Expresarte (ene mar 2017)

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ANCLAJES

ANCLAJES

QUILLA VELAMEN

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EXPRESARTE REVISTA CULTURAL DE QUINTANA ROO

QUILLA

UNA HISTORIA GRABADA ENTRE LAS PIEDRAS

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esde hace años, pueden verse en el fuerte de San Felipe, en Bacalar, a niños y jóvenes que pintan, actúan y bailan a la luz del arte. En el pasado, la vida era menos romántica sobre estos adoquines donde ahora se dispersan hojas de árboles y mágicos dibujos. Como toda fortaleza edificada para salvaguardar su entorno, el fuerte es una obra nacida del miedo. Su construcción inicia en 1727, después de que Bacalar sufriera reiterados ataques de piratas caribeños (como Diego “El mulato”) y contrabandistas europeos, principalmente ingleses. Fue entonces que el mariscal de campo Antonio Figueroa y Silva Lazo de la Vega quiso revivir la villa poblándola con laboriosos colonos oriundos de Islas Canarias. Cerrados por muros en los vértices de un área superior a los veinte metros, se edificaron cuatro baluartes, a manera de romboides, que se nombran, de acuerdo con su orientación: San Antonio (noroeste), San José (noreste), Santa Ana (sureste) y San Joaquín (suroeste). Este último es también el nombre del santo patrono local y de una aldea de Belice fundada por bacalareños. La puerta principal queda al norte, único acceso hacia el interior. Un foso pequeño rodea los baluartes y las murallas que los unen. Adentro, frente a la muralla sur, se construyó un

caballero alto nombrado Jesús María, cuyos techos eran muy débiles en un principio y hubo que sustituirlos por una azotea de madera, donde instalaron seis cañones y quince pedreros. El caballero fue seccionado en seis habitaciones: capilla, polvorín, almacén, sala de comandante, albergue para tropas y sala de armas. En 1733, Juan Podio ordenó ampliar los interiores y se levantaron muros para unir a los baluartes. Sucesivamente, se agregaron fragmentos. A la izquierda de la entrada, se hizo una torre de vigía. A la derecha, se edificó una troje de maíz. La villa vivió en la más absoluta prosperidad dedicada, sobre todo, a la agricultura hasta que en 1751 los colonos ingleses establecidos en Valis (al sur del Río Hondo) atacaron el fuerte de San Felipe. Esos ataques se repitieron causando destrozos en las construcciones y angustia en los pacíficos pobladores, y dinamizando a su vez una vida de abrumadora paz y soledades. Fue creada entonces una expedición con barcos de Honduras, Cuba, Nueva España, Campeche y Bacalar; y expulsaron así a los invasores de aguas y territorios aledaños, aunque el conflicto tuvo su solución formal en 1783 cuando –mediante un tratado firmado en París– autorizaron que los ingleses, convertidos en saqueadores de palo de tinte, permanecieran en Honduras Británica. En esa época, tras las restauraciones, la planta del fortín parecía una estrella de cuatro puntas, integrada por

DE LA REDACCIÓN

Museo de la Piratería I Bacalar, Q. Roo

un cuadro principal y en cada cima llamativos romboides. Se crearon novedosas garitas voladas en lugar de las antiguas, que eran internas, y ello propició una estratégica vigilancia, pues desde esa altura se podía atisbar con mayor amplitud el horizonte. El fuerte era una amenaza para las colonialistas británicos y el más lejano bastión militar de México en su confusa frontera sur. Ya en 1812 albergaba a doscientos soldados divididos en dos compañías. El prestigio de esos militares, dice la microhistoria, rivalizó con el del Batallón de Castilla, la Compañía de Dragones de Mérida y los Artilleros de Campeche. Bacalar creció y sus campos circundantes comenzaron a llenarse de sembradíos y prósperas cosechas, embarcaciones comerciales surcaron la laguna, e inmensas caravanas de indígenas y arrieros arribaban cada día a la plaza. En 1845 la población civil llegaba casi a los seis mil habitantes, quienes disponían de iglesia, tiendas bien surtidas y una aduana marítima.

Motivado por ese auge, el gobernador de Yucatán, José Tiburcio López, quiso abrir un camino entre la selva para unir a Bacalar con Champotón, en la otra orilla de la península, pero justo al comienzo de esa hazaña constructiva estalló la Guerra de Castas. Los rebeldes mayas comandados por Venancio Pec, tras sostener sangrientos combates, se adueñaron del fuerte.

Bacalar volvió a ser recuperado y después perdido hasta que en la primavera de 1849 el coronel José Dolores Cetina y una tropa del Ejército Federal Mexicano expulsaron a los mayas.

El fuerte retomó su fisonomía bélica y se construyeron trincheras y tapias en sus alrededores. Los indígenas siguieron atacando y Bacalar permaneció asediado por el humo y las balas. Las escenas más crueles se produjeron en 1858 cuando la villa fue tomada por cerca de dos mil rebeldes que (según historiadores locales) se comportaron muy violentos. El pueblo quedó en la soledad durante medio siglo, tragado por la selva. Así lo encontró, a finales de 1899, Othón Pompeyo Blanco, quien había fundado, un año antes, las primeras casas de Payo Obispo. La fortaleza siguió en el olvido mientras fluía el siglo XX. Ocho décadas después fue declarada monumento histórico por el Instituto Nacional de Antropología e Historia. Hoy es el Museo de la Piratería y un fórum para obras dancísticas y teatrales, lecturas literarias y exposiciones pictóricas. Hoy, en vez del espanto de la guerra, sobre sus adoquines reina el arte.

El fuerte era una amenaza para los colonialistas británicos y el más lejano bastión militar de México en su confusa frontera sur. Fuerte de San Felipe I Bacalar, Q. Roo

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