Revista "Las Majadillas" nº 3

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Numero 3

04 Abril 2014

Benigno Nogal Blรกzquez


Revista de cultura, arte, historia y tradición

de los pueblos del Bajo Tietar en Avila

Guisando - Arenas de San Pedro - Candeleda - El Hornillo - El Arenal - Poyales del Hoyo Mombeltran - Cuevas del Valle - San Esteban del Valle - Santa Cruz del Valle - Villarejo del Valle Revista no dependiente ni adscrita a ninguna organización ni entidad privada o pública Revista de divulgación cultural y sin ánimo de lucro. Libre de publicidad o patrocinio. Director y Editor: Miguel Camacho Camacho Redacción: Miguel Camacho Camacho, Jesús Jara García, Julio Fernando Palacios García, Cristina Nogal Blázquez y Fidel Jara Tiemblo Colaboradores: está abierta a todo tipo de colaboración y se tendrán en cuenta todos los artículos y aportaciones que se realicen dentro del ámbito de la temática de la revista. DEPOSITO LEGAL:

Adolfo Suárez González,

(Cebreros, Ávila; 25 de septiembre de 1932 - Madrid, 23 de marzo de 2014) "Todo político ha de tener vocación de poder, voluntad de continuidad y de permanencia en el marco de unos principios. Pero un político que además pretenda servir al Estado debe saber en qué momento el precio que el pueblo ha de pagar por su permanencia y su continuidad es superior al precio que siempre implica el cambio de la persona que encarna las mayores responsabilidades ejecutivas de la vida política de la nación". "El ataque irracionalmente sistemático, la permanente descalificación de las personas y de cualquier tipo de solución con que se trata de enfocar los problemas del país, no son un arma legítima porque, precisamente, pueden desorientar a la opinión pública en que se apoya el propio sistema democrático de convivencia". "El poder se tiene mientras se ejerce y su única legitimidad es la entrega total al servicio de los demás". "Agradeceré busquen siempre las cosas que les unen y dialoguen con serenidad y espíritu de justicia sobre aquellas que les separan". "Pertenezco por convicción y talante a una mayoría de ciudadanos que desea hablar un lenguaje moderado, de concordia y conciliación". "El futuro no está escrito, porque sólo el pueblo puede escribirlo". "Quienes alcanzan el poder con demagogia terminan haciéndole pagar al país un precio muy caro". EL MEJOR HOMENAJE QUE LE PUEDEN HACER LOS POLÍTICOS ES SER COMO ÉL: DIGNOS, HONRADOS Y TRANSPARENTES EN LA ADMINISTRACIÓN DE LO PÚBLICO. AYUNTAMIENTOS Arenas de San Pedro. Candeleda. Cuevas del Valle. El Arenal. El Hornillo. Guisando. Mombeltran. Poyales del Hoyo. San Esteban del Valle. Santa Cruz del Valle. Villarejo del Valle.

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ARROZ Y PETAO Y PERINCHES Inauguramos esta serie con retazos de esta insigne familia guisandera, cuyos componentes siempre han destacado en la colaboración con personas que, como la que firma el trabajo, necesitamos de ella para dar a conocer a los guisanderos detalles de las familias del ayer y también de hoy. La familia de los “Arroz Petao y Perinches” tiene como protagonistas centrales a José García Arbós y María Asunción Jara Jara, que aparecen en la foto que insertamos a continuación. María Jara y José García

Antes de describir las particularidades de esta familia, no podemos ignorar a uno de sus progenitores, Bernabea Arbós García, que alcanzó un justísimo renombre por su carácter emprendedor y que fue quien originó el estado de bienestar de su familia. Bernabea, mereció el honor de que Jose Ortiz Echagüe la utilizara como modelo en su colección de fotos costumbristas de nuestro pueblo. La cámara del fotógrafo recogió una de las actividades de Bernabea, fotografiándola a la puerta de la taberna que tenía en su casa de la plaza de Guisando. Otras fotos de ella aparecieron en el libro “España, tipos y trajes” .

