Mesa Redonda 6

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MESA REDONDA 6 Pascal Boyer De una cuidada irrelevancia a la integración del conocimiento Daniel Dennett La «extraña inversión de razonamiento» de Darwin Joaquín Roy Crisis y esperanza de la integración regional en Europa y Latinoamérica Pedro Reyes García ¿Cómo y por qué usamos Internet? Abraham Santibáñez Los tipógrafos y el comienzo del periodismo en Chile Dossier Albert Camus


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mesa redonda

director responsable editor

Jaime Luque

Edison Otero

Ee com i té edi to ria l Susan Haack Doctor en Filosofía Universidad de Cambridge

Iván Carvajal Doctor en Filosofía Pontificia Universidad Católica del Ecuador

José Maza Doctor en Astronomía. Universidad de Toronto, Canadá Premio Nacional de Ciencias

Luis Moraga Doctor en Física Universidad de Chile

John D. Peters Doctor en Comunicación Universidad de Iowa, EE. UU.

Manuel Acevedo Economista Universidad de Buenos Aires Derrick De Kerkhove Doctor en Filosofía Universidad de Toronto, Canadá

Julio Pozo Doctor en Física Universidad de Chile

Joshua Meyrowitz Doctor en Comunicación Universidad de New York, EE. UU.

Kathinka Evers Filósofa Universidad de Uppsala, Suecia

Ricardo Maccioni Doctor en Ciencias Universidad de Chile Premio Nacional de Ciencias

Mario Orellana Antropólogo Premio Nacional de Historia

diseño y edición

www.tipografica.cl

Mesa Redonda es una publicación de la Vicerrectoría Académica de la Universidad Central de Chile Toesca 1783, segundo piso • mesaredonda@ucentral.cl santi ago de chile

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Contenido

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editorial

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pascal boyer De una cuidada irrelevancia a la integración del conocimiento. Los modos de estudio y la antropología cultural

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daniel dennett La «extraña inversión de razonamiento» de Darwin

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joaquín roy Crisis y esperanza de la integración regional en Europa y Latinoamérica

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pedro reyes garcía ¿Cómo y por qué usamos Internet? El caso de los telecentros en Chile

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abraham santibáñez Los tipógrafos y el comienzo del periodismo en Chile dossier alber t camus

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mario valdovinos Extraños en el polvo. Albert Camus en sus primeros cien años

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edison otero Camus, más presente que nunca

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david vera meiggs Camus y el teatro: Dios, el poder y la nada reseña

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josé weinstein cayuela Donde el cerebro y la educación se juntan


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Editorial

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jaime luque Director

El hecho de reeditar una revista académica tiene un valor intrínseco que nadie discute, pero supone desafíos y genera expectativas que van más allá del acto en sí mismo. Lo que se espera es una nueva propuesta que, a la luz de las versiones anteriores, incorpore alguna novedad o una nueva línea editorial. Esto es lo que sucede con la revista académica Mesa Redonda de la Vicerrectoría Académica de la Universidad Central de Chile, revista multidisciplinaria editada entre los años 2002 y 2006. Mantenemos la línea editorial anterior y esta vez colocamos el acento en las corrientes de pensamiento contemporáneo, las nuevas tendencias y el pensamiento crítico, sin exclusiones. Para esto disponemos de un comité editor integrado por académicos —nacionales y extranjeros— destacados en sus respectivas especialidades, que nos orientan en la búsqueda de temas a abordar y evalúan las distintas propuestas. Esta tarea no es simple —como tampoco la selección— dado el amplio espectro de posibilidades y la dinámica de la producción que existe en el ámbito intelectual. Adicionalmente, en esta nueva versión incorporamos un dossier, con el objetivo de analizar, desde distintas miradas, lo más relevante de un tema o de un intelectual destacado. Esta vez lo hemos dedicado a Albert Camus —ensayista, dramaturgo y filósofo— con motivo de la conmemoración de los cien años de su nacimiento.


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Cuando optamos por mantener la línea editorial de las anteriores versiones lo que queremos sostener es el hecho de privilegiar el desarrollo de los temas desde la perspectiva de extraer o construir significados que puedan existir en el relato de un hecho, experiencia o creencia —que por cierto constituyen la base de la discusión— y que inviten al lector al ejercicio intelectual de la reflexión y la búsqueda de sus propias conclusiones —independiente de las que proponga el autor— e incluso la crítica a las ideas que se exponen. Sería un logro si estimulamos a los lectores a explorar distintas opciones e implicancias que puedan deducir de un relato. Por otra parte, la condición de una revista multidisciplinaria no sólo tiene sentido en razón de la esencia de nuestra institución sino que, por sobre la especificidad natural y propia del conocimiento, esperamos aportar a la integración de las distintas disciplinas, en un intento —muchas veces forzado— para analizar un hecho, idea o experiencia, desde diversas perspectivas y posibilidades que permitan un diálogo desde otras esferas. Las revistas disciplinares tienen un ámbito restringido a la naturaleza de su accionar intelectual, restricción que tiene el mérito de focalizar los avances de su disciplina y entablar diálogos entre sus practicantes. No obstante, la mayoría de la veces esto, que parece ser virtuoso, se transforma en una dificultad para entablar un diálogo con otras áreas, la que no radica necesariamente en un problema de lenguaje o marco conceptual —algo así como un diccionario o un traductor— sino que radica en una especie de reticencia a entablar lazos y relaciones con otros ámbitos del saber. Sí existen razones para mirar las ciencias naturales desde las ciencias sociales, las humanidades o el arte, y viceversa. Probablemente, lo que requerimos es la disposición intelectual para encontrarlas. En esto, la penúltima palabra la tenemos nosotros, la Mesa Redonda, y la última usted, el lector.

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De una cuidada irrelevancia a la integración del conocimiento. Los modos de estudio y la antropología cultural

e pa sc a l b oye r Universidad de Washington St. Louis.

¿Por qué la mayor parte de la antropología cultural resulta ampliamente irrelevante? En las discusiones académicas más generales, la voz de ese campo en particular casi no se escucha; sus especialistas ya no aparecen entre los intelectuales públicos reconocidos e importantes de hoy; y su contribución a los debates públicos se aproxima a cero. Este último rasgo es el más problemático, puesto que los temas de la antropología cultural parecieran estar en el centro de debates sociales cruciales. Aunque voy a corroborar este diagnóstico más bien duro, el punto con el presente trabajo es, antes que proferir un lamento, más bien proponer una etiología y tal vez una cura para la actual condición de la antropología cultural. Mi diagnóstico es que se trata de una condición en gran medida autoinferida. La antropología cultural no tiene un lugar en el discurso público porque la mayoría de los antropólogos culturales han hablado y escrito fuera de los debates públicos, en gran medida porque persiguen intereses fetichistas, o defienden posturas metodológicas que no tienen relevancia posible o no son de interés para la cultura en general. Esto está comenzando a cambiar. Sin embargo, ese cambio, en gran medida, está ocurriendo no en la corriente principal de la antropología cultural sino más bien en sus márgenes.


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Debiera empezar reconociendo que hay un gran número de respetable y, en verdad, excelente investigación en el área, pero difícilmente sea ese el tema. Lo que está en juego es cierto estilo intelectual, más bien de cosecha reciente en su mayor parte en la antropología cultural pero de mayor data en otros campos, que ha bloqueado la energía creativa y la importancia social de la antropología cultural. Lo que es igualmente obvio, no toda la antropología está afectada de esta reciente plaga de irrelevancia. Ante todo, los campos de la antropología biológica y la arqueología parecen gozar de buena salud. Menciono también que los intereses tradicionales de la antropología cultural están obteniendo hoy un nuevo seguro de vida y con frecuencia una mucho mayor y animada relevancia pública a través de los biólogos evolucionistas y los economistas, sugiriendo que puede haber un campo como la ‘ciencia de la cultura’ o, al menos, algunos progresos incipientes hacia una disciplina integrada tal. La declinación pública y una autoimpuesta «reducción de la misión»

Consideremos tópicos de debate público; por ejemplo, la organización del matrimonio, la familia y las relaciones de género, la construcción de la confianza social y las normas de cooperación, las consecuencias de la migración a gran escala, los efectos de contacto cultural universal, los mecanismos de la persuasión religiosa, las relaciones entre las instituciones religiosas y la sociedad civil, los procesos de conflicto étnico. En todos estos temas y otros relacionados, toda una variedad de disciplinas, desde la economía a la neurociencia y de la biología evolutiva a la historia, tienen mucho que decir al público, mientras la antropología cultural, por lo general, aparece demasiado ocupada en oscuras modas y autorevisiones académicas. Ésta no es solamente una impresión. Una encuesta sobre las menciones de los antropólogos culturales y los temas de la antropología cultural en los debates públicos confirma este eclipse del campo. Considérese, por ejemplo, el estudio altamente detallado de Richard Posner sobre los intelectuales públicos, que incluye una lista cuidadosamente elaborada de individuos con un alto perfil de mención en debates públicos (en libros, magazines, revistas o diarios), principalmente durante los últimos veinte años en la Estados Unidos (Posner, 2001). Digno de destacar es que la lista sólo incluye cinco antropólogos entre los 416 intelectuales públicos. Más notorio aún, tres de ellos han fallecido (Margaret Mead, Ruth Benedict, Ernest Gellner) y los dos restantes son personas de edad (Claude Lévi-Strauss1 y Lionel Tiger). Uno 1. Dado que Lévy-Strauss falleció en 2009, la referencia que Boyer hace como un antropólogo vivo fue redactada con anterioridad. Esto coincide con el hecho de que el artículo de Boyer tiene una primera versión que data de 2003, lo que permite suponer que el autor mantuvo el párrafo sin actualizar el dato relativo a Lévy Strauss (N. del T.).


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pudiera pensar que las fuentes usadas por Posner privilegian a los expertos por sobre los especialistas, así como la política a expensas de otras preocupaciones sociales. Pero no es el caso. Su lista incluye nombres tales como Jerome Bruner y Howard Gardner (educación y psicología), Steven Pinker (lingüística y psicología), Tzvetan Todorov (literatura y filosofía moral), Robert Nozick (filosofía) o Thomas Sowell (economía). Nótese incidentalmente que los cinco antropólogos influyentes (influyentes fuera de la antropología académica), son, a excepción de Mead, bastante ajenos a las modas relativistas y «textuales» de la reciente antropología cultural. Lévi-Strauss, Gellner, y Tiger ciertamente se contarían en las filas de los muy vilipendiados «positivistas», y Tiger, en particular, ha alegado consistentemente a favor de la inclusión de la evidencia biológica en el pensamiento antropológico, una postura que es anatema para la mayoría de los antropólogos culturales actuales (Tiger, 1969; Tiger y Fox, 1971). Para evidencia más detallada, considérese la incidencia del término «antropólogo» en los artículos de periódicos, comparada con los nombres de otros especialistas en temas sociales y culturales. El gráfico 1 presenta los resultados de una reciente búsqueda Lexis-Nexis usando los términos «racismo», «matrimonio», «matrimonio homosexual», «inmigración», «fundamentalismo» y «étnico» (véanse resultados más detallados en el cuadro 1). El cuadro sugiere que, en el contexto de una discusión sobre racismo, los antropólogos serán citados o mencionados probablemente en un tercio menos que los historiadores o los economistas. Lo mismo pasa con la inmigración, el matrimonio (homosexual o no), y el fundamentalismo. Irónicamente, incluso la palabra «étnico» se asocia con «historiador» con seis veces más frecuencia que con

Gráfico 1. Resultados de la búsqueda Lexis-Nexis. Fuente: los periódicos más importantes del mundo, desde el 1 de enero de 2007 y el 30 de junio de 2009. Criterio para la fuente: aparición conjunta (por ejemplo, «racismo» e «historiador») en un conjunto de palabras asociadas, aproximadamente un párrafo.


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Racismo

Matrimonio

Inmigración

Matrimonio gay

Fundamentalismo

Etnia

2003-2005

2005-2007

2007-2009

Historiador

925

909

922

Economista

384

506

440

Cientista político

154

191

174

Antropólogo

214

232

169

Historiador

627

595

489

Economista

299

300

216

Cientista político

87

85

43

Antropólogo

90

94

82

Historiador

206

263

192

Economista

467

702

503

Cientista político

46

98

64

Antropólogo

16

25

19

Historiador

24

16

11

Economista

30

24

11

Cientista político

25

27

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Antropólogo

2

1

0

Historiador

41

46

32

Economista

24

31

39

Cientista político

7

16

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Antropólogo

4

2

0

Historiador

282

324

269

Economista

111

133

121

Cientista político

72

90

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Antropólogo

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Cuadro 1. Resultados de la búsqueda Lexis-Nexis. Fuente: «principales periódicos del mundo», durante tres períodos de dos años. Criterio para la fuente: apariciones simultáneas (por ejemplo, las palabras «racismo» e «historiador») dentro del mismo espacio de 50 palabras, aproximadamente el tamaño de un parágrafo de un artículo de periódico. Las cantidades 2007-2009 incluyen apariciones sólo hasta el 1 de julio de 2009.

«antropólogo». Otra vez, esto sugeriría que en la discusión de fenómenos sociales de interés actual, las visiones de los antropólogos culturales ya no son consideradas realmente. ¿Por qué esta falta de influencia? Excluyendo una improbable conspiración de los medios de comunicación contra los antropólogos culturales, la explicación más plausible es que los periódicos y las revistas no citan a los antropólogos culturales porque no hay mucho que citar. O sea, los antropó-


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logos culturales simplemente no tienen mucho que decir en asuntos como el matrimonio homosexual o la inmigración; o, más específicamente, tienen poco que decir que se relacione de hecho con los debates públicos sobre estos temas. Tal vez el bullicioso relativismo de la antropología cultural (cada cultura a lo suyo, los valores tienen base cultural, los conceptos culturales son intraducibles, etcétera) parece crecientemente irrelevante en un mundo en el que las personas con diferentes normas tienen que vivir juntas y, por eso, se enfrentan a normas y conceptos sin ningún respeto por los sagrados límites de cada «cultura». Tal vez la reciente adicción del campo a las modas académicas ha vuelto a la antropología cultural aún más irrelevante. Las disquisiciones sobre la cultura como texto, el poscolonialismo o incluso los más arcanos temas de la reflexividad pueden no resultar de mucha ayuda para las personas que se preguntan cómo los niños crecerán en familias no tradicionales, bajo qué condiciones la inmigración masiva puede generar la coexistencia pacífica, qué herramientas tenemos para solucionar los odios religiosos entronizados, y otros asuntos semejantes para el debate público serio. «Misión descontrolada» es el proceso, muy temido por los militares y algunos políticos, por el cual un objetivo táctico limitado se convierte en una aventura política desmesuradamente ambiciosa. En los últimos cincuenta años aproximadamente, la antropología cultural ha experimentado el problema opuesto, una forma del todo dramática de «encogimiento de la misión». Comparado con su agenda original, e incluso con lo que rutinariamente es proclamado como su misión en los libros de texto, la antropología cultural ha reducido gradualmente su foco a unos pocos problemas oscuros. Considérese la agenda. La mayor parte de los libros de texto de la antropología parecen reiterar lo que ha sido su misión oficial en el último siglo: proporcionar una comprensión de la naturaleza humana a través de los rasgos más desafiantes y característicos de la especie, a saber la producción de normas, conceptos y estructuras sociales vastamente diferentes. El lenguaje puede haber cambiado un poco, pero el objetivo general todavía es expresado en esos términos. Como lo formula un libro de texto reciente: Los antropólogos investigan, observan, analizan y aplican lo que aprenden con vistas a entender las muchas variantes de la condición humana. Partiendo desde las adaptaciones humanas del pasado, tanto biológicas como culturales, contribuyen a nuestra comprensión de las adaptaciones de hoy (Lenkeit, 2007).

La misma ambición está expresada al comienzo de Anthropology for dummies: ¿Por qué no somos todos iguales? ¿Por qué a lo ancho del mundo las personas tienen diferencias de color de piel y de pelo y de maneras de saludarse? ¿Por qué no todos hablan el mismo lenguaje? (Smith, 2008).


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Pues bien, lo interesante con esta agenda es que virtualmente nadie en la antropología cultural trabaja en tales temas; en verdad, la mayoría de los antropólogos culturales encuentran más bien pintoresca o presuntuosa esta clase de preocupación académica. En vez de abordar asuntos relacionados con la naturaleza humana y la diversidad cultural, han renunciado más o menos a la parte de «naturaleza» de la ecuación. Antes que abordar «grandes» temas, la mayoría de los antropólogos culturales parecen felices con investigaciones reducidamente circunscritas, con frecuencia geográficamente limitadas. Este «encogimiento de la misión» ha resultado así de lo más deplorable justo en el momento en que otros campos empezaron a proporcionar una riqueza de hallazgos y métodos que, cuando se los combina con los estudios antropológicos culturales, pudieran renovar nuestra perspectiva sobre las culturas humanas. En vez de dar la bienvenida a estos avances, parece que la antropología cultural ha roto las ligazones con los otros campos que pudieran nutrir este programa, incluyendo sus campos hermanos de la antropología biológica y la arqueología, y ha ignorado persistentemente los espectaculares desarrollos en la psicología, la economía, la lingüística y la ciencia cognitiva. Modos de estudio: científico y erudito

¿Por qué ocurre esto? Tengo un diagnóstico tentativo para esta situación, que requiere considerar lo que llamo modos de estudio. Se trata de las diferentes maneras cómo son organizadas las contribuciones particulares, tal que son reconocidas como contribuciones válidas para un campo, y sus autores son reconocidos como miembros de buena fe del «gremio». Los grupos profesionales mantienen criterios específicos para el ingreso, y criterios específicos para las producciones del gremio. Esto se aplica de igual manera a las disciplinas académicas, las que no son gobernadas directamente por un mercado externo. El trabajo de uno resulta ser producción académica en la medida en que otros académicos en el propio campo lo consideran como tal. Cada comunidad específica (generalmente coextensiva con lo que denomina un «campo») ha compartido criterios sobre aquél al que se le permite unirse y qué es lo que cuenta como una contribución válida. Igual que un gremio, los miembros de un «campo» protegen su interés común (la reputación de su actividad) restringiendo el ingreso a aquellos que cumplen con ciertas condiciones. En el caso que analizamos, viene a ser lo mismo: ¿cómo, la comunidad de los antropólogos culturales, de hecho decide que tal persona pudiera ser considerada para un puesto como antropólogo cultural o deciden que sus publicaciones califican como contribuciones a la antropología cultural? Para entender la condición actual, la oposición entre las «humanidades» y la «ciencia» es, a la vez, demasiado simple y demasiado general. De hecho, hay


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tres modos distintos de estudio, a los que llamo ciencia, erudición y conexiones relevantes, respectivamente. El modo científico

No debiera tomarnos mucho tiempo describir el modo «científico». No porque la autoridad científica y la certidumbre sean cuestiones simples —lejos de ello. La filosofía de la ciencia resulta difícil precisamente porque no es fácil explicar en qué consiste este particular modo de estudio y qué lo hace diferente de (y ampliamente más exitoso que) las otras maneras de reunir conocimiento (Klee, 1999). Esto no importa para nuestro propósito, sin embargo, porque el modo científico, aunque difícil de explicar, es muy fácil de reconocer. Se sabe cuando se lo ve. He aquí una breve lista de «síntomas» comunes mediante los cuales reconocemos un campo que emplea el modo científico de estudio: 1. Hay un cuerpo consensuado de conocimiento. Lo que ha sido alcanzado hasta aquí es tomado como algo dado por la mayoría de los practicantes. El corpus común incluye también un conjunto de métodos reconocidos, y una lista de cuestiones pendientes y puzles por resolver. Las personas tienden también a estar de acuerdo sobre cuáles de esas cuestiones son importantes y cuáles sólo requieren alguna resolución de un problema y algún reordenamiento del panorama teórico. 2. Los fundamentos de la disciplina y sus resultados son explicados en los libros de texto y manuales, todos los cuales son extraordinariamente similares, como los acuerdos acerca de los puntos esenciales y de cómo llegar a ellos. 3. No importa realmente quién dijo qué o cuándo. En verdad, muchos de los miembros tienen una visión más bien vaga de la historia de sus disciplinas. Muchos biólogos jóvenes se verían en aprietos acerca de qué fue la Nueva Síntesis, quién estuvo implicado, y por qué se necesitó, ante todo, una síntesis. Las figuras del pasado que son reverenciadas pueden ser una fuente de inspiración, porque demuestran cómo hacer grandes descubrimientos, pero no son una fuente de verdad. Darwin creía en una herencia más bien continua que discreta y en alguna transmisión de caracteres adquiridos –con todo lo grande que Darwin fue, en ambos asuntos pensamos que estuvo simplemente equivocado (Mayr, 1991). 4. De manera típica, los autores publican contribuciones cortas. No necesitan establecer por qué el problema abordado es un problema o por qué los métodos son los apropiados, puesto que todo eso forma parte del background acordado. 5. El patrón biográfico típico es que el aspirante a miembro del gremio es intensamente entrenado en el campo especializado desde temprana edad y aporta contribuciones importantes después de unos pocos años de entrenamiento.


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6. Hay un alto grado de acuerdo (dados los rasgos señalados antes) acerca de si una persona dada califica en los requerimientos para ser un especialista en un campo particular, y también hay un alto grado de acuerdo sobre cuán importante es la contribución de cada individuo. Permítaseme enfatizar, otra vez, que ésta no es una descripción de la ciencia sino sólo del estilo científico de estudio, aquí identificado sobre la base de criterios bastante superficiales pero suficientes. De igual modo, no estoy pretendiendo que todos los «científicos» trabajan de esta manera (algo más sobre esto diré más adelante) o que esa «ciencia» sólo ocurre cuando estos rasgos se aplican. Se trata de desarrollar un contraste con otros modos de estudio en los que la legitimación y los estándares son establecidos de manera muy diferente. El modo erudito

Otro modo de estudio es la «erudición», entendida como el requerimiento de que los especialistas de la disciplina debieran tener conocimientos detallados sobre un dominio particular de hechos. Considérese, por ejemplo, la numismática bizantina o la pintura del Renacimiento tardío. Esperamos de los especialistas en estos temas que tengan conocimiento del corpus de las monedas o de las pinturas. Los consultamos para identificar nuevos hallazgos. El modo erudito fue esencial en el desarrollo de muchos campos científicos (y todavía juegan un gran rol). Por ejemplo, la biología empezó como historia natural y todavía la incluye en gran parte. Los rasgos de la erudición son parcialmente similares y parcialmente diferentes a los de la ciencia, como podemos apreciarlo enumerando algunos de ellos que son claves: 1. Hay un cuerpo acordado de conocimiento. También hay un amplio acuerdo sobre lo que queda por hacer. Por ejemplo, sólo ha sido descifrada una pequeña parte del total existente de tablillas mesopotámicas. Falta por describir un gran número de lenguas. Así, las tablillas que faltan por descifrar o las lenguas por describir se ofrecen al aspirante a especialista como un dominio posible de estudio. 2. Gran parte del conocimiento no está explícito en los manuales. Uno lo aprende trabajando bajo la tutela de los especialistas más experimentados y sumergiéndose en el material durante muchos años. 3. La historia del campo sí importa y los especialistas generalmente la conocen. Hay grandes maestros y aunque pudieron haber estado equivocados sus intuiciones importan mucho. Por ejemplo, los estudiosos clásicos de hoy conocen a Bachofen o Straus, los estudiosos de las religiones citan a Otto o Eliade. Pero no son considerados como fuentes infalibles.


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4. Las personas, con frecuencia, publican contribuciones descriptivas cortas, por ejemplo la primera descripción de un nuevo género de insecto o la fonología de un lenguaje específico. También compilan monografías que incorporan vastas cantidades de información sobre un asunto en particular (por ejemplo, la morfología comparada de las especies de hormigas, una enciclopedia de las lenguas de Nueva Guinea, una concordancia de las piezas de Ben Johnson, un catálogo razonado de Guido Reni). 5. La edad es un componente necesario de la competencia. Los expertos más viejos generalmente son mejores, porque la experticia consiste en la acumulación de grandes cantidades de hechos específicos, y también porque un experto necesita el tipo de intuición que sólo toma forma mediante una duradera familiaridad con el material. Sólo un avezado estudioso del Renacimiento puede decirle que esta particular pintura es de la escuela Veneciana y no de la escuela Milanesa. Un estudioso más joven puede confundirse con los rasgos superficiales. 6. Dentro de un campo acotado, la gente está de acuerdo sobre la competencia o incompetencia de un individuo dado, generalmente sobre la base del conocimiento de esa persona acerca de un subcampo de tamaño monográfico. Ahora, como dije más arriba, no hay nada esencial sobre estos modos distintos; en verdad, como veremos, con frecuencia aparecen combinados, y ello puede ser un buen signo de las disciplinas «saludables». Igualmente, si un campo dado usa más o menos uno de esos modos, eso puede cambiar con el tiempo. El cambio tecnológico puede tener dramáticos efectos en su mezcla. Era habitual que los clásicos se basaran fuertemente en la erudición sobre el corpus. El conocimiento de fuentes textuales oscuras (pero relevantes) era una condición sine qua non, y el logro de muchos años de entrenamiento sostenido, vale igual, digamos, para los estudiosos de la filosofía India. Ahora que todo el canon griego y latino está disponible (y ubicable) en CD-ROM, esta forma particular de conocimiento no puede ser usado como criterio de admisión. Cómo se combinan la ciencia y la erudición

Los modos de la ciencia y la erudición se hallan frecuentemente codo a codo en las disciplinas empíricas saludables. La biología y la lingüística son ejemplos excelentes. Los biólogos moleculares actuales trabajan mayormente en el modo científico. Por contraste, se supone que los biólogos evolucionistas tienen un «campo» (por ejemplo, el apareamiento en los antílopes, la coordinación social en las avispas), lo que quiere decir que un modo se requiere tanto como el otro. Esto no es exclusivo. Campos como la ecología con frecuencia necesitan tanto


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el conocimiento erudito extenso (por ejemplo, cómo interactúan diferentes especies, quiénes son los predadores y las presas de cada género, qué densidad mínima de recursos se requiere, etcétera), así como la dedicación en el estilo científico (cómo realizar simulaciones, cómo aplicar modelos óptimos de forraje, el conocimiento de las técnicas epidemiológicas, etcétera). Frecuentemente hay un fructífero intercambio de información entre actividades que pertenecen a ambos modos. La historia natural y la teoría evolucionista se retroalimentan una con la otra. Para no considerar sino un ejemplo, uno de los más importantes teóricos de la evolución del siglo XX, E. O. Wilson, es uno de los expertos mundiales en el comportamiento de las hormigas (Hölldobler y Wilson, 1990; Wilson, 1975). De manera similar, los lingüistas actuales combinan ambos modos variadamente, dependiendo del subcampo. Algunos lingüistas trabajan solamente en el modo científico (por ejemplo, preguntándose qué modelos formales pueden dar cuenta de la regularidad en el lenguaje) y otros están más orientados al campo (por ejemplo, describiendo las lenguas amazónicas) y muchos hacen ambas cosas. Algunos modelos de evolución lingüística, por ejemplo, se inspiraron en las comparaciones erudi-

CIENCIA

Biofísica

Genética molecular Biología evolucionaria Cladística Ecología Historia natural ERUDICIÓN CIENCIA

Gramática generativa

Teoría optimalista Linguística histórica Dialectología Clasificación lingüística ERUDICIÓN Figura 1. La superposición entre los modos «científico» y «erudito» en dos disciplinas, la lingüística y la biología. Varios programas de investigación ejemplifican uno o ambos modos de estudio.


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tas entre la lengua criolla y el lenguaje rudimentario (Bickerton, 1990). Estos dominios superpuestos de erudición y ciencia se ilustran en la figura 1. Aunque uno puede hallar ambos modos en el mismo campo, incluso en una misma persona, permanecen distintos tanto en términos del propósito de las actividades de las personas como en términos de la manera en que son llevadas adelante. Cuando están haciendo ciencia, los biólogos y los lingüistas se enfocan en el respaldo empírico que puede proporcionarse a una hipótesis en particular. También crean el relevante dominio de datos, ya sea realizando experimentos o seleccionando evidencia relevante desde un corpus (por ejemplo, testeando la hipótesis de que todos los lenguajes tienen una distinción nombre-verbo a través de cientos de gramáticas). La erudición no es hipótesis, no se basa en explicaciones sino en descripciones. Por ejemplo, el aspirante a especialista es sumado para catalogar todas las monedas halladas en un palacio bizantino en particular (o todas las formas de este género específico de orquídea) porque la colección (o las especies) del caso no ha sido descrita antes. Obviamente, no existe cosa tal como una descripción «pura» o «a-teórica». Las hipótesis específicas acerca de lo que es o no es relevante están generalmente incrustadas en los métodos descriptivos consensuados de la disciplina. La distinción entre modos de estudio no debiera ser confundida con otra, que yo calificaría como particularmente engañosa, entre campos que pertenecen a las «ciencias», o las «humanidades» o las «ciencias sociales». La distinción de modos es, de hecho, ortogonal respecto de esa distinción institucioModo de la ciencia

Modo de la erudición

En las «ciencias»

Modelo de impronta genómica. Física de la tectónica de placas.

Morfología comparada de variedades de pepinos. Formaciones geológicas de Inglaterra.

En las «ciencia sociales»

Modelos de cooperación y defensa contra polizones. Rol de la demografía en las agitaciones políticas. Efectos de la religión en la cohesión social.

Nacionalismos europeos comparados. Sistemas de castas en el sur de Asia. Difusión de temas épicos a través de Eurasia.

En las Organización general de las narrativas. «humanidades» Cómo la ecología constriñe la formación de instituciones. Por qué las artes visuales usan sólo ciertas clases de simetría. Cómo al alfabetismo afecta los contenidos del conocimiento cultural.

La témpera en la pintura Flamenca tardía. Numismática Bizantina. La modulación en las piezas para clavecín de Couperin.

Cuadro 2. La distinción ciencia/erudición es ortogonal a la dimensión «ciencias», «ciencias sociales» y «humanidades». Ejemplos de proyectos específicos de investigación que ejemplifican las seis celdillas en la matriz.


