Sharpe 11

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Bernard Cornwell

Sharpe y el tigre de Bengala

derecha trataba de encontrar los globos oculares del sargento que chillaba cuando de repente, desde allí cerca, a su espalda, una voz empezó a gritar. —¡Guardia! —exclamó la voz—. ¡Guardia! —¡Dios! —Sharpe soltó a su enemigo, se dio la vuelta y vio al capitán Morris justo al otro lado de las hileras de caballos. El alférez Hicks estaba con él. Hakeswill había caído al suelo, pero ahora trataba de ponerse en pie agarrándose al astil de su alabarda. —¡Me atacó, señor, eso es lo que hizo! —El sargento apenas podía hablar a causa del dolor que tenía en el estómago—. ¡Se volvió loco, señor! ¡Loco, señor! —No se preocupe, sargento, tanto Hicks como yo lo vimos —dijo Morris—. Vinimos a comprobar cómo estaban los caballos, ¿no es así, Hicks? —Sí, señor —respondió Hicks. Era un hombre pequeño, muy entrometido, que nunca le llevaría la contraria a un superior. Si Morris afirmaba que las nubes estaban hechas de queso, Hicks se pondría firmes, movería la nariz y juraría y perjuraría que olían a Cheddar—. Es un caso clarísimo de agresión, señor —dijo el alférez—. Un ataque sin provocación. —¡Guardia! —gritó Morris—. ¡Aquí! ¡Rápido! El rostro de Hakeswill sangraba, pero el sargento logró esbozar una sonrisa burlona. —Ya le tengo, Sharpy —dijo en un murmullo—, le tengo. Es una falta que se castiga con azotes. —Hijo de puta —le dijo Sharpe en voz baja, y se preguntó si debía escapar. Se preguntó si tendría alguna posibilidad de huir de allí a salvo si echaba a correr y se adentraba en la oscuridad, pero el alférez Hicks había desenfundado su pistola y el sonido del percutor al amartillar el arma frenó el minúsculo impulso que sintió Sharpe de echar a correr. Llegó un jadeante sargento Green con cuatro soldados de la guardia y Morris empujó los caballos a un lado para que pasaran entre ellos. —Arreste al soldado Sharpe, sargento —le ordenó a Green—. Arresto riguroso. Atacó al sargento Hakeswill y Hicks y yo presenciamos la agresión. El alférez Hicks se encargará del papeleo. —Con mucho gusto, señor —asintió Hicks. El alférez hablaba arrastrando las palabras, lo cual delataba que había estado bebiendo. Morris miró a Sharpe. —Esto significa un consejo de guerra, Sharpe —dijo el capitán, luego se dirigió de nuevo hacia Green, que no se había movido para obedecer sus órdenes—. ¡Hágalo! —¡Señor! —respondió Green al tiempo que daba un paso adelante—. Vamos, Sharpy. —No he hecho nada, sargento —protestó Sharpe.

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