El cabeza de familia, José García Arbós, tuvo abiertos varios negocios en la planta baja de su casa: recordamos a parte de dicha planta como taberna, posteriormente como carnicería; también y en dos etapas diferentes como estanco. El además, desempeñó el cargo de Juez de Paz de Guisando durante muchos años. Bernabea sirviendo vino a sus clientes, en la taberna de su casa

José y María tuvieron nueve hijos: Carlos, Concha M. Pastora, Pastora M. Sagrario, Eugenio Manuel, Carlos Isidro, Bernabea, María Rufina, Dominga y Narcisa. Eugenio Manuel eligió la carrera militar hasta su jubilación. Después ejerció de alcalde de Guisando durante varios años y tuvo una especial sensibilidad por la juventud, a la cual motivó con nuevas ideas para poner en práctica. A su activo como alcalde, cabe tener en cuenta la promoción de la construcción del grupo escolar, entre otras. Por su apoyo a la juventud y por su clara apuesta en la recuperación de nuestras costumbres, mereció el apodo de “Sargento de los bailes”.


Este apodo, puede analizarse desde dos puntos de vista: como positivo al señalar sus esfuerzos para recuperar nuestras tradiciones, fue el primer alcalde que estableció un premio al mejor traje de serrana y a la pareja que mejor bailara nuestra jota. Además reinventó los juegos infantiles: carreras de sacos, carreras de aros, carreras de anillos en bicicleta, etc.; como negativo, una cierta alusión a que se ocupaba de asuntos aparentemente triviales en lugar de hacerlo de los verdaderos asuntos municipales que demandaban los vecinos. Esto no es realmente cierto y en ningún caso justo. Hizo una buena gestión municipal y se ocupó de construir el flamante grupo escolar que tenemos actualmente, aunque su cese no le permitió inaugurarle. En los años 80 colaboró con Miguel Camacho y cedió para su reproducción uno de sus álbumes de fotografías y postales de Guisando, siendo el germen e inicio del proyecto de la Fototeca Histórica de Guisando al que posteriormente nos hemos unido varios colaboradores. Le prometió ceder otros álbumes que poseía en Madrid pero la enfermedad y su fallecimiento imLos hermanos Eugenio, Sagrario, Dominga y pidieron su reproducción. Berna. Carlos Isidro fue un destacado industrial maderero, que después de muchos años de intermediario entre los propietarios y las fábricas o aserraderos, montó su propia fábrica en Ramacastañas, a la que fue dotando, junto con su hijo Carlos, de los mejores adelantos técnicos de la actividad forestal. Ello permitió a sus herederos en convertirse en los únicos industriales de la madera de toda la comarca, compitiendo con otros venidos de la capital de la provincia y de lugares más lejanos. “De casta le venía al galgo”. Jesús Jara “Chuito”

Dominga García y Conchita Cuenca, de Arenas

Hermanos Narcisa, Carlos, Eugenio, Berna y Dominga

Retrato de Dominga García Jara


Preciosa foto de Bernabea García Jara en la Fuente Grande. Al fondo el antiguo horno de pan.

Los hermanos Eugenio, Berna y Narcisa García Jara en el balcón de la casa de Ovidia Jara, en el puente.