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nal. Hay muchos ejemplos de erudición en las «ciencias» y sólo unos pocos del modo científico en las «humanidades» (véase el cuadro 2 con algunos ejemplos). Un tercer modo de estudio: las conexiones relevantes

El tercer modo de estudio es el más escurridizo, puesto que no ha sido sistemáticamente descrito; sin embargo, es el más importante para nuestra comprensión de muchas disciplinas contemporáneas, incluyendo la antropología cultural. En este modo, las nuevas contribuciones se evalúan en términos de las conexiones que establecen entre hechos o ideas que, por sí mismas, no son necesariamente nuevas o, incluso, interesantes. Aunque esta manera de juzgar el trabajo nuevo ha existido por largo tiempo, se ha vuelto característica de muchos campos académicos recientes y de evoluciones recientes de disciplinas más viejas. La denomino como el modo de las «conexiones relevantes». Otra vez, debiera proporcionar ejemplos antes que un modelo, porque es un fenómeno que todos reconocemos cuando lo vemos, incluso si no siempre reflexionamos sobre el mecanismo que está operando. Por ejemplo, un libro reciente reformula el discurso del amor en las obras de teatro y los sonetos de Shakespeare como expresión de una perspectiva colonial. La amorosa mirada del amante expresa transparentemente las posibilidades del conquistador en relación a un Nuevo Mundo, recientemente descubierto, con claro sesgo de género y míticamente virginal. Un estudiante planea estudiar las ejecuciones públicas indias durante la administración colonial británica como una forma de teatro, un desempeño ritual que construye el poder colonial al mismo tiempo que lo socava exhibiendo la sutileza de su textura dramática. Otro colega ha terminado recientemente un estudio sobre padres homosexuales en El Caribe, en el marco de las explicaciones de Benjamin y Bourdieu sobre la cultura, la tecnología y el capitalismo tardío. Los tambores de acero y el ron fuerte apuntalan el habitus local de autoempoderamiento globalizado. ¿Cuál es el hilo común de estos dispares ejemplos? Todos ellos parecen ofrecer una nueva conexión entre elementos previamente conocidos por todos en el ámbito y en verdad, en muchos casos, por cualquier lector informado. Para hablar de un caso, todos los estudiosos literarios conocen a Shakespeare y la gente educada conoce un poco sobre la conquista de América. Pero (supuestamente) nunca habían considerado a Ofelia como América. De la misma manera, la mayoría de los historiadores saben de la organización política de la administración colonial y su afición a la pompa. También son conocedores de la «paradoja del comediante» desde Diderot o de alguna otra fuente. La esperanza del autor está en el hecho de que la conexión —entre el ceremonial de Estado y la precaria mímesis teatral— sea nueva. Igualmente, la mayoría de


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los antropólogos culturales poseen alguna noción de El Caribe como un lugar de influencias contrastadas y cruces culturales originales. También saben un poco acerca de las diversas maneras cómo la homosexualidad es construida en diferentes lugares, así como de la variación cultural en los deberes y roles de los padres. El punto innovador es poner todo esto junto, creando asociaciones relevantes, especialmente agregando a Bourdieu y a Benjamin: dos europeos muertos, más bien adustos, librescos y tradicionales, que parecerían muy alejados de los típicos padres homosexuales de Trinidad. Uno podría multiplicar los ejemplos, pero sería de más ayuda comparar los rasgos de esta modalidad respecto de las otras dos: 1. En los campos de las conexiones relevantes, no existe un cuerpo consensuado de conocimiento. En verdad, no hay «conocimiento» en el sentido de información acumulada y organizada sino, más bien, una yuxtaposición de diferentes visiones sobre diferentes tópicos. 2. No existen manuales, no hay técnicas y métodos acordados. En verdad, cada contribución constituye (idealmente) un nuevo paradigma o un nuevo método, y cada autor es una isla. 3. La historia del campo, su autodefinición, así como la reformulación de las teorías pasadas, son cruciales. Mucho de la actividad en los campos que se basan en las conexiones relevantes consiste en citar a varios maestros, comentar sus textos, hallar alguna conexión entre lo que dijeron y el tema en cuestión. En los estudios de antropología cultural, autores como Walter Benjamin o Pierre Bourdieu, o la Escuela de Frankfurt completa, son parte de este Panteón (bastante efímero, con un alto índice de rotación). Los maestros son invocados generalmente como autoridades validadoras. Esto quiere decir que el hecho particular que uno está describiendo (el padre caribeño homosexual, etcétera) es presentado como una demostración del principio general establecido por Benjamin o alguna otra luminaria. (Incidentalmente, nunca se ha demostrado que esos autores estuviesen equivocados. En verdad, sus obras nunca son discutidas en relación a alguna conexión con hechos empíricos que pudieran establecer su verdad o falsedad. La concepción de la cultura de Benjamin o las concepciones de Adorno sobre la música no son juzgadas en términos de cuánto explican.) Igualmente, hay mucho énfasis en la autodefinición del campo, las ideas que varios estudiosos tienen sobre lo que hacen o lo que debieran hacer, comparado con lo que otros hacen. En verdad, se supone que las obras más importantes no son precisamente contribuciones al campo sino reflexiones sobre el campo mismo. Por ejemplo, un estudio sobre los postexpresionistas alemanes en el cine de los años sesenta será apreciado no solamente porque nos diga mucho de lo que queremos saber en relación a ese género específico sino, también, porque reformula nuestras concepciones sobre las conexiones entre cine y sociedad. Un estudio de las canciones recien-


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tes de rock es bueno porque establece una nueva aproximación a la cultura popular. 4. Los libros son más importantes que los artículos. Esto, en parte, refleja el hecho de que cada contribución debiera, idealmente, reformular el campo entero, introducir una nueva manera de considerar los temas, etcétera, algo que no puede hacerse en un artículo corto. 5. No existe una curva específica de desarrollo. Algunos autores producen interesantes conexiones en su primera obra, otros son avezados especialistas en el modo erudito que, en cierto punto, deciden relajarse, por así decir, y dejan que las conexiones relevantes gobiernen su próximo proyecto. 6. No hay acuerdo en absoluto sobre quién es un practicante competente en este modo, fuera de los maestros (generalmente muertos) como Bakhtin o Benjamin, o Raymond Williams en los estudios culturales, Derrida o de Man en la crítica literaria. Una consecuencia es que hay camarillas fuertemente coalicionadas y enemistades excesivamente enconadas sobre quién debiera obtener trabajo, a quién se debiera permitir publicar y dónde, etcétera. En las últimas tres décadas, aproximadamente, algunos campos han evolucionado dramáticamente desde el modo de erudición casi exclusivo hacia el modo de las conexiones relevantes. La crítica literaria es un buen ejemplo. En el pasado, uno realmente no podía explayarse extensamente sobre las obras de teatro de Shakespeare sino a través del conocimiento del Primer Folio y el formato Cuarto y otras recónditas fuentes críticas como ésas. Esta clase de erudición todavía se practica, pero no es el principal criterio de una contribución relevante a los estudios isabelinos (Garber, 2004). Lo que importa es decir algo nuevo sobre esas obras de teatro. Uno pudiera decir que los especialistas se han tomado a pecho (tal vez excesivamente) el dictum de Forster. Ellos sólo conectan. Hay varias explicaciones del porqué le ha sucedido esto a los estudios literarios, se trate o no de una buena cosa, y en el caso de no serlo, si es todo culpa del espantoso Leavis o de los temibles estructuralistas franceses (Kermode, 1983). No soy lo suficientemente erudito como para dirimir entre estas interpretaciones normativas de la historia. Sólo puedo comentar que las narrativas polémicas generalmente estorban a una explicación adecuada. Ni los derrotismos («Ya nadie conoce el Canon») ni los triunfalismos («¡Hemos vencido! El Canon ha muerto») son de mucha ayuda aquí. Efectos de las conexiones relevantes

¿Cómo funciona todo esto? Los afuerinos —y los contrariados guardianes de la fe erudita, en aquellos campos recientemente transformados, como los estudios literarios— dirán que, en términos de las conexiones relevantes, todo vale.


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Aunque uno podría ver algún mérito en esta interpretación —una hipótesis respaldada por un gran monto de evidencia— probablemente no sea suficiente. No voy a considerar aquí los orígenes históricos y culturales del fenómeno, puesto que es mejor dejarlo a algunos serios historiadores de las ciencias sociales. Sin embargo, puedo indicar de qué modo no puede ser explicado. Algunos lectores pueden querer sugerir que lo que he descrito aquí como un modo específico de estudio se explica simplemente, de hecho, como la influencia de un conjunto particular de ideas (por ejemplo, lectores de las versiones anteriores de este ensayo sugirieron tales movimientos como «posmodernismo»). Pero ese no es seguramente el caso. En primer lugar, el modo de estudio identificado aquí es algo mucho más generalizado que la adhesión a ésta o aquélla particular moda intelectual (Gellner, 1992). En segundo lugar, y lo más importante, resultaría más bien extraño asumir que lo que la gente hace (en este caso, el modo cómo los académicos legitiman la experticia, cómo reconocen a los nuevos miembros del gremio, etcétera) está suficientemente explicado por su propia explicación explícita del por qué lo hacen (en este caso, una moda intelectual en particular). Después de todo, se supone que expliquemos las modas, las que no son más autoexplicativas que cualquier otra dinámica social. Cualesquiera sean sus orígenes, lo que importa son las consecuencias del modo de estudio de las conexiones relevantes. Estas consecuencias son bastante claras para todo lo que hay que ver. Las conexiones son relevantes —pero sólo para algunas personas, con la base apropiada— pero no se trasladan bien. Trate de decirle a un bioquímico que los ensayos de Walter Benjamin son un gran telón de fondo para una descripción de los padres homosexuales en Trinidad. Los efectos cognitivos esperados de tales conexiones están, necesariamente, confinados a un mercado bastante limitado. En verdad, las conexiones relevantes son frecuentemente difíciles de usar incluso con los aprendices del campo. Ernest Gellner se reía en una ocasión de esos pobres filósofos wittgensteinianos que trataban de esparcir la Buena Nueva de que todos los problemas de la epistemología o de la metafísica se reducían a equívocos lingüísticos. Frecuentemente se topaban con estudiantes que nunca se habían molestado mucho con algún problema filosófico, epistemológico u otro, y por eso recibían las novedades con una placidez imperturbable (Gellner, 1959). Hay aquí una rica veta cómica, explotada también por David Lodge, varios de cuyos personajes reflejan la dificultad de enseñar que el margen es el texto o que el Canon está muerto, a estudiantes que no han leído mucho y que difícilmente estuviesen enterados de que hubiera un Canon (Lodge, 1988). Un problema más serio, obviamente, es que tal tipo de estudio en general no resuelve tema alguno, no contribuye a una descripción del mundo más precisa y exacta ni, incluso, nos muestra las limitaciones de nuestro conoci-


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miento (ni pretende hacer alguna de esas cosas). Para acuñar una frase, dejan al mundo tal como lo hallaron. Entonces, ¿qué hay que hacer? El estudio integrado de las culturas: un programa incipiente

Un buen punto desde el cual partir son nuestros supuestos más apreciados, aquellos probablemente más equivocados y dañinos. El campo de la antropología cultural padece de una aguda forma de ansiedad o de influencia, bajo la forma de un miedo especial contra la reducción. En la antropología cultural, la colaboración intensa con campos que pudieran proporcionarnos hallazgos y métodos útiles (por ejemplo, la demografía, la economía, la psicología, la historia o la genética) es percibida como algo de lo que podemos dispensarnos o, con frecuencia, como algo peligrosamente desorientador. Ocurre a menudo que un argumento puede ser desechado como «reduccionista», en la convicción de que el epíteto no requiere más elaboración (Ernst, 2004). Lo que se quiere decir, en general, es que un autor ha hecho uso de hallazgos o hechos que pertenecen a un dominio distinto de aquellos estrictamente «sociales» o «culturales» (McCauley y Lawson, 1996). Aunque muchos estudiosos de cuestiones culturales continúan ignorantes de la omnipresencia de la reducción causal, que es, en verdad, el principal modo de explicación en todas las ciencias empíricas, de la biofísica a la geología y de la química a la neurociencia (Bechtel, 1993). El punto es tan claro que los filósofos de la ciencia nunca discuten si la reducción causal es una «buena cosa» sino, más bien, cómo opera, bajo qué condiciones, entre qué clases de hechos o principios, etcétera (Bechtel, 1993; McCauley y Bechtel, 2001). Los profesionales también están muy felices con la reducción. Los psicólogos «reducen» despreocupadamente los fenómenos mentales al procesamiento de información entre conjuntos de neuronas, los neurocientistas están felices de que los acontecimientos neurales se «reduzcan» a química orgánica, y suma y sigue. Ninguna disciplina empírica exitosa se basa en la extraña fantasía de la autarquía ontológica. Esto puede explicar por qué los desarrollos más prometedores en la comprensión de la conducta humana están basados en estudios integrados. Lo que quiero decir con modelos «integrados» es modelos explicativos que sobrepasan las tradicionales divisiones entre «niveles» o «dominios» de la realidad (Bechttel, 1993), en este caso «cultura» como opuesto a la psicología, la genética o la economía humanas. También me refiero a modelos decididamente oportunistas en el uso de las herramientas que sean para hacer el trabajo explicativo, sin importar la particular tradición disciplinaria de la que se han originado. El prospecto de un estudio integrado de la cultura humana es ahora mu-


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cho más brillante, dados los recientes y dramáticos procesos en tres dominios cruciales: la cognición humana, los modelos económicos de la conducta y la biología evolutiva. Los hallazgos en estos tres dominios ya están cambiando las perspectivas en el estudio de la cultura: 1. La transmisión de representaciones, conceptos y normas culturales, puede ser vista como variaciones obligadas dentro de límites establecidos por las capacidades cognitivas humanas (Sperber y Hirshfeld, 2004). Los científicos cognitivos y los antropólogos evolutivos han descubierto que los principios cognitivos desarrollados tempranamente forman un fondo de expectativas que hacen posible la adquisición de normas y conceptos culturales particulares (Boyer y Barrett, 2005), en dominios como la biología popular (Atran, 1990, 1998), el parentesco y las categorías étnicas (Hirschfeld, 1994, 1996), las categorías raciales (Kurzban, Tooby y Cosmides, 2001), las creencias religiosas (Atran, 2002), la interacción social (Cosmides y Tooby, 1992; Fiske, 1992; Tooby y Cosmides, 1996). 2. La teoría económica nos proporciona un modo más preciso de describir oportunidades y predecir opciones y, por supuesto, se extiende más allá de los temas estrictamente económicos (Gintis, 2000a). La economía conductual y experimental, en particular, han demostrado cómo ir más allá de los supuestos de racionalidad estricta (Smith, 2003) y cómo incluir en los modelos económicos factores tales como la reputación (Kurzban, Descioli y O’Brien, 2007), los sentimientos punitivos (Fehr, Schmidt, Kolm y Ythier, 2006; Price, Cosmides y Tooby, 2002) y los estándares intuitivos de justicia (McCabe y Smith, 2001). Estos modelos explican la propagación de modos de cooperación culturalmente específicos (Gintis, 2000b). No podemos proporcionar buenas explicaciones de la cultura humana sin colocarla en su contexto evolutivo. Un persistente malentendido en las ciencias sociales es la noción de que los modelos evolutivos se refieren a programas conductuales «cerrados», inflexiblemente desarrollados cualesquiera sean las circunstancias externas (Tooby y Cosmides, 1992). Si ése fuera el caso, en verdad la evolución sería irrelevante para cualquier conducta para la cual hay una variación entre los individuos, incluyendo las culturas humanas así como la mayoría de las conductas de organismos complejos. Pero la evolución se expresa en los seres humanos y otras especies en sistemas de tomas de decisión altamente sensibles a los contextos, tales como los rasgos de la historia local fijan los parámetros para las preferencias de las personas. Esta clase de modelo evolutivo proporciona una buena explicación de fenómenos culturales tan diversos como las estrategias reproductivas, incluyendo el embarazo juvenil (Ellis y otros, 2003; Quinlan, 2003), las diferentes reacciones y la sensibilidad similar ante el engaño en el intercambio social, entre sociedades recolectoras y sociedad industriales (Sugiyama, Tooby y Cosmides, 2002), los rasgos locales


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de las categorías de «raza» (Kuzban y otros, 2001; Sidanius y Veniegas, 2000) y mucho más (Buss y Kenrick, 1998; Barkow, Cosmides y Tooby, 1992). De vuelta a lo que realmente importa

Los estudios arriba citados, ¿son evidencia de un nuevo «paradigma» en el estudio de las culturas y las conductas humanas? No es seguro ni está claro que esta cuestión sea realmente importante. Lo que está claro es que un vasto dominio está abierto a la investigación antropológica cultural, siempre y cuando los especialistas acepten una sustantiva reformulación y descarten los viejos fetiches. Si se requieren eslóganes, un estudio integrado de la cultura debiera proclamar los grandes valores del reduccionismo, la ambición de entender los procesos causales que apuntalan las conductas; el oportunismo, el uso de todas las herramientas y hallazgos que nos acerquen a tal propósito; y el revisionismo, una deliberada indiferencia respecto de los credos y tradiciones disciplinarias. La concepción integrada de la cultura humana, lo que alguien puede llamar una «integración vertical» en el campo, permitirá a la antropología cultural volver al conjunto altamente ambicioso de cuestiones que debería haber abordado todo el tiempo. He aquí una lista tentativa: • ¿Hay límites naturales para los arreglos matrimoniales y en qué consisten? • ¿Pueden las personas tener una comprensión intuitiva de las grandes sociedades? ¿O nuestras comprensiones intuitivas del mundo social y política están limitadas a los pequeños grupos en los que nos desarrollamos? • ¿Por qué están esencializadas las categorías sociales del menosprecio? ¿Por qué resulta tan fácil construir estigmas sociales? • ¿Qué lógica dirige la violencia étnica? Los conflictos étnicos son más violentos y parecen menos racionales que las guerras tradicionales. A veces implican a poblaciones completas como víctimas y perpetradores. ¿Qué procesos psicológicos avivan esta violencia? • ¿Por qué hay diferencias de género en la política? ¿Qué explica la exclusión de las mujeres de los grupos que toman decisiones en la mayoría de las sociedades, y su reducida participación en muchas otras? • ¿Cómo se adquieren los conceptos morales? ¿Cómo se ven afectados los conceptos generales de lo correcto y lo incorrecto por los parámetros localmente significativos? • ¿Qué conduce las intuiciones económicas de las personas? La participación en economías de mercado, ¿crean un entendimiento de los procesos de mercado? • ¿Qué explica las actitudes religiosas individuales? ¿Por qué ciertos individuos se comprometen más que otros con la existencia de agentes sobre-


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naturales? ¿Por qué hay fundamentalismo y extremismo religiosos? ¿Por qué debieran las personas oprimir o matar a otras en el nombre de una agencia sobrenatural? Obviamente, la enumeración no es exhaustiva, pero es indicativa, al menos, del alcance potencial y la diversidad de una aproximación verticalmente integrada a la antropología cultural. La enumeración debiera sugerir también por qué un programa integrado es una buena cosa: porque, finalmente, permite a la antropología cultural hablar de las cosas que importan. Tal como lo he sostenido en el comienzo de este ensayo, la antropología cultural simplemente no es escuchada en el foro público, y la explicación más simple es que no está hablando o, más bien, no está hablando de cosas de gran importancia. Esto debiera cambiar pronto. Referencias

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1 Este art铆culo de Pascal Boyer aparece incluido en el libro Creating Consilience. Integrating the Sciences and the Humanities, 2012, pp. 113-129, Nueva York: Oxford University Press (Edward Slingerland y Mark Collard, editores). Se publica traducido con la expresa autorizaci贸n de su autor.


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La «extraña inversión de razonamiento» de Darwin

e

daniel de n n et t Centro de Estudios Cognitivos, Universidad de Tufts

Dos extrañas inversiones de razonamiento

Algunos de los pensadores más importantes que nosotros los filósofos tomamos en serio no fueron filósofos, sino científicos —Newton, Einstein, Gödel y Turing, por ejemplo—, pero lejos el científico que ha hecho la mayor contribución a la filosofía es Charles Darwin. Si pudiera dar un premio a la mejor idea particular que alguien haya tenido jamás, se lo habría dado a Darwin. De un solo golpe la teoría de la evolución por selección natural de Darwin unió el campo de la física y el mecanismo, por un lado, con el campo del significado y el propósito, por el otro. Desde la perspectiva darwiniana la continuidad entre la materia inanimada, por un lado, y las cosas vivientes y todas sus actividades y productos, por otro, se puede entrever en bosquejo y explorarse en detalle, no sólo los esfuerzos de los animales y los diseños eficientes de las plantas, sino los significados y propósitos humanos: el arte y la propia ciencia, e incluso la moralidad. Cuando podemos ver todos nuestros artefactos como frutos en el árbol de la vida, hemos alcanzado una unificación de perspectiva que nos permite equilibrar las similitudes y diferencias entre una tela de araña e Internet, la represa del castor o la represa de Hoover, un nido de un ruiseñores y la Oda a un ruiseñor. El golpe unificador de Darwin fue revolucionario, no


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sólo en la amplitud de su alcance, sino en la manera en que se logró: en un importante sentido puso todo lo familiar de cabeza. El mundo predarwiniano se mantuvo unido, no por la ciencia, sino por la tradición: todas las cosas en el universo, desde lo más glorificado (el hombre) a lo más humilde (la hormiga, la piedrecilla, la gota de lluvia) fueron las creaciones de una cosa aún más gloriosa, Dios, un inteligente creador omnipotente y omnisciente, que exhibe una notable similitud con la segunda cosa más gloriosa. Llámese a esto la teoría de la creación como chorreo. Darwin la reemplazó por la de la creación como burbuja. Uno de los críticos de Darwin del siglo XIX lo expone vívidamente: En la teoría con la que tenemos que lidiar, la ignorancia absoluta es el artífice; así que podríamos anunciar como principio fundamental de todo el sistema, que con el fin de hacer una máquina perfecta y hermosa, no es requisito saber cómo hacerla. Se verá que esta proposición, al ser examinada cuidadosamente, expresa en forma condensada el propósito esencial de la teoría, y que expresa en pocas palabras todo el significado del señor Darwin; quien, mediante una extraña inversión de razonamiento, parece pensar que la ignorancia absoluta califica completamente para tomar el lugar de la sabiduría absoluta en todos los logros de la habilidad creativa (MacKenzie, 1868).

Fue en verdad una «extraña inversión de razonamiento», y la indignación e incredulidad expresada por MacKenzie más de un siglo atrás aún resuena a través de una proporción desalentadoramente amplia de la gente en el siglo XXI. Una página de un panfleto creacionista del siglo XX (figura 1) captura perfectamente la «obviedad» de la intuición que la teoría de Darwin derrocó. Cuando nos volvemos a la teoría de la creación como burbuja de Darwin podemos concebir que todo el diseño creativo funciona metafóricamente como levantamiento en el espacio del diseño. Tiene que empezar con los más simples replicadores y ampliarse gradualmente, ola tras ola de selección natu-

Figura 1. Una expresión de incredulidad acerca de la inversión de Darwin, de un panfleto anónimo de propaganda creacionista (alrededor de 1970). (La versión en español es la siguiente: «1. ¿Conoce usted algún edificio que no tenga un constructor? 2. ¿Conoce usted alguna pintura que no tenga su pintor? 3. Conoce usted algún automóvil que no tenga un fabricante? Si usted contestó SÍ en cualquiera de las preguntas, dé detalles».)


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ral, hasta la vida multicelular en todas sus formas. ¿Es un proceso realmente capaz de haber producido todas las maravillas que observamos en la biosfera? Desde Darwin, los escépticos han tratado de demostrar que una maravilla u otra resultan simplemente inalcanzables a través de esta ruta laboriosa y no inteligente. Han estado buscando un «gancho celestial», algo que flota en lo alto en el Espacio del Diseño, no apoyado en ancestros, el resultado directo de un acto especial de creación inteligente. Una y otra vez, estos escépticos no han descubierto un gancho celestial milagroso, sino una maravillosa grúa, una innovación no milagrosa en el Espacio del Diseño que permite incluso una exploración más eficiente de las posibilidades del diseño, incluso algún levantamiento más poderoso en el Espacio del Diseño. La endosimbiosis es una grúa; el sexo es una grúa; el lenguaje y la cultura son grúas. (Por ejemplo, sin su adición al arsenal de herramientas I+D disponibles para la evolución, no habríamos tenido plantas de tabaco que brillan en la oscuridad con genes de luciérnagas en ellas. Éstas no son milagrosas. Claramente son sólo frutos del árbol de la vida como las telas de araña y las represas del castor, pero la probabilidad de su aparición sin la ayuda del Homo sapiens y nuestras herramientas culturales, es cero.) En la medida en que aprendemos más y más sobre la nanomaquinaria de la vida que hace todo esto posible, podemos apreciar una segunda inversión extraña de razonamiento, proporcionada por otro brillante británico: Alan Turing. He aquí la extraña inversión de Turing, puesta en el lenguaje prestado de MacKenzie: Para hacer una máquina computadora perfecta y hermosa no es necesario saber qué es la aritmética.

Antes de Turing hubo computadores, por cientos, trabajando en cálculos científicos y de ingeniería. Muchos de ellos eran mujeres y muchos tenían grados en matemáticas. Eran seres humanos que sabían lo que era la aritmética, pero Turing tenía una gran intuición: ¡ellos no necesitaban saberlo! Como lo indicó, «la conducta del computador está determinada en todo momento por los símbolos que él está observando y su ‘estado mental’ en ese momento…» (1936). Turing mostró que era posible diseñar máquinas de Turing o sus equivalentes absolutamente ignorantes, pero que podían hacer aritmética perfectamente. Y mostró que si pueden hacer aritmética, pueden recibir instrucciones en términos empobrecidos que ellas pueden entender y que les permiten hacer cualquier cosa computacional. (La tesis de la Iglesia de Turing es que todos los procedimientos efectivos son computables en términos de Turing; aunque, por supuesto, muchos de ellos no son factibles porque toman mucho tiempo en operar. Dado que nuestra comprensión de los procedimientos efectivos


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es inevitablemente intuitiva, esta tesis no puede probarse, pero es aceptada casi universalmente, tanto así que la computabilidad en términos de Turing es normalmente considerada como una aceptable definición operacional de efectividad.) Un enorme Espacio del diseño de procesamiento de la información se volvió accesible por Turing y anticipó que había un sendero transitable de la ignorancia absoluta a la inteligencia artificial, una larga serie de pasos de levantamiento en ese Espacio del Diseño. Mucha gente no puede tolerar la extraña inversión de Darwin. Los llamamos creacionistas. Todavía esperan los rasgos «irreduciblemente complejos» de gancho celestial de la biósfera que no pudieron haber evolucionado con los procesos darwinianos. Mucha gente tampoco puede tolerar la extraña inversión de Turing. Propongo llamarlos «creacionistas mentales». Entre ellos hay algunos pensadores ilustres. Ellos argumentan —hasta ahora sin más éxito que los creacionistas— que hay aspectos de las mentes (humanas) que por siempre y «en principio» son inaccesibles mediante la ardua marcha hacia lo alto de las máquinas de Turing. John Searle (1980, 1992) y Roger Penrose (1989, 1990) son los dos más conocidos. Notablemente en los últimos años, varios filósofos se han acercado a aceptar ambas especies de creacionistas: Jerry Fodor (2007, 2008b), Thomas Nagel (2008) y Alvin Plantinga (1993, 1996). Fodor y Nagel niegan que la religión tenga algo que ver con su escepticismo acerca de la evolución. Fodor declara que sus argumentos no dan apoyo al Diseño inteligente porque no están diciendo que las adaptaciones se deban a un diseñador inteligente; él está diciendo que nadie sabe cómo surgieron las adaptaciones. Él acepta la descendencia con modificación, pero no piensa que la selección natural («adaptación») sea la explicación de todos los rasgos de las cosas vivas. «En suma, una cosa es preguntarse si la evolución ocurre y otra cosa es preguntar si la adaptación es el mecanismo por el cual ocurre» (2008a). El paleontólogo Simon Conway Morris (2009) toma un rumbo sorprendentemente diferente: él acepta sinceramente el adaptacionismo, pero todavía piensa que las mentes humanas son inexplicables como un resultado de la selección natural sin la ayuda de la inteligencia de un dios cristiano. La reductio ad absurdum del naturalismo intentada por Plantinga

Plantinga (1996) tiene también una base explícitamente religiosa para su repugnancia e incluye ambos tipos de creacionismo en su intento de una reductio ad absurdum del naturalismo. Donde N es naturalismo, E es una teoría evolucionista habitual y R es la propuesta de que nuestras facultades cognitivas son confiables: 1. P(RIN y E) es baja. [La probabilidad de R, sujeta a N y E, es baja.]


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2. Aquel que acepta N y E ve que (1) es verdadera, tiene un vencedor para R. 3. Este vencedor no puede ser derrotado. 4. Quién tiene un vencedor para R tiene un vencedor para cualquier creencia que ella considere producida por sus facultades cognitivas, incluyendo N y E. Por lo tanto: 5. N y E se autoderrota y no puede ser racionalmente aceptada.

No necesitamos extendernos aquí en la interpretación de todo el argumento, porque la premisa crucial 1 es falsa. Podemos ver el porqué en términos de evolución por selección natural. Consideremos la excelencia y confiabilidad de varios órganos. A través de todo el espectro de, digamos, los vertebrados, los corazones son bombas altamente confiables, los pulmones son oxigenadores de sangre altamente confiables, y los ojos y oídos son adquisidores de información distal. En cada especie hay una admirable —aunque no perfecta— sintonía de estos órganos con las necesidades específicas de los organismos en sus exigentes ambientes. Los ojos del águila son impresionantemente diferentes de los ojos del conejo o de la rana. El efecto es que las creencias (o, si usted quiere abstenerse de usar ese término, los estados de la información) que son provocadas por esos ojos y oídos, son —pero lejos de ser perfectos— rastreadores de verdad altamente confiables. Los animales que lo hacen bien, en general, esquivan mejor que aquellos que son engañados por sus sentidos. Esto es, por supuesto, razonamiento adaptacionista y no es sorprendente que los creacionistas de ambos tipos lo hayan tomado típicamente como objetivo para el pensamiento adaptacionista en la biología, pues se dan cuenta, correctamente, que si lo pueden desacreditar, ellos quitan los únicos fundamentos dentro de la biología para evaluar la justificación o aceptabilidad racional de la preservación de tales órganos. Necesitamos poner los problemas en estos términos de «ingeniería inversa» si es que tenemos que comparar los órganos con respecto a su confiabilidad, y no precisamente su masa o su densidad o su uso de fósforo. Al recurrir así al poder de la selección natural para diseñar órganos altamente confiables en la recogida de información, nos enfrentaríamos al peligro del círculo vicioso si no fuera por las sorprendentes confirmaciones de estos logros de la selección natural utilizando medidas de ingeniería independiente. Por ejemplo, la agudeza de la visión en el águila y la audición en el búho, los poderes discriminatorios de las anguilas eléctricas y la ecolocalización de los murciélagos, y muchos otros talentos cognitivos en los humanos y otras especies, todos han sido medidos objetivamente. Los escépticos podrían hacer cortocircuito con esta defensa de nuestra confiabilidad natural como rastreadores de verdad mostrando que no pue-


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de ser un camino para el rastreo de la verdad. Podrían asegurar que no hay casi-creyentes, proto-pensadores, hemi-semi-entendedores; o usted tiene una completa confusión mental o no la tiene. Aquí es donde la extraña inversión de Turing entra en juego de manera útil, pues este conocimiento nos ha dado una abundancia de ejemplos innegables de tal comprensión parcial precisamente: recursos que pueden hacer todo tipo de impresionantes tareas, predictivas y analíticas. Podemos insistir en llamar a esto competencia sin comprensión, pero en tanto la competencia crece y crece, la declaración de que no hay comprensión del todo plasmada en esa competencia suena cada vez menos persuasiva. Esto se vuelve especialmente vívido cuando reflexionamos que, conforme más aprendemos acerca de la nano-tecnología dentro de nuestras células, descubrimos que ellas mismas contienen trillones de robots de proteínas: proteínas motoras, lectores de pruebas, francotiradores y carpinteros y centinelas de todos los tipos. Es innegable que las otras competencias necesarias de vida están compuestas de partes incomprensibles, no vivientes; ¿por qué la comprensión en sí misma debería ser la única solitaria? En el camino gradual hacia la inteligencia, la endosimbiosis ha jugado un rol particularmente potente como una grúa. La endosimbiótica, originada en la revolución eucariótica hace aproximadamente 2,5 billones de años, nos dio un ejemplo revelador de una multiplicación muy repentina de competencia: cada socio en la simbiosis tuvo una ventaja potencial sobre un billón de años de I+D independiente, una tremenda adquisición de talento que no se encuentra en los ancestros de uno. En vez de comerse al intruso separándolo en materias primas y energía, el huésped coopta al intruso, preservando la mayoría o toda la información de valor plasmada en su diseño. La mayor complejidad de los eucariotes resultantes permitió mayor versatilidad, permitiendo que evolucionaran los tipos de división del trabajo que posibilitaron la multicelularidad. (Como lo muestra Lukecs, la evolución de la multicelularidad también involucró la reducción de complejidad de los métodos de replicación de los procariotes, que eran temporal y energéticamente muy ineficientes para apoyar la pródiga división celular de organismos multicelulares viables.) Racionales de la evolución que flotan libremente

Cuando observamos el impresionante colador de alimentos de la larva de la mosca (figura 2) podemos ver que hay justificaciones de sus rasgos que son sorprendentemente similares a los rasgos de otro artefacto para recoger comida del agua, la trampa de la langosta (figura 3). La diferencia es que las justificaciones en el caso anterior no están representadas en parte alguna. No en la «mente» o el cerebro de la larva de la mosca, y no en el proceso de selección natural que «honraron» esas razones mediante


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Figura 2. Colador de alimento de la larva de la mosca Caddis, que exhibe rasgos de diseño para los cuales hay buenas (no representadas) razones (Hansell, 2000) que son sorprendentemente similares a las razones de los rasgos de otro artefacto para extraer alimento del agua, la trampa de langostas (figura 3). [Reproducido con permiso de Cambridge University Press.]

