Sharpe 11

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Bernard Cornwell

Sharpe y el tigre de Bengala

Hakeswill se quedó donde estaba. —¿Sin resentimientos, muchacho? —No soy ningún muchacho, Obadiah. Soy un sargento, igual que usted. Me lo ha prometido el coronel Wellesley, fíjese. Ahora soy sargento, como usted. —Lo es, lo es, y así debe ser. —El rostro de Hakeswill se convulsionó de nuevo—. Yo ya se lo dije a Morris, ¿sabe? Ese Sharpy, le dije, es el mejor sargento en ciernes que he visto nunca. Un buen muchacho, le dije. Me he fijado en él, señor. Eso es lo que le dije al señor Morris. Sharpe sonrió. —Bueno, pues salga aquí fuera, Obadiah. Hakeswill retrocedió hasta la pared del fondo de la celda. —Es mejor quedarse aquí, Sharpy —dijo—. Ya sabe cómo son los muchachos cuando les hierve la sangre. Podrían herirme ahí arriba. Será mejor que me quede aquí un rato, dejemos que los muchachos se calmen primero, ¿eh? Sharpe cruzó la celda con dos zancadas y agarró a Hakeswill del cuello. —Usted va a venir conmigo, cabrón —dijo al tiempo que tiraba del sargento que gimoteaba—. Debería matarle aquí mismo, escoria, pero no se merece morir como un soldado, Obadiah. Está usted demasiado corrompido para recibir un balazo. —¡No, Sharpy, no! —Hakeswill gritó mientras Sharpe lo arrastraba fuera de la celda por encima del cadáver del tigre y lo hacía subir por las escaleras de piedra—. ¡Yo no le he hecho nada! —¡Nada! —Sharpe se volvió furioso hacia Hakeswill—. ¡Hizo que me azotaran, hijo de puta, y luego nos delató! —¡No lo hice! ¡Con la mano en el corazón y que me muera ahora mismo, Sharpy! Sharpe empujó a Hakeswill hacia los barrotes de la verja exterior de las mazmorras y lo arrojó contra las barras de hierro, luego le pegó un puñetazo en el pecho al sargento. —Va usted a morir, Obadiah, se lo prometo. Porque usted nos delató. —Yo no hice nada —replicó Hakeswill respirando con dificultad—. Por el último aliento de mi madre, Sharpe, no lo hice. Lo de los azotes sí. Eso sí que fue cosa mía, ¡y estaba equivocado! —Trató de arrodillarse, pero Sharpe tiró de él y lo puso en pie—. No le traicioné, Sharpy. Yo no le haría eso a otro inglés. —No dejará de mentir ni cuando esté usted atravesando las puertas del infierno, Obadiah —le dijo Sharpe al tiempo que volvía a agarrar del cuello al sargento—. Y ahora vamos, cabrón. —Tiró de Hakeswill por la verja exterior de las mazmorras, cruzaron hacia el otro lado del patio y entraron en el callejón que conducía hacia el sur, hacia el palacio. Un pelotón de soldados de listas atigradas pasó corriendo frente a la boca de la callejuela en dirección a las murallas del oeste, pero ninguno de ellos se fijó en Sharpe. El guardia que había en la puerta norte del palacio sí que lo vio y apuntó su mosquete, pero Sharpe le gruñó las palabras mágicas—: ¡Gudin! Coronel

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