasallaje transmitido de familia en familia, de generación en generación crearon el imaginario social explícito (en términos de Cornelius Castoriadis) de que unos hombres nacen para mandar y otros para obedecer. El tiempo fortalecería esta creencia al punto que muchas personas que detentaron o detentan el poder ni siquiera es en gracia de la fortaleza de su brazo sino en razón de su cuna que lo habrían recibido, y entonces la justificación de su posición social prevalente estaría en entredicho, por lo que era necesario legitimar entonces de otra manera la situación de las cosas y es ahí en donde la religión entra a jugar un papel preponderante y definitivo. No es gratuita entonces la eterna relación de la religión y la política, o mejor el poder.

El contrato social ha sido de muchísimo provecho para fundamentar todas las teorías políticas alrededor de la supremacía del hombre, de su autonomía, su libertad e igualdad surgidas a partir del iluminismo con el cual se pudo poner de presente que aquel es amo y señor de sí mismo y no hay concepción teológica o monárquica que sea valedera para tratar de fundamentar el poder en cuestiones extrasociales. No obstante esto, contemporáneamente resulta de suma importancia reanalizar tales concepciones pues la evolución de los tiempos y las sociedades necesitan con urgencia de nuevas teorías que expliquen por ejemplo, por qué tengo que acatar leyes que no he asentido voluntariamente –de manera explícita o implícita—, sino que por el contrario me han sido impuestas casi que a la fuerza y sin ningún tipo de posibilidad de sustraerme a esos conjuntos normativos, porque en el caso que pudiera apartarme de los mandatos de la sociedad en la que nací, tendría que adecuarme a los de la sociedad a donde llegare y así en una cadena sin fin de grupos sociales normados que no preguntan si se quiere obedecer o no, sino que se imponen coercitivamente sus reglas, con lo cual las teorías contractualistas se ven en serios aprietos.

Poco a poco las pequeñas comunidades fueron ampliándose y con ellas el poder se fue consolidando hasta evolucionar a protoestados o Estados iniciales en donde el poder ejercido de manera absoluta era el rasgo característico aunado a la creencia de que los seres humanos somos diferentes y que hay algunos elegidos por fuerzas extrasociales que tienen por derecho propio la facultad de mandar no sólo en lo público sino incluso en lo íntimo de las personas.

Sin ir más lejos, supuestamente todos los seres humanos somos unidades de derechos y deberes. Hay más posibilidades de que se pueda renunciar a los derechos, pero es muy difícil oponerse a unos deberes que no fueron adquiridos en un contrato social sino coactivamente cargados a los individuos, verbi gratia los impuestos, la prohibición de un conjunto de acciones (códigos penales), los deberes ciudadanos, etc. Nos preguntamos, cual es el

Lo que sucedió en la ilustración y en la modernidad fue que el hombre despertó de ese largo aletargamiento in45


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