Relato corto sobre la vida cotidiana en el Guisando del siglo XVII

1653 El cura volvía apesadumbrado a su casa. Era finales de noviembre. Había enterrado a otro niño. ¿Será el último? ¿Cuándo se acabará este maldito año? Creía llevar contabilizados cincuenta y uno. Veintiocho niños y veintitrés niñas. El pueblo estaba triste, muy triste. Del centenar y medio de chavales menores de catorce años, la tercera parte habían desaparecido este año. Juan Blázquez, el sacristán, le acompañaba de vuelta como siempre, también cabizbajo. Juan López Zapata, había sido nombrado en Arenas cura teniente del lugar de Guisando cinco años atrás. No era precisamente su idea la de servir a Dios metiéndose en una aldea aislada llena de pastores y campesinos incultos, donde se pasaba lloviendo la mitad del tiempo. Le hubiera gustado más que le hubiesen enviado al Hoyo, un pueblo con mayor número de habitantes y más próspero. Tanto, que sus moradores empezaban a pensar que debían separarse de la villa de Arenas aunque esta decisión les pudiera traer problemas. Pero tenía voto de obediencia. El sacerdote anterior de Guisando intentó tranquilizarle diciéndole que era un destino sosegado de misa diaria, algunas procesiones, y celebraciones anuales de tres matrimonios, una decena de bautizos y siete u ocho entierros, siendo casi la mitad de pequeñas criaturas. Los lugareños eran buena gente aunque un poco testarudos y en ocasiones algo brutos. Cuando llegó a la aldea en las faldas de la montaña Juan Blázquez le recibió. Le enseñó la iglesia situada a las afueras del pueblo, que en su mayor parte estaba entre un río y un arroyo, y le dirigió a su nuevo hogar. Durante el trayecto el sacristán fue presentando al nuevo sacerdote a los vecinos que se encontraban. Juan López percibió en algunos de ellos cierta frialdad, miradas hoscas y desconfiadas. Juan Blázquez le explicó: La justicia es lenta. Hace treinta años los vecinos de Arenas y sus aldeas, incluidos los de Guisando, fueron denunciados por los curas por no recaudar la décima parte de los frutos de los castaños nuevos plantados en tierras de viñas que antes eran dezmeras. Los vecinos alegaban que era costumbre no pagar diezmos por las castañas, pero los eclesiásticos replicaban que debían hacerlo porque ponían castaños en fincas que antes se dedicaban a otros cultivos que sí pagaban diezmos. Diferentes tribunales fueron dando la razón alternativamente a unos y a otros hasta que finalmente han salido ganando los curas. El deán de Ávila ha pedido que se cumpla la sentencia y que desde la próxima “otoñá” se haga una lista con los obligados a pagar y se empiecen a cobrar los diezmos de los castaños nuevos puestos hace treinta años. Los lugareños creen que afectará al final a todas las castañas y por eso están recelosos con los religiosos. El primer año de su estancia Juan López Zapata no casó a nadie, sin embargo sí que ofició varios entierros y bautizó a una docena de recién nacidos. El padrino de los niños en muchas ocasiones era su ayudante Juan Blázquez, por lo que en el pueblo se decía con cierta malicia que todos los niños se parecían al sacristán. Éste era un hombre casado en segundas nupcias, y cuando no podía atender al sacerdote, sus hijos mayores de su primera mujer, Juan o Domingo, ayudaban al cura. Uno de ellos heredaría su oficio. Algunos vecinos seguían mostrando sus reticencias hacia el nuevo cura. El primer otoño pasó y sin embargo no tuvieron que pagarle el diezmo de las castañas. Poco a poco se fueron mostrando más abiertos hacia el sacerdote y le empezaron a invitar a probar sus vinos de pitarra. Juan López Zapata en su afán de congeniar con sus feligreses aceptaba de buen grado catar sus caldos. Muchas veces volvía mareado a casa. Como todo le daba vueltas, intentaba antes de acostarse realizar alguna actividad como rellenar sus libros parro-