Figura 3. Diagrama de una trampa de langostas, que exhibe rasgos de diseño similares a los del colador de alimento de la larva de la mosca Caddis (figura 2); las razones de los rasgos de diseño están descritas en la solicitud de la patente (disponible en <www.freepatentsonline.com/7111427.html>). [Reproducido con permiso de Patentes de los Estados Unidos 7111427.]

un mensajero ciego en el mejor diseño. Hay ejemplos de los ubicuos «racionales que flotan libremente» de la evolución (Dennett, 1995). Algunos de los rasgos de la trampa de la langosta pueden ser similarmente el resultado del ensayo y error ciegos, de fabricantes de trampas a través de los siglos, pero hay pocas dudas de que la mayoría de las razones, si no todas, para los rasgos de diseño ejemplificados por medio de las actuales trampas de la langosta han sido representadas, comprendidas, apreciadas y comunicadas por sus (más o menos inteligentes) artífices. Considérese el comportamiento homicida del polluelo cucú, que empuja los huevos del huésped fuera del nido para maximizar su ingesta de comida.


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El racional de esta conducta es inequívoco, pero el polluelo no tiene necesidad de saber; puede ser el beneficiario de una rutina que él sigue sin comprensión alguna de su lógica. Ésta es la extraña inversión de Turing descubierta en la naturaleza. Hay una tendencia común a sobreinterpretar a los animales que exhiben tales comportamientos astutos, atribuyéndoles más comprensión de la que necesitan, o tienen, y una tendencia reactiva igualmente común, de subestimarlos. La literatura sobre la inteligencia animal resuena con las disputas entre los románticos y los aguafiestas (Dennet, 1983), y largas series de ingeniosos experimentos están describiendo gradualmente los límites reales de estas competencias. Como no tenemos todos los días términos habituales para semi-entender las quasi-creencias, no tenemos un vocabulario estable para describir el torrente de poderes de Turing que trepan a la cumbre de nuestros niveles de comprensión particularmente humanos. ¿Es «metafórico» atribuir creencias a los pájaros o los chimpancés? ¿Debiéramos reservar ese término, y muchos otros, sólo para los seres humanos (adultos)? Esta escasez léxica ayuda a mantener la ilusión de que hay una brecha irremediable entre las mentes animales y las mentes humanas, pese al hecho obvio que dilemas similares de interpretación nos aquejan cuando nos volvemos hacia los jóvenes. ¿Justo cuando sí exhiben destreza suficiente en una prueba u otra, por decirlo así de manera concluyente, es que «tienen una teoría de la mente» o comprenden los números? ¿Cuánto necesitamos saber los seres humanos para saber que comprendemos nuestros propios conceptos? No hay una buena respuesta a esta pregunta. Evolución de las herramientas del pensamiento

En vez de intentar responder esa pregunta mal formulada sobre las condiciones necesarias y suficientes, podemos reconocer simplemente, con Maynard Smith y Szathmary (1995), que a lo largo del camino desde las amebas y los cucús hasta nosotros, hubo una mayor transición con los poderes para competir con el nacimiento endosimbiótico de las eucariotas: la evolución del lenguaje y la cultura, una de las grandes grúas de la evolución. En ambos casos, los organismos individuales fueron capaces de adquirir, rápidamente y sin el tedioso ensayo y error, enormes incrementos en la competencia diseñada por todas partes en tiempos remotos. Los efectos han sido dramáticos, en verdad. De acuerdo a los cálculos de MacCready, para la época del comienzo de la agricultura humana, la población humana a nivel mundial, incluyendo el ganado y las mascotas, era aproximadamente el 0,1% de la biomasa de los vertebrados terrestres. Actualmente, él calcula que es el 98%. Hace billones de años, en una esfera única, el azar ha pintado una delgada capa de vida, compleja, improbable, maravillosa y frágil. De pronto


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nosotros los humanos… hemos crecido en población, tecnología e inteligencia a una posición de poder terrible: ahora, podemos hacer uso de la brocha (MacCready, 1999).

A diferencia de la explosión cámbrica «repentina», que ocurrió hace varios millones de años —530 millones de años aproximadamente (Gould, 1989)—, la explosión de MacCready ocurrió hace 10.000 años o 500 generaciones humanas aproximadamente. No hay duda de que fue la rápida acumulación de productos de evolución cultural los que hicieron esto posible. Tal como Richerson y Boyd (2006) muestran, sumándose a la vía estándar, la trasmisión vertical de los genes, una segunda vía de información de los padres a los hijos evoluciona bajo condiciones más bien exigentes; y una vez que esta vía de trasmisión cultural vertical se establece y optimiza, puede ser invadida por «variantes culturales solitarias», ítemes culturales horizontal y oblicuamente trasmitidos que no tienen la misma probabilidad de ser benignos. (La comparación con la basura de Internet es difícil de evitar.) Estas variantes culturales solitarias son lo que Richard Dawkins (1976) llama «memes» y, aunque algunas de ellas se ven obligadas a ser perniciosas —parásitos, no mutualistas— otras son potenciadores profundos de las capacidades nativas de los huéspedes a los que infectan. Uno puede adquirir grandes cantidades de información valiosa de la que los padres de uno no tienen noción, junto con la basura y los fraudes. El lenguaje es el elemento cultural clave, porque solo él provee la base digitalizada para una evolución acumulativa confiable. (Está digitalizado en el sentido de que está compuesto por un grupo finito de elementos discretos todo o nada —fonemas— que pueden sobrevivir a las trasmisiones ruidosas, los acentos diferentes y los tonos de voz, los pronunciamientos y ceceos, a través de un proceso de corrección ampliamente automática de normas.) Otras especies, como los chimpancés, tienen un puñado de tradiciones trasmitidas culturalmente —de caza de termitas o señales de cuidado o resquebrajamiento de nueces, por ejemplo— pero nada que se ramifique de la manera como la cultura humana lo hace. El lenguaje, al proveer un repertorio básico de elementos legiblemente replicables, permite la trasmisión confiable de fórmulas, recetas, advertencias y técnicas semientendibles. (No se advierte típicamente que uno de los rasgos más valorables del lenguaje es su habilidad de trasmitir información en una cadena de comunicadores que no entienden realmente lo qué están «parloteando».) Haciendo que la copia y la trasmisión resulten relativamente inmunes a las variaciones en la comprensión, el lenguaje optimiza la fidelidad en la vía. Las palabras, compuestas de un ‘alfabeto’ finito de fonemas, comparten, con los computadores y los códigos genéticos, el rasgo autonormalizante de la absorción del ruido, o permitiendo


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muchas variaciones menores que «cuentan como lo mismo» para los propósitos de computación y de réplica. Esto hace posible, usando el lenguaje, crear herramientas de pensamiento bastante «estandarizadas». Douglas Hofstadter (2007) entrega una lista corta de algunas de sus favoritas: • Una aguja en un pajar • Chabacanería • Jugarretas • Frustración • Paliza • Pies de arcilla • Tiro al aire • Chifladuras • Hablar sucio • Juego de niños • Retroalimentación Cada una de éstas es una herramienta cognitiva abstracta, de la misma manera que la división amplia o hallar-la-media son una herramienta; cada una tiene un rol que cumplir en el amplio espectro de contextos, haciendo que la generación de hipótesis sea más eficiente, haciendo más probable el reconocimiento de patrones. Equipado con tales herramientas uno es capaz a producir pensamientos que de otra forma serían relativamente difíciles de formular. Por supuesto, como en el viejo chiste, cuando la única herramienta que uno tiene es un martillo, todo parece un clavo, y cada uno de estos puede ser sobreusado. Adquirir herramientas y usarlas sabiamente son habilidades distintas, pero usted tiene que empezar por adquirir las herramientas. Bootstrapping: nuestro camino hacia el diseño inteligente y la verdad

De hecho, el desarrollo de herramientas culturales para pensar, para diseñar, extraer y registrar información ha llevado a órdenes de magnitud de mejoramiento en todas nuestras competencias de formación de creencias. Considere, sólo como un ejemplo simple, la evolución de la regla. ¿Cómo dibujas una línea recta? Deslizando un lápiz en una regla por el papel. ¿De dónde sacó la regla? De un fabricador de regla. ¿De dónde el fabricador de regla obtuvo la regla usada para hacer su producto? De algún fabricante de herramientas anterior, y así, pero hasta el infinito. Éste es un caso de arranque no milagroso y ha ocurrido muchas veces. Hay una regresión finita que lleva hacia las reglas relativamente primitivas e inexactas, pero conforme avanza el tiempo, las reglas han sido fabricadas para una tolerancia más exigente. Las desviaciones


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Figura 4. Trazo de superficie de un bloque calibrador de precisión, magnificado verticalmente un millón de veces, que ilustra la representación de desviaciones respecto de la perfección. [Reproducido con permiso de Moore Special Tool Company.]

de la perfección manifiesta en una regla de 1960, se muestran en la figura 4, ampliada un millón de veces. Tales representaciones hacen posible que las trayectorias presagiadas sean muy eficientes y guiadas en el espacio del diseño. Y nuestro poder recursivo de reflexión, indefinidamente extendible, quiere decir que no sólo podemos evaluar nuestro progreso, sino que podemos evaluar nuestros métodos de evaluación, y los fundamentos para confiar en los métodos de evaluación, y los fundamentos para pensar que este proceso repetitivo nos da bases para creer en los mejores frutos de nuestra investigación y así sucesivamente. La ciencia es un sistema de búsqueda de la verdad culturalmente trasmitido y sostenido que ha identificado y corregido, literalmente, cientos de imperfecciones en nuestro equipamiento animal, y sin embargo no es ella misma un gancho celestial, un regalo de Dios, sino un producto de adaptaciones, un fruto en el árbol de la vida. Eso es, en esencia, la respuesta a la premisa uno de Plantinga. Tenemos excelente evidencia interna para creer que la ciencia es, a la vez, confiable tanto como sólo un producto de fuerzas naturalistas, la selección natural de genes y la selección natural de memes. Una alianza con el naturalismo y la teoría evolutiva actual no sólo no debilita la convicción de que nuestras creencias científicas son confiables; eso las explica. Nuestros poderes «divinos» de comprensión e imaginación nos hacen diferenciarnos, de hecho, incluso de nuestros parientes más cercanos, de chimpancés y bonobos (chimpancés pigmeos), pero estos poderes que tenemos pueden ser todos ellos explicados en la teoría de la creación como burbuja de Darwin, aclarado por la propia inversión de razonamiento —extraña y maravillosa— de Turing. Nuestros poderes de representación nos permiten, por ejemplo, representar algunas de las condiciones como lugares en paisajes adaptativos (figura 5). Aquí, podemos pensar, estamos aislados en esta cima supóptima. ¿Hay alguna manera de sobreponerse a esto que parece ser la cumbre global? Puesto


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Figura 5. Paisaje adaptativo, que puede ser usado como una representación explícita de valiosos estados de cosas o propósitos, relativa a la situación habitual de uno. [Reimpreso con permiso de Springer.]

que podemos representar este estado de cosas (en diagramas o palabras, usted no necesita usar bosquejos de paisajes adaptables, pero, a menudo, ayudan), podemos, por primera vez, «ver» algunas de las cimas por encima de los valles. Y por esto estamos motivados para construir caminos para atravesar esos valles. Nosotros, los representantes de la razón, podemos evaluar nuestros futuros posibles más poderosamente, de manera mucho menos miope que cualquier otra especie, podemos ahora mirar hacia atrás, hacia nuestra propia prehistoria y descubrir las razones no representadas por todas partes en el árbol de la vida. No somos perfectos buscadores de la verdad, pero podemos evaluar nuestras deficiencias usando los métodos que hemos desarrollado hasta aquí, de manera que podemos confiar en que estamos justificados para confiar en nuestros métodos en el futuro predecible. Le tocó a Darwin descubrir que un proceso sin mente creó todas estas razones. Nosotros, «los diseñadores inteligentes», estamos entre los efectos, y no la causa, de todos estos propósitos. Referencias

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1 Este artículo de Daniel Dennett fue publicado en junio de 2009 en Proceedings of the National Academy of Sciences of the United States of America, vol. 106, suppl. 1, pp. 10061-10065. Ha sido traducido con la expresa autorización de su autor.


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Crisis y esperanza de la integración regional en Europa y Latinoamérica

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joaquín roy Universidad de Miami

En el doble marco de la firma del Acuerdo de Asociación entre la Unión Europea y Centroamérica en 2012 y la celebración de la Cumbre entre la Organización de Estados Latinoamericanos y del Caribe (Celac) en enero de 2013, conviene sopesar la simultaneidad con otros detalles y acontecimientos recientes que de una forma u otra tendrán una incidencia directa en el éxito de la operación o simplemente atañen a las relaciones entre regiones y bloques de Estados. En primer término, conviene tener presente, como toque de moderación para la satisfacción comprensible por la finalización de las negociaciones, un hecho fehaciente: el propio estado global de la integración regional y de la cooperación interestatal. La integración regional a ambos lados del océano presenta un panorama contrastivo, contradictorio y paradójico, presidido notablemente por la grave crisis financiera de Europa, y muy especialmente en unos países emblemáticos para las referencias latinoamericanas, como es el caso de España. Mientras hace apenas unos años cabía esperar que los problemas económico-políticos afectaran a los procesos de integración latinoamericanos, y a su desarrollo en general, la región aparentemente está a salvo de la crisis que aqueja al viejo continente. Pero esta percepción, confirmada por los datos estadísticos de crecimiento, se contradice por las dificultades de los avances de los


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diferentes planes de integración subregional, más allá de los experimentos de cooperación y consulta interlatinoamericanos. Resulta paradójico que Centroamérica, una subregión de límites geográficos modestos, que parecía rezagada en completar su proceso y que había demorado preocupantemente la consecución de un ansiado Acuerdo de Asociación con la Unión Europea, ahora aparezca como ganadora de la atención europea. De la obsesión por la apuesta de un Mercosur con brillante futuro con el que entablar una sólida relación que se fuera desparramando por el resto del continente, se ha llegado a primar una subregión de limitadas proporciones. Se ha regresado, se espera que exitosamente, al origen de la relación cuando América Central recibió más ayuda europea que el resto del mundo en desarrollo, con la recompensa de haber contribuido a la pacificación y la reconstrucción de un istmo en convulsión. Más allá de los detalles puramente económicos y financieros, conviene reparar en la incidencia de la crisis europea en el propio tejido de integración del viejo continente, base de la consolidación de la paz, la convivencia democrática y la construcción de un punto de referencia para el resto de los experimentos de integración, cooperación económica y consulta entre Estados. Especial atención se debiera prestar al impacto que la coyuntura económica tiene en el entramado institucional de la UE. Conviene también examinar con detalle los más recientes acontecimientos de algunos países seleccionados de Europa que, por una razón u otra, merecen especial atención. Para los observadores europeos, resulta siempre aleccionador meditar sobre el desarrollo de los sistemas de integración latinoamericanos, por una variedad de razones, entre las que destacan dos clases. Una es el examen de la evolución de cada uno de los experimentos, ya que todos en cierta medida tienen la huella o la inspiración del modelo europeo, o al menos como punto de referencia ineludible. Otras razones son de índole más práctica y atañen al estado de la región como escenario receptor de inversiones, ayuda al desarrollo y mutuas relaciones directas, tanto en terrenos de trasvase de emigración, como en temas sensibles y conflictivos, como es el del tráfico de drogas. En cualquier caso, toda atención mutua debe tener siempre presente que América Latina (junto con Estados Unidos y Canadá) es la región del planeta más próxima a Europa por motivos históricos, lingüísticos, culturales y religiosos. Europa y América Latina no están pasando por un buen momento con respecto a sus experimentos y realidades de integración regional. Aunque ambas regiones rastrean las fundaciones de sus sistemas de cooperación interestatal a décadas atrás (1960, nacimiento de la ALALC; 1950, Declaración Schuman), los caminos seguidos han sido diferentes. Aunque ahora está inmersa en una seria crisis financiera, Europa ha avanzado espectacularmente, si se tiene en


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cuenta el prisma de comparación histórica, en la senda de ampliación y profundización del sistema de integración. Mientras tanto, América Latina ha experimentado un lento proceso de evolución de sus sistemas subregionales, sin una iniciativa sólida que incluya en el riguroso concepto de integración todos los países. Ambas regiones están aquejadas de incertidumbre y duda. En Europa, la UE atraviesa una de las etapas de mayor alarma financiera que amenaza su proyecto político. En América Latina, al lado de los sistemas subregionales históricamente instalados y jurídicamente todavía respetados por sus socios (Mercosur, CAN, SICA, Caricom), han surgido recientemente otras apuestas (ALBA, Unasur, Celac), que bajo la etiqueta equívoca de la integración apuntan a objetivos disímiles y de intenciones diversas. Además, algunos países individuales se han dedicado a preocupantes trueques de ubicación (Venezuela hacia Mercosur) y alianzas económicas tanto con Estados Unidos como con Europa. El fracaso del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), la arriesgada misión totalizadora liderada por Estados Unidos en 1994, como ampliación conceptual del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN-NAFTA), aconsejó a Washington optar por una estrategia individualizada o por bloques de alcance territorial limitado («alquitas»). Algunos países latinoamericanos (Perú, Colombia), ante la incertidumbre de sus propios sistemas, eligieron la doble vía del camino del norte, entablando alianzas con la UE. Por su parte, el proceso europeo está siendo cuestionado. Se recuerda que la construcción de la UE desde el Tratado de París (1951) que puso en marcha la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA) se apoyó en argumentos económicos hacia la forja de un Mercado Común con el Tratado de Roma de 1957, que dio luz a la Comunidad Económica Europea (CEE). Pero el objetivo fue político desde el principio. Hoy la debilidad de la eurozona amenaza toda la UE. La integración latinoamericana cojea desde su fundación de unas carencias innatas. La primacía de la soberanía nacional y el presidencialismo someten a la región a la implacable fuerza del populismo. Europa en la encrucijada

La escena europea ha estado dominada por la crisis financiera de Grecia, que ha estado amenazando con la bancarrota y la salida del euro. Se especula entonces que la moneda común no sobreviviría si el ejemplo cundiese. El siguiente efecto sería la conversión de la UE en una Europa no solamente «a dos velocidades», sino dividida en un cisma entre el norte y el sur. El sueño fundado en 1950 desaparecería. Pero, peor que el caso de Grecia, la alarma acrecentada fue producida por el forzado rescate de España.


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Los partidos políticos históricos han sido incapaces de satisfacer las demandas de la sociedad, con el resultado de protestas callejeras. Como alternativa, en lugar de cobrar nueva fuerza los movimientos de izquierda, bordeando los objetivos revolucionarios de la primera mitad del siglo XX, han surgido nuevas formaciones de ultraderecha, que han presionado por el endurecimiento de las legislaciones nacionales sobre inmigración y libre circulación de ciudadanos. No se recuerda peor etapa del devenir de la UE desde el largo periodo dominado por la llamada «euroesclerosis» y del consiguiente «europesimismo» de los años setenta, y más recientemente por la decepción del rechazo de la Constitución europea. El congelamiento del proceso de integración fue superado brillantemente por la aprobación del Acta Única Europea (1986) y el impasse constitucional posterior al espíritu de Maastricht se saldó con la elaboración del Tratado de Lisboa, una «Constitución» en miniatura. El peligroso cúmulo de síntomas, como enfermedad crónica en ciernes, ha afectado a las economías más potentes de la UE y a algunos de sus Estados más insustituibles, Francia y Alemania. Las urgencias de la erosión económica han atrapado al liderazgo de esos dos países con el paso cambiado, incapaces de retomar las riendas de la UE. Dependiendo, como en el resto de la Unión, del voto de su sector ideológico, pero también del electorado desencantado con los problema económicos, en París y Berlín se han tomado (o no) decisiones que poco han contribuido a hacer amainar la crisis y dar señales inequívocas de mejora. Al contrario, la ambivalencia y las contradicciones, cuando no el discurso llanamente populista, han provocado la alarma. En estos momentos la peor medicina para la UE es la renacionalización. La Unión Europea se ve como un ente lejano, incapaz de responder a las necesidades diarias. La consolidación del Mercado Único que fue la promesa central del Tratado de Roma de 1957, luego legalmente ejecutado con el Acta Única y reforzado por los sucesivos tratados posteriores a Maastricht, se ha evaluado como una misión incumplida. El encarecimiento del coste de la vida, y ahora la crisis financiera, se atribuyen como consecuencia de la adopción del euro. Ha sido el chivo expiatorio preferido, sobre todo por los intereses bancarios, que les ha protegido como una hoja de parra de las iras de la ciudadanía. Los teóricos señalan que se ha producido un regreso tenaz del intergubernamentalismo. El llamado «Método Monnet» se ha agotado. El «derrame» de un sector económico y social a otro significativamente político parece no tener sentido en un mundo materialmente globalizado. La triple apuesta del Tratado de Lisboa consistía en la puesta en marcha de una presidencia del Consejo mas allá de la rotatoria de cada seis meses, un upgrade del puesto de Alto Representante de la Política Exterior y de Seguridad Común (PESC), y la formación de un Servicio Europeo de Acción Exterior (SEAE) que actuara como réplica del entramado diplomático de un Estado.


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Pero la realidad muestra una respuesta múltiple institucional acrecentada por una mayor autonomía del liderazgo de los Estados, principalmente Francia y Alemania. En el contexto de la crisis, ante la carencia de una unión fiscal de la UE, las propuestas comenzaron con el Tratado firmado por los Estados miembros, con la consuetudinaria abstención de Reino Unido, cuyo estatus en la propia UE fue calificado de extremo aislamiento. Dos propuestas adicionales apuntaban a la conversión del cargo de Presidente de la Comisión en electo, sujeto al sufragio del Parlamento. Incluso se generó una propuesta para fusionar ese cargo con el de Presidente del Consejo, para dar a ambos más fuerza ejecutiva, legitimada por comicios. En suma, esas propuestas apuntan a la puesta en práctica de lo que se llama «más Europa», la dinámica de profundizar la integración mediante el traspaso de una cuota mayor de soberanía compartida. En el plano puramente económico y financiero las proposiciones más osadas incluían la conversión del Banco Central Europeo en algo similar a la Reserva Federal de Estados Unidos. Entre los mecanismos a ponerse en marcha destacaba la emisión de eurobonos, aunque inicialmente con la oposición de Alemania. En fin, sobresaliendo sobre todos los proyectos destaca la propuesta de la creación de un superministerio de Hacienda Europeo, con plena autoridad. En cualquier caso, comenzó a resultar evidente que la prioridad ya no era el apuntalamiento del euro como garantía de la supervivencia de la misma Unión Europea en sí. De lo que se trataba era, al contrario, de la necesidad de asegurar la continuidad de la propia UE para insólitamente poder garantizar la continuidad del euro. En los Estados más afectados por la crisis, toda la polémica sobre el euro puede ser simplificada por dos líneas argumentales contrapuestas. Por un lado destaca la persistencia de la bondad de un Estado con dificultades fiscales y financieras en mantenerse «a toda costa» (por usar una expresión de uso común) en la eurozona. Por otro lado, se presenta la tesis contraria que se pregunta cuál es en realidad el «coste» de no disfrutar del euro. La primera opción implica una cierta desconfianza en el potencial de un país en disfrutar de una autonomía político-económica. Un gobierno se declara incapaz de administrarse a sí mismo, a no ser que se someta a la disciplina del uso de la moneda común. Lo contrario es sopesar si ese Estado se puede permitir el lujo de no estar sujeto a esa disciplina. En otras palabras, si puede pagar el privilegio de no pertenecer. América Latina: una precaria integración

Comparativamente, parecería que el proceso de integración latinoamericano ha progresado a una velocidad mayor que en Europa, ralentizado por la ampliación y el desastre del proyecto constitucional, rescatado por el Tratado


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de Lisboa. El optimismo reapareció en Mercosur luego de su peculiar ampliación con el anuncio del acceso de Venezuela. Pero dos décadas después de su fundación el ente presenta un balance contradictorio. Por una parte, se ha aumentado el comercio interior, pero institucionalmente el bloque es tan débil hoy como lo fue en su infancia. El Secretariado General sigue huérfano de poder, una carencia compartida por el resto de los sistemas de integración latinoamericanos, dominados por el intergubernamentalismo y la resistencia hacia la supranacionalidad. El grave incidente de la suspensión de Paraguay por la destitución del presidente Fernando Lugo y el aceleramiento de la incorporación de Venezuela ha añadido más dudas acerca del futuro del ente. Por su parte, la renacida Comunidad Andina se aderezó con la reincorporación de Chile como miembro asociado, en cierta manera para equilibrar la deserción de Venezuela. Además, los planes de ambos esquemas para combinarse y formar uno más amplio generó notables esperanzas. Pero la aparición de la Unión Sudamericana (Unasur) no ha cumplido con las expectativas. Sin embargo, ciertas consideraciones analíticas juzgan que el proceso todavía tiene un potencial ambicioso para producir un ente tan efectivo como la UE. La clave para ese logro es el papel estelar de Brasil. Por otro lado, la UE continuó cortejando a Centroamérica para que complete una sólida unión aduanera. Ese logro conduciría a que la región recibiera los beneficios del libre comercio, librándose de una posición débil y capturando un papel de liderazgo. Los resultados de la cumbre ALCUE de Madrid, en mayo de 2010, señalarían los progresos del istmo y su comparativa ventaja. El premio final ha sido la firma del Acuerdo de Asociación. En su globalidad, este panorama indicaría que la integración en la región latinoamericana se habría mantenido a la par de la europea, y en cierta manera la superaría si se aceptan los experimentos de consulta y cooperación como integración. El hecho es que el proceso europeo ya ha ido más lejos que cualquier experiencia latinoamericana. En contraste, el proceso latinoamericano de integración se ha inclinado más a la espectacularidad de los anuncios de la fundación de nuevas entidades, como si las existentes se cuestionaran por ineficaces u obsoletas. Otras recientes creaciones (además de Unasur) han sido la Alternativa Bolivariana de los Pueblos de las Américas (ALBA) y la Celac. La primera fue fundada por Venezuela para competir con las cenizas del ALCA, dominada desde el principio por Estados Unidos, bajo la sospecha de Brasil. La segunda parecería que trata de ser una transfiguración de la OEA en ciernes sin Estados Unidos y Canadá. Pero al mismo tiempo se detecta la tradicional formidable resistencia a la fundación de instituciones independientes, que rebasen los marcos de las cumbres presidenciales, o la consolidación de los entes existentes en cada uno de los esquemas subregionales. Como en el pasado, tanto los entes


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nuevos como los sobrevivientes carecen de autoridad y presupuestos, son acusados como culpables de los fracasos anteriores, mientras los procesos fueron abandonados en las manos de un liderazgo fascinado y prisionero de «cumbritis». El resultado es una retahíla de declaraciones mediáticas hechas para capturar titulares de prensa y rellenar segundos de los noticiarios de televisión. A renglón seguido, los líderes parecen respirar hondo para proceder a la siguiente declaración, sin tiempo para meditar acerca del consiguiente esquema virtual. En resumen, al otro lado del Atlántico la UE ha estado mandando un problemático mensaje hacia las regiones receptoras de su modelo de integración. La imagen que Europa proyecta es una entidad que debe encarar sus propios problemas, forzada a elegir entre dos alternativas básicas. Una es el abandono completo del proceso ambicioso tal como se visualiza en los procesos constitucionales, incluida la alternativa modesta del Tratado de Lisboa. Esa agenda desembocaría en el congelamiento de la entidad, generando un tardío, glorioso pero incompleto Mercado Común, con solamente la mitad de sus miembros adoptando la moneda común, rechazando una política exterior común. Esta solución mandaría un mensaje erróneo al resto del mundo, especialmente hacia Latinoamérica. Según esa lógica, ¿cómo Bruselas podría insistir en la profundización de los diferentes pasos de la integración regional con un modelo que aparentemente había agotado su capacidad y había perdido el apoyo de los europeos? La segunda alternativa es lograr una solución aceptable para la mayor parte del liderazgo de la UE que le permitan venderla al electorado. Esta opción enviaría un mensaje global de que la UE no renuncia a sus principios: es flexible, ha aprendido nuevamente de sus errores y finalmente prevalece. Anhelos, autopercepción y realidades

