El hombre equivocado

Page 162

John Katzenbach

El hombre equivocado

se estrelló con su coche patrulla en una persecución, había salido sólo con un par de rasguños, mientras que los niños ricos y borrachos del BMW de papá que perseguía eran atendidos infructuosamente por una UVI móvil. En un tiroteo con unos traficantes, una noche le dispararon el cargador entero de una 9 mm, sólo para estampar cada bala en la pared que tenía detrás, y él había disparado un único tiro con los ojos cerrados, acertando al pecho del otro tipo. Había salido de tantas situaciones apuradas que ya le costaba recordarlas todas, incluyendo un enfrentamiento con un asesino en serie que esgrimía un cuchillo de carnicero en una mano y retenía a una niña de nueve años con la otra, con el cuerpo de su ex esposa a los pies y su suegra en el suelo de la cocina en un charco de sangre. Murphy recibió una recomendación por ese arresto. Una recomendación y una amenaza del asesino, que juró convertirlo en una de sus próximas víctimas si alguna vez salía libre, cosa bastante improbable. Matthew Murphy consideraba el número de amenazas que había acumulado el baremo más adecuado de sus logros. Tenía demasiadas que contar. Cogió los papeles del asiento del pasajero. En el historial de Murphy, aquel O'Connell apenas representaba una leve molestia. Tomó aire y repasó los documentos una vez más, buscando alguna advertencia de que no se pudiera intimidar a O'Connell por motivos médicos o de otro tipo. No encontró ninguna. Esa era la primera medida que había sugerido a la abogada. Una visita nocturna acompañado por un par de policías fuera de servicio. Una visita informal, pero con toda la amenaza que pudieran transmitir, que era bastante. Le apretarían un poco las tuercas y le enseñarían una amañada orden de alejamiento firmada por un juez. El objetivo era hacerle pensar que acosar a aquella chica no le merecía la pena. Y asegurarse de que comprendiera que, si no se atenía a razones, las consecuencias para él serían terribles. Sonrió. Sin duda funcionaría, pensó. En su trayectoria había lidiado con algunos acosadores bastante chiflados, tipos que no retrocedían ante las amenazas, la ley ni las armas: psicópatas capaces de atravesar una tormenta de fuego para llegar a la persona que les obsesionaba, pero O'Connell parecía sólo un baboso de poca monta. Murphy conocía muy bien esa clase de basura social. Lo que no entendía, por mucho que leyera sobre O'Connell, era por qué esa pequeña rata creía que podía fastidiar a gente como Sally Freeman-Richards y su hija. Sacudió la cabeza. Había intervenido en más de un homicidio en que un marido o un novio abandonado descargaban su furia contra una pobre mujer que intentaba continuar con su vida. Murphy tenía una afinidad natural con cualquiera que intentase escapar de una relación abusiva. Lo que no comprendía era de dónde procedía la obsesión. En los casos que había visto a lo largo de los años, le parecía que el amor era tal vez la razón más estúpida para perder la libertad, el futuro y en algunos casos la vida. Echó otro vistazo al portal del apartamento. —Vamos, chico —masculló en voz baja—. Sal para que pueda verte. No me 162


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.