quiales, donde escribía con letra ilegible y fácilmente confundía los nombres de los protagonistas de sus ceremonias y tenía que realizar tachaduras. Alguien le avisó que tuviera cuidado, que hacía una década el cura de entonces, Juan Flores, fue denunciado y sustituido porque le gustaba ir de tabernas y a jugar. Pero todo volvió a torcerse. En la siguiente campaña de castañas además de que los labradores estaban enfrentados a los ganaderos, porque éstos metían sus ganados en los castañares antes del fin de noviembre y no se esperaban al día de San Andrés, como mandaba la tradición, los superiores del sacerdote ordenaron que se averiguara quiénes y cuánto debían pagar por el diezmo de los nuevos castaños a la iglesia, bajo pena de excomunión para quien no lo hiciera. El cura buscó a cuatro testigos ancianos del pueblo. Dos dijeron que no había más de un par de castañares nuevos en tierra dezmera y un tercero declaró lo que obtenía del suyo. Aunque el reverendo se conformaba con esas respuestas y sus feligreses no salían muy perjudicados económicamente, dejó de probar las pitarras. Dos años después, a finales de 1651, Juan López Zapata tuvo que acompañar a un cillero del deán de Ávila para recaudar el diezmo de las castañas de las últimas cuatro campañas. Los vecinos del Hornillo y del Arenal ya habían aceptado pagar este tributo y sus atrasos, pero con la condición de que los curas debían buscarlo en los castañares, al igual que se hacía con el grano en las eras, como era costumbre en los pueblos de Arenas. Los sacerdotes querían que llevasen las castañas a sus casas, y mientras no lo hicieran tendrían descomulgados a sus deudores. Las mujeres de Guisando discutían entre ellas sobre lo que tenían que hacer sus maridos. El cura Juan López un día se encontró con la sorpresa de que al llegar a su vivienda alguien había dejado un saco de castañas a la puerta. Pensó que sus parroquianos empezaban a entrar en razones. El sacristán Juan Blázquez sospechó que las castañas estarían “agusanadas”. Cuando abrió el saco para comprobarlo, saltó para atrás. Dentro había un enorme “arraclán”. Luego se recibirían otros sacos sin regalo. Al final los curas aceptarían que sus cilleros tendrían que ir a los castañares a por el diezmo al tiempo de recoger el fruto, en las siguientes temporadas. Definitivamente el cura teniente de Guisando tenía en contra a muchos de sus lugareños. Los días eran llevaderos gracias a su fiel sacristán, a algunos vecinos y a la comprensión de muchas mujeres, que no eran tan tozudas como los blasfemos de sus maridos. Celebró menos bodas que en años anteriores y le constaba que algunos feligreses no querían cumplir con la obligación de suministrarle un haz de leña a cambio de las misas mañaneras que celebraba, antes de que se fueran a sus faenas. Y llegó 1653. Desde que Juan López Zapata llegó a Guisando, las cosechas no habían sido muy abundantes a causa de que no había llovido suficiente en varios años, a pesar de que le habían prevenido que en este lugar diluviaba. Los pastos tampoco eran muy cuantiosos para los rebaños, en su mayoría de cabras. Los pobladores andaban muy justos en cuanto al hambre se refiere: pocos alimentos cosechados, animales domésticos débiles y enflaquecidos, y muchos impuestos que pagar. En enero el sacerdote atendió al entierro de dos niños. Lo normal, y más en esta época de penurias. En febrero ofició el sepelio de otras cuatro criaturas. Juan González-Retamal, el sastre, y su mujer Catalina Sánchez de la Jara, la lavandera, habían perdido a sus dos pequeños hijos. El cura ayudó a reconfortarlos. Marzo fue terrible. Nueve niños perdieron la vida. El sacerdote empezó a preocuparse al igual que el resto de vecinos. Los niños al principio parecían resfriados con toses ligeras y estornudos. Luego surgían ronqueras, dolores de garganta, cambios en la voz, inflamaciones en el cuello y mucha calentura. A los pocos días las criaturas fallecían asfixiadas. Los lugareños acudían a Periquín, un gran conocedor de remedios naturales muy célebre en la comarca, que les indicaba que hicieran cataplasmas con un nido de golondrina y manzanilla y lo aplicaran en la garganta de los niños. Por otro lado el barbero aconsejaba que se obligara a los críos a beber suero de leche de cabra, hervido con higos secos y vinagre, aunque les doliera al tragar. No era fácil, los niños pequeños no entendían. Juan López Zapata también propuso que se colocara alrededor de los cuellos de los chicos lazos traídos de Candeleda bendecidos atrás en febrero, el día de San Blas, para proteger sus gargantas, como era costumbre allí. Las madres porfiaban sobre cuál era el mejor remedio.


