Catálogo JUAN RAFAEL 2019 BOSQUES LIBRETAS Y OTROS CUADROS

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JUAN RAFAEL

bosques, libretas y otros cuadros CATÁLOGO DE LA EXPOSICIÓN

2019


JUAN RAFAEL

Y SU INVITACIÓN AL EXTRAVÍO

Dedica el artista Juan Rafael su última exposición en El Albéitar de León a quienes se han adentrado en el bosque y ya no han podido salir nunca de él. Y la dedicatoria no deja de ser una propuesta paradójica: el lamento contiene en sí mismo una invitación a imitar ese mismo extravío, a abandonar la insoportable facilidad de vivir en una abdicación continuada, sin emplear la mirada a fondo. Una invitación a entrar en el bosque. Con una voluntad de reiteración tan admirable como necesaria, Juan Rafael (León, 1968) vuelve a asomarse al mundo público –él, habitante convocado por las sombras– para poblar de nuevo el espacio de un lenguaje personal que incluye, como un álbum de insinuaciones, todo lo que puede caber en lo entrevisto, esa realidad que no pertenece a la visibilidad. Como si huyera de esa expresión común (“a primera vista”, tan lijada ya por el uso), el artista insiste en su pintura en pos de esa orografía material tan suya en la que vetas, incisiones, signos reticulares, manchas, siluetas y raspaduras introducen a quien mira con calma en la ley embarullada de la profundidad, ese espacio vital donde la vulnerabilidad es el estado natural de cuanto existe. Entrar, así, en los cuadros de la serie “Bosques” es, efectivamente, penetrar con la mirada y con la conciencia en un interior espacio representado entre ocultaciones y desvelamientos. El bosque, como sabemos, es en el imaginario universal el símbolo perpetuo de una perdición, de un extravío que envuelve con sus tramas a la criatura que se aventura a penetrar en él. Lugar de prueba; lugar de peligro y desafío. Así sucede en la mitología de los relatos infantiles espeluznantes, en los viajes a través de la espesura de sus marañas nocturnas, entre ojos acechantes que observan y ruidos meticulosos que no se sabrían hacer corresponder con la civilización que nos ampara ahí afuera, tal como ocurre en la memorable travesía de los niños de La noche del cazador, la inolvidable película de Laughton.


Lo mismo sucede cuando contemplamos estas pinturas de Juan Rafael que muestran los diversos estados de esa realidad natural en la que ya no sabemos implicarnos. En todas ellas, la llamada de lo abisal pone latido espeso y algo llega de ese interior a inquietar a quien osa colarse con la mirada en la clave incierta de la espesura, donde un desconocido mundo de formas y sustancias sale a hacernos perder pie, a engullirnos como una madre voraz con el apetito salvaje de la Naturaleza cruda, con una oscura energía que pretende recordarnos nuestra animalidad residual. Es aquello que oíamos decir a Marlow en El corazón de las tinieblas: “Estábamos aislados de la comprensión de todo aquello que nos rodeaba, pasábamos deslizándonos como fantasmas, asombrados y secretamente aterrados, como lo estarían hombres cuerdos ante un brote de entusiasmo en un manicomio”. Buscar en el interior de cada pintura de estos “Bosques”, sea cual sea el grado de luminosidad que tengan, acaba por remitir a algo más fuerte, al propio interior de uno mismo, ese pozo de oscuridad fosforescente donde existen también fósiles inquietantes y estigmas de cuya coloración no teníamos noción ninguna. Así he querido ver estas semanas, una y otra vez, la exposición “Bosques, libretas y otros cuadros” de Juan Rafael. Aceptando ese orden envolvente que parecía conducirme a estratos ignotos cada vez más desorbitados, cada vez más entregados al magma hirviente y lleno de zozobra atávica que desmiente el espíritu atascado de racionalidad y de individualidad que se pretende hoy para la condición humana. Contemplé en soledad –casi siempre estuve así en la sala: indefenso, sin amarras– esta serie de cuadros de verticalidad inacabada que sube más allá de sí misma, troncos igual que filamentos con insinuaciones de jaula (“Hasta aquí puede llegarse sin perder seguridad; a partir de aquí tú sabrás dónde te metes”, eso podría entenderse) que dejan ver otro mundo detrás, aquel au-delà que Baudelaire reivindicaba para dar sentido verdadero al viaje radical, ahora a través del territorio provocador del bosque. Irremediablemente, se va uno de la sala con la mirada perturbada. Hay que pasar ya a otra donde esperan flotando cuadros de formato