En ambos continentes, los procesos de integración regional han sido reflejados en la primera década del nuevo siglo según el prisma apropiado que se ha aplicado a su observación. Resulta verdaderamente intrigante el contraste entre tres ángulos diferentes y complementarios. Por un lado, subsiste el entramado compuesto por los anhelos históricos, las ambiciones documentadas y también por las frustraciones reconocidas. En segundo lugar surge la apariencia mostrada por una autoevaluación de índole gubernamental e institucional que ha persistido como positiva a ambas orillas del Atlántico. En tercer término se revela la realidad palpable, sujeta a inspección y comentario. El resultado del contraste notable de la combinación de estas tres dimensiones no puede considerase como negativo, ni como positivo, sino simplemente como realista. Usando la metáfora del vaso medio lleno o medio vacío, desde un


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ángulo ambicioso pudiera decirse que el balance de la integración latinoamericana es decepcionante. Desde otra perspectiva, puede aducirse que el panorama pudiera ser peor, huérfano de alternativas con expectativas de progreso. Pero aún en ese caso no puede justificarse el silencio sobre las limitaciones y sus causas profundas. Este diagnóstico provisional debe aceptarse como una vía apropiada para tener una idea más aproximada sobre de dónde proviene el concepto de integración en Europa y en América, cómo el modelo de la UE se ha implantado, adaptado o rechazado en América Latina, y cuál puede ser el retrato a mediano y largo plazo. Para captar una descripción de los anhelos históricos y la apariencia autoconstruida nada mejor que examinar la parafernalia de la Cumbre Celac-UE de Santiago. Todo el protocolo y el guión seguido a rajatabla contribuyeron a la reflejar el retrato que se intentaba proyectar. La Unión Europea estaba doblemente representada por su presidente Herman Von Rompuy, emanando su dimensión originariamente intergubernamental, y por la Comisión, liderada por José Manuel Durao Barroso, emanando su innata naturaleza supranacional, como guardiana de los Tratados. Replicando el formato de la recepción del Premio Nobel de la Paz en Oslo, ambos dirigentes ofrecieron sendas declaraciones públicas. Aunque el presidente del Parlamento no estuvo presente, como sí lo hizo en la ceremonia del premio, el papel del legislativo europeo protagonizó la celebración de la paralela Asamblea Parlamentaria en conjunción con representaciones variadas de entes similares de América Latina, aunque de poderes y legitimidad diferentes. Ahora bien, nótese que en cuanto cabe a la soberanía plenamente compartida, es la Comisión la entidad negociadora, un aspecto ausente en los sistemas latinoamericanos, huérfanos de unas políticas comunes plenas. La entidad compuesta por América Latina y el Caribe, plasmada en la Celac, se presentaba liderada, aunque fuera pro tempore, por el presidente chileno Sebastián Piñera, quien había recibido la batuta de Venezuela (inspiradora del nuevo ente), y ahora la entregaba a Cuba, liderada por Raúl Castro, un detalle entre simbólico y objetivo de cuestionamiento por lo que refleja de variedad ideológica de un sistema que utiliza la palabra «integración» de forma muy diferente a la empleada por la UE, donde se exige la doble condición de democracia liberal y economía de mercado. La variedad de membresía de Celac se volvía a replicar en la celebración de su propia cumbre justamente cuando se clausuraba el cónclave EU-Latinoamérica/Caribe. La asistencia de los mandatarios (aunque con ausencias) a una cena ofrecida por Piñera en el Palacio de la Moneda reflejó fielmente el puntilloso protocolo de igualdad. Ahora bien, el propio Piñera dramatizaba en conferencia de prensa la orfandad institucional de la Celac. En una declaración excepcional, al ser preguntado sobre la potencial competencia con la OEA, el mandatario chileno


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fue contundente, legalmente adecuado y probablemente poco diplomático, cuando contestó que eran dos entes totalmente distintos. No solamente diferían en membresía (la Celac se ha calificado como una OEA sin Estados Unidos y Canadá), sino en esencia. La Celac no tiene tratado, instituciones, sede o presupuesto. Pero la UE, siempre respetuosa con los reclamos latinoamericanos de personalidad, ha aceptado el traspaso del papel que antes tenía el Grupo de Río al nuevo ente. Mientras tanto, recuérdese que las limitaciones institucionales del Sistema Centroamericano se reflejan en la identificación de los signatarios del Acuerdo: la Comisión Europea y cinco Estados centroamericanos, sujetos a ratificación individual. Conclusión

Latinoamérica ha quedado apresada entre su ambivalente senda hacia la integración regional y la atracción por la influencia del modelo europeo. Sin embargo, el llamado «nuevo regionalismo» y la presente «tercera ola» de integración posee una variedad de opciones para la inserción en los mercados internacionales, que pueden usarse simultáneamente y no exclusivamente, con mutuos beneficios. La insatisfacción con los bloques existentes puede conducir a diferentes escenarios. El primero es seguir guiándose por la inercia; el segundo es la perenne tentación de optar por una tabula rasa. Hay una tercera vía, basada en aprender de todas las experiencias y aplicarlas a las nuevas entidades, como Unasur. En lugar de abandonar toda la experiencia acumulada, la prioridad debiera centrarse en la integración regional como estabilidad y la creación de una marca autóctona, combinada con la aceptación de la pauta que está ya imperando en la propia Europa, la llamada «geometría variable». En todo momento, existe la necesidad de aceptar la centralidad de los acuerdos para ser ejecutados y respetados, con una voluntad de cambio y adaptándolos a las nuevas circunstancias. Sin embargo, mientras las tentaciones populistas se han esparcido y las demandas para una mano dura con respecto a la seguridad ciudadana están aumentando en intensidad, las protestas contra la desigualdad y la presión por una movilidad sin control pueden convertirse en una parte integral de una agenda imposible de cumplir. En consecuencia, el modelo de la UE todavía es válido en ese contexto. En la última década, la supervivencia del original y esencial proyecto europeo ha estado basada en aprender de los errores del pasado y en la adaptación de los nuevos arriesgados marcos a las nuevas circunstancias. La más reciente de estas autocorrecciones ha sido la reforma de las instituciones por medio de sucesivos tratados. En este caso, Europa no ha caído en la doble trampa de tratar de comenzar de cero o dejar la tarea en manos de la inercia. América La-


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tina puede recoger alguna parte de esa experiencia para reconducir su propio camino hacia la verdadera integraci贸n. Pero, la coyuntura actual es grave. Las inc贸gnitas que la crisis econ贸mica ha levantado con impacto en la arquitectura institucional son numerosas y notables. Reclaman an谩lisis y respuestas.

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¿Cómo y por qué usamos Internet? El caso de los telecentros en Chile

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pedro reyes ga rcí a Universidad Andrés Bello

En este artículo queremos mostrar los resultados de una investigación sobre la apropiación de Internet en los telecentros comunitarios en Chile. Los telecentros son los centros de acceso público a Internet instalados por el gobierno y las organizaciones no gubernamentales (ONG) en los primeros años de la década del 2000. Nuestro objetivo principal es el de reconstruir el proceso de apropiación que han vivido las personas que visitaron (visitan) los telecentros y constatar la complejidad de dicho proceso. Queremos explicar cómo los individuos son activos en el uso y cómo el proceso de apropiación está vinculado a un contexto social inmediato, a la formación anterior de los usuarios, a las relaciones interpersonales, a las representaciones de la tecnología y a la percepción que ellos (ellas) tienen de sí mismos para utilizar la tecnología e integrarla en su vida cotidiana. Para comenzar, presentamos brevemente el marco teórico que hemos utilizado para comprender la integración de las tecnologías en la vida cotidiana, en nuestro caso, Internet en los telecentros. Nos concentraremos en el modelo de la apropiación de las tecnologías (Proulx y otros, 2007; Millerand, 1998; Proulx, 2001, 2002 y 2006), donde explicamos las diferentes etapas del proceso. Enseguida, exponemos la metodología utilizada, es decir, la etnografía, y finalmente, la parte más importante de este artículo presenta la


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reconstrucción del proceso de apropiación, considerando las diferentes etapas (momentos) a partir de los datos recolectados en nuestro terreno de investigación. Veremos en esta parte que el modelo de apropiación es adecuado para comprender el fenómeno y descubrir, al interior de cada etapa, un cierto número de subetapas que pueden ser identificadas. Problemática

Internet comercial existe desde 1994. A partir de ese año su uso se ha extendido por el mundo. Sin embargo, en muchos países el acceso a Internet para todas las segmentos de la población no es posible, dada las precarias condiciones económicas de un porcentaje elevado de la población. Es el caso de los países en vías de desarrollo como Chile. Esta tecnología comienza a ser utilizada cada vez más, pero al mismo tiempo hay un porcentaje elevado de la población que no tiene acceso y que probablemente tendrá dificultades para tenerlo en el futuro. Este fenómeno se puede observar también en la mayoría de los países de América Latina que viven situaciones similares a la chilena. Por otra parte, existe un discurso teórico y político que destaca la importancia de esta tecnología en una sociedad llamada «de la información». Las autoridades políticas y algunas ONG se dan cuenta de esta necesidad y están interesados en satisfacerla a través de la instalación de centros de acceso público a Internet en los barrios populares de Santiago, y en regiones, en los pueblos alejados de los grandes centros urbanos. Ahora bien, muchas investigaciones se concentran en la realidad de los telecentros en América Latina. La mayoría de ellas ayudan a justificar la instalación de estos centros a partir de los datos objetivos sobre la brecha digital que existe en el subcontinente. Otras dan cuenta de políticas de universalización de los gobiernos o se interesan en la realización de catastros que demuestran el crecimiento de estos centros en esta región del mundo. Otros estudios reflexionan sobre la definición misma del telecentro y también sobre las potencialidades que tendrían estas tecnologías en los grupos de escasos recursos de la población. Finalmente, otras investigaciones han señalado los problemas de funcionamiento de los centros o aquellos que han fracasado. En Chile, pocos estudios abordan la dinámica de los telecentros. Entre los temas abordados por estas investigaciones podemos citar: los usos de Internet más frecuentes en los telecentros, el telecentro como punto de encuentro para la comunidad, la importancia de la formación en informática sobre todo para las personas que pertenecen a segmentos económicamente vulnerables y la importancia del responsable del centro en la dinámica creada al interior de los centros de acceso a Internet. Desde nuestro punto de vista, no es suficiente conocer la frecuencia con la que las personas van al telecentro, sino por qué ellas van al telecentro; no es


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suficiente saber solamente qué sitios visitó la persona, sino por qué los visitó; es necesario saber cómo la persona incorporó o está incorporando Internet en su vida cotidiana y también cuáles podrían ser las consecuencias de esta incorporación en la comunidad donde se sitúa el telecentro; es por todo esto que creemos necesario descubrir las significaciones que las personas atribuyen al uso de esta tecnología en su vida cotidiana. Habiendo observado los principales aspectos que componen nuestra problemática, podemos ahora formular la pregunta de investigación que trataremos de responder en este estudio: ¿cómo se construye la apropiación de Internet por los visitantes de los telecentros en Chile y cuáles son las consecuencias de esta apropiación en su vida cotidiana? Para encuadrar nuestra investigación, creemos necesario un marco teórico que nos entregue herramientas para comprender e interpretar esta realidad. Por esta razón, hemos recurrido a la sociología de los usos de las tecnologías y en particular al modelo de la apropiación. Marco teórico

Varios modelos teóricos tratan de comprender el proceso por el cual los individuos integran las tecnologías de la información y la comunicación en su vida cotidiana, éstos son: el modelo de la difusión, de la innovación y de la apropiación. Mientras que Breton y Proulx (2006) se refieren a dichos modelos como los «puntos de entrada sobre los principales trabajos sobre los usos», Frenette (2005) se refiere a estos modelos como las «tendencias mayores en el estudio de los usos de las tecnologías de la información y de la comunicación normalmente reconocidos». Esta clasificación, presentada en un comienzo por Chambat (1994) y retrabajada por Millerand (1998-1999), es una referencia al momento de hablar de los diferentes estudios realizados en este dominio. Se debe reconocer, sin embargo, que según Jauréguiberry y Proulx (2011) se trata de los modelos clásicos para pensar los usos, sobre todo en el comienzo de esta corriente de pensamiento, pero después de 1995 «las orientaciones de las investigaciones sobre los usos han sido múltiples, plurales y diversas» (32). En esta investigación hemos utilizado el modelo de la apropiación, que se interesa principalmente por la construcción de la significación del uso de parte de los usuarios (Proulx, 2006). Según Breton y Proulx (2006) la idea de la apropiación de una tecnología es una de las más utilizadas con respecto a las problemáticas sociales relativas a los usos de las TIC. Según Jouët (2000), los estudios sobre la sociología de los usos rechazan el paradigma tecnicista; los usuarios no son simples consumidores pasivos de productos y de servicios que ofrece el mercado, el usuario es más bien un actor activo. El modelo de la apropiación consiste en explicar más que en constatar las distintas distribucio-


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nes del equipamiento tecnológico de los hogares. En este sentido, Chambat (1994) explica que las diferencias en las tasas de equipamiento o la frecuencia de uso responde principalmente a las diferentes significaciones atribuidas por los usuarios a los usos mismos. Las etapas del proceso de apropiación

Según Proulx y otros (2007) las condiciones de apropiación de una tecnología constituyen cuatro etapas. Si bien las etapas son vividas de manera cronológica puede haber retornos en la medida que la utilización de la tecnología es más intensa. En el corazón de este proceso, se encuentra la significación que los individuos dan al uso de la tecnología. Para Proulx (2006), ‘significación de uso’ quiere decir «la elaboración de parte de los investigadores de constructos analíticos que se apoyan en el examen de materiales declarativos de los usuarios. Estos últimos describen así al observador las representaciones que se hacen de las prácticas de comunicación en sus relaciones de uso cotidiano con objetos o dispositivos técnicos de comunicación» (b3) (la traducción es nuestra, como todas las que siguen). Así, la primera condición de la apropiación según Proulx y otros (2007) es el acceso; ahora bien, en realidad se trata de una precondición necesaria pero no suficiente. Aunque parezca evidente, el acceso mismo va a determinar el comienzo del proceso de apropiación. Según los mismos autores, la etapa siguiente consiste en el dominio técnico y cognitivo del artefacto de parte del usuario, es decir, la necesidad de «adquirir las competencias cognitivas y técnicas necesarias a la manipulación de las tecnologías y del uso de los protocolos. Estas competencias son con frecuencia el resultado de aprendizajes específicos y de enseñanzas formales o informales» (Proulx y otros, 2007: 27). En tercer lugar, Proulx y otros (2007) se refieren a la integración significativa del objeto técnico en las prácticas cotidianas, en el trabajo o en otros lugares. En cuarto lugar, según Proulx y otros (2007), este dominio y esta integración deberían ser suficientemente avanzadas para permitir al usuario poder realizar de vez en cuando, con la ayuda del objeto técnico, gestos de creación, es decir «acciones que generen novedad con respecto las prácticas habituales» (Breton y Proulx, 2002: 272). En nuestro análisis, consideramos las dos últimas condiciones en conjunto, pensamos que la integración significativa del objeto técnico permite al mismo tiempo los gestos de creación. Metodología

Este estudio sobre la apropiación en los centros de acceso público a Internet utiliza un enfoque cualitativo (Strauss y Corbin, 1990; Taylor, 1994) y la


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etnografía como estrategia de investigación (Denzin y Lincoln, 2005). Con respecto a las herramientas metodológicas, hemos utilizado la entrevista y la observación para la recolección de datos (Punch, 2005). Hemos hecho entrevistas individuales en profundidad con los visitantes de los telecentros. La observación ha sido una herramienta que nos ha servido principalmente para describir los lugares visitados y las actividades que se desarrollan en ellos, lo que ha enriquecido nuestra investigación y los datos que hemos obtenido a partir de las entrevistas. Describimos la etnografía como una investigación empírica en el terreno, a través de la cual intentamos comprender la vida de los individuos compartiendo con ellos. Se trata de comprender un fenómeno a partir del punto de vista de la población local (o estudiada) para obtener los datos de primera fuente. Según Hammersley y Atkinsons (1995) la etnografía respondería a las preguntas siguientes: ¿Qué pasa en el terreno? ¿Cómo las personas con que trabajamos observan y evalúan sus acciones? ¿Cómo podemos describir el contexto en el cual se realiza la acción? En resumen, la etnografía permite la exploración de un fenómeno social sin utilizar hipótesis y tiene la tendencia a trabajar con datos no estructurados, es decir, que la recolección de datos no pretende responder a categorías de análisis definidas con anterioridad. Además, se utiliza una cantidad restringida de casos y el análisis de los datos supone una interpretación de la significación de las acciones humanas. Nuestro terreno de investigación y análisis se desarrolló en diferentes momentos entre los años 2005 y 2010, periodo en el que visitamos los telecentros en diferentes regiones del país. Trabajamos en cinco telecentros en cuatro ciudades de Chile: Villarrica, San Rosendo, Talca y Santiago. En total realizamos 28 entrevistas en profundidad con los usuarios de los telecentros y los responsables de éstos. Para construir nuestra muestra recurrimos a los responsables de los centros como informantes, quienes nos ayudaron a encontrar los entrevistados. Dada su permanencia en el centro durante todo el día y de la ayuda que prestan a los visitantes para utilizar los computadores, poseen una mirada privilegiada de las actividades de los usuarios en los telecentros. Con respecto al análisis de los datos, una vez terminado el trabajo en terreno de la investigación, procedimos a la transcripción de las entrevistas y de las notas. Se debe señalar que con el objetivo de comprender el proceso de apropiación de los usuarios de los telecentros, hemos concebido una pauta de entrevista que pudiera motivar a los usuarios a dar cuenta del fenómeno. Para eso nos basamos principalmente en las etapas de la apropiación propuestas por Proulx y otros (2007). Nuestra pauta de análisis, dedicada a la codificación de las entrevistas, está basada en la pauta de entrevistas. Hemos creado, eso sí, ciertas categorías a partir de temas emergentes que no habíamos consi-


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derado antes, y que aparecieron, como se puede esperar, en una investigación etnográfica. Es importante aclarar, eso sí, que aunque hayamos trabajado con esas categorías, nuestro trabajo de terreno no estaba ligado estrictamente a un conjunto cerrado de categorías de análisis, lo que se opondría completamente a un estudio con una orientación etnográfica como el nuestro. Esta pauta de análisis trata de capturar los diferentes momentos en la experiencia de una persona con respecto a la apropiación de Internet en los telecentros. Aceptamos que la reflexión de las personas no se realiza de forma lineal, sin embargo, hemos dividido las narraciones por razones prácticas, con el objetivo de facilitar el trabajo de análisis y de presentación de datos. En las líneas que siguen vamos a discutir los diferentes momentos de la apropiación que acabamos de nombrar en relación con la experiencia de los usuarios de Internet en los telecentros. Análisis y discusión

Nuestra discusión está organizada a partir de las etapas de la apropiación propuestas por Proulx y otros (2007). Aunque la sociología de los usos se interesa principalmente en la significación del uso, se debe tener en cuenta que en el proceso de apropiación diferentes momentos son vividos por los individuos, los que, según nosotros, forman parte de dicha significación del uso; el acceso lleva a una utilización de la tecnología, pero antes de la utilización se debe poder y saber usarla, lo que es posible después de haber vivido un proceso de aprendizaje formal o informal. Estas utilizaciones, en un contexto social e histórico, lleva a las personas a una interpretación propia de la experiencia. En las líneas que siguen vamos a presentar los diferentes momentos de la apropiación que vivieron nuestros entrevistados en los telecentros y daremos una importancia especial a la parte de la significación del uso. El acceso al computador y a Internet

El acceso, según lo señalan Proulx y otros (2007), es el primer momento de la apropiación. Para abordarlo, creemos que existen dos niveles que se desprenden de nuestra investigación. En primer lugar hay un nivel general, es decir, un nivel nacional que se refiere a la política misma de instalación de los telecentros en el país y que pretendía el acceso a las personas que no tienen los medios para pagar un abono a domicilio; lo llamamos «política nacional de telecentros» (Cecchini, 2005; Maeso y Hilbert, 2006 y Villatoro y Silva, 2005). El segundo nivel en el acceso es aquel que se refiere a aspectos individuales de los visitantes: i) a las reflexiones de los individuos antes de comenzar el proceso de aprendizaje de Internet, es decir, las representaciones;


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ii) la manera de saber sobre la existencia del telecentro; y iii) las motivaciones para visitarlo. En este artículo, y por razones de espacio, haremos referencia solamente al segundo nivel del acceso.

Las representaciones de los usuarios Las representaciones de los individuos sobre Internet se construyen antes de la primera experiencia con el computador. Sin embargo, las representaciones de una tecnología continúan evolucionando durante todo el proceso de apropiación, a partir de las reflexiones y de las experiencias de los usuarios, de tal manera que algunas pueden permanecer y otras confirmarse o modificarse. Antes que las personas lleguen a los telecentros, ya han desarrollado ciertas ideas sobre la tecnología, las que han sido probablemente influenciadas por su experiencia de vida y sus relaciones sociales. Así, antes que las personas vayan a los telecentros y decidan tomar un curso o utilizar Internet la primera vez o de manera más frecuente, hubo o existió una inversión imaginaria con respecto a Internet (Millerand y otros, 2002). Es interesante constatar que entre las representaciones que se forman los visitantes antes del uso de Internet en los centros hay dos aspectos que se repiten y que nosotros consideramos importantes de destacar: en primer lugar existe un cuestionamiento sobre la utilidad de Internet en la vida cotidiana y, en segundo lugar, la asociación de la utilización de Internet con ciertas normas sociales. Así, ciertos visitantes, principalmente los mayores (más de 55 años), y especialmente quienes no habían tenido contacto antes con los computadores ni con Internet, dudaban de la utilidad de la tecnología, es decir, del rol que ella pudiera jugar en su vida cotidiana. Según nosotros, este desconocimiento de la tecnología no equivaldría a una representación negativa que pudiera retardar el proceso de apropiación de Internet; al contrario, pensamos más bien que es una fuente de curiosidad que empuja al descubrimiento. En otros casos hay personas que suponen que Internet les debe servir para algo (principalmente su trabajo) y para la comunidad en la cual está instalado el telecentro. Las personas tienen estas ideas a partir de lo que habían escuchado decir de la tecnología. En este caso, hablamos de una percepción de utilidad anticipada ya que no tienen la experiencia que confirme esta intuición. En este último caso específico, no hay dudas sobre la utilidad de Internet; hay, por el contrario, una predisposición positiva que lleva a la persona a utilizarla. Con respecto a las representaciones que podemos asociar con las normas sociales hemos constatado dos ideas frecuentes que podríamos calificar de representaciones más bien negativas en nuestros usuarios: Internet es para los más ricos y para los jóvenes. La primera representación que es compartida por


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un número minoritario de personas no impidió el uso ni el aprendizaje de Internet. Hemos encontrado estas personas utilizando los computadores en un telecentro, un lugar donde el acceso es gratuito o a muy bajo precio, donde han llegado invitados por otras personas. La idea de que Internet es para los jóvenes fue señalada principalmente por las personas mayores (55 años y más). En este caso, podemos hacer un vínculo con la utilidad de la tecnología percibida por esas personas. Ellas piensan que por el hecho de que Internet sea para los más jóvenes, no tendría utilidad, o al menos una utilidad precisa, para ellos en su vida cotidiana. Recordemos que hablamos de una etapa anterior a ir al telecentro a utilizar Internet. En este caso, podemos hacer un vínculo con el concepto de «normas sociales» que proponen Lobet-Maris y Galand (2004) en su estudio sobre la apropiación de Internet en las personas mayores. Las personas piensan que las tecnologías están predestinadas a ciertos individuos de ciertos sectores de la sociedad. Si ellos no pertenecen a ese grupo, se sienten marginados pues no responden a la norma.

La manera de informarse sobre la existencia de los telecentros La instalación de los telecentros de parte del gobierno y de las ONG no significa necesariamente que la gente los visitará. Los visitantes fueron a los centros invitados normalmente por los más cercanos. La red interpersonal de los usuarios jugó un rol clave en el proceso de acercamiento con el computador y con Internet. Cuando hablamos de red interpersonal, estamos haciendo un vínculo con la noción de red de apoyo propuesta por Proulx (2004). Según este autor la red de apoyo comprende normalmente alguien que tendrá el rol de «revelar» Internet, es decir, que ayudará a la persona a descubrir la tecnología y los aspectos positivos que su uso podría tener en su vida cotidiana. Otros estudios también se refieren al contexto interpersonal de los individuos que se comprometen con el proceso de apropiación de las tecnologías. Es el caso de Thatcher y otros (2007) quienes señalan la importancia del soporte de los colegas en el medio laboral para disminuir la ansiedad debido a la implantación de una nueva tecnología en una organización. Asimismo, Lam y Lee (2006) observan la importancia del apoyo a las personas de más de 55 años en la formación y en la percepción que ellos tienen de su autoeficacia para utilizar una nueva tecnología. Más adelante veremos que la red de apoyo es también importante en el proceso mismo de aprendizaje de Internet, aspecto que abordamos al estudiar la segunda condición, aquella que se refiere al dominio técnico y cognitivo de la tecnología.


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Las motivaciones para ir al telecentro Acabamos de ver la importancia de la red interpersonal para informarse sobre la existencia del telecentro. En muchos casos, las personas que forman parte de la red de apoyo de los individuos que se inician en el uso de la tecnología, no entregan solamente una información de manera neutra sobre los telecentros e Internet sino que hacen una invitación directa con argumentos donde se realzan las características positivas de la tecnología en cuestión. A partir de dichos argumentos y de sus propias reflexiones, las personas se sienten motivadas para ir a los telecentros. Ellas supieron de su existencia, pero hay además otras cosas que las motiva a probar su uso. Estas motivaciones interactúan con las representaciones. Como ejemplo, una persona mayor puede pensar que Internet es para los jóvenes (representación) pero ella recibe una invitación de parte del responsable del telecentro para ir a realizar una formación (motivación) y decide aceptar. En ciertos casos, sobre todo en aquellas personas que jamás han utilizado Internet y los mayores que fueron a los telecentros para tomar un curso, la motivación más destacada fue aquella de querer aprender algo nuevo. Para estas personas, y lo veremos en la sección siguiente, las sesiones de formación formal eran muy valoradas. Varias otras personas habían utilizado ya Internet antes de visitar más frecuentemente el telecentro. Ellos habían seguido cursos de formación o habían aprendido en otra parte, pero no tenían el hábito de ir al telecentro. Para estas personas, la falta de acceso en su casa era la razón más evidente para ir al telecentro. Otras veces, hay un evento importante o una reflexión específica que hace que la persona decida ir al telecentro, que gatilla un interés por una utilización frecuente de Internet y le da una significación al uso que lo justificará. Hay que subrayar también que la falta de acceso en casa no será completamente reemplazada por el acceso en el telecentro. En la mayoría de los casos, el acceso a Internet en un centro comunitario es considerado como temporal. Es interesante constatar que las primeras motivaciones van a evolucionar a partir de la experiencia concreta con la tecnología. Si la primera motivación era tener acceso, una vez que las funcionalidades de Internet son descubiertas y utilizadas, las motivaciones para continuar varían a partir de las proyecciones de los individuos de lo que podrían seguir haciendo o de lo que les gustaría hacer en el futuro. El dominio técnico y cognitivo de Internet

Recordemos que según Proulx y otros (2007), el dominio técnico y cognitivo se refiere al hecho de adquirir las competencias cognitivas y técnicas necesa-


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rias para la manipulación de las tecnologías y el uso de sus protocolos. Estas competencias son frecuentemente el resultado de un aprendizaje específico y de enseñanzas formales o informales. Para adquirir tales competencias, los usuarios de los telecentros han vivido diferentes situaciones, como experiencias esporádicas con la tecnología, un proceso de aprendizaje formal (talleres) o informales (individualmente, ensayo y error). Concretamente, el dominio técnico y cognitivo de Internet se manifiesta en la utilización de la tecnología. Podemos decir, finalmente, que el proceso de aprendizaje no se termina nunca, dadas las nuevas aplicaciones ofrecidas por la tecnología y los nuevos usos descubiertos por las personas. Sin embargo, el proceso de agregar otras aplicaciones debería ser más fluido dada la experiencia de base adquirida por los usuarios. Para comenzar la discusión sobre esta condición de la apropiación, vamos a abordar en primer lugar las experiencias de los visitantes con Internet antes de ir al telecentro y su contexto de vida en el plano tecnológico.

Otras experiencias con Internet y el contexto tecnológico del usuario De manera concreta, podemos ver en nuestra investigación dos tendencias: la de los adultos (40 a 70 años) que nunca tuvieron experiencia con los computadores, y la de los jóvenes (17 a 30 años), que habían tenido experiencias con los computadores como una formación en la secundaria y en la universidad. En los dos casos, se hacen de manera frecuente referencias y comparaciones con otras tecnologías utilizadas, principalmente otros medios de comunicación, por lo que el computador se inserta en un medio donde las tecnologías y las experiencias con ellas no son extrañas para la mayoría de las personas. Este fenómeno es abordado por Jouët (2000), el que llama genealogía del uso: el uso de una nueva tecnología, como es el caso de Internet, no se realiza en un vacío. Éste se sitúa no solamente en un contexto social específico, sino que al interior de un camino personal en el cual la persona ha vivido otras experiencias con la tecnología en cuestión e igualmente con otras tecnologías que pertenecen a su universo material y simbólico cotidiano. Para hacer referencia a otras tecnologías que utilizan o conocen los usuarios de los telecentros, hablaremos de ‘contexto tecnológico’. En general, podemos decir que los visitantes de los telecentros (nuestros entrevistados) poseen (o existen en la casa donde viven) varias tecnologías de uso doméstico común: teléfono celular, televisión, DVD y teléfono fijo (lo menos frecuente dado el emplazamiento de los telecentros donde la densidad de los teléfonos fijos es muy débil). Incluso, varios entre ellos poseen un computador que no está conectado a Internet. En ciertos casos, estos computadores estaban antes conectados a Internet pero el servicio debió ser interrumpido por razones económicas.


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Este contexto tecnológico juega un rol en el proceso de apropiación; pensamos que el hecho de referirse al uso de otras tecnologías, de haber tenido una experiencia parcial con Internet y de vivir en un medio con una presencia física y simbólica de tecnologías, tiene consecuencias en la capacidad o en el interés de aprender y dominar el funcionamiento de Internet. Pensamos que se trata de un aspecto muy positivo en un proceso de apropiación. Hacer referencia a una máquina de escribir frente las personas mayores, por ejemplo, parece ser una manera de acercar la nueva tecnología a algo más conocido, con la intención de otorgar a esta nueva máquina (el computador) un aura de familiaridad, aunque se hable de tecnologías completamente diferentes. Hay que considerar que el hecho de tener todas esas tecnologías en la casa no significa que ellas sean utilizadas por todas las personas, sobre todo los adultos de más de 40 años. Hay veces en que se dan situaciones contrastadas al interior de la dinámica familiar con respecto al uso de las tecnologías: en ciertos casos, los más jóvenes no ayudan a sus padres a comprender el funcionamiento de la tecnología; en otros casos, los jóvenes motivan a los adultos a tomar un curso de informática. A veces los padres de los usuarios más jóvenes, sin ellos mismos saber ni estar interesados en utilizar un computador o navegar en Internet, motivan a los jóvenes a profundizar sus conocimientos en informática porque ellos piensan que se trata de algo útil y positivo para su futuro.