Abril fue peor. Murieron el doble de niños que en marzo. La enfermedad afectaba a todos los más pequeños de la misma familia. El sacerdote algún día ofició hasta cuatro enterramientos. Cuando acudía a las casas sus moradores le pedían desesperados que rezara por sus hijos. Algunos le imploraban perdón. Creían que la enfermedad era un castigo divino por no haberse comportado demasiado bien con él en el asunto de los diezmos de las castañas. Juan López Zapata decía que no había nada que perdonar, que había que confiar en Dios, que era una prueba divina. Y por si acaso que aislaran a sus hijos enfermos, que no salieran de su vivienda ni tuvieran contacto con hermanos u otros niños sanos. Ni que permitieran entrar en el pueblo a otros chiquillos forasteros. En la misma Semana Santa habían fallecido otras cuatro criaturas, por lo que el Domingo de Gloria los niños no debían acudir a las casas de sus abuelos o familiares a por los huevos colorados de pascua, para no mezclarse y propagar más la enfermedad. Qué paradoja, los huevos de pascua significaban resurrección, renacimiento, fertilidad...Sin embargo, los guisanderos ese año cocieron y tintaron con “raspalenguas” más huevos que nunca. La iglesia estaba ahora siempre llena, incluso de hombres que antes habitualmente no pisaban excusándose en sus quehaceres diarios. Las misas se multiplicaban, y los lugareños se encomendaban a San Miguel, a la Virgen del Rosario, a San Pedro, a San José, a fray Pedro de Alcántara y a todos los santos y ángeles del cielo. Los cofrades de la Veracruz procesionaban casi todos los días. Las mujeres lloraban. El pueblo se estaba quedando sin niños. El cura solo había celebrado dos bodas a principios de Fotografía de Guisando. Sale colgada de una pared en una año. Nadie quería casarse para tener hijos condena- escena de la película OCHO APELLIDOS VASCOS dos a morir. El sacerdote al principio de la epidemia pensó que podría ser la peste que estaba asolando las tierras al este y al sur de Castilla. Pero no podía ser. El mal de Guisando solo lo padecían los niños y ni siquiera los de las aldeas vecinas, como El Hornillo, lo sufrían. Entonces propuso al barbero y al Concejo del lugar de Guisando que pidieran ayuda a cirujanos de los pueblos cercanos. Acudieron a la llamada y examinaron a los niños. Observaron sus síntomas, inspeccionaron sus cuerpos, el pulso y su orina. Después de mucho reflexionar diagnosticaron que esa inflamación de garganta creían que era el “garrotillo”, una enfermedad contagiosa y mortal que afectaba sobre todo a los más pequeños. Recetaron que se continuara con las cuarentenas de familias afectadas, con los rezos, el suero y las cataplasmas, pero además que se realizaran sangrías, se pusieran ventosas en el cuello y en la espalda y que se intentara que los niños hicieran gárgaras con vinagre. En mayo se fueron cinco chicos, en el verano una decena, y en otoño tres. Progresivamente la enfermedad iba remitiendo. Juan López Zapata cada día daba más gracias al cielo, aunque sabía que el coste estaba siendo demasiado alto. Una de cada tres familias había perdido por lo menos a un niño. Alonso González de la Plaza y su mujer Juana Blázquez tres hijos, Pedro Sánchez-Pisano también conocido como Pedro Campesino y su mujer María Hidalgo habían perdido tres chiquillos varones en mayo de los cuatro que tenían. Juan Sánchez-Serrano y Catalina Jiménez otros tres. Los hermanos Alonso y Pedro SánchezCabañas y sus esposas María “La Blanca” y María García se quedaron sin los dos hijos que tenía cada pareja. Otras familias también perdieron dos niños. Pero el peor caso fue el de Bartolomé González-Galán de la Majadilla y su mujer Catalina García, que era de Zapardiel de la Ribera, que se quedaron sin cuatro hijos, aunque conservaron uno en común y otro de Bartolomé se su primer matrimonio. El cura volvía apesadumbrado a su casa. Era finales de noviembre. Había enterrado a otro niño. ¿Será el último? ¿Cuándo se acabará este maldito año? En el trayecto un vecino volvía de llevarle un haz de leña y la décima parte de la cosecha de sus castañas. Paró al sacerdote y le invitó a su bodega. Fernando Palacios


Fotografia: Otto Wunderlich, apr 1926


— GUISANDO, Las Niñas


LOS ABUELOS

(Relato Corto)

