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Los Espíritus del Bosque
Según la mitología nórdica, en un principio sólo existía el Frío y el Calor. El frío era Nilfheim, un mundo helado sumergido en la oscuridad y cubierto por la niebla. El calor era Muspell, el mundo del eterno calor.
Entre estos dos mundos existía un abismo llamado Ginnungagup, en donde surgió la vida al fusionarse el fuego de Muspell y el hielo de Nilfheim. De aquí nació el ogro Ymir y la enorme vaca Audumbla. El ogro bebió de su leche y creó a partir de su sudor una pareja de gigantes, los “gigantes de escarcha” o yotes, y de sus pies un hijo. Audumbla lamió la escarcha de las rocas salobres hasta que nació el primer hombre, Buri, descendiente de los dioses (asas).
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Bor, el hijo de Buri, se casó con Bestla, hija de unos yotes. Estos dos engendraron a los dioses Odin, Vili y Ve, que fueron los encargados de matar a Ymir y de crear con su cuerpo el mundo.
Con su carne crearon colinas, llanuras y estepas. Con su sangre, llenaron los ríos, mares y lagos. Con sus dientes y sus huesos, fabricaron rocas y montañas, y, con su pelo, los árboles y los arbustos.
Después, con la ayuda de cuatro enanos que surgieron del interior de la tierra, formaron el cielo utilizando el cráneo de Ymir como cúpula del firmamento y sus sesos como nubes.
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Para crear el día y la noche, los hijos de Bor se fijaron en la bella hija de uno de los primeros gigantes, Noche, que tenía la tez oscura y el cabello negro, y en su único hijo, Día, hermoso y de melena dorada. Viendo que era la mejor opción, les ofrecieron a la madre y al hijo la oportunidad de regir cada jornada: Noche viajaría por el cielo con su carro alado durante doce horas, y Día durante otras doce más.
El mundo, ya creado por completo, fue repartido y dividido en cuatro: Jotunheim (la tierra de los gigantes), Midgardr (la tierra de los hombres), Hel (la tierra de los muertos) y Asgardr (la tierra de los dioses). De aquí surgirían después otros mundos, como Svartalfheim, el mundo de los elfos oscuros, o Jotunheim, el de los gigantes de hielo.
Los protagonistas de este capítulo son los espíritus del bosque o el Pueblo del Musgo. Estos habitaban en los árboles de los bosques y eran pequeños, macizos, ásperos y de color grisáceo, similar a la corteza de los árboles, y tenían la piel cubierta de musgo. Suelen ser confundidos por elfos, enanos, trolls y hadas, pero realmente son diferentes.
Se caracterizan por ser extremadamente discretos y por mantener una conexión muy íntima y especial con los árboles y el bosque. Son los pastores de los árboles más viejos y sabios, aquellos que aún recuerdan el pasado de la tierra, antes de que los seres mágicos abandonaran nuestro plano de existencia.
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Los primeros registros que encontramos sobre estos seres datan del siglo VI, cuando el historiador romano Jordanes confirma la existencia de un pueblo del bosque cuyos habitantes estaban recubiertos de musgo. En el siglo XI, el obispo Burchard de Worms avisó de la presencia de estos seres y recomendó que nadie se acercara a sus territorios.
Según varios escritos, como los de los hermanos Grimm, el Pueblo del Musgo y los humanos convivían en armonía y cordialidad. Pero, conforme los núcleos de población fueron aumentando, la relación se volvió más tensa y se acabó rompiendo por el dominio de los hombres sobre la tierra de los grandes árboles.
A mediados del siglo X, esta civilización entró en deterioro. Se contaban historias de que recorrían largos viajes en busca de leche materna humana para alimentar a sus crías y engendrar nuevas camadas (conocidas como Changelings) con mujeres humanas, tras el abandono/muerte de las Holzfräulein, “damas de madera”, o Moosfräulein, “damas de musgo”.
Esta decadencia se debió, principalmente, a la desaparición de los árboles a cuyo destino estaban unidos cada uno de los habitantes. El número de espíritus fue descendiendo considerablemente hasta que sólo quedaron unos pocos, ya viejos, deteriorados e increíblemente hostiles con los humanos. Estos se encontraban en el fondo del bosque, en el
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norte, dentro de árboles retorcidos, esqueléticos y sin hojas. Allí esperan el regreso de las hembras, que pueden revitalizar la savia y endurecer las blandas ramas, llegando así el posible renacer del Pueblo del Musgo.
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Historias para no dormir


Gashadokuro
En la mitología japonesa, existen, entre cientos de demonios y criaturas sobrenaturales, unos esqueletos gigantes que deambulan por la noche, arrastrándose y castañeando sus dientes.
Estos seres son treinta veces más grandes que el humano promedio y, según la leyenda, están formados a partir de los huesos de soldados que murieron en el campo de batalla sin recibir después los ritos funerarios adecuados. Incapaces de pasar al otro mundo, sus almas se unieron consumidas por la ira y el dolor para buscar venganza entre los vivos.
Suelen aparecer después de medianoche, vagando por los oscuros caminos y buscando víctimas, normalmente viajeros solitarios a los que agarrará y les morderá la cabeza para beber su sangre. La señal que anuncia la llegada del Gashadokuro es únicamente un molesto zumbido, ya que posee el poder de la invisibilidad.
Al ser criaturas tan grandes y poderosas, es imposible aniquilarlas. Solo cuando la energía de sus cuerpos se acaba y las almas que lo componen han saciado su sed de venganza, estos monstruos desaparecen.
El origen de esta leyenda se remonta al primer milenio del antiguo Japón. Taira no Masakado, un conocido samurái, inició una rebelión contra el ggobierno central de Kioto. La corte imperial respondió a sus
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