El proceso de aprendizaje para utilizar Internet y el rol del monitor del telecentro Pensamos que lo más significativo en la manera de aprender a utilizar la tecnología es la diferencia en el aprendizaje entre las personas adultas (más de 40 años) y los más jóvenes (17 a 30 años). Con respecto a las personas adultas (mayores) hemos constatado que valorizan de mejor manera la formación en los talleres formales de informática para aprender a utilizar el computador. Así, manifiestan una necesidad mayor de acompañamiento permanente para realizar las nuevas tareas, sobre todo al comienzo del proceso de aprendizaje. En este proceso, la red de apoyo parece muy importante. El estudio de Lam y Lee (2006) viene a confirmar esta idea cuando ellos señalan que las personas de más de 55 años tienen mayor necesidad de motivación externa y de apoyo no solamente en el uso, sino que también la autopercepción de su eficiencia. Además, en el caso de los talleres en un centro, las características de los miembros que participan son también importantes. Se podría decir que en la formación, el grupo de pares, es decir, las personas que están viviendo la misma experiencia, forman la red de apoyo de los participantes. Con respecto a los más jóvenes, entre quienes han tenido experiencias anteriores con la tecnología, ya sea en la escuela o en la universidad, el aprendizaje


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(o su profundización) se realiza de manera mucho más informal y también más fácilmente. Sin embargo, su experiencia anterior no impide que necesiten ayuda de vez en cuando. En este caso la red de apoyo de los jóvenes es muchas veces formada igualmente por grupos de pares. Aunque ellos afirman que no es necesario seguir una formación formal, se preguntan cosas entre ellos, sobre todo entre los amigos. En ciertos casos, entre los más jóvenes hemos constatado que la tecnología misma juega un rol muy importante en el proceso de aprendizaje, sobre todo entre aquellos que tienen una formación más avanzada. Hay casos en que los jóvenes descubren (y saben utilizar) la información en Internet para reparar los computadores, desarmarlos y armarlos, instalar una antena para utilizar Internet inalámbrica, etcétera, lo que muestra un dominio técnico y cognitivo más avanzado. En el caso de los jóvenes y los adultos, los responsables de los telecentros, que eran normalmente jóvenes talentosos reclutados entre los mismos visitantes, fueron un factor de motivación para que la gente volviera al telecentro después de la primera visita. Podemos ver aquí la importancia del grupo en el proceso de aprendizaje, tal como lo hemos visto en el acceso. Los responsables son también los líderes sociales que ayudan a la comunidad a comprender la importancia de Internet. Un estudio de la Subtel (2006) sobre la experiencia de los telecentros en Chile identificó dos tipos de liderazgo asociados a la administración de los telecentros: el líder social que ayuda a comunicar el sentido de la tecnología en la comunidad, y el líder tecnológico que conoce los códigos y los lenguajes asociados a las TIC y que es capaz de transmitir en las sesiones de formación. En nuestra experiencia, hemos encontrado los dos tipos de líderes y en ciertos casos, los dos se confunden en la misma persona. Constatamos igualmente que la mayoría de los usuarios expresa su interés de seguir aprendiendo o estudiando. Ellos están conscientes que se trata de un aprendizaje a largo plazo, que el dominio técnico y cognitivo corresponde a un proceso, que se trata de una tecnología que evoluciona constantemente y que propone con frecuencia nuevas funcionalidades. Sobre este plan, hemos constatado una diferencia entre los adultos y los jóvenes. Los primeros, interesados a continuar el aprendizaje, piensan siempre en una formación como la que tuvieron cuando llegaron al telecentro. Los más jóvenes, al contrario, saben que pueden continuar aprendiendo a partir de la práctica cotidiana. La necesidad de una formación entre los más jóvenes está vinculada a un interés profesional, es decir, a la necesidad de tener un diploma que atestigüe un conocimiento tecnológico para obtener un empleo más tarde. Una vez que el proceso de aprendizaje está relativamente logrado, es decir, a partir del momento donde la persona puede utilizar al menos una aplicación de Internet, los visitantes de los telecentros van a comenzar a integrar usos


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en su vida cotidiana a través de diferentes utilizaciones.1 Tales utilizaciones muestran el dominio técnico y cognitivo de Internet de los visitantes de los telecentros (lo que hacen con la tecnología), lo que corresponde a la segunda condición de apropiación propuesta por Proulx y otros (2007). Estas utilizaciones han sido posibles a partir de un aprendizaje y de un esfuerzo personal y también a partir de la participación de otras personas: la red de apoyo de los visitantes. Se debe tener en cuenta, igualmente, que las utilizaciones de Internet se realizan en un contexto específico; mayormente en los telecentros. Vamos a ver que este hecho lleva a los usuarios a reflexiones con respecto a este lugar de uso y lo que sería el lugar ideal para utilizar Internet, el hogar. Con respecto al lugar de uso, la mayoría de los entrevistados en los telecentros utiliza Internet únicamente en los telecentros en que los encontramos. En este caso, el lugar tiene probablemente una influencia sobre los usos de los visitantes principalmente porque los telecentros tienen reglas que enmarcan de una cierta manera los usos que se pueden realizar en el recinto. ¿Podríamos pensar que ese tiempo limita o moldea los usos de las personas? A partir de nuestra investigación, nos hemos preguntado varias veces por esta situación y hemos imaginado un uso ilimitado en la casa: de tener esta posibilidad, ¿harían un uso intensivo del chat todo el día? ¿Se trata de la manifestación del interés gatillado sobre todo por la novedad de la tecnología? No podemos responder a estas preguntas a partir de esta investigación, pero podríamos suponer que efectivamente habría diferencias importantes con el uso en la casa. El estudio WIP (2006) hecho en Chile lo señalaba: las personas que tienen acceso a Internet en la casa están conectadas durante una mayor cantidad de tiempo y utilizan Internet para una mayor variedad de actividades. Otra investigación, realizada por Bevort y Bréda (2008) sobre los jóvenes entre 12 y 18 en Europa y en Québec, nos dan pistas para pensar (o confirmar) que los usos en la escuela y en la casa son (y serían) diferentes. En estos estudios, lo que es todavía más importante, es que la percepción misma de los jóvenes de tales usos es diferente en los dos lugares (casa y escuela). Para los adolescentes, Internet en la escuela no es «su Internet». Es en la casa que los jóvenes se sienten libres de hacer lo que ellos quieran con Internet. Como lo señalan Burn y Cranmer (2006), los usos en la escuela eran frecuentemente relatados con mucho menos entusiasmo de parte de los jóvenes en compara1. Las utilizaciones más frecuentes de nuestros entrevistados de manera más o menos homogénea en todos los telecentros son el correo electrónico, el chateo a través de MSN y la búsqueda de información específica de interés personal con la ayuda de un motor de búsqueda, normalmente Google (salud, recetas, jardinería, cultura general, tareas escolares, etcétera). En seguida, podemos señalar el chateo con desconocidos e informarse de las noticias a través de los diarios en línea. Finalmente, los usos menos frecuentes son los juegos (en línea o no) y la bajada de música y de videos.


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ción con lo que decían de MSN, de los juegos electrónicos, de la música y de otros usos en el domicilio. Las personas entrevistadas en nuestra investigación no tienen acceso a Internet en su domicilio. Como lo hemos visto anteriormente, ellas quisieran, en su gran mayoría, tener un computador conectado en su casa. Es por esta razón que la utilización de Internet en el telecentro es siempre considerada como transitoria. Aunque en ciertos casos la utilización de Internet en el telecentro puede incluir para algunos, sobre todo los más jóvenes (17 a 30 años), usos bastante avanzados, podemos suponer que el uso de Internet en un lugar público abierto a la comunidad, sobre todo para quienes expresan el deseo y el interés de tener un computador en la casa, señala una etapa de la apropiación. La significación del uso

En el modelo de la apropiación, la construcción del uso de una tecnología es estudiada a partir de la significación construida de dicha tecnología por los individuos. Hemos visto que Breton y Proulx (2002) y Proulx y otros (2007) proponen, después de la condición del dominio técnico y cognitivo, la integración significativa de la tecnología en la vida cotidiana de los usuarios. Esta integración significativa debería permitir gestos de creación. Es decir, cambios en las prácticas (de comunicación, de entretención, de consumo) de las personas que incorporan la tecnología en su vida cotidiana. En esta parte de la discusión vamos a abordar la «integración significativa» y los «actos de creación» al mismo tiempo. Como lo hemos señalado, la integración significativa se materializa en los usos que se transforman en actos de creación. En esta parte de la discusión, observaremos los usos de las personas, clasificándolos según tres esferas de vida: personal, profesional y social (Frenette y Johnsson-Smaragdi, 2005). En la esfera personal hacemos referencia al contexto inmediato de los individuos: la organización de su vida privada, la expresión de intereses personales, las relaciones con su familia y amigos y su vida familiar propiamente tal. En la esfera profesional hacemos referencia a los estudios, a la formación profesional y al mundo del trabajo; y en la esfera social, a su experiencia de vida comunitaria y en la sociedad en un sentido más amplio. Queremos destacar que los usos señalados en las distintas esferas se entremezclan, pero las significaciones pueden ser diferentes para el mismo uso, dependiendo de la esfera de vida que observemos. Así, podemos citar el uso del correo electrónico en que la significación puede estar vinculada al mismo tiempo a la esfera personal (la importancia de comunicar fácil y rápidamente con la familia) y a la esfera profesional (el correo permite tener acceso al jefe de la empresa a quienes se les vende un servicio), por ejemplo.


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La esfera personal En la esfera personal podemos ver que el uso de Internet es significativo para las personas entrevistadas, dado el valor que ellas entregan a la posibilidad de comunicar, informarse, mejorar su autoestima y expresar su libertad personal. Con respecto a la comunicación, los entrevistados se refieren a las ventajas de comunicar por correo electrónico, MSN o chat. Estas herramientas son evaluadas positivamente ya que permiten una comunicación rápida y más fácil con respecto a las tecnologías precedentes. Además, existe una posibilidad de reforzar la sociabilidad a partir de las herramientas ofrecidas por Internet. En ciertos casos, el correo electrónico es evaluado como una herramienta de comunicación indispensable en la vida cotidiana, algo de lo cual no se podría prescindir. El hecho que el correo sea reconocido como indispensable hace que, para ciertas personas, no tener acceso provoque un sentimiento de aislamiento. El hecho que Internet permita una comunicación fácil y rápida extiende el contexto inmediato, crea una ampliación del mundo ya que permite comunicar con las personas que están lejos. Con Internet me puedo comunicar con otras personas fácilmente, eso es lo que llama la atención. Por ejemplo, en Internet tengo muchos amigos de España, de República Dominicana, de Argentina, de aquí mismo, de Chile, de Punta Arenas, Santiago, Valdivia, Puerto Montt y Temuco, muchas personas con las que me comunico. Hemos creado una amistad muy rica, tengo muy buenos amigos virtuales, tengo tres amigos muy buenos (Rosalía, 24 años, Villarrica).

El acceso a la información, en ciertos casos considerado como ilimitado, gracias a los motores de búsqueda, es muy valorizado por los usuarios de Internet, como la lectura de periódicos en línea. Este acceso a la información permite al mismo tiempo tener una mirada diferente sobre el mundo, la que se amplía gracias a esta posibilidad. Al mismo tiempo, el uso de Internet permite compartir información con los otros miembros de la familia. Para mí, Internet es un medio que permite obtener muy rápidamente toda suerte de información… Es una creación humana que, supongamos, está hecha para el bienestar humano… espero que sea lo mismo para las futuras generaciones (Don Carlos, 72 años, Villarrica). Cuando yo era chica, tenía que ir a la biblioteca a buscar información, era mucho más complicado que ahora, ahora se pone una palabrita y sale todo lo que uno busca… es más fácil. Pienso que Internet es una herramienta fundamental, independientemente del hecho de leer o no los libros, si conoces Internet, ves el mundo de manera completamente dife-


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rente, por las distintas posibilidades, se encuentra todo (Jimena, 27 años, San Rosendo).

Varios usuarios se refirieron al hecho de que el uso de Internet mejoraba su autoestima. Así, para ciertas personas, el aprendizaje y el uso de Internet pueden tener una influencia en el reconocimiento de los niños hacia los adultos (normalmente el padre o la madre), lo que agrega un nuevo tema de conversación a la relación y en consecuencia una satisfacción de la parte del padre. Tengo que modernizarme como persona… En Internet hay muchas cosas por aprender. Hay que integrarse al ritmo actual, he visto personas que no saben ni como encender un computador, pero ahora todo funciona con la informática. Todo es así, y si uno no avanza, se queda obsoleta. En las escuelas, hay en todas partes computadores, entonces si la mamá no sabe no va a poder apoyar a sus niños. Una vez abrí mi Messenger y mi hijo me decía ‘hola’, pero yo no sabía que éramos amigos, entonces la Jaco (la responsable del telecentro) me explicó… él estaba fascinado de haber chateado con su mamá (Daniela, 34 años, Santiago).

Por otra parte, algunos usuarios, y sobre todo los mayores, señalaron que el hecho de utilizar Internet significaba para ellos la posibilidad de no sentirse atrasados con respecto a la tecnología. Este hecho les permitía ser parte del conjunto de usuarios de esta tecnología, que son, según ellos, los más jóvenes. Al mismo tiempo, el uso de Internet les permitió descubrir competencias insospechadas. El hecho de conocer una tecnología que les parecía alejada gracias a los cursos –siempre las personas mayores– los ha hecho ver que ellos también son capaces de aprender y no solamente los más jóvenes. En este caso, la representación construida antes de empezar a utilizar Internet (Internet es una tecnología para los jóvenes) es reconstruida o simplemente cambiada, una vez que se ha vivido la experiencia. Yo me siento realizada, porque yo, ahora, pertenezco a ese grupo, al grupo de personas que conocen y usan Internet. Cuando uno escribe por aquí (señala el computador), uno recibe enseguida una respuesta. El correo tengo la impresión que es algo que pertenece al pasado (Señora Rosa, 70 años, Talca).

Además, el hecho de participar en una formación en informática les ha permitido ser parte de un grupo de personas hacia el cual han desarrollado un sentimiento de pertenencia. Es decir que la participación en un grupo para aprender informática es un elemento de sociabilidad que se agrega a aquel que permite la comunicación en línea. Esta situación es coherente con el estudio de Xie (2007) sobre el uso de Internet en las personas mayores en Norteamé-


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rica que forman parte de un club de Internet. Dichas personas no establecían casi nunca vínculos en línea, contrariamente a los más jóvenes. Sin embargo, el hecho de participar en el club les permite crear intercambios personales fuera de línea y, en ciertos casos, relaciones de amistad con otros participantes. Con las mismas personas con que hemos tomado el curso de computación (adultos mayores), queremos crear un club de amigos de la informática, estamos buscando los recursos para que el INP nos ayude. Queremos participar en un proyecto que nos financie; la idea central es la informática, pero podemos encontrar otras cosas para divertirnos. Para mí, la informática es importante, pero no se puede gastar todo el tiempo en eso, no se puede estar pegado a una silla frente a una pantalla (Don Carlos, 72 años, Villarrica).

El uso de Internet en el telecentro puede transformarse en un tema de conversación al interior de una familia. El hecho de hablar de su experiencia con Internet en la casa y de incluir en las conversaciones los amigos virtuales está en línea con el modelo de la domesticación de una tecnología (Silverstone, 2006). Recordemos que la domesticación se refiere a la dinámica generada en el interior del hogar a partir de una nueva tecnología. Una vez que la tecnología está «domesticada», sale de la casa y forma parte de la vida cotidiana externa de las personas (las conversaciones en las oficinas sobre un programa de televisión, por ejemplo). En el caso de Internet utilizado (o domesticado) en el telecentro, entra en el hogar y se materializa en las conversaciones que los usuarios de la tecnología (que lo hacen en otras partes) establecen con otros miembros de la familia (que no lo utilizan ni en la casa ni en otro lugar). De a poco yo le contaba a mi mamá que yo tenía un amigo en Internet que se llamaba así y que vivía en tal lugar… Después de un tiempo, y aunque ella no lo conociera, me preguntaba bien seguido como estaban mis amigos virtuales (Rosalía, 24 años, Villarrica).

Finalmente, para ciertos usuarios, Internet permite poner en práctica su libertad individual, dadas las posibilidades de acceso a la información y de comunicación que ella ofrece. Así, Internet se transforma en una herramienta que permite poner en práctica sus habilidades de selección.

La esfera profesional En la esfera profesional vamos a observar dos grupos de personas, aquél para quien Internet (y la informática en general) es significativa porque es útil y necesaria para el trabajo que realizan actualmente, y el segundo grupo para quien Internet (o más bien el computador) se transforma (o puede transformarse) en una fuente de empleo en el futuro.


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En el primer grupo de personas que trabajan ya con Internet, encontramos a aquellos que utilizan Internet desde hace un tiempo y que realizan usos avanzados en el marco de su trabajo. Para ellos, la tecnología es indispensable para las tareas que deben realizar. Personalmente, yo trabajo en el área de la formación para desarrollar proyectos, entonces yo enseño, y los talleres que hago con la gente es material reciclado de Internet. Una vez, una amiga me pidió hacer un taller de proyectos para la gente, pero yo sólo sabía hacer proyectos, no enseñar… yo había aprendido en los libros, es verdad, pero di un gran paso con Internet. Ahora voy a Internet y comienzo a buscar todos los cursos sobre los proyectos, por ejemplo, de todos los cursos que yo veo, puedo saber cuál es más pertinente para el desarrollo productivo, para el desarrollo social, etcétera (Cristian, 33 años, San Rosendo).

Existen personas, sobre todo los más jóvenes, que han descubierto recientemente Internet y lo utilizan para trabajar específicamente en el dominio de la informática. Estos jóvenes han descubierto que con los conocimientos que ellos tenían, podían trabajar en ese dominio. Hay algunos que lo hacen ya como voluntarios en los centros de acceso comunitario. Aprendieron a desarmar y armar computadores, a reparar sus componentes, etcétera. Yo… en mi caso, armo y desarmo los computadores, si falta algo, si no tenemos el piloto CD de un equipo yo lo bajo de Internet, trato de resolver todo eso. Soy yo el que formatea los computadores, soy yo quien los repara, los programas, todo… (Jaime, 17 años, San Rosendo).

En el segundo grupo están los mismos jóvenes que les gustaría seguir aprendiendo y tener una certificación formal de sus conocimientos para tener un trabajo permanente vinculado a la informática. Esta reflexión nace generalmente a partir de la experiencia que han tenido en los telecentros. Pronto yo debería comenzar a trabajar. Espero tener un buen empleo, espero que sea en lo mismo que aquí [es monitora del telecentro y sabe arreglar computadores]. Aquí ha sido para mí como un instituto, he estado realmente en el terreno, pero si yo voy a alguna parte a buscar un trabajo, van a preguntarme dónde aprendí, por eso estoy buscando para el año que viene un instituto, por un lado porque quiero aprender más, pero también porque quiero tener un diploma (Lucía, 22 años, Santiago).


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La esfera social En la esfera social, podemos decir que el uso de Internet es significativo porque refuerza ciertos valores propios de la sociedad donde viven los usuarios y que ellos encuentran importantes en su vida cotidiana. En esta esfera, podemos señalar la integración comunitaria y la participación social y la valorización de las mujeres como tales. Con respecto a la integración y la participación social y sobre todo en el caso de los jóvenes, un aspecto importante es la democratización que permite, según ciertos entrevistados, el uso mismo de Internet en los telecentros gracias al acceso de las personas que no pueden pagar un abono en sus casas. Según ellos, esta posibilidad sirve a la homogenización social y permite la igualdad de oportunidades para los niños de medios desfavorecidos. Podemos ver aquí una idealización de la tecnología como elemento que puede solucionar algunas diferencias sociales e incluso estructurales de una sociedad, como el aislamiento y la pobreza. Aquí en San Rosendo la brecha digital ha disminuido, pero hay todavía personas que no conocen el computador, y un computador es algo muy lejano pues viven con el salario mínimo. Para ellos, el computador no es una necesidad ni una prioridad. Yo le digo a la gente que si quieren venir todos los días pueden utilizar una hora, por ejemplo, podemos llegar a un acuerdo y podrían pagar algo al mes (Valeria, 27 años, San Rosendo). Con Internet, se puede hacer de todo, las personas no tienen que quedarse en sus intereses inmediatos… una vecina podría venir aquí y aprender solamente a utilizar Office y a enviar correos, y trabajar para una empresa, trabajar con sus documentos, enviar una proposición, tener una fuente de trabajo; un vecino podría venir aquí a aprender mecánica, toda la teoría y practicar en un auto, y yo, yo podría aprender por Internet a hacer un taller de autoestima y darlos en los territorios donde yo trabajo… (Cristian, 32 años, San Rosendo).

Internet es también significativo ya que, según ciertas mujeres entrevistadas, les permite escapar del rol «típico» de las mujeres dueñas de casa. Así, para ciertas mujeres el uso de Internet en los telecentros las motiva a reflexionar sobre su propio estatus de su género. El uso de Internet se transforma en un elemento de integración y de ruptura de la rutina de las mujeres dueñas de casa. Los cursos de computación en el telecentro eran muy interesante, éramos un grupo de señoras y para nosotros, que estamos siempre en la casa… (Catalina, 45 años, Talca).


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Yo me modernicé como mujer, salí de esta burbuja en la que viven las madres, uno está siempre trabajando en la casa… ahora yo sé chatear, bajo música, hago mis propios CD de música, es algo en favor de mí, como mujer… Puedo ayudar a mis hijos y hablarles con más autoridad (Daniela, 34 años, Santiago).

Pensamos que esta idea se sitúa bien en la esfera social porque las personas que la han expresado han hecho siempre referencia a las mujeres en general. Hablan a partir de sus experiencias, pero incluyen siempre otras mujeres que han conocido en las sesiones de formación. Aquí encontramos una referencia explícita al género que es interesante abordar vinculándolo con los estudios sobre tecnologías y género. Para comenzar, debemos decir que no vimos diferencias enormes entre los hombres y las mujeres en lo que respecta a los usos mismos de Internet en los telecentros. Sin embargo, hemos constatado varias veces una actitud diferente con respecto a la aproximación a Internet, lo que podría estar vinculado al contexto cultural donde hemos hecho nuestra investigación; las tareas de cada género son muchas veces definidas y no son siempre cuestionadas. Por ejemplo, había siempre más mujeres adultas que hombres adultos que dudaban de la utilidad de Internet en su vida cotidiana. Esta situación confirma una observación con respecto a la aculturación de los dos sexos (Jouët, 2003), que podría tener consecuencias no solamente sobre el uso, sino sobre la actitud hacia la tecnología. No podemos evocar estadísticas sobre la participación de hombres y mujeres que visitan los telecentros, pero pensamos que es significativo que ningún responsable haya hecho comentarios con respecto al porcentaje de hombres y mujeres que visitaban los telecentros. Este hecho puede confirmar lo que señala el estudio WIP (2006): en general, en Chile, no hay una gran diferencia entre el número de hombres y mujeres que utilizan Internet. Cuando los responsables daban ejemplos de usos, hacían referencia a hombres y mujeres. Es muy probable, entonces, que la experiencia en los telecentros siga la tendencia descrita en los estudios que hablan de la feminización creciente del uso de Internet. Es decir que las tareas asociadas normalmente a los géneros evolucionan en el seno de una misma sociedad, así como la percepción de los roles otorgados respectivamente a los hombres y a las mujeres. Conclusión

El objetivo de esta investigación fue conocer el proceso de apropiación de Internet en los telecentros en Chile. Pensamos que hemos podido comprender de mejor manera una realidad que, según nuestro punto de vista, no había sido profundizada suficientemente por los estudios precedentes sobre los telecentros de acceso público a Internet.


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Hemos reconstruido el proceso de apropiación que vivieron los visitantesusuarios de los telecentros y hemos descubierto las significaciones del uso de Internet que ellos han construido. El retrato de las significaciones es bastante variado, como lo son las personas entrevistadas. He aquí uno de los aspectos más interesantes del proceso de apropiación que nosotros observamos: el uso construido de una tecnología puede revestir diferentes significaciones para una persona y eso en diferentes esferas de su vida, sobre todo si pensamos en la complejidad de la tecnología que estamos evaluando. Además, esta significación puede evolucionar en la medida que se complejiza el uso, mientras que éste se inserta en otros aspectos de la vida de la persona. La apropiación de una tecnología, como lo hemos visto, no es un proceso que tenga una fecha precisa de comienzo. El comienzo está más bien diluido entre distintos acontecimientos, y se mezcla con el uso de otras tecnologías y otras experiencias con la misma tecnología. La apropiación, según nosotros, no comienza con el acceso ni en el momento de la utilización de la tecnología, sino que antes, cuando las personas desarrollan representaciones sobre la tecnología antes de utilizarla, a partir de la influencia que reciben del medio social en el que están insertas. La apropiación tampoco termina en un momento dado. Las personas imaginan usos futuros a partir de sus posibilidades de acceso y de los cambios que experimentará la tecnología misma en el tiempo. Así, la apropiación no se refiere solo a un momento presente solamente, sino que también a uno imaginado e incluso deseado. Sería interesante entonces para el investigador de retomar el proceso de apropiación de la tecnología de los usuarios de telecentros más tarde y probablemente en otro contexto físico (el hogar, por ejemplo). ¿Habrían cambiado las significaciones construidas a partir del uso? ¿Cómo habrían evolucionado? Las mujeres, por ejemplo, que hacen una reflexión sobre su identidad de género a partir del uso de Internet, ¿podrían con un uso permanente y más avanzado incorporarlo en diversas tareas cotidianas y ver la modificación de su propio rol en el hogar y los comportamientos que están asociados? Reconocemos, sin embargo, que esta realidad de los usuarios con respecto a Internet cambia todos los días y que los desafíos para comprender el fenómeno en el futuro son numerosos, no solamente con respecto a la universalización del acceso, y las diferentes aplicaciones que ofrece Internet y las tecnologías en general, sino con respecto a los modelos teóricos y metodológicos para realizar este tipo de estudios. Esperamos verificarlo en estudios posteriores, ya sea por el autor de esta investigación u otros investigadores interesados por el tema. Al respecto, Internet continuará durante mucho tiempo en la primera fila de la investigación; sin duda una fuente inagotable de reflexión.


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Los tipógrafos y el comienzo del periodismo en Chile

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abraham s a n ti b á ñ e z Universidad Diego Portales

El 13 de febrero del año pasado se conmemoraron 200 años de la aparición de la Aurora de Chile. Es el comienzo del periodismo en nuestro país y como tal se programaron algunas celebraciones, menos ciertamente de las que ameritaba la ocasión. Una excepción notable a este silencio correspondió a la Academia Chilena de la Lengua, que organizó tres disertaciones sucesivas y, sobre todo, sirvió de escenario para presentar los tres tomos del libro Biografía y escritos de Fray Camilo Henríquez, probablemente el texto más completo sobre el tema. Su autor, el periodista y abogado Fernando Otayza dedicó años a investigar el tema en Chile, Ecuador, España y Buenos Aires. En esta mezcla de homenajes, de lo que casi no se ha hablado es que la Aurora de Chile representa el nacimiento, muy artesanal en ese momento, de la industria tipográfica en nuestro país. Ya habían pasado más de tres siglos y medio desde la invención de la imprenta y casi dos siglos del nacimiento del periodismo impreso. Al inaugurarse el siglo XIX, en Europa y Estados Unidos se consolidaban los medios de comunicación y el ejercicio del periodismo se sistematizaba y, sobre todo, se profesionalizaba. Chile, en esa materia, tenía un retraso considerable. Sin embargo, la puesta en marcha de la Aurora se produjo en el momento preciso para re-


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cuperar el tiempo perdido. Camilo Henríquez tenía la preparación intelectual necesaria, gozaba del apoyo de la Junta de Gobierno y contaba con el equipo indispensable. La prensa1 que trajo Mateo Arnaldo Hoevel había llegado a Valparaíso en noviembre de 1811. El 16 de enero de 1812 a Henríquez lo contrataron como «redactor» por 600 pesos al año. En el decreto de nombramiento se justificó la decisión por estar «adornado de principios políticos, de religión, talento y demás virtudes naturales y civiles». Dichas cualidades, se agregaba, le permitirían transmitir «con el mayor escrúpulo la verdad que sola decide la suerte y crédito de los gobiernos». Esfuerzos ímprobos

Hoevel había hecho bien su tarea. Junto con una pequeña prensa,2 trajo de Estados Unidos la tipografía adecuada para imprimir en castellano (con «ñ» y vocales acentuadas), probablemente fabricada por los fundidores Archibald Binny y James Ronaldson, y también a los operarios para hacerse cargo del taller (Osses, 2001). Anteriormente se habían hecho impresiones, principalmente de naipes,3 pero no había entonces personal suficientemente capacitado para la confección de textos más extensos: libros o periódicos. Sería un error, sin embargo, pensar que el Chile colonial fue un páramo en esta materia. En marzo de 1696 se dio cuenta, mediante oficio de la Real Audiencia de Santiago, de la existencia de implementos de impresión, provistos con moldes de madera. Por una discrepancia en el valor de su trabajo, que llegó a los tribunales de justicia, se sabe que el tallador José de los Reyes fue probablemente el primero en confeccionar tipos de bronce.4 En 1748, cuando los jesuitas trajeron una amplia variedad de «instrumentos de sus artes y oficios», según consigna Raúl Silva Castro, surgió una posibilidad cierta de instalar un taller de imprenta. Los mencionados instrumentos, contenidos en cinco cajones, incluían 32 fardos de papel y equipos de 1. La pequeña máquina, operada manualmente, prestó servicios durante largo tiempo, llegando incluso a Copiapó, hasta que fue «jubilada» en 1940. Actualmente está en exhibición en la Biblioteca Nacional. 2. La «platina» donde se colocan los tipos mide apenas 32 centímetros de alto por 32 de ancho. 3. José Camilo Gallardo, bedel de la Universidad de San Felipe (en cuya sede se instaló la imprenta de la Aurora), ya había realizado algunas impresiones, incluyendo posiblemente la invitación a la reunión del 18 de septiembre de 1810 en que se proclamó la primera Junta de Gobierno. 4. Véase <http://www.auroradechile.cl/newtenberg/681/article-5257.html>. Recopilación de Cristián Salvo.