menor entre los que abundan, más allá del régimen de la línea, composiciones tomadas a menudo por lo vertiginoso, simple juego de resplandores que se sostienen a sí mismos en una ingravidez que tampoco tiene que ver con los hábitos de la conformidad visible. Y vuelve aquí a invadir a uno lo críptico, lo impenetrable, la desaparición del pacto que es todo significado. Son esas caligrafías del lado del signo únicamente; son esas nebulosas en la estela de Rothko o de de Kooning y en las que es imposible adivinar un anclaje seguro, una radicación cierta. Por fin, en una tercera sala, aguardan las libretas. Diez libretas. Son de los amigos del artista, que completan sin norma previa la exposición. Su disposición circular obliga ya al visitante a dar vueltas en torno a ellas –una, dos… diez libretas– hasta volver al punto de partida. Es la propuesta de una responsabilidad compartida, la advertencia de la coincidencia entre horizontes y origen, el azar de los encontronazos entre registros distintos, la alegre complicidad comunal en libertad, la intromisión de otros lenguajes en uno solo que es de todos. El juego de intersecciones que conlleva para Juan Rafael el hecho artístico culminó en esta exposición llena de excepciones con intervenciones de músicos (Alfredo Vidal, Ildefonso Rodríguez, Rodrigo Martínez, Gonzalo Ordás, Guillermo Alonso) en directo mientras el pintor ejecutaba cada vez un cuadro nuevo. Y todos volvíamos a estar en aquel Cabaret Voltaire donde poetas, pintores, bailarines y músicos proponían, en una furiosa indiscriminación, otro orden para el arte y otro orden para el mundo. El mismo orden que reclama de nuevo este artista sigiloso y tranquilo, que nos lleva de la mano a todos, como sin querer hacerlo, hasta donde nos esperaban desde hace tiempo los vértices afilados de la extrañeza.

Por TOMÁS SÁNCHEZ SANTIAGO Artículo publicado el 15 de noviembre de 2019 en el suplemento de cultura “La sombra del ciprés” / El Norte de Castilla





BOSQUES


1.- Año: 2017. Tamaño: 90 x 75 cm.


2.- Año: 2019. Tamaño: 160 x 110 cm.


3.- Año: 2017. Tamaño: 102 x 105 cm.


4.- Año: 2016. Tamaño: 98 x 140 cm.


5.- Año: 2019. Tamaño: 312 x 130 cm.


6.- Año: 2019. Tamaño: 138 x 110 cm.


7.- Año: 2018. Tamaño: 103 x 80 cm.


8.- Año: 2017. Tamaño: 104 x 146 cm.


9.- Año: 2018. Tamaño: 65 x 90 cm.


10.- Año: 2018. Tamaño: 62 x 105 cm.


11.- Año: 2018. Tamaño: 200 x 200 cm.


12.- Año: 2017. Tamaño: 62 x 102 cm.


13.- Año: 2017. Tamaño: 48 x 91 cm.


14.- Año: 2019. Tamaño: 62 x 102 cm.


15.- Año: 2018. Tamaño: 190 x 95 cm.


16.- Año: 2016. Tamaño: 65 x 102 cm.


17.- Año: 2018. Tamaño:35 x 63 cm.


18.- Año: 2019. Tamaño: 50 x 90 cm.


19.- Año: 2018. Tamaño: 62 x 100 cm.


20.- Año: 2017. Tamaño: 70 x 110 cm.


21.- Año: 2016. Tamaño: 98 x 140 cm.


22.- Año: 2016. Tamaño: 84 x 105 cm.


23.- Año: 2018. Tamaño: 73 x 73 cm.


24.- Año: 2017. Tamaño: 73 x 73 cm.


25.- Año: 2018. Tamaño: 200 x 200 cm.


BOSQUES 60 X 60


1.- Año: 2018.


2.- Año: 2019.


3.- Año: 2015.


4.- Año: 2016.


5.- Año: 2018.


6.- Año: 2016.


7.- Año: 2016.


8.- Año: 2017.


9.- Año: 2017.


10.- Año: 2016.


11.- Año: 2019.


12.- Año: 2019.


13.- Año: 2016.


14.- Año: 2018.


15.- Año: 2019.


16.- Año: 2016.


17.- Año: 2018.


18.- Año: 2016.


19.- Año: 2018.


20.- Año: 2018.


21.- Año: 2016.


22.- Año: 2018.


23.- Año: 2016.


24.- Año: 2019.


