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Biloko
En la cultura africana, existe una criatura diábolica llamada el Biloko, también conocido como Eloko.
Este ser deambula por las zonas más aisladas del centro de África, concretamente en el territorio del Zaire, un país de la región del Congo que se caracteriza por su paisaje tropical. Suele cazar humanos por los bosques de esta zona, debido al rencor y odio que siente hacía ellos, y guarda con avaricia sus tesoros.
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De pequeña estatura, los Bilokos viven en los árboles huecos de la selva y están cubiertos por algunas hojas, que hacen función de ropa, y hierba, que crece en sus cuerpos. Tienen una cabeza sin ningún rastro de cabello, unos ojos penetrantes, hocicos con una boca capaz de tragar a un ser humano y unas garras largas y puntiagudas como cuchillos. Tienen unas pequeñas campanillas que pueden hechizar a las personas, pero que avisan a la víctima de su presencia.
Según una de las leyendas más conocidas sobre este monstruo, hace muchos años, un joven cazador llevó a su esposa a una choza que tenían en lo más profundo del bosque. La casa era pequeña y no tenía mucha protección, tan sólo una valla fabricada a partir de palos.
El hombre, antes de salir a comprobar las trampas que había colocado, avisó a su amada de que no se moviera si escuchaba una campana. Si abría la puerta o emitía algún tipo de sonido, su muerte llegaría.
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Una hora después de que el cazador se marchara, la mujer escuchó el suave y encantador tintineo de una campana. La dulce voz de un niño sonó en la puerta de la estancia y le pidió que le dejara pasar. Al abrir, la chica se encontró con un Biloko, que olía como el bosque y tenía un aspecto simpático y agradable.
Inocentemente, la esposa del cazador le preguntó a la criatura si quería puré de plátano y pescado frito. El ser exclamó, con una voz amarga e irritante: “Estoy hambriento, pero solo como carne humana. Dame tu brazo para que pueda comérmelo ” . Embrujada bajo los hechizos del Biloko, la mujer accedió a su petición y le acercó el brazo.
Al llegar la noche, el cazador llegó a la choza satisfecho con lo que había cazado. Pensaba en la abundante y rica cena que comería junto a su esposa. Sin embargo, cuando abrió la puerta, encontró algo que le dejó horrorizado: los huesos de su amada esparcidos por el suelo en un gran charco de sangre. La bestia la había engullido sin dejar apenas rastro.
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