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impresión, pero no hay constancia de que se usaran antes de la expulsión de la orden en 1767. Se presume, señala la publicación citada, que «con la apertura de la Casa de Moneda y con el arribo a estas latitudes en 1748 del tallador español, Manuel de Ortega y Balmaceda, comenzaron a circular algunos grabados y esquelas de convite». Estos impresos podrían haber empezado con el folleto «Modo de ganar el Jubileo Santo», que data de 1776. Hay quienes creen que el primer texto impreso apareció más tarde, el 5 de marzo de 1780, una invitación a un acto público. Lento camino a la Aurora

Comenta el texto mencionado que «ahora bien, se cree —y esto se encuentra en el terreno de las especulaciones históricas expresadas tanto en los textos de Luis Miguel Amunátegui como en los de Toribio Medina sobre la materia— que fue el grabador de la Casa de Moneda de nombre Rafael Nazabal quien imprimió estos ejemplares referenciados, ya que se sabe que éste poseía una prensa de pequeñas proporciones, pues imprimía guías en dicha dependencia estatal». Otros antecedentes: en 1777 el ciudadano arequipeño José Miguel Lastarria —profesor de filosofía, cronología, matemáticas y maquinaria—, trajo consigo las primeras letras de imprenta. En la imprenta de la orden Dominica se imprimieron cinco reglamentos internos de la Recolección, todos de 1783. Años más tarde, en 1789, el Cabildo de Santiago pidió a España el envío de equipos para la impresión de libros y publicaciones periódicas. La respuesta fue positiva, pero con una condición típicamente burocrática: «Que se formalice su solicitud… para su inteligencia y cumplimiento». El pedido nunca fructificó. Para los criollos, el tema era urgente. Según algunas versiones (Soto Veragua, 1990), después del 18 de septiembre de 1810 se encargaron a Londres y a Nueva York dos imprentas. Solo llegó una, la de la Aurora. La inédita aventura empezó bien. La mejor descripción del entusiasmo con que se recibió el periódico la estampó un clérigo conservador, Melchor Martínez, quien, aunque no compartía el ideario de Henríquez (lo llama «secuaz de Voltaire y Rousseau»), supo valorar su obra: [Ese 13 de febrero] corrían los hombres por las calles con una Aurora en las manos, y, deteniendo a cuantos encontraban, leían, y volvían a leer su contenido, dándose los parabienes de tanta felicidad, y prometiéndose que por este medio pronto se desterraría la ignorancia y ceguedad en que hasta ahora habían vivido, sucediendo a estas la ilustración y la cultura que transformaría a Chile en un reino de sabios.


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Luces y sombras

«Con su Aurora, dice el historiador Simon Collier, Henríquez proveyó un medio clásico de propaganda revolucionaria. Se consideró un educador que trata de difundir principios correctos entre gentes en general desconocedoras de nociones avanzadas. Se creía ‘un ciudadano libre… un filósofo que en todas partes halla su patria si halla libertad, y en todas partes promueve la ilustración’. Las páginas de la Aurora de Chile y El Monitor Araucano no nos dejan por mucho tiempo en duda acerca de lo que Henríquez pensaba (que) era ilustración. Como advirtió el erudito francés Claudio Gay, él ‘no habla más que de principios políticos’. La índole de esos principios era revolucionaria…» (Collier, 1977). Como fuere, hay quienes piensan que la aparición de la Aurora y sus inflamados mensajes fue la proverbial gota de agua que colmó la paciencia del Virrey Abascal en Lima. Como resultado, ese mismo año de 1813, señala Collier, Abascal despachó una fuerza expedicionaria, comandada por el brigadier Pareja, destinada a aplastar la rebelión criolla. A ella se le sumaron nuevas tropas a comienzos de 1814, a cargo del general Gabino Gaínza. Por varias razones, entre las cuales hay que considerar las profundas diferencias entre Bernardo O’Higgins y José Miguel Carrera, en octubre de ese mismo año, tras la batalla de Rancagua, los realistas recuperaron el poder. Lo difícil que había sido el empeño de Camilo Henríquez y de quienes querían difundir las ideas de independencia, lo prueba la facilidad con que los santiaguinos cambiaron de bando cuando llegaron las noticias de la derrota en Rancagua. Existen significativos testimonios de que las banderas patriotas que flameaban en Santiago fueron reemplazadas por el pabellón realista de la noche a la mañana. Pero también hay que reconocer que, con el tiempo, el desarrollo de los acontecimientos terminó por generar una situación irreversible. La represión desatada por el gobernador Francisco Casimiro Marcó del Pont cerró la puerta a todo entendimiento entre patriotas y realistas. Anunció sin vacilaciones que no les dejaría a los chilenos ni siquiera lágrimas con qué llorar. Vicente San Bruno, comandante del regimiento de los Talaveras de la Reina, se encargó de ello, como hay numerosos testimonios, incluyendo la novela Durante la Reconquista de Alberto Blest Gana. Pero, como sabemos, en 1818 la proclamación de la Independencia era un hecho inevitable. Escasez de especialistas

Seis años antes, en 1812 ese «futuro esplendor» estaba lejano. Más aún, después de la euforia inicial de la aparición de la Aurora, el periódico debió en-


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frentar no pocas dificultades. Los problemas empezaron apenas cinco meses después. Tras la celebración del 4 de julio organizada por el cónsul norteamericano Joel Poinsett, murió Guillermo Burbidge uno de los impresores. Resultó fatalmente herido en un incidente originado por el exceso de alcohol consumido en la fiesta. Sus compañeros fueron detenidos. De este modo, según Diego Barros Arana, el subsecretario del Cabildo de Santiago, Manuel José Gandarillas, se convirtió obligadamente en improvisado tipógrafo e impresor. Era «hijo de una familia patricia», precisa Horacio Hernández (2011), pero… «tuvo a honra transformarse en obrero tipográfico, llevado de su entusiasmo por la causa de la libertad nacional». Johnston, verdadero «regente» del taller, trabajó en la Aurora hasta su cierre en abril de 1813 y, por un breve período, siguió en El Monitor Araucano. Ese mismo mes Johnston se ausentó de Santiago. Inicialmente, según José Toribio Medina, se creyó que iba «a acompañar, probablemente, a don José Miguel Carrera en su viaje al sur». En definitiva, sin embargo, según añade Medina, partió a Valparaíso para embarcarse en una escuadrilla con la que el gobierno pretendía combatir a las fuerzas realistas que se retiraban al Perú. La expedición no tuvo fortuna. Johnston terminó en una prisión en El Callao y solo pudo regresar a Valparaíso a comienzos de 1814. En abril, finalmente, emprendió el retorno a su patria. Su carrera como impresor en Chile había terminado. Al final de la Patria Vieja solo quedaba uno de los tipógrafos llegados con Hoevel: Simón Garrison. Pero, forzados por la situación, ya se habían preparado otros operarios. Además de Garrison trabajó en el taller de la Aurora Alonso J. Benítez, un inglés contratado como traductor. Hernández suma al ya mencionado José Manuel Gandarillas, a Camilo Gallardo y Eusebio Molinare. Señala que, «más tarde», aparecen otros nombres: «don Antonio Jara, un Vallés, un Vilugrón y el más constante de todos, don José Silvestre Pérez, incansable editor de almanaques y novenas». Abundante catálogo

Durante la Reconquista, Mariano Osorio, el primer (y más moderado) jefe español, quiso aprovechar las instalaciones y le pidió a Camilo Gallardo que se hiciera cargo ya que simpatizaba con las autoridades realistas. Así se puso en marcha una publicación titulada ¡Viva el rey! Gaceta del Gobierno de Chile. Pronto tuvo que dar explicaciones por «los defectos de ortografía y de imprenta». Las razones, comentó Gallardo públicamente, eran la ligereza con que el general «copiaba sus manuscritos» y que los patriotas «se llevaron consigo toda letra y útiles de la imprenta» (citado por Soto Veragua, 1990).


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Lo que se salvó de tantas aventuras, dice Barros Arana, de poco servía: los «tipos ya gastados y no renovados daban fea impresión». El historiador Horacio Hernández (2011) señaló que la llegada en 1817 del general José de San Martín a Chile, hizo posible la importación de otra imprenta, cedida por «el Estado de las Provincias Unidas de Sud América». Quedó a cargo de ella «don José Benito Herquiñico, meritorio tipógrafo chileno». Surgieron decenas de periódicos. Algunos fueron de corta vida, reveladores de un apasionamiento que antes no había encontrado canales de expresión. En ese período, bastante revuelto, abunda el periodismo de trinchera,5 se multiplican las publicaciones de nombres desafiantes, provocativos, ingeniosos y también ingenuos, como se aprecia en parte del recuento que hizo Raúl Silva Castro: El Amigo de la Ilustración, El Duende de Santiago, Gazeta Ministerial de Chile, El Argot de Chile, El Sol de Chile, El Juguete, Cartas Pehuenches, El Censor de la Revolución, La Miscelánea Chilena, El Independiente, El Mercurio de Chile (Camilo Henríquez era su redactor), Tizón Republicano, El Amigo de los Militares, El Despertador, El Apagador, y decenas más. A fines de la década de 1820 se aprecia el comienzo de un vuelco, marcado por El Mercurio de Valparaíso. Su aparición es indicio de que el periodismo no consiste sólo en desahogos momentáneos. Pero de haberlos, los había, como lo demuestran dos títulos inolvidables: El Hambriento y El Canalla. Aunque ya eran sabidas a través de diversos trabajos históricos, estas debilidades técnicas fueron redescubiertas en fecha reciente. Un grupo de estudiosos constató que hasta más allá de 1840 aún eran inevitables los errores, probablemente por la falta de especialización. El caso de El Crepúsculo

En 2010, como parte de la celebración del Bicentenario, los académicos Nelson Cartagena, Inés González y Pedro Lastra concibieron la idea de hacer una edición facsimilar de la revista El Crepúsculo (1843-1844). Esta publicación marcó un hito en la historia del pensamiento chileno. Fue parte de una segunda etapa de la historia del periodismo, cuando se pasó del exagerado ejercicio panfletario inicial a un desarrollo más profundo del pensamiento. En ese período se fundaron diarios en Santiago (El Progreso) y en Concepción (El Telégrafo) y se renovó El Mercurio de Valparaíso. También aparecieron diversas revistas de tipo cultural y científico. Tal como escribió José Victorino Lastarria, uno de los partícipes de El Crepúsculo, ellos estaban convencidos de que ya se había superado el período 5. El periodismo de las décadas de 1820 y 1830 se caracterizó por la lucha de ideas y consignas, como lo revelan algunos títulos clásicos: El Hambriento, El Canalla, El Amigo de los Militares y otros parecidos.


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fundacional de la República. Venía el tiempo «del desarrollo intelectual en sentido liberal, nuevo acontecimiento social promovido desde fuera de las regiones del poder y de la política…». La realidad fue menos comprensiva. «Sociabilidad chilena», un artículo de Francisco Bilbao publicado en junio de 1844, provocó un feroz proceso judicial. En la edición de El Crepúsculo de agosto de ese año, se difundieron la defensa de Bilbao y la contundente sentencia del tribunal que condenó la publicación «en tercer grado, como blasfemo e inmoral». ¿El castigo? La hoguera. Era la despedida. La revista no volvió a aparecer. Al intentar su reedición más de siglo y medio después, quedó de manifiesto, de manera indirecta, que en esa época todavía persistían grandes insuficiencias en el trabajo del taller. El profesor Nelson Cartagena, en una presentación en la Academia Chilena de la Lengua, sacó el tema a luz. A su juicio, los errores tipográficos que se detectaron en esta reedición de El Crepúsculo, tenían mayormente su origen en la falta de experiencia de los operarios de mediados del siglo XIX. La sociedad chilena vivía una gran revolución intelectual y cultural, pero no ocurría lo mismo con los recursos técnicos. Cuatro siglos después que Gutenberg perfeccionara su invento, en Chile todavía persistían algunos problemas elementales a la hora de producir impresos. Habría que agregar, además, la confusión ortográfica imperante. La «ortografía chilena»

Fue Antonio de Nebrija, cuya Gramática Castellana se publicó en 1492, el primero que trató de poner orden en el uso de las palabras y la manera de escribirlas. Durante un largo período previo, la escritura manual había ido generando grafías personales de escritores y copistas. Con la imprenta y las copias múltiples a partir de un mismo original, se hicieron evidentes las diferencias. La Gramática de Nebrija trata, en su primera parte, de la ortografía. El tema lo desarrolló más extensamente en 1517, en su obra Reglas de orthographía de la lengua castellana. El criterio rector se ha hecho notar en la más reciente edición de la Ortografía de la lengua española, , era la adecuación entre grafía y pronunciación, porque «assí tenemos que escrivir como pronunciamos». Lo que vino en los siglos siguientes no fue fácil, en especial si se considera el efecto de la irrupción de la imprenta. Cuando, en 1713, se fundó la Real Academia Española, se pretendía «fijar las voces y vocablos de la lengua castellana en su mayor propiedad, elegancia y pureza». El primer resultado fue el Diccionario de Autoridades (1726-1739). Pero hasta mediados del siglo siguiente se reconocía que era «confuso» el panorama ortográfico del español. En 1823 Andrés Bello propuso un nuevo modelo ortográfico (uso de «j» para los sonidos representados con «j» y «g», y el reemplazo de la «y» por la «i»


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al final de las palabras como lei, rei, buei y como conjunción copulativa: Juan i Pedro. Adicionalmente, en 1835, Francisco Puente promovió el uso de la «s» en vez de la «x» en palabras como «estremo». Era, en buenas cuentas, el nacimiento de la «ortografía chilena». Ello explica por qué, a mediados del siglo XIX, en nuestro país los impresores se debatían entre propuestas encontradas, a las que hay que agregar un uso, que hoy nos podría parecer arbitrario, de las tildes. En todo caso, como lo prueban algunas indignadas reacciones ante las última decisiones de la Academia —por ejemplo, la supresión de la tilde en la palabra «solo», cualquiera sea su significado, o la supresión de la «ch» y la «ll»— ésta es siempre una materia que desata encontradas pasiones. El librero y el tipógrafo

En la década de 1840, la situación de la imprenta experimentó un cambio importante en Chile. Como sus responsables destacan nítidamente dos españoles llegados en forma separada pero que coincidieron en torno a El Mercurio, en Valparaíso. Manuel Rivadeneira era un tipógrafo que llegó a Santiago en 1839 recomendado ante el padre de Diego Barros Arana. Santos Tornero, un inmigrante de La Rioja, llegó a Valparaíso en 1834. Gracias a las recomendaciones que traía, empezó como empleado («tenedor de libros»). Como tuvo éxito,6 pronto se instaló por cuenta propia. Empezó en 1840 con un almacén de «efectos surtidos» que luego convirtió en librería. En Santiago, Rivadeneira también estaba haciendo carrera. Le encargaron El Araucano, el diario oficial de la época. El resultado, comenta Soto Veragua (1990), fue notable: el diario «apareció como vestido de nuevo, como si hubieran empleado tipos nuevos, cuando eran los mismos, completamente remozados por la mágica mano del inteligente impresor que lo había tomado a su cargo». Rivadeneira compró El Mercurio de Valparaíso, el principal diario de la República, en 1841. Al año siguiente se lo vendió a Santos Tornero quien tenía claro el papel desempeñado por Rivadeneira, «aventajado tipógrafo, a quien debe Chile los progresos efectuados desde entonces en el país por el arte tipográfico». Estaba empezando a cerrarse el período en que nuestro periodismo ado6. Las memorias («reminiscencias», las llamó) de Santos Tornero fueron publicadas en Valparaíso, en 1889, cinco años antes de su muerte. En 2010 fueron reeditadas por el Gobierno de La Rioja, en Logroño. La obra incluye diversos artículos de colaboración y sendas presentaciones de los periodistas chilenos Cristián Zegers y John Müller. Los pormenores relatados provienen de esta obra.


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lecía no solo de problemas tecnológicos sino que además le faltaba claridad acerca de su misión. El aporte de Santos Tornero fue crucial. Los impresos fueron ganando en elegancia y corrección. El editor cuidaba de ello y viajó en más de una oportunidad a Europa a fin de mantenerse al día en el desarrollo tecnológico. En 1865, anota Jorge Soto Veragua, «compró en Edimburgo una máquina de doble cilindro, la primera de tipo mecánico que vino a Chile». Al mismo tiempo, estaba preocupado de que el diario (y el periodismo, en consecuencia) asumieran un rol decisivo en la sociedad. Editor responsable

El periodista José Peláez y Tapia, quien ganó en 1927 un concurso con motivo del centenario de El Mercurio de Valparaíso, no escatimó elogios para Santos Tornero. Su Historia del diario El Mercurio (1927), es, pese a algunas observaciones críticas anotadas por el propio jurado, la mejor recopilación de los primeros cien años de vida del periódico. Al referirse a la época en que Santos Tornero estuvo a cargo de la empresa, el autor recuerda el episodio de 1851, cuando se publicó un comentario firmado con seudónimo que molestó a la autoridad provincial. El intendente, cuenta Peláez y Tapia, llamó a su despacho a Tornero y le pidió que le revelara el nombre del autor del texto en cuestión que, según él, tenía el «propósito de desprestigiar a la autoridad». Tornero se negó. Adujo, en primer lugar, que la ley no lo obligaba. Y, en privado, señaló que no lo iba a revelar porque se trataba de una mujer (a pesar de que ella lo había autorizado para dar a conocer su identidad). El resultado fue que, como responsable del diario, debió ir a la cárcel. Tres días después, el intendente revocó la orden y recuperó la libertad. El hecho, comenta Peláez y Tapia, significó que «todo el mundo tuvo que reconocer en don Santos, al editor modelo, al hombre íntegro, al periodista honrado». También se desprende otra conclusión del trabajo de Tornero: que la labor periodística debe incluir tanto la presentación (calidad tipográfica y de impresión) como el sentido de responsabilidad, reflejado en este caso lo que más tarde se consagraría como «la reserva de la fuente», es decir, «el secreto profesional». Este episodio cierra un círculo: salvo Camilo Henríquez, quien no tenía conocimientos especializados, el periodismo en Chile (como en otras partes del mundo) surgió generalmente gracias al espíritu emprendedor de tipógrafos e impresores que comprendieron la oportunidad que había en la difusión sistemática de noticias y opiniones.


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Impulso porteño

La mejor demostración de este espíritu vanguardista es lo que ocurrió en Valparaíso. Debido a que la primera prensa se quedó por años en Santiago, el puerto desarrolló tardíamente labores de impresión. Pero la llegada de Pedro Félix Vicuña cambió el panorama. «En efecto, cuando llega a Valparaíso en 1825, escribió Juan Bragassi H.,7 «trajo consigo una imprenta pequeña, pero de mayor categoría en sus componentes que sus predecesoras, ella iba a desempeñar por acá muy luego un papel importantísimo». El historiador y periodista Roberto Hernández Cornejo, sostiene que Valparaíso a mitad del siglo XIX ya había superado en gran medida las insuficiencias iniciales en materia de impresión, tanto de textos como de publicaciones periódicas: «Según el censo oficial de 1854, teníamos aquí (Valparaíso), setenta y siete personas con la profesión de tipógrafo y que trabajan en el ramo; al paso que en Santiago ese número apenas era sobrepasado por cinco personas más. En Valparaíso había diez litógrafos y, en Santiago, ninguno». Destaca Hernández que en esos años ya se había constituido la Sociedad Tipográfica de Valparaíso, que designó a Benjamín Vicuña Mackenna como miembro honorario. Lo merecía, sin duda, por su copiosa labor como historiador, pero también porque «conocía todas las imprentas de Valparaíso y de Santiago, en todos y cada uno de sus rincones... Se le dejaba entrar a todas partes y ordenarlo todo, porque en todas las imprentas se le miraba como una especie de dueño de casa». Primeros impactos tecnológicos

Todavía no estaban resueltas todas las deficiencias y debilidades del trabajo de los impresores. Bastante tiempo después, dice Jorge Soto Veragua (1990), pese a la multiplicación de los talleres «todas estas imprentas contaban con escasos elementos y con un personal, en general, poco idóneo; por lo tanto eran incapaces de emprender obras de cierta magnitud, dedicándose especialmente a la impresión de periódicos y revistas». Agrega, además, que a mediados de la década de 1870, el fundador de la imprenta Cervantes, Rafael Jover, ante «la verdadera anarquía que existía en materia de corrección, se tomó el trabajo de reunir en un volumen todo lo que sobre la materia habían escrito distinguidos tipógrafos europeos; trabajo que fue utilísimo, no sólo a los tipógrafos chilenos, que se veían obligados a obedecer sin réplica la anárquica corrección de los escritores, sino a muchos de los (propios) escritores que desconocían en general los signos empleados en la corrección». 7. En http://cafeconhistoria.bligoo.com/content/view/747913/Pedro-Felix-Vicuna-yla-Primera-Imprenta-en-Valparaiso.html


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Al parecer, después de tantos años, entre el escritor, el tipógrafo y el impresor, había aparecido un nuevo profesional: el corrector de pruebas. Por más de un siglo le correspondió asumir la responsabilidad de la presentación final de los textos impresos. Podemos sospechar, sin ser injustos, que muchos periodistas y redactores de fama, fueron beneficiados por este trabajo. Incluso más tarde, cuando se incorporaron las linotipias8 al trabajo de los impresores, muchos de sus operarios —que en su mayoría eran anarquistas— también aportaron sus habilidades como correctores. En estos años se generaron situaciones nuevas, como una poderosa alianza entre quienes informaban y opinaban y querían comunicar los resultados de su trabajo a través de los medios y quienes tenían los recursos para imprimirlos. A partir de entonces el periodismo ganó en todo sentido: buena presentación y buen trabajo comunicacional. Pero, a mediados del siglo XX, cuando la radio era un fenómeno que disputaba terreno a los diarios y revistas, con la aparición la televisión y, en las décadas siguientes, se desató una avalancha tecnológica que cambió hondamente el rostro del periodismo y los medios de comunicación. Obviamente, esa es otra historia. Referencias

Collier, Simon (1977). Ideas y política de la independencia chilena. 18081833. Santiago: Andrés Bello.. Hernández Anguita, Horacio (2011). 200 años de la Aurora de Chile. Reedición de textos de su abuelo Roberto. Talca: autoedición. Osses, Roberto (2011). El despertar tipográfico en Chile y la relación con los fundidores norteamericanos. Revista 180 (Facultad de Arquitectura, Arte y Diseño, de la Universidad Diego Portales). Pelaez y Tapia, José (1927). Historia del Diario El Mercurio. Santiago: Talleres de El Mercurio. Real Academia de la Lengua Española (2011). Ortografía de la lengua española. Buenos Aires: Real Academia Española, Asociación de Academias de la Lengua y Planeta. Soto Veragua, Jorge (1990). Breve historia de la imprenta y de la industria gráfica en Chile. Santiago, 1990.

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8. La linotipia fue inventada en 1884 por Ottmar Mergenthaler, reemplazando casi por completo el sistema de composición a mano con componedor y regleta.


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D O S S I E R

Albert Camus

Extraños en el polvo. Albert Camus en sus primeros cien años

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mario va l dov i n os Escritor

Un hombre en situación

«No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar que la vida vale o no vale la pena que se la viva es responder a la pregunta fundamental de la filosofía». De esta forma arranca el ensayo El mito de Sísifo (1942), de Albert Camus. La provocativa y radical idea aparece en el primer capítulo, «Un razonamiento absurdo», precedida por una nota introductoria de Camus en la que previene al lector sobre el resultado de su ensayo: se debe a una sensibilidad absurda y a la descripción de un malestar espiritual motivado por este desacomodo del sujeto con el mundo. Por otro lado, en su corta vida, el autor sostuvo que la sensación de sinsentido puede asaltar a cualquier persona en cualquier lugar, a propósito de nada, o tal vez bajo la presión de la nada. En la misma vía se estaba instalando en la literatura europea, tras el impacto feroz de la Segunda Guerra Mundial, una conciencia disuelta, la de los hombres y mujeres que sobrevivieron a las matanzas y la destrucción. De esos lodos debía reconstruirse algo, unos seres hechos con los fragmentos y las cenizas de Auschwitz e Hiroshima. En este sentido el llamado Teatro del Absurdo, con Samuel Beckett y Eugenio Ionesco a la cabeza, en Chile con la presencia de dos dramaturgos notables


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e infravalorados, José Ricardo Morales y Jorge Díaz, detectaba lo mismo, y sus dramaturgos escribían para los escenarios donde mostraban espectros sin pasado ni futuro, condenados a llevar una vida, o su simulacro, insensata, desprovista de dioses, de esperanzas, de rebeldía, una lenta marcha hacia el patíbulo, sin ninguna acusación previa y bajo la sospecha de la inocencia de los acusados. Lo mismo había propuesto, en las dos primeras décadas del siglo XX, Franz Kafka con su literatura estilísticamente parecida a documentos legales, acusaciones encubiertas que preparaba durante su vida subterránea en la ciudad de Praga, un proceso sin fin motivado por delitos dudosos; un amanecer terrorífico donde un personaje trivial despierta convertido en insecto; un manojo de cartas dirigidas a novias con vocación de fantasmas a quienes prometía uniones improbables y pactos amorosos, a poco andar, disueltos; un libelo, con la apariencia de una epístola, dedicado al padre, acusándolo de crueldad. ¿La de haberle dado la vida? «No alegará inocencia usted, señor K», le grita en la cara un policía al protagonista de El Proceso, Joseph K, porque hay algo inquietante en su situación. Parece existir una culpa radical, previa al nacimiento, que se hereda y condiciona el actuar. Éste es el clima de la posguerra. No es raro que surgiera la filosofía existencialista como el marco ideológico que intentaba si no explicar la crisis a lo menos hacer un diagnóstico, sin pretender una salida o una solución. Sólo dar cuenta, dejar constancia por medio, o por miedo, del lenguaje, de un estado de cosas. ¿Qué es previa, la esencia o la existencia? Hay, según los existencialistas, una conciencia que captura los fenómenos del mundo, desde sus aristas más explícitas hasta las más ocultas: allí se ven árboles, más allá casas; acá personas; un cielo, un mar. Existen en la medida en que los miro y los incorporo a mi ser. Pero es a lo menos curioso detectar que todo aquello que llamamos realidad se desvanece apenas cierro los ojos. ¿Entonces qué? De esta dislocación habla la propuesta filosófica, literaria y teatral de Camus. De una intensa extrañeza frente al mundo, a la vez que de un deseo de certidumbre, o una ilusión que enmascare lo observado. Todo esto sin mencionar la sensación de finitud instantánea y omnipresente a propósito del paso del dios Cronos. El ser para la muerte, el dejar de ser a cada segundo. La biografía

La vida que elegimos, condenados a la libertad de elegir, según Sartre, suele ser rutinaria y monótona, pero no su relato, en particular si alguien que se atreve, en este caso Camus, la transforma en un código, literario, ensayístico y teatral. Pareciera, sin que quede muy clara su eficacia social, algo incluso fascinante. Los datos vitales del tempranamente malogrado escritor son inapelables, como los de toda biografía, allí están en su desnudez y mismidad. Esto fue lo


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que me entregó esa fuerza avasalladora llamada azar. Su nacimiento en Argel, tras la partida de sus padres como inmigrantes a Argelia, un país africano, colonia francesa, al que se accede cruzando el mar Mediterráneo, que tanta pasión insuflaría a la vida y a la obra de Camus. El padre, Lucien Camus, muere muy joven en la Primera Guerra Mundial, como combatiente francés. El chico se cría en una casa pobre donde la madre viuda debe sobrevivir con grandes obstáculos y con pocas esperanzas, ya que, además, es minusválida, padece trastornos verbales, auditivos y es analfabeta. ¡La madre de quien sería después un maestro de la lengua! Vale decir, y no puede haber contradicción mayor, apenas habla, oye muy poco, y lo que requiere un escritor es transformar todo en palabras y lanzarlas, para ser leídas y escuchadas, al viento. Las palabras, les mots, son herederas del viento. Su primer deleite es el fútbol, pero padece desde muy temprano de una enfermedad de clase baja, inhabilitante y tenaz, la tuberculosis. Debe jugar, como guardametas, en el Racing Universitario de Argel, ya que en ese puesto se cansa menos y sus zapatos de fútbol, los únicos que posee, pueden durarle más. Sus aptitudes académicas las descubre su maestro de enseñanza primaria y aquí ya aparece ese influjo que después él retomará, sin proponérselo, sin desearlo: la condición discipular. El pequeño Albert es prácticamente apadrinado por monsieur Louis Germain y después, en la enseñanza, media, por Jean Grenier, joven profesor de filosofía. En el futuro, el maestro será Camus, con miles de discípulos. Ejercerá el verdadero liderazgo, el propio de quien no lo desea. Otras vocaciones son el teatro, los baños de mar en las playas africanas, el sol, el amor y las mujeres. Su temperamento, claramente estival y mediterráneo, lo llevará a cumplir una extensa carrera de seductor. Se casa muy joven con una chica adicta a la morfina y, al parecer, proclive a la infidelidad, Simone Hié, de la que se separa pronto. El resto de sus 47 años lo reparte en un segundo matrimonio, con Francine Faure, del que nacerán dos hijos, devaneos varios con Patricia Blake y la actriz española María Casares, más conquistas ocasionales; su participación como integrante de la resistencia francesa, bajo la ocupación alemana, esencialmente como periodista en Combat; actor, dramaturgo y director teatral. Causas y azares en una vida jamás desprovista de frenesí ni de padecimientos; pugnas enconadas con Jean Paul Sartre; militancia en el Partido Comunista, abandono de la militancia porque abomina de los dogmatismos y prefiere las disidencias y la autonomía; la heterodoxia por encima de la recta doctrina. Tampoco da vuelta la cara, como tantos, con los crímenes del estalinismo, capta temprano el aire totalitario de la aplicación, en los llamados socialismos reales, especialmente de la Europa del Este, del marxismo leninismo. La aceptación del Nobel, en 1957, frente al repudio generalizado de la izquierda intransigente; su éxito literario, el dinero


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y la fama que acarrea; su imparable postura de Don Juan. En fin, tanta vida asediada por la tos, por el país de los enfermos irrecuperables que lo llama, como el ulular de los barcos y las sirenas marinas, una medusa enredada en su cuerpo de nadador, debilitado por la enfermedad, que lo empuja a frecuentes períodos de reposo en sanatorios; un alma no desprovista de fe y un rostro, según él mismo, la fusión imperfecta de un samurái, Humphrey Bogart y el cómico Fernandel. Camus es, como el albatros, un ave de vuelo solitario, no le sirve la bandada. El extranjero

Todo esto, pensamos, va a desembocar en la publicación de su ensayo El mito de Sísifo, y su novela capital, El extranjero, ambas obras publicadas en 1942, a los veintinueve años de Camus. Está en su apogeo la guerra y la ocupación de Francia parece destinada a durar décadas. Si vencen los nazis será aún peor. Es preciso resistir, pero la enfermedad avanza. El extranjero, surgió al parecer en 1937 cuando estaba convaleciente en un sanatario de los Alpes, reponiéndose del ataque de las células malignas que arrasaban sus pulmones. Es la historia de Meursault, un hombre mediocre espiritualmente. Físicamente está en la edad media, es un burócrata y tiene algo semejante a una novia, María. Ella anhela un proyecto, relación de pareja, matrimonio, hijos, familia; él no. Se abre el relato con la muerte de su madre, internada en un sanatorio. Meursault no demuestra pena ni miedo. Sólo la leve preocupación por su jefecillo de ojos turbios, quien pondrá obstáculos para el permiso. La luz del sol es decisiva en la vida del protagonista, ella y los prolongados baños de mar lo hacen ser y sentir la sensualidad de su cuerpo aún joven. El azar, esa fuerza decisiva en la vida humana, lo lleva a cargar en su bolsillo un revólver. Pertenece a Raymond, un vecino con quien Meursault se ha hecho algo así como amigo porque accede a redactarle una carta. Está envuelto en un lío de faldas. Un joven árabe ha sido amante de su mujer y él desea vengar su honor, los cuernos que le pusieron. Raymond y Meursault participaron en un almuerzo, beben. En un momento sale a caminar por la playa y aparece el árabe. Meursault terminará disparándole varios tiros. Apenas sabe quién es, no desea eliminarlo. Todo está consumado. Ahora se pone en movimiento ese mundo del cual él no es partícipe, pero contra el que tampoco se rebela. Es detenido, procesado, juzgado y condenado. La sociedad civil lo considera un monstruo, un insensible, un asesino nato. Rodará su cabeza en la guillotina y no habrá en su actitud oposición ni menos esperanza. Así debe ser. No habrán palabras de arrepentimiento para el sacerdote que acude a su celda pidiéndole recibir, a última hora, el perdón y la gracia divinas. Allí está, inapelable y en-


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volvente, la tierna indiferencia del mundo. A lo lejos se oye el canto nocturno de las sirenas. Ese universo le será ahora para siempre indiferente, mientras aguarda la hora de su ejecución, anhelando que los morbosos espectadores que la presencien lo reciban con gritos de odio. Un final maestro. El legado

A cien años de su nacimiento y a medio siglo de concluida su obra, motivada por el absurdo accidente de auto que padeció, el legado de Camus ha resistido bien el paso de Cronos. Debates, trabajos críticos, reediciones de sus obras narrativas y ensayísticas, montajes de sus obras teatrales, El malentendido, El estado de sitio, Calígula, Los justos, y, por sobre todo, la índole moral de ella, su postura ética y crítica que anteponía los sentimientos y las emociones a la razón, y por supuesto a la razón de Estado, a la ideología impuesta. Camus fue un temperamento libre, un existencialista, a su pesar, y un liberal por opción; un periodista de batalla contra la barbarie nazi; un futbolista que aprendió en la cancha a relacionarse con su prójimo; un hombre de teatro, hechizado por la ficción de la tragedia, tanto de la tragedia sobre el escenario como de la real, la de hallarle todos los días sentido a lo que parece no tenerlo: la vida. Meursault, en un momento de su patética e ingenua defensa ante el tribunal que lo tiene condenado antes de emitir el fallo, señala que el móvil de su crimen tal vez se debió al calor, los rayos del sol africano chocaron en ese atardecer deslumbrante con la cubierta metálica del revólver y él se sintió empujado a jalar el gatillo. El domingo 3 de enero de 1960, su amigo, el editor Michel Gallimard, lo convenció de viajar con él a París. Camus planeaba regresar desde su casa de Lourmarin, comprada con el dinero del Nobel, en tren. Tenía de hecho el boleto. Con Gallimard viajaban su mujer y su hija. En una curva chocaron contra un árbol. Sus amigos resultaron heridos graves, pero se salvaron. En los segundos de vértigo que le dejó la elección de no viajar en tren sino en auto con sus amigos, ¿habrá pensado en los rayos del sol crepuscular de Europa como los culpables de chocar contra el parabrisas del auto que se desbarrancó? Camus murió instantáneamente. Si su ser llegó a algún lugar —no lo sabemos—, es probable que haya llenado de aire puro sus pulmones.