Poyales, años 50

La casa está situada en la parte superior del pueblo, justo al lado de la semiasfaltada carretera por donde el tráfico habitual es de carros de mulas y algún que otro borrico, cargado de leña hasta las orejas. A través de la ventana, el paso de una motillo renqueante marca Guzzi ya es de mirar y cuando el viejo Leyland de volante a la derecha asoma traqueteando por la curva se paran las abarcas de los hombres en la cuneta y las mujeres tiran de sus pañuelos hacia la nuca para mejorar la visión lateral. Tratan de adivinar si detrás de los sucios cristales viene el primo, el vecino o sencillamente quién vuelve al pueblo en el único medio de transporte con un motor capaz de llevarlos o traerlos desde el Madrid de sus hijos, nietos o parientes lejanos. La trepidante máquina se detiene entre crujidos mecánicos en el Parador de Eloisa y suelta una nube de humo negro por el escape. Apenas la carraca del freno de mano alcanza el último eslabón se abren las puertas. El primero en bajar es Lorenzo el conductor y baja a poner orden. Cuando las viejas sandalias de cuero tocan tierra desplazan una masa de noventa kilos en situación ascendente donde destaca una tripa semiesférica que los botones de la camisa se niegan a soltar. Se adivina por los huecos, una camiseta que algún día fue blanca. Por encima del cuello renegrido de la sahariana azul, hay una cabeza adornada por la eterna colilla de un puro semilíquido a la altura de los labios. La cara, ennegrecida por el sol con la grasa añadida en la reparación de un pinchazo rodea una barba cerrada y una expresión en los ojos de cansancio, de infinitas curvas cerradas, de mala carretera, de frenos recalentados y de algún carro que espantado por el ruido del vetusto autocar inglés intenta suicidarse cuando lo están adelantando. Levanta un brazo de gorila, con un dedo apuntando a la baca: - “Quietos todos, el equipaje lo bajo yo”. Toma la escalerilla trasera con calma pero con agilidad inaudita y en un minuto, por los laterales caen hacia los brazos extendidos maletas de cartón reforzadas con cuerdas, cajas de jabón Lagarto con contenidos inescrutables, algún hatillo de textiles de la ciudad y un sinfín de bultos todos poliedricamente incorrectos. Mientras, el destrepe de los llegados desde el autocar es un autentico tumulto donde todos corren a comprobar sus pertenencias arrastrando las que ya llevaban dentro, las mas valiosas. Hay besos de hermanos, unos pocos hijos saludando a sus padres y flácidos apretones de manos o tímidas sonrisas de labrador hacia los curiosos. En diez minutos la comitiva toma el empedrado camino de sus casas y se pierde hacia las entrañas del pueblo. El abuelo Cecilio ha estado contemplando la escena sentado en la silla de mimbre a la puerta de la casa. Lentamente suelta hacia el suelo la colilla encendida y apagada mil veces, endereza la corvada espalda y ayudado por una garrota de sauce emprende el camino del zaguán con el paso lento que dejan los años. La casa se compone de dos pisos con balconada en el de arriba.. Tiene las tejas enmohecidas y grises por la lluvia del otoño como todas las casas de los pueblos. El sol del verano ha hecho florecer entre ellas unos tímidos brotes de hierbas que se agitan levemente con el viento. Los costados están cubiertos de agrietados costanos de pino, venidos de la serrería hace infinitos lustros. Algunos han perdido los clavos que los sujetaban y caídos de un lado dejan entrever ladrillos de adobe por los huecos. La fachada encalada anualmente, tiene dos puertas de entrada. Una con gatera y cerrojo da a la cuadra y a la bodega y la otra pintada de marrón oscuro soporta un Cristo oxidado, un llamador de hierro y una cerradura de cuadrado metálico con orificio para una llave sobredimensionada. En el primer piso los marcos de castaño de las dos ventanas no cuadran exactamente con la verticalidad de la casa. Están torcidos ligeramente a la derecha uno y a la izquierda el otro. Ambos poseen persianas en verde descolorido y en el interior se adivinan unas cortinillas de flores gastadas por el sol. Por encima asoman hacia el vacío las vigas de roble que soportan el balcón de la segunda planta, la de los hijos que ya no están.. Hay debajo de los maderos dos nidos de golondrinas, abandonados desde la primavera y un gancho negro y amenazante para labores