Música para camaleones Conozco la obra de Juan Rafael desde hace treinta años. Recuerdo los primeros pasos: sus dibujos ilustrando textos nuestros, los cómics y los fanzines comunes, la preparación para ingresar en la Facultad de Bellas Artes. Vivimos juntos en aquel entonces, viajamos juntos en camiones nocturnos de mercancías, donde traíamos cuadros suyos para sus primeras exposiciones en la ciudad. Fui testigo de su crecimiento como pintor, de sus hallazgos, de la consecución de un lenguaje propio, de sus exposiciones grandes y pequeñas; y también de sus silencios, de sus decepciones y desánimos. De las caídas y las resurrecciones, que le son inherentes a cualquier artista que se precie de serlo. Sin embargo, no creo que nada de esa biografía común me legitime para hablar de su obra. Es más bien una confluencia estética —más de espectador afín que de espectador privilegiado, más de creador que confluye con su poética, que de camarada— en lo que intento basarme para estas cuatro palabras que acompañan a su nueva aventura expositiva en la galería Ármaga. A mi modo de ver, la pintura de Juan Rafael reclama sin imponerse cierto rigor en la mirada. Hay quien se queda en la superficie y le funciona. El cuadro se deja, como si fuese un gato, ser visto así. Permite llevártelo a casa, acompañarte suavemente, dejarse acariciar de vez en cuando. Y ahí se queda agazapado en tu salón, en un pasillo iluminado, en la habitación. Y un día se abalanza sobre ti y te asusta como si te despertasen en un sobresalto. Quien sólo vio una superficie plana, lisa, un adorno, una mascota, cree ahora estar drogado. Los planos se intercambian en un movimiento suave pero continuo, un dentro-afuera, una rotación lenta de múltiples elementos: temblor líquido y niebla sinuosa. La corteza se agrieta, aparecen animales que huyen de un bosque en llamas. Esta pintura no apela directamente, no escruta al que mira, no contamina ni embadurna. La obra de Juan Rafael carece de anécdota, brota. Es una mezcla de arquitectura y paisaje. Su capacidad de transformación la hace estar viva, como un cuerpo que se retuerce. Emboscarse es ser bosque. Esta pintura es un niño escondido, con esa mezcla de ingenuidad y pillería. Las quemaduras, los rasponazos, los tatuajes, las cicatrices, las arrugas, las vetas, los surcos, las veladuras, los resplandores, el trazo de la escritura, las texturas, los hilos, las máscaras, los pliegues, las vibraciones… hacen música del árbol caído. Víctor M. Díez. 2016


L I B R E TA S



INSTALACIÓN / OBRA COLABORATIVA Para la realización de esta pieza, el autor llevó a cabo diez libretas cuadro, que entregó a diferentes autores para su intervención. Los colababoradores fueron:

Eloísa Otero Pablo García Tomás Sanchez Santiago Felipe Zapico María Murciego Ildefonso Rodríguez Juan Luis García Víctor M. Díez Alba González Guadalupe Díez

Estas libretas se pueden ver al completo en el blog de Juan Rafael: https://juanrafaelalvarez.wordpress.com/2020/11/20/diez-libretascuadro-de-juan-rafael-intervenidas-por-diez-artistas/




LIBRETAS-CUADRO






O T R OS CUADRO S


1.- Año: 2019. Tamaño: 94 x 75 cm.


2.- Año: 2019. Tamaño: 70 x 102 cm.


3.- Año: 2014. Tamaño: 60 x 60 cm.


4.- Año: 2016. Tamaño: 140 x 100 cm.


5.- Año: 2014. Tamaño: 60 x 60 cm.


2.- Año: 2017. Tamaño: 110 x 100 cm.


7.- Año: 2014. Tamaño: 60 x 60 cm.


8.- Año: 2017. Tamaño: 108 x 104 cm.


9.- Año: 2014. Tamaño: 60 x 60 cm.


10.- Año: 2012. Tamaño: 55 x 80 cm.


11.- Año: 2016. Tamaño: 35 x 55 cm.


12.- Año: 2016. Tamaño: 50 x 50 cm.


13.- Año: 2016. Tamaño: 110 x 55 cm.


14.- Año: 2016. Tamaño: 100 x 58 cm.


15.- Año: 2014. Tamaño: 100 x 58 cm.


16.- Año: 2017. Tamaño: 50 x 50 cm.


16.- Año: 2018. Tamaño: 35 x 50 cm.


17.- Año: 2015. Tamaño: 42 x 40 cm.


18.- Año: 2017. Tamaño: 43 x 43 cm.


19.- Año: 2015. Tamaño: 50 x 50 cm.


20.- Año: 2015. Tamaño: 60 x 45 cm.


21.- Año: 2014. Tamaño: 60 x 102 cm.


22.- Año: 2012. Tamaño: 108 x 40 cm.


Alo largo de esta exposición, se llevaron a cabo ocho intervenciones pictóricas improvisadas con diferentes músicos. Esta actividad se llamó “IN SITU”

Dos de ellas ya se pueden ver en los documentales elaborados por el realizador URSI SANCHEZ EN LAS SIGUIENTES DIRECCIONES:

https://youtu.be/FelHi9-BnmI https://youtu.be/U3t19RtyM0g


2019


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