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Albert Camus

Camus, más presente que nunca

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Para muestra, cuatro botones. El psicólogo evolutivo irlandés Jesse Bering cita a Camus en su libro El instinto de creer. La psicología de la fe, el destino y el significado de la vida (2012). Hace las referencias en función de temas como el absurdo y el ateísmo. El agudo filósofo estadounidense Thomas Nagel recuerda a Camus en su obra Secular Philosophy and the Religious Temperament (2010), a propósito del carácter desafiante de los proyectos humanos no obstante la perfecta indiferencia del cosmos. A su vez, el brillante polemista Christopher Hitchens elabora la incisiva introducción a su antología Dios no existe (2009) recordando La peste y en particular ese memorable pasaje en el que el doctor Rieux explica las razones de su solidaridad con todos los apestados. En cuanto al filósofo británico Bernard Williams –considerado una de las mentes más finas de nuestra época—, y en una actitud simplemente inédita por lo que tiene de personal, escribe en su libro Verdad y veracidad que «puede que Camus haya sido un filósofo menos profesional que Sartre, pero no está nada claro que fuera peor. Lo que con toda seguridad es cierto es que es un hombre más honesto y su autoridad como intelectual descansa en ese hecho, a diferencia de los falaces sistemas con que Sartre consiguió engañar a sus seguidores y a sí mismo» (2006: 23).

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Como decía Henry Miller, hay muchos vivos que parecen muertos y algunos muertos que están más vivos que nunca. Camus es uno de estos últimos. No está solamente el hecho de que libros como La peste (1947), El extranjero (1942), El hombre rebelde (1958) o La caída (1956) hayan sido leídos masiva y universalmente desde sus respectivas apariciones y traducciones. Tampoco se trata únicamente de que recibiera el Premio Nobel de Literatura en 1957. Lo más significativo es su actualidad. Por la época de Camus, el tono de los tiempos estaba dado por la entreguerra, la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría. Para los intelectuales, el mandato era ser de izquierda y pronunciarse resueltamente a favor de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, en la convicción de que en esos lugares se estaba construyendo el hombre nuevo. En materia de denuncias, el derrotado nacional-socialismo alemán, la España de Franco o la existencia de los Estados Unidos, eran los blancos obligados. En París, la estrella más resplandeciente era Jean Paul Sartre y el existencialismo fundido con marxismo era la dieta apropiada. Camus debió hacerse un nombre en contra de estas persistentes mareas. En un medio en donde la pertenencia a una universidad y la actividad académica dictaban las normas de toda pretensión intelectual seria, tuvo que abrirse paso pese a que no ejercía la docencia ni tenía un puesto académico. Esta condición lo volvía sospechoso. Ni académico, ni existencialista, ni marxista, ni partidario incondicional de la URSS, bregó contra la corriente. Esto es lo esencial: Camus concluyó que no era imprescindible adquirir tales calificaciones para adoptar una postura política razonable y decorosa. Por de pronto, le chocaba profundamente el relativismo moral de los intelectuales políticamente correctos. Prestos a denunciar la violencia, la tortura y el genocidio en un lugar cualquiera del planeta, callaban esos mismos excesos en otros confines. Camus no tuvo ni un solo remordimiento en calificar a la URSS como una dictadura totalitaria, a pesar de observar cómo otros rasgaban vestiduras. Le parecía indecente denunciar un caso y ocultar otro. O todos los casos o ninguno: ése era su axioma. Mientras el establishment intelectual serpenteaba en la más completa ambigüedad, adhiriendo y renunciando al Partido Comunista francés, adorando y repudiando a la URSS, midiendo cada decisión según equívocas unidades de medida, Camus sostuvo que la peste debía ser denunciada siempre, no importa donde se instalara y qué ideología la justificara. Por eso se alzó contra Gabriel Marcel, que apuntaba al Este y silenciaba a la dictadura de Franco. Y contra Sartre, por sus dilaciones, imprecisiones y actos de contrición. Sus conclusiones no coincidían con la política de los intelectuales académicos. En un pasaje definitivo de El hombre rebelde, Camus sostiene, sin lugar para segundas interpretaciones: «El cristianismo histórico aplaza para el más allá de la Historia la curación del mal y del crimen que, sin embargo, son sufridos en la Historia. El materialismo


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contemporáneo cree también responder a todas las cuestiones. Pero, servidor de la Historia, incrementa el terreno del crimen histórico y lo deja al mismo tiempo sin justificación, si no es en el porvenir que sigue pidiendo todavía la fe. En ambos casos hay que esperar y, durante este tiempo, el inocente no deja de morir. Desde hace veinte siglos la suma total del mal no ha disminuido en el mundo. Ninguna parusía, ni divina ni revolucionaria, ha tenido lugar» (1959: 1029-1030). En un rapto de profundidad, Camus define a la revolución soviética como ‘mesianismo sin Dios’. Está convencido de ver en ella rasgos religiosos ya conocidos, sólo que con ropas seculares. Cuando todos buscaban modular sus planteamientos en función de la contingencia, Camus sostenía que las razones para rechazar la idea revolucionaria ya existían y las había suficientes. Quienes lo acusaban de un marxismo mediocre, no entendían que no se dirigían a un marxista. No obstante, Camus sentía una profunda simpatía espiritual por la idea de rebelión. El hombre rebelde es, de punta a cabo, el propósito de dar razones a la rebelión sin dárselas a la conversión de la rebelión en totalitarismo. Así, criticaba a la URSS por sus hechos, no por su doctrina. Las razones del doctor Rieux para no dejar abandonados a los asediados por la peste no son doctrinarias, no constituyen un sistema de ideas, una batería de argumentos. Son, pura y simplemente, solidaridad de piel, empatía de condición humana compartida. Hoy, cuando nada de lo que Sartre u otros buscaban justificar existe ya, el presente le da su respaldo a Camus. Se trataba de una quimera. Pero el presente también le da su respaldo en su progresiva conciencia de la importancia de respetar los derechos humanos. Cuando Alain Touraine proclama el resurgimiento moral en los movimientos sociales recientes, es La peste la que resuena con fuerza. No se equivocaba Sartre cuando veía en Camus a un pensador moral, en la mejor tradición de los filósofos éticos franceses y europeos. Esa misma carencia de fundamentos ideológicos puso a Camus entre la espada y la pared cuando se desató el conflicto entre Francia y Argelia. Argelino y francés a la vez, no sentía posibilidad alguna de tomar partido. Al tiempo que condenaba los excesos terroristas de los independentistas argelinos, señalaba con precisión la práctica de la tortura por parte del ejército francés. En otro rapto de su imparable sinceridad, sostuvo que los franceses aplicaban ahora a los argelinos la violencia que unos años antes habían deplorado se les aplicara a ellos mismos por parte del ejército alemán de ocupación. Siendo así, no eran razones de principio las que se enarbolaban sino discursos de pura táctica. Como no militaba en ninguna organización, se tenía sólo a sí mismo y a su obra. No podía referir a cierta escritura, o a cierta jerarquía, o a cierta clase de gente. Se mantuvo en la más completa soledad política, amparado en el exilio de la amistad y del amor y su pasión por escribir, acorralado, además, porque acarreaba consigo desde adolescente una tuberculosis que no le daba muchas


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treguas. En una época que se desvivía por tener una posición ideológica, estar en uno u otro de los lados pero de ninguna manera en ninguno, Camus construyó un espacio para una postura que eludía esas dicotomías férreas. Sin metafísica ni filosofía de la historia, sin concepción del mundo o teoría abarcadora, sus certidumbres se alojaban en el centro de la condición humana. En un pasaje de sus Cartas a un amigo alemán, Camus lo reitera como sigue: «Sigo creyendo que este mundo no tiene un sentido superior, pero sé que algo en él tiene sentido y ese algo es el hombre, porque él es el único ser que exige el tenerlo. Este mundo tiene por lo menos la verdad del hombre y nuestra tarea es la de darle sus razones contra el destino mismo. Y no hay otras razones más que el hombre y es éste al que hay que salvar si se quiere salvar la idea que uno se hace de la vida» (1959: 296). II

Camus conoció en vida la edición de la gran mayoría de sus creaciones escritas; posterior a su muerte, es la publicación de los Carnets, en dos volúmenes, la que recoge en rigurosa cronología un abultado conjunto de notas de la más variada índole. Lo menos que puede decirse de estos textos es que testimonian la sensibilidad apasionada y fina de su autor, la manera cálida y lúcida de aproximarse a los temas que le inquietaban, lo genuino de sus dilemas. Hay mucha disquisición íntima, dura y tierna a la vez; revelan a un hombre compasivo, conocedor del dolor, de la enfermedad, de las ansias irresistibles. Revelan, también, cómo Camus se sentía más inclinado por el mundo griego clásico que por el cristianismo; sus juicios al respecto son algo exento de tibieza. Afirmaba que lo más trascendental de nuestra historia estaba en el tránsito del helenismo al cristianismo y sostenía que en ese tránsito se había perdido mucho. Igualmente, resultan muy expresivas sus disquisiciones recurrentes sobre sexualidad y castidad, la disciplina que debía imponerse para escribir, el carácter sensual de su temperamento. En fin, estos Carnets retratan sin máscaras al Camus que los escribe. Por supuesto, contienen mucho material sobre ideología y violencia y pueden considerarse todas estas notas a ese tema pertinente —lo que vale para tantas otras— como la primera forma que adoptaban en su espíritu, la antesala bullente de sus creaciones futuras. Antes de configurar una elaboración satisfactoria, como ensayo, cuento o drama, estas notas vibran, muestran la lozanía de sus rasgos y la profundidad del efecto que lograban en la sensibilidad de Camus. En una nota de noviembre de 1945, Camus hace decir a un personaje de una novela que bosqueja sobre la justicia: «Matamos a los más atrevidos de ellos. Han matado a los más atrevidos de nosotros. Quedan los funcionarios y la estupidez. ¡Lo que es tener ideas!» (1963: 101). No se sugiere, claro está,


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que no deba tenerse ideas. Lo que se dice es que convertirlas en absolutas y definitivas nos coloca en el camino del crimen. Camus reitera aquí su tema de los excesos de la razón, la pretensión de desbordar e ir más allá de la finitud que es lo nuestro. Ideas finales en un mundo cruzado de finitud son una porfía cuya insistencia no puede sino violentar y no va a hallar contrapeso sino en otra porfía, igual o mayor. Las ideologías no dialogan, ni entre sí ni con las gentes que aglutinan. Su dialéctica es la del dominio y la muerte. No es posible acertar con el sentido de estas ideas cerradas y pretenciosas si no las coteja con sus implicaciones prácticas. ¡Cuántos quieren lograr la ilusión de separar la doctrina inicial y las vicisitudes ulteriores! Cuando se tortura en el nombre de una doctrina y uno es de aquellos que suscribe esa doctrina, se tiene la responsabilidad de enfrentar la paradoja. Distinguir entre los auténticos y los no auténticos de una doctrina es enredarse en el tramado de las ambigüedades en las que florecen los torturadores. Es esto lo que Camus explícitamente plantea en otra nota de noviembre de 1945: «Demostración. Que la abstracción es el mal. Causa las guerras, las torturas, la violencia. Problema: cómo mantener la visión abstracta ante el mal carnal; la ideología, ante la tortura infligida en el nombre de esa ideología» (1963: 104). En la ideología se produce una disolución de la responsabilidad personal, subsumida en las grandes decisiones. Alguien puede decir: «Hombres que suscriben la misma ideología que yo suscribo, han disparado sobre ancianos, mujeres y niños, en nombre de ella». Pregunta: ¿qué pasa? ¿Es un error, una equivocación? ¿Hay valores que suscribir y que están más allá, o más acá, de mi adhesión doctrinaria, o es la lealtad lo más noble? Camus no trepida en decir que los valores ideológicos son un fraude y no hay esperanzas para la libertad si no se asume el riesgo de la responsabilidad personal. ¿Quién borra los límites de la complicidad cuando opera la solidaridad doctrinaria? ¿Hasta dónde llevo mi lealtad? ¿Es la tortura un límite adecuado de mis convicciones? ¿O la masacre, el genocidio? En octubre del 46, Camus relata su intervención en una conversación real con un conocido, militante izquierdista: «Escuche, Tar. He aquí el verdadero problema: pase lo que pase, yo siempre lo defenderé contra el pelotón de ejecución. Usted, en cambio, estará obligado a aprobar que me fusilen. Piénselo» (1963: 145). El que milita, acata; «adherir» es, pues, un concepto falaz y debería decirse «entregarse» a una ideología y dejar de asumir toda implicación personal. No se decide sino que se reciben instrucciones. Probablemente, no es nada lo que se decide fuera de la entrega ideológica pero, al menos, hay un grado de complicidad inmediata y directa que se puede reducir. La nota implica, evidentemente, que el único valor que se puede admitir, por encima y antes de cualquier afirmación ideológica, es la vida; pero no la vida en general, sino la vida individual; la de éste o aquél hombre, el familiar, el vecino, el amigo, el conocido... Y no se la afirma por


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identidad doctrinaria, por coincidencia de insignias, uniformes, emblemas o vocabularios. En octubre de 1947, Camus reproduce una idea de G. Palante, filósofo anterior conocido por Grenier, su maestro: «Palante dice, justamente, que si hay una verdad única y universal la libertad no tiene razón de ser» (1963: 168). Otra expresión de sensibilidad no ideológica y una nueva reiteración de Camus al respecto. Es obvio. La verdad absoluta y la libertad se rechazan la una a la otra. Pero hay más: si la verdad es única y universal, se detiene el pensamiento crítico, se vuelve inútil, innecesario. No hace falta reflexión, sólo adoración. La verdad única y universal es una creatura de la desmesura de la razón; la libertad, como la tolerancia, son hijas a la medida de la finitud, de la apertura y de nuestro constante estado de búsqueda. El fanático es el que asegura haber dado con la fórmula que lo resuelve todo; por eso no se detiene en cosas menores. Cuando de la verdad definitiva se trata, ¿qué importan ésta o esa masacre? ¿Cómo admitir el error? Fácil prever la reacción del comisario, el funcionario o el ideólogo, cuando se dice, como Camus, en esta nota de 1942: «Supongamos que un pensador, después de haber publicado varias obras, declarase en un nuevo libro: ‘He seguido hasta aquí un rumbo equivocado. Tengo que volver a empezar desde el principio. Ahora veo mi error’. Nadie lo tomaría en serio. Y, sin embargo, de este modo demostraría que es digno de pensar» (1963: 46). En esta otra, de marzo de 1951, lo formula así: «Difiriendo sus conclusiones, aun las que le parecen evidentes, es como progresa un pensador» (1963: 254). El error es nuestra riqueza. Preferible Camus a Descartes. Las verdades evidentes, claras y distintas, no se parecen a la condición humana cotidiana. El que asegura poseerlas va a reclutar torturadores para que todos las acepten. Los hombres infalibles, como las doctrinas infalibles, tienen una eficiencia criminal igualmente infalible. Referencias

Bering, Jesse (2012). El instinto de creer. La psicología de la fe, el destino y el significado de la vida. Barcelona: Paidós. Camus, Albert (1959). Obras completas. Tomo 2. Madrid: Aguilar. —. (1963). Carnets II. Buenos Aires: Editorial Losada. Hitchens, Christopher (2009). Dios no existe. Madrid: Debate. Nagel, Thomas (2010). Secular Philosophy and the Religious Temperament. Essays 2002-2008. Nueva York: Oxford University Press. Williams, Bernard (2006). Verdad y veracidad. Barcelona: Tusquets.

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Albert Camus

Camus y el teatro: Dios, el poder y la nada

Fue un hombre de teatro y no sólo de las letras del teatro, también de la escena, de la administración, de los ensayos, de la itinerancia. No es comprobable que se haya subido al escenario como actor, pero pudo estar entre los figurantes de la puesta en escena original de Estado de sitio. Puede ser cuento, en todo caso importa poco, Camus fue un hombre que le dedicó al teatro más horas que las que sus únicos cuatro dramas permitieran sugerir. De hecho él confesaba que había sido un amor temprano y que lo acompañó toda su vida, no sólo como dramaturgo, también como director y adaptador. Hijo de madre española, al parecer analfabeta, tuvo siempre en cercanía al gran teatro español del Siglo de Oro del que adaptó algunos textos para poner en escena y en algunas de cuyas fórmulas se basó para la creación de Estado de sitio. Declaraba su amor por el teatro en forma simple: «Es uno de los lugares del mundo en el que soy feliz». No podía ser de otro modo para un carácter polémico, social, político e inquieto como el suyo. Su teatro poseía las mismas raíces mediterráneas que se expresan en el total de su obra, aunque los dramas aparecen siempre ambientados en lugares ajenos al hábitat del escritor. A un nivel más profundo se comprende que sus cuatro obras nacieran para exponerse en un escenario y no, como a veces se ha criti-

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d av id ve r a m e ig g s Universidad de Chile


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cado, como ensayos filosóficos dialogados. Nada más lejano a esa intención, que algunos monumentos prestigiosos ha dado en el pasado. Camus no quiso emular a Platón con sus dramas. Simplemente compuso personajes en conflicto para la escena, para ser representados y sacrificados ante el público. Teatro y mito

El sacrificio es el más vistoso nexo común entre las cuatro obras y también el vaso comunicante más profundo con la idea misma del teatro. No debe olvidarse que en su origen es una ceremonia religiosa en la que invariablemente se recuerda un sacrificio ritual. De ahí surge, y sigue surgiendo, la necesidad humana de la representación escénica, cuyos contenidos simbólicos vienen envueltos en el patetismo del dolor y de las emociones primarias, en las que el pueblo debe ver representadas sus inquietudes colectivas más apremiantes, para exorcizarlas y purificarlas, para asumirlas como propias finalmente. La catarsis era el objetivo final del teatro, enseñaba Aristóteles en la Poética, que sigue siendo el texto canónico de toda dramaturgia, inclusive la cinematográfica. Esta catarsis es una conmoción profunda que debiera librarnos de las tensiones de lo no dicho, de nuestras pasiones ocultas, de la culpa, del peso del sin sentido. El hecho de ver nuestras pulsiones internas expuestas sobre un escenario y debidamente castigadas, o premiadas, nos libera internamente. No es raro que los edificios de los teatros de la Grecia clásica estuvieran situados en los santuarios, verdaderos spa de la época, donde además los médicos recomendaban el espectáculo como una de las terapias fundamentales para el restablecimiento de una psiquis causante de las enfermedades. Pero el poderío terapéutico de la representación provenía de una larga práctica que encontraba en el mito su fuente originaria, aquélla que también había animado la danza como madre de todas las artes. Y lejos de ser el mito un cuento imposible, como se lo suele entender a menudo, el mito es un relato explicador y expiatorio de un crimen necesario, que fue el cohesionador del grupo humano. Todo mito busca en los orígenes un sentido para la vida, lo que implica siempre la muerte de otro. Así sea ese otro la parte de nosotros que debemos reprimir para poder existir en sociedad. Los mitos fundaron toda la narrativa gestual y oral y permitieron justificar a todas las instituciones humanas hasta el día de hoy. Por eso su vinculación con el teatro resulta tan evidente en el período clásico y reaparece con frecuencia hasta la actualidad. A la mitología se le debe todo en el terreno de la narrativa y de la representación. Su fluctuante presencia en estas disciplinas no hace sino confirmar la columna vertebral de la comunicación estética, que encuentra en el siglo XX un renovado vigor al que no fue ajeno el psicoanálisis y la recuperación de las formas populares de la cultura. La manipulación racionalista recurrirá a los


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mitos para justificar los peores excesos de las tiranías y para librarse de ellas serán necesarios los sacrificios humanos, como antaño. Un ejemplo prístino actual lo presenta la llamada «primavera árabe» iniciada a partir de un hombre tunecino que se quemó en protesta. Hoy Chávez ya está hablando desde el más allá y el tarot lo mismo asesora al que camina por la calle como al presidente de Estados Unidos. Camus llega tranquilamente a los mitos en su medio argelino, que es territorio mediterráneo, crisol de la mitología occidental. Si bien la fuente está filtrada por un intelecto privilegiado, el resultado es fácilmente reconocible en la idea del sacrificio presente en todas sus obras, sacrificio sangriento como exige el colectivo, pero no necesariamente ejemplificador. Aquí es donde todo comienza a complicarse en la búsqueda de sentido en un mundo que se ha vuelto absurdo. Los personajes de Camus buscan orientarse hacia el cumplimiento de un destino en el que lo trascendente no parece tener cabida. No hay un más allá del presente ni una responsabilidad ajena a la existencia terrena. Lo único posible para esos personajes es quitarse de en medio a través de la representación mediante la que los podemos conocer. El único sentido se adquiere en la memoria posible de la colectividad y no en el convencimiento de un premio eventual y consolatorio para el individuo. Dios no asiste a las víctimas sacrificadas, cuyo alegato es visto con comprensión, pero igualmente resulta inútil. La única manera de aceptar el castigo de una vida regida por el absurdo es la rebelión, la inversión del castigo: hacer de él la propia felicidad. «El absurdo no es sino un método, la búsqueda de una afirmación, una tabla rasa a partir de la cual se puede empezar a construir», dice el propio Camus en 1951. Ya El mito de Sísifo de 1942 parecía el manifiesto de las líneas principales del movimiento posteriormente llamado Teatro del Absurdo, que será una etiqueta para unir la vanguardia escénica de la posguerra. Para aquel entonces el teatro europeo había asumido naturalmente el camino de Alfred Jarry, considerado el precursor del absurdo teatral y cuyas obras a principios de siglo habían causado más de un escándalo. Posteriormente Luigi Pirandello y su famosa Seis personajes en busca de autor había profundizado en el desamparo del personaje teatral. Cuando Camus comienza a escribir Calígula en 1938, ya Beckett y Ionesco están activos, aun cuando no habían producido sus obras cumbres. Por su parte Jean-Paul Sartre, compañero de ruta (a menudo incómodo) de una parte de la obra de Camus también estaba por hacer algunas importantes contribuciones a la escena. Es lógico que todos estuvieran empapados de una estética que les servirá de fuente, pero no de pretexto. Será un recurso, un método, como él dice. A este teatro existencialista y altamente racional, la mayoría de las veces, el absurdo le resulta como una exudación. En la etapa siguiente, la de Ionesco o de Beckett, lo racional abandona la escena dejando sus huellas deformadas por el explícito sin sentido, los diálogos in-


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conexos y rutinarios, las acciones inconclusas, pero igualmente será un teatro bastante corrosivo. La gran diferencia con Camus estaba en la densidad de las ideas expuestas en conflicto, sometidas a una lógica aun realista, lo que suele provocar todavía un desconcierto entre lo que se ve y lo que subyace en escena. Los actores se quejan del peligro que Camus encierra para las emociones del intérprete, que deben saber superar los filtros de las ideas que densifican sus dramas y que requiere una disposición consciente de ser vehículo de una visión filosófica, más que de una simple escenificación de individuos en conflicto. Sin embargo, desde el punto de vista dramático nada se le puede reprochar en sus construcciones y un director tiene las herramientas disponibles para explorar las claves que le permitan interpretar con libertad los textos. Pero sin duda es teatro de exigencias mayores. Por eso se tiene poca oportunidad de verlo representado. De todos modos el teatro de Camus sigue teniendo presencia en las tablas, debido más que a su prestigio intelectual a su lenguaje dramático impecable, maduro y debidamente decantado de las fuentes en las que se inspira. Su larga experiencia en la escena limó desde siempre cualquier aspereza formal o estructural del principiante, que alguna vez pudo ser y se presenta desde su primer texto con la contundencia de una experiencia teatralmente completa. Calígula

Será su primer texto teatral, aunque será el segundo en ir a escena, recién en 1945, cuando el gran actor Gérard Philipe,1 de sólo veinte años en aquel entonces, se hiciera cargo del difícil rol protagónico. Fácil es deducir la fuente de la que surgió el interés por el personaje histórico, cuyos excesos fueron debidamente documentados por sus contemporáneos del siglo I. En los años treinta Europa estaba asolada por las dictaduras triunfantes del fascismo español e italiano y por el nazismo, además de las barbaridades de Stalin en la URSS. Por eso el emperador romano dotado de todos los poderes por los que no había tenido que luchar, le parece la figura más afín para aludir a semejante desolador cuadro político. 1. Gérard Philipe (1922-1959), probablemente el más célebre actor teatral de la Francia de su época y una de sus más recordadas estrellas. Sensible y vulnerable intérprete, muy adecuado para roles románticos y aventureros teñidos de tragedia. Dotado de gran presencia escénica y de una fotogenia excepcional que explica su fama en el cine, que aun no conoce declinación. Ahí sería el intérprete perfecto para los protagonistas de La cartuja de Parma y de Rojo y negro de Stendhal. Encarnación de la sensibilidad de una época irrepetible, Philipe deslumbró a la crítica debutando con sólo veinte años en el rol de Calígula, pero confirmó la amplitud de su registro dramático con roles del teatro clásico y de la vanguardia. Falleció prematuramente a causa de un cáncer, lo que potenció su fama mítica. Monedas, monumentos y estampillas lo siguen recordando en su patria.