de matanza. Sobre ellos la barandilla de madera está desarticulada por el tiempo y sus palos antaño pintados de azul no conservan el paralelo deseado. Dentro de la terraza se asientan una vieja jofaina con su soporte y el butacón de mimbre de la abuela. Una cuerda de tender ropa con dos alcayatas oxidadas se cimbrea al viento moviendo tres pinzas de madera. Cecilio pasa por el zaguán donde está el viejo perchero con dos hoces y una vara para conducir el burro. Recoge un cubo de latón estañado veinte veces y por la oscura escalera que cruje a su paso sube a la cocina. La abuela, reclinada sobre el caldero trocea patatas para la cena. A su lado, en una cesta de mimbre, tomates y pimientos rojos y verdes esperan ser cortados para el pisto de mañana. No hay conversación. Cruje el leño de roble recién puesto en la inmensa chimenea. El humo azulado sube lento por donde la cadena de sujetar los pucheros se pierde hacia arriba. Una olla de agua borbotea cerca de los trébedes con la base enterrada en la roja ceniza y sobre una pequeña mesita al lado de la ventana el vaso y una frasca de vino aterciopelado esperan que el abuelo se siente. Cuelga el cubo con cuidado en uno más de los innumerables ganchos del techo donde lentamente se cura el tocino y las morcillas y esquivando una torcida repisa de adorno con un jarrón de Talavera y dos cazos de cobre que todavía relucen, asienta su cansado cuerpo en la sillita de siempre. El abuelo mira a la ventana donde circulan los últimos rayos de sol. Su rostro es aguileño, enjuto, de barbilla hundida y flácida papada. Lleva sobre la camisa abotonada hasta el cuello, una vieja chaqueta de pana con algún costurón remendado, pantalones del mismo género y unos zapatos negros con grietas en el empeine que el betún ya no cubre por efecto de los años. La abuela es de pelo como el algodón. Lo tiene recogido hacia la nuca con una modesta peineta que despeja su cara redonda. La nariz es pequeña, finos los labios y unos ojos azules, transparentes, que sugieren determinación y un carácter comprobadamente fuerte. Va de riguroso negro, con una gruesa toquilla de lana entrelazada sobre los hombros, zapatillas a juego y una faltriquera marrón donde guarda el pañuelo y el viejo rosario de nácar regalo de su hijo. Unos pendientes de plata charra y la medalla en forma de Cristo adornan su faz y un cuello sarmentoso. Cuando el cuchillo portugués acaba con las patatas, trabajosamente se pone en pié, descuelga el cubo y echa los restos en el mismo. A continuación coge un cántaro de una cantarera con dos senos donde reposa también un botijo de barro blanco. Lentamente rellena el puchero que está en la lumbre. Al levantarse una mirada Cecilio Plaza Machero con sus padres Nicolás Plaza González reprobatoria hace que Cecilio abandone el tercer chato de vino sobre y Juana Machero Vadillo la mesa. No ha habido una sola palabra. A continuación Elisa descuelga el candil que reposa en el alfeizar de la chimenea, al lado de dos almireces de bronce. De una vieja aceitera rellena cuidadosamente el recipiente y lo deposita en el gancho que esta justo encima de la mesa camilla. El abuelo se mueve y levanta las faldas de algodón azul que cubren un brasero de cisco. Quita la malla de alambre y con unas tenazas le arrima dos tizones incandescentes de la lumbre. Después enciende el candil con un palito. Crepita el fuego y a través de la ventana, la única bombilla pública que alumbra la carretera, al encenderse le dice a abuelo la hora que es. Saca del vasar dos platos de loza desportillados, dos cucharas y tímidamente arrima el frasquito del vino junto con su vaso y otro metálico para la abuela lleno de agua. Se cena y los chasquidos del roble al estallar reflejan sombras chinescas en el techo multiplicando fantasmagóricamente los ganchos, las siluetas, la cocina, el silencio. El candil encendido tambalea su llama arrojando aún más fantasmas en el decorado y el débil humo negro que produce camina serpenteante hacia las vigas del techo. Dos moscas andando boca abajo se aproximan lentamente hacia la luz en busca de calor. Cecilio corta con su navaja un trozo pequeño de queso depositado en