Relatos de la cuarentena 4

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Seda

Brenda Flores Antes de salir a caminar, cuido que la araña esté bien sujeta a mi hombro derecho y dejo el izquierdo disponible para cualquier otro ser que quiera posarse sobre este. El sonido de mis pies al entrar en contacto con el asfalto me arrulla y de manera automática avanzo hacia mi destino, mientras tanto comienzo a divagar, pienso en cómo me di cuenta de lo suave que soy el día que ella murió y no pude acudir a su funeral; siempre aquí y nunca allá, nunca donde en verdad quisiera estar. Ahora, que no estoy en el tiempo y lugar usuales, veo cómo el encierro se extiende y un vacío rosa se apodera de mí. Realmente no extraño a nadie, solo a quienes sé que ya no volverán. Mi consistencia también se mide en la cantidad de kilómetros que puedo recorrer, alejándome de donde quiero estar para ir a otro sitio que añoro aún más, pero al cual nunca llegaré porque siempre se hace de noche y el veneno de todas mis arañas es inservible; solo me hace ver luces de colores y, para hallar lo que busco, necesito del color más aburrido del mundo, uno que aún no han inventado. ¿Qué haré cuando me digan que puedo regresar a mis actividades normales, cuando ya no pueda estar triste por una razón colectiva y tenga que llorar por los motivos de antes, por problemas individuales que igual y no son tan importantes como para hacerme perder la cordura? ¿Cómo voy a justificarme?


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