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En la obra, Calígula se presenta como el triunfo de la arbitrariedad como sistema, pero no de lo gratuito. Su conducta irracional posee un lógica de acciones que se amparan en la paradoja más cruel: «Mañana habrá una calamidad… y yo detendré la calamidad cuando guste»; o esta otra: «No estoy loco; es más, nunca he sido tan razonable. Sencillamente, he sentido de golpe la necesidad de lo imposible». O: «No hay como el odio para volver a las personas inteligentes». Dueño del poder absoluto, el joven emperador no se ahorra atrocidades, pero busca en ellas una forma de racionalización perversa que lo lleve a instaurar el reino de lo absurdo como sistema de dominio y de redención de la desdicha a través de su libertad: «La única manera de equivocarse es hacer daño». Lejos de ser una escenificación de intrigas palaciegas la obra enfrenta racionalidad mezquina con locura criminal, equiparando fuerzas que no son ninguna consolación para la moral del espectador. Los oponentes a Calígula podrán ser víctimas de un tirano, pero eso no los absuelve de sus pequeñas ambiciones, mezquindades y apetitos, estimulados por el propio emperador, justamente para ejercer el dominio. El único respetable es Quereas, que al menos tiene el coraje de la sinceridad y le dice a Calígula que la inseguridad que él representa debe desaparecer. El emperador lo perdona y lo deja seguir intrigando, en parte porque ve en Quereas a un igual y en parte por haber perdido ya las ilusiones en el cumplimiento de sus anhelos imposibles. Finalmente se entrega a las manos de los puñales conspiradores. En un último remate de su individualidad atroz exclama: «¡Estoy vivo!». Difícil resulta creer que eso no sea verdad. El malentendido

El teatro «bien hecho» es una categoría de la dramaturgia francesa a la que también Sartre rindió pleitesía. Se trata de la intriga perfecta, con los personajes bien delineados y las escenas ordenadas por creciente tensión dramática según el clásico planteamiento aristotélico. Una estrategia de convenciones y artesanía para envolver contenidos difícilmente abordables de manera directa: un ají confitado. El malentendido cumple con todo eso, pero no basta a Camus para justificarse y la exposición de temas existenciales transforma lo que parece un grand guignol en una tragedia absurda diseñada por un dios arbitrario, cuya presencia está marcada por la negación: «Es tonto decirlo, Martha, pero hay noches en que me sentiría cerca de la religión». Martha le responde cortante: «No es usted tan vieja, madre, para que sea necesario acudir a eso, y creo que le quedará algo mejor que hacer». Martha y su madre rigen un hotel en una ciudad oscura del centro de Europa y se encargan de asesinar clientes adinerados y solitarios para lograr un


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cambio que les permita viajar y vivir cerca del mar. Uno de los clientes, Jan, llega con su esposa deseoso de alojarse allí solo, se trata del hijo que hace años las dejara y que ahora con dinero vuelve para hacerlas felices, pero fatalmente oculta su identidad y el plan criminal se pone en marcha. La imposibilidad del mutuo reconocimiento tensa el encuentro entre los personajes, incapaces de decir lo que sienten, prisioneros como están de una racionalización con la que pretenden mantener a raya cualquier sentimiento que obstaculice relaciones de estricta conveniencia mutua. La posibilidad de la intuición es sistemáticamente negada, especialmente por Martha, estupendo carácter femenino, cercada por una distancia en la que se refugia de los posibles escrúpulos de su actuar y de los propios sentimientos y deseos insatisfechos. Las sucesivas negaciones empáticas que dominan a los personajes parecieran encarnar las características sociales de un sistema político autodestructivo, que alude al de toda la sociedad europea de la posguerra. Como siempre en Camus, las réplicas finales dejan poco espacio a las ilusiones de una esperanza trascendente. La mujer de Jan implora a Dios por un consuelo: «¡Ten piedad de los que se aman y están separados!». Entonces aparece un viejo criado que ha estado presente en silencio durante toda la obra: «¿Me ha llamado?» y la mujer implora: «No lo sé. ¡Pero ayúdeme, porque tengo necesidad de ayuda. Por piedad, ayúdeme!». El viejo responde: «¡No!». Estado de sitio

Posee una dedicatoria a Jean-Louis Barrault,2 responsable de haber estimulado la creación del texto, que en ningún modo, dice Camus, es una adaptación de La peste, aun cuando el tema sea el mismo. Sería la Compañía BarraultRenaud (con un gran elenco que incluía a Pierre Brasseur, María Casares3 y al 2. Jean-Louis Barrault (1910-1994) y Madeleine Renaud (1900-1994), pareja inolvidable del teatro francés. Dotados de un talento fuera de lo común y de un gran olfato para escoger su repertorio, fueron pieza fundamental en la difusión del teatro de repertorio y de la vanguardia de su época. Su eclecticismo nunca parece haberles hecho mella y sus cambios de sede en París eran seguidos por sus numerosos admiradores que les admitían todo. Su compañía fue la encargada de estrenar Estado de sitio, lo que les quedó como anillo al dedo del propio temperamento intelectual. Barrault tuvo además una fluctuante carrera cinematográfica (Les enfants du paradis, Diálogo de las carmelitas, La noche de Varennes). Ella, por su parte, estrenó Días felices que Samuel Beckett le escribió especialmente. Ya ancianos aprendieron a bailar cueca para aparecer en los actos de solidaridad con Chile durante el período de nuestra dictadura. 3. María Casares (1922-1996) fue una de las grandes amigas de Camus y algo más que amiga. Hija del último Jefe de Gobierno de la República española le tocó conocerla muy jovencita en 1943, cuando él fue a encontrar a su padre exiliado después de la Guerra Civil. Se enamoraron, aunque Camus estaba casado y tenía hijas. La relación tuvo altos y bajos y nunca se constituyeron en pareja estable, pero se mantuvieron unidos hasta la


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célebre mimo Marcel Marceau, con música de Arthur Honegger) la que estrenaría el espectáculo en 1948. Camus se inspiró en algo del Fausto de Goethe, en el teatro español del Siglo de Oro y en los autosacramentales del Medioevo, con alguna inclusión de elementos brechtianos. Drama alegórico y coral que describe las reacciones variadas de la comunidad de Cádiz ante la llegada de La Peste, encarnada en un funcionario totalitario, (personaje que interpretó Barrault) que coloca a la ciudad a su disposición y da razones para cada medida que se toma. La Secretaria que lo secunda es la que lleva el control de toda la documentación y especialmente el registro de muertes, que ella misma se encarga de ir aumentando tarjando nombres de una lista. Las alusiones políticas están a primera vista, por lo que Camus, con gran perspicacia, evitó darle un color ideológico específico a La Peste, que puede ser vista igualmente como un secuaz de Franco, de Stalin o de cualquier sociedad sometida al poder. Recordemos que Camus tuvo una fugaz pasada por el Partido Comunista, del que después nunca tuvo nostalgia. Pero no sólo es una alegoría política. También funciona como obra romántica, con una pareja de amantes condenados de antemano y que contribuirán con el sacrificio necesario para el cumplimiento ritual que todo mito exige. Como toda obra de Camus por lo demás. La Muerte, es decir la secretaria de La Peste (interpretada en su estreno por Maria Casares, con tal efecto que después Jean Cocteau le hizo repetir el personaje en sus dos películas sobre Orfeo), puede ser el mayor hallazgo de la obra y es el personaje que mejor permite lucimiento histriónico. Es también el que posee una verdad capaz de cambiar el destino fatal que impone La Peste y no puede dejar de sentirse conmovida por la valentía de Diego, el joven héroe capaz de superar el miedo paralizante de la sociedad completa. Como habitualmente sucede en Camus, las alusiones a Dios son de rigor y sirven para acentuar el grado de sometimiento al vacío que se apodera de los personajes. La Peste culmina diciendo: «Dios era un anarquista que mezclaba las cosas. Creía poder ser bueno y poderoso al mismo tiempo. Eso era una inconsecuencia y una insinceridad. Hay que confesarlo. Yo elegí sólo el poder.» Si bien rica en ideas, en alusiones y bellos fragmentos para escuchar recitados, Estado de sitio no ha sido montada muy habitualmente. Es difícil para muerte de él. Ella se casó muchos años más tarde con un actor alsaciano. Fue una de las grandes actrices trágicas de Francia, también gran figura del cine (Les enfants du paradis de Carné, Las damas del bosque de Boloña de Bresson, Orfeo de Cocteau), protagonizó tres de los cuatro dramas de Camus y fue bastante claro que escribió esas obras a la medida de ella. Fue Martha en El malentendido, la Muerte en Estado de sitio y Dora en Los justos. Intérprete inteligente, intensa y a menudo irónica, Casares tenía una belleza mediterránea que llenaba el gusto del escritor argelino y una voz grave y seductora que la hizo perfecta intérprete de los poemas de Gabriela Mistral.


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los directores dar con la estilización entre el carácter simbólico de algunos personajes y mezclarlos con los realistas. Los constantes cambios de registro, de escena, sus numerosos personajes y su larga duración han atentado contra su mayor éxito escénico. Los justos

Resume a la perfección las características del teatro de Camus y define su tema con tal lucidez, que casi no hay drama o película posterior que toque temas similares que no haya tenido que lidiar con este modelo. Describe la preparación y realización del atentado, realmente ocurrido en 1905 en la Rusia zarista, contra el gran duque Sergei Romanoff. Los protagonistas pertenecen a un grupo anarquista juramentado para producir la caída del régimen monárquico y traer una hipotética felicidad a Rusia. Explicar ante los ojos de un espectador medio las razones de los terroristas puede ser muy arduo y farragoso, especialmente porque la ideología demasiado comprendida puede producir la apología y lo contrario puede derivar en caricatura de «los malos». Pero Camus se las arregla para dividir las características particulares del movimiento en tres personajes principales claramente diferenciados, ejemplos de humanidad antes que símbolos políticos, lo que se agradece mucho. Stepan el dogmático, Kaliayev el idealista y Dora, que aspira al sacrificio como manera de ahogar su amor por uno de ellos. Más que las alusiones ideológicas prevalece en todo momento el drama, la tensión por el futuro inmediato y nuevamente la idea del sacrificio ritual, exigencia de un dios ausente y particularmente funesto si se considera cómo anduvieron las cosas en la URSS de Stalin. Sin embargo, existe en la fe de los personajes algo que parecía ausente de los dramas anteriores: el sentido. Efectivamente aquí los sacrificios dan fruto, quizás no exactamente el esperado, pero un cambio a nivel de los individuos se produce y la laceración de los lazos afectivos conduce a una mayor cercanía y comprensión de los propios sentimientos. Curiosamente el sacrificado es un creyente. Como en todas las obras antes citadas, también ésta es ejemplo de la disciplina dramatúrgica a la que Camus sabía someterse, cosa nada fácil para quien había hecho de la narrativa y del ensayo la parte mayor de su obra. El drama exige gran control de la intriga, habilidad en los diálogos y un agudo sentido del ritmo de la acción, algo que en apariencia era la negación de sus características más evidentes como escritor. Sin embargo Camus sabía manejar el interés del espectador a la perfección y pasar los cables de la tensión dramática por el interior de la estructura, sin que ésta sintiera el peso. Los justos es una construcción impecable, que da cuenta del implacable destino elegido por los protagonistas: «Hemos elegido ser criminales». Obvia-


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mente tal camino está salpicado de obstáculos internos y externos. Estando planificado el asesinato del gran duque, los criminales se revisan mutuamente para evitar cualquier imperfección del plan, pero no contaban con la humanidad de uno de ellos que titubea al ver en el coche del gran duque a dos pequeños sobrinos que lo acompañan. Lo que sigue es una acumulación de sucesivas tensiones conducentes a la obtención del objetivo, en cuyo recorrido los personajes van alcanzando la pureza de los justos a través de un riguroso plan de clarificaciones interiores, al que no termina siendo ajena ni siquiera la esposa de la víctima, la gran duquesa, que busca otorgar un perdón que su conciencia más profunda le exige para aceptar su propio calvario personal. Nunca quedó tan claro en Camus la idea esperanzadora de una redención a través del dolor y del abandono de sí. Si bien la intervención del sacerdote viene rechazada por cuestiones de principio, todo el cuarto acto parece teñido por una atmósfera de trascendencia crística que está al borde de explicitarse. Y es que la ética de Camus estaba necesariamente emparentada con la de los grandes existencialistas cristianos (y no tanto) anteriores: Kierkegaard, Unamuno, San Agustín y Gabriel Marcel quizás, Heidegger. No se sentía discípulo de ninguno en específico, pero en el afán de sus personajes por alcanzar un estado de liberación y responsabilidad plenos se reconoce la expresión de una aventura espiritual impedida de culminación por causa del poder, de La Peste. Por eso sus elecciones dramáticas: sistema versus determinación individual. Como todo buen dramaturgo de cualquier época, Camus sabía que el teatro era la escenificación de una lucha mítica, la representación de un sacrificio que debía ser explicado socialmente. Nada muy lejos del cristianismo, lo que podría ser considerado normal en la civilización europea. Pero a diferencia de Sartre y su teatro, en el de Camus la dimensión de lo trascendente crece texto tras texto. Siendo Los justos su última obra para la escena es también la que cristaliza mejor su búsqueda de lo sublime, o más bien de la elevación espiritual. Podría afirmarse que el cristianismo fue una influencia y una nostalgia creciente en la obra de un existencialista de primera fila, que obviamente no buscó la religión como estrategia de clarificación de la experiencia vital, pero utilizó vías paralelas que en su teatro se vislumbraban como convergentes. Por ahí podríamos leer su teatro como señal de una gran aventura del espíritu contemporáneo. El drama de un alma que no se reconoce. Camus en cine

La verdad sea dicha: Camus nunca ha dado buen material cinematográfico. Sólo tres de sus obras han llegado a la pantalla y no han tenido éxito en ninguno de los casos.


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El extranjero (Luchino Visconti, 1967). Arduo trabajo que se autoimpusieron Visconti y su guionista Suso Cecchi d’Amico por tratar de darle acción a la novela existencial por excelencia. Marcello Mastroianni fue el protagonista, pero la verdad es que ese relato no admite transcripción a otro lenguaje. En todo caso se le otorgaron los honores del digno intento. La peste (Luis Puenzo, 1992). El argentino Puenzo, ganador del Oscar por La historia oficial, adaptó a la realidad de su país la novela de Camus desfigurándola de muchas de sus implicancias filosóficas. Fue destrozada por la crítica y el reparto de grandes figuras internacionales no logró empinar la película más allá. Calígula (Sandos Cs. Nagy, 1996). No hay rastro crítico de esta película húngara, pero al parecer se trata del registro de una puesta en escena de la obra. Onibaba (Kaneto Shindo, 1964). No reconoce ningún parentesco oficial con la obra de Camus, pero la historia de las dos mujeres que asesinan hombres se parece mucho a El malentendido. Puede tratarse de una «libre inspiración», lo que no le quita mérito, ya que se trata de una de las primeras obras maestras del cine japonés de terror. Altamente recomendable.

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Jaime Lavados Montes, El cerebro y la educación. Neurobiología del aprendizaje. Santiago, Taurus, 2012.

re se ñ a

Donde el cerebro y la educación se juntan

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jos é wein s t ei n cayuel a Universidad Diego Portales

Este libro se esfuerza por hacer difusión masiva de conocimientos neurobiológicos básicos del cerebro y su funcionamiento para un público no especializado, neófito en estas materias, y tiene éxito en ese empeño. Yo mismo soy un caso-ejemplo. Múltiples enseñanzas, desde un léxico nuevo —axones, dendritas, sinapsis, cíngulo, vías top/down y bottom/up de ingreso de información, etcétera— hasta importantes remiradas de procesos claves —por ejemplo, la visión del período de sueño como momento de reordenamiento y clasificación de la memoria—, pasando por información biológica sorprendente —como el desarrollo, sólo a los 20 años, de las neuronas más directamente vinculadas con el juicio, las llamadas neuronas fusibles. En particular, es fundante la hipótesis: aprender no es una opción sino una necesidad biológica, sin la cual la especie no podría sobrevivir y adaptarse a un ambiente cambiante: «El aprendizaje es una necesidad biológica de todos los seres vivos, y que estamos dotados de dispositivos capaces de obtener, guardar, recuperar y procesar información para transformarla en conocimientos, que a su vez dan origen a conductas evolutivamente exitosas» (25). Por cierto, esta hipótesis está basada en la valorización de nuestro cerebro como «el sistema físico más complejo de la creación», que no es posible de igualar, ni de lejos, por los computadores más sofisticados y


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que sustenta la «ventaja humana» por sobre las otras especies; aunque esto no signifique que no tenga también sus límites y restricciones, como el no poder aprender lenguajes no connaturales a su especie (como el de las ballenas o el de las abejas). Mi comentario se centra en destacar aspectos del libro que tienen mucha significación desde la vereda de la educación y sus discusiones actuales. Habitualmente los educadores trabajan con neurobiólogos y psicólogos cognitivos para abordar problemas circunscritos al campo de los déficits mayores de aprendizaje de grupos restringidos de niños. En el ámbito de las necesidades educativas especiales, resulta evidente la búsqueda de aportes que pueden encontrarse en factores biológicos para explicar por qué un niño no puede hablar (afasia) o escribir adecuadamente, o tiene dificultades mayores con las matemáticas (discalculia). El libro tiene la virtud de no centrarse en ese dominio ya estudiado —el de las «patologías minoritarias», por importantes que sean—; busca un vínculo más general entre el cerebro y la educación. En esa cuerda, el conocimiento neurobiológico sobre el cerebro puede y debe aportar luces en relación a las razones que hacen que ciertos temas del currículo escolar sean extraordinariamente difíciles de enseñar para la mayoría de los alumnos (y los profesores). Es el caso de las fracciones y su relación con lo aprendido sobre los números enteros, estudiado recientemente por Gómez, Araya y Dartnel, investigadores de la Universidad de Chile. Ese estudio muestra cómo no resulta natural para el cerebro que 1/2 sea mayor que 1/4, lo que obliga a inhibir cierta operación cerebral automática para resolver problemas. El éxito en la enseñanza de las fracciones pasa por métodos que logren esta inhibición. Igualmente, la manera en que el cerebro procesa la lectura no es la misma con la que procesa la escritura. Por ende, se requiere pensar diferenciadamente ambos aprendizajes —que muchas veces no se distinguen suficientemente— e idear estrategias eficaces para ambos. Incluso, tampoco parece ser lo mismo —en cuanto a los procesos neurobiológicos involucrados— escribir a mano que hacerlo sobre un computador. Se puede apreciar, entonces, la importancia de estudiar, desde una perspectiva neurobiológica, los llamados ‘blancos mayores’ de dificultad y buscar entender qué operaciones cerebrales son las que cuesta realizar correctamente para muchos estudiantes, de modo de encontrar sus ‘antídotos pedagógicos’. Pero, saliendo de estas ‘dificultades mayoritarias de aprendizaje’, hay una pregunta anterior relativa al currículo mismo que debe guiar la enseñanza y que surge inmediatamente de la lectura del libro de Jaime Lavados. Si hay algo claro en esta sociedad de la información y del conocimiento es que el enciclopedismo es imposible e inútil. Los datos son elocuentes. Por ejemplo, durante el período 1999-2003, la cantidad de nueva información generada fue equivalente, aproximadamente, al monto producido en toda la historia previa


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de la humanidad. Esta transformación educativa se expresa con elocuencia en el actual lema de Singapur: ‘enseñar menos, aprender más’. La gran pregunta, entonces, es: ¿qué es lo que debe desarrollarse entre niños y adolescentes durante el período escolar, en una sociedad de cambio acelerado? Se ha dicho con razón que «estamos preparando a muchos estudiantes para trabajos que aún no existen y que usarán tecnologías que aún no han sido inventadas, para resolver problemas que aún ni siquiera sospechamos que lo sean». La respuesta a la pregunta sobre qué enseñar hoy ha ocupado buena parte del debate educativo reciente, contándose con orientaciones generales, como los cuatro objetivos planteados por la Comisión Delors: aprender a conocer, aprender a ser, aprender a hacer y aprender a convivir. Se cuenta también con definiciones más precisas, centradas en las competencias de las que deben disponer los nuevos trabajadores. Para el caso de los Estados Unidos, Linda Darling-Hammond ha recordado que antes eran para el 5% de los trabajadores, a inicios del siglo X, y ahora, a inicios del siglo XXI, son al menos para el 75% de ellos. Diseñar, evaluar y manejar el propio trabajo para que éste mejore de manera permanente; acotar, investigar y solucionar problemas mediante una amplia gama de herramientas y recursos; colaborar estratégicamente con otros; comunicar efectivamente de múltiples formas; encontrar, analizar y utilizar información para diferentes propósitos; y desarrollar nuevos productos e ideas: todas estas respuestas han venido ‘desde fuera’, es decir, han estado pensadas en función de los nuevos requerimientos que la sociedad le plantea a los ciudadanos, trabajadores o forjadores de familias del siglo XXI. Pero este enfoque puede complementarse con una mirada ‘desde dentro’ de los individuos. El enfoque desde el desarrollo neurobiológico del cerebro puede arrojar nuevas luces que permitirían reordenar el desarrollo del currículo desde este ángulo; por ejemplo, los mapas de progreso, que muestran cómo cierta habilidad como la abstracción puede irse desarrollando en el tiempo, pueden ser un buen modelo a seguir. El libro entrega claves muy decisivas, como lo referido a la capacidad ejecutiva del cerebro, en que se reunirían las capacidades de tomar decisiones en función de lograr cierta meta de corto o largo plazo, superando los problemas existentes y que obligarían al trabajo mancomunado de distintas funciones y zonas del cerebro. Este proceso se basa en tres capacidades humanas de enorme importancia: la flexibilidad, la integración de procesos neurobiológicos y la coherencia de propósitos —permite articular metas y temporalidades— y la creatividad. Lo mismo puede decirse en relación al desarrollo del lenguaje, del que el libro de Lavados entrega nuevos conocimientos y una visión evolutiva más amplia:


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El lenguaje hablado es el que más caracteriza a los seres humanos. Su origen se remontaría a la evolución que nos diferencia del chimpancé y que refiere a la especial forma de la laringe y las cuerdas vocales, las que habrían alcanzado su forma actual hace 150.000 años (no las tuvo el hombre de Neanderthal). Los sistemas más avanzados, que permiten la lectura y la escritura, sólo madurarían recientemente, con el homo sapiens (227).

En términos más generales, el libro se abre al tema decisivo de la plasticidad del cerebro y la importancia de las edades, como oportunidades que se ofrecen de ir adquiriendo conocimiento a medida que se madura neurobiológicamente y que, de no aprovecharse adecuadamente, disminuyen o incluso se pierden. El desuso y la carencia de estimulación hacen que desaparezcan dendritas, se desactiven sinapsis, y que aun neuronas sean eliminadas (280).

Este ‘programa educativo’ —que se deduce del libro— centrado en el desarrollo de capacidades cerebrales, en sus potencialidades y en el reconocimiento de sus limitaciones, tienen que incorporar también la dimensión socioafectiva. El doctor Lavados hace una lectura integradora de esta dimensión, ubicándola al mismo nivel de importancia que el desarrollo de la racionalidad y haciendo ver que esta forma de conocimiento es complementaria del conocimiento racional. Si fuera posible precisar cuáles son las funciones biológicas de las emociones más importantes para el aprendizaje humano deberíamos dar prioridad a la función que asigna valor a los hechos, personas y situaciones, según su impacto emocional. Esta asignación de valor se manifiesta neurobiológicamente en la selección atencional y perceptiva, en la selección de qué se recuerda por la memoria de largo plazo y en la percepción de qué disposiciones y actitudes se ‘sienten’ más apropiadas (179-180). El qué se aprende puede estar constituido por listados de nombres (países, ríos elementos químicos, especies biológicas, etcétera) o de acontecimientos históricos y políticos que identifican una época o una región del mundo. Sin embargo el cerebro no trabaja así, no aprende así. La información es transformada en conocimiento a partir de diversos procesamientos muy activos que se ejercen desde el momento mismo en que ingresa al cerebro. Ahí es generalizada, categorizada, relacionada con sus contextos y seleccionada para ser depositada en la memoria (que también está en permanente reordenamiento y reclasificación) según el valor que el sujeto asigna a la información contenida en experiencias significativas. El valor y la significación que hacen a la información seleccionada le son también parte, y muy importante, del proceso de aprendizaje. De esta manera lo que se aprende se basa en los aprendizajes previos, pero no sólo de los


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aspectos cognitivos de la información, sino que también del modo, igualmente aprendido, como se valora dicha información, y sobre todo como se valora el acto de aprender tal asunto (281).

Puede agregarse que esta constatación en el nivel del desarrollo cerebral es también ratificada ‘desde fuera’, desde lo que la sociedad le está exigiendo a la educación actualmente. Un ejemplo son las competencias de salida del sistema educativo y, más precisamente, aquellas demandadas para la inserción laboral de los egresados del sistema escolar. Un estudio reciente del BID, con el título de Desconectados, basado en encuestas a empresarios de Brasil y Chile, hace ver que las habilidades socioemocionales son incluso más relevantes que las cognitivas en la decisión de contratar nuevos empleados. Sin embargo, esas habilidades son totalmente descuidadas en la enseñanza. Si bien no hay un discurso explícito que desconozca la relevancia de estas habilidades socioafectivas, de hecho forman parte de los objetivos transversales del currículo. Pareciera que la creencia implícita es que esas competencias pueden adquirirse en otros espacios que la escuela (en la familia, con los pares, en el barrio). Pero no es así, o al menos no es así para un grupo muy significativo de alumnos. En nuestra ‘simcizada’ educación —en que se han hecho sinónimos los puntajes del Simce y la calidad de la educación que entrega un establecimiento— una medida que probablemente aceleraría fuertemente la ‘ocupación efectiva’ de las escuelas por este desarrollo socioafectivo consistiría en incluir estos aspectos en los dispositivos de evaluación externos, con consecuencias que hoy existen. La experiencia de Ontario, en que se miden y consideran las actitudes de los alumnos como parte integrante de la calidad atribuida a la educación de cada escuela (parte del Education Quality Indicators Framework) parece interesante de rescatar a este respecto. Y un poco más allá de lo socioafectivo está la necesidad de formular metas de largo plazo y desarrollar el juicio moral, de aprender a plantearse objetivos mayores y que obligan a postergar gratificaciones inmediatas o a desarrollar conductas que sólo tienen sentido en esta otra temporalidad. Otras especies también tienen estas conductas no-inmediatistas, pero en el ser humano son mucho más complejas y variadas. Es lo que el doctor Lavados llama ‘propositividad abstracta de largo plazo’ y que sería una de nuestras propiedades como especie: La capacidad solo humana de generar y sobre todo elegir conscientemente propósitos flexibles y abstractos de largo plazo. Se puede sostener que esta capacidad es el atributo que mejor caracteriza a nuestra especie, pues puede ordenar, organizar y alinear todas las demás competencias cerebrales (217).


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La educación debiera hacerse cargo con fuerza de esta necesidad formativa distintiva. Hasta aquí hemos visto cómo las conexiones en el funcionamiento del cerebro se conectan con los fines de la educación, con el ‘para qué’ se educa. Pero también es posible establecer relaciones con el ‘cómo’ se educa. La primera duda que surge es si ‘la organización industrial de la escuela’ es la adecuada y más pertinente para potenciar el desarrollo cerebral. Dicho de otro modo: ¿es la organización escolar tal como la conocemos desde hace ya unos siglos, la manera más eficaz de promover el desarrollo cerebral de todos los niños y adolescentes? En efecto, existe una manera de organizar la enseñanza que consiste en ciertas claves que se han repetido por inercia y por economía: agrupación de cohortes de alumnos de acuerdo a su edad biológica, progresión anual del grupo-curso a nuevos niveles, enseñanza en base a ciertas disciplinas estancas, sistemas de promoción en base a calificaciones, etcétera, y que no se han modificado por siglos. De ahí la imagen tantas veces repetida de que si volviera a reencarnarse alguien del siglo XVIII en el siglo XXI, podría no reconocer y sorprenderse por muchas cosas, como el transporte o las medicinas, pero de ninguna manera por las escuelas y sus salas de clases. El doctor Lavados nos alerta sobre la atención que debemos poner en este aspecto: Dado que esta actividad neuronal espontánea de base no es homogénea en los diversos momentos del día, la posibilidad de incorporar nuevos estímulos (experiencias) es también variable. En consecuencia, la disposición de cada región del cerebro para aceptar nuevas informaciones (cognitivas, emocionales o corporales) o activar pensamientos y conductas cambia en el curso del día. Esa variabilidad está vinculada con un muy complejo sistema de relojes internos del cerebro que influyen en las descargas hormonales, las cuales tampoco son homogéneas y dependen además de condiciones del entorno (luminosidad, alimentación, temperatura, etcétera). El resultado práctico es que en los diversos momentos del día, en las distintas estaciones del año, y también en las diferentes épocas de la vida, las posibilidades de aprender, pensar, desarrollar afectos y actuar son también algo diferentes (46-47).

Este modelo de ‘organización industrial’ ya está siendo desafiado por la nueva cotidianeidad de los alumnos, ‘desde fuera’. En particular, por el contacto frecuente con las nuevas tecnologías. Ellos están teniendo otros poderosos modos de aprendizaje: es lo que la OECD ha llamado los innovative learning environments, que cobijan a estos ‘nativos digitales’. La nueva escuela del siglo XXI revisará cómo organizar los tiempos y las rutinas escolares en base a la cotidianeidad de niños y jóvenes, pero también respecto de las nuevas habilidades del siglo XXI que se persigue desarrollar. Un ejemplo: en Finlandia se


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está haciendo habitual revertir lo que se hace en las clases y lo que se les pide a los alumnos son tareas para la casa. Así, se les pide que estudien en sus casas (y autónomamente) ciertos contenidos, mientras que el tiempo en clases se está ocupando para experimentar y, sobre todo, resolver colaborativamente ciertos problemas usando los contenidos. Un uso que debiera tener este libro del doctor Lavados es su utilización en la formación de los docentes. Ésta es una cuestión ‘mayor’ en materia de política educacional y no sólo en Chile, donde la desregulación del sistema ha tenido feroces consecuencias en términos de calidad, como nos lo recuerda anualmente la prueba Inicia. Es sabido que estamos en pañales en materia de formación del profesorado, existiendo las más diferentes formaciones y, por ende, posteriormente, las más diferentes prácticas. Hace unos meses, Linda Darling-Hammond señalaba que la formación de docentes en la actualidad es equivalente a la que se hacía de los médicos: En la actualidad la docencia se encuentra en el mismo estadio que la medicina en 1910, cuando se podía capacitar a los médicos en programas que variaban desde 3 semanas de un entrenamiento caracterizado por memorizar listas de síntomas y curas, hasta los programas de graduados de la Universidad Johns Hopkins, en que se preparaba a los médicos en las ciencias de la medicina y en la práctica clínica en el recién creado hospital universitario… aunque la ciencia de la medicina había experimentado grandes transformaciones, la mayoría de los médicos no tenía acceso a esos conocimientos debido a la poca uniformidad de la formación médica que recibían… la formación médica se fue transformando a medida que los programas Flexner se transformaron en el modelo aceptado por los organismos de acreditación y se les exigió a todos los candidatos que completaran dicho programa para ejercer

Uno de los tópicos que deberá integrarse en este cambio en la formación pedagógica es la inclusión de conocimientos sobre neurociencias y, en especial, sobre cómo se aprende. Por ejemplo, este libro demuestra las ventajas de aprender en base a la resolución de problemas. Llama la atención sobre los perjuicios para el aprendizaje de la ‘disonancia perceptiva’ (por ejemplo, cuando el color no coincide con la palabra que lo denota). Describe cómo los procesos cerebrales están guiados por principios de jerarquía y secuencia, paralelismo, integración y actividad espontánea permanente. Y se adentra en torno al tema esencial de cómo se logra que ciertos conocimientos pasen a formar parte de la memoria de largo plazo, materia en la que lo emocional no está ausente. Finalmente, quisiera subrayar que este libro del doctor Lavados puede ser leído como un manifiesto a favor del desarrollo de la educación como factor/


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oportunidad mayor de humanización y potenciación de las capacidades del hombre. Su originalidad es que hurga y encuentra las bases neurobiológicas para tales aseveraciones: El ser humano puede, deliberada y prácticamente, dedicar toda su vida a aprender... las razones básicas de sus diferencias con otras especies son, por supuesto, biológicas: cerebro muy grande, neotenia prolongada y plasticidad cerebral que mengua con los años, pero nunca desaparece. Sin embargo, el factor más decisivo que explica estas diferencias es la aparición de las tres capacidades propiamente humanas: el lenguaje hablado, los procesos ejecutivos con propositividad abstracta de largo plazo y la conciencia superior (271).

La reflexión del doctor Lavados se realiza, justamente, en un momento de cuestionamiento mayor acerca de la educación que realmente se requiere.

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El n煤mero seis de Mesa Redonda se imprimi贸 en mil ejemplares en los talleres de Maval Impresores. Santiago de Chile, 15 de julio de 2013.

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