Sharpe 03

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Bernard Cornwell

Sharpe y sus fusileros

Capítulo 17

El martes por la tarde dejó de llover. Se abrió el cielo azul entre jirones de nubes y, como una bestia salvada de ahogarse inminentemente, el ejército se levantó del barro y atacaron las trincheras con renovada energía. Transportaron los cañones colina arriba aquella noche. El terreno todavía era un barrizal casi impracticable, pero arrastraron cuerdas, lanzaron mimbres bajo las ruedas, y con un entusiasmo con que les dotaba el descanso climatológico, las tropas llevaron los cañones de veinticuatro libras hasta las recién excavadas baterías. Por la mañana, durante un amanecer milagrosamente despejado, se oyeron los gritos que provenían del campamento británico. ¡Se había disparado el primer tiro y ellos respondían! Veintiocho cañones de asedio estaban en sus puestos, protegidos con gaviones. Los ingenieros dirigían a los oficiales de artillería de manera que las balas golpearan la base del baluarte Trinidad. Los cañones franceses intentaban destruir los cañones de asedio y el valle, por encima de las plácidas y grises aguas estancadas del Rivillas. Era digno de verse el río envuelto en el humo que se arremolinaba cuando las balas de los cañones atravesaban la niebla. Al final del primer día, cuando la brisa del atardecer dispersó el humo hacia el sur, se hizo visible un boquete en la obra del baluarte. No era grande, más bien una desportilladura rodeada de pequeñas marcas de disparos. Sharpe echó una mirada a los daños con el catalejo del comandante Forrest y soltó una risa desganada. —Dentro de tres meses, señor, se darán cuenta de que estamos aquí. Forrest no dijo nada. Temía el humor de Sharpe, la depresión que había llegado con la ociosidad. El fusilero apenas tenía obligaciones. Parecía que Windham había abandonado la formación de mujeres, las muías pastaban, y el tiempo de Sharpe transcurría lentamente. Forrest le había hablado a Windham, pero el coronel había sacudido la cabeza. —Todos estamos aburridos, Forrest. El asalto lo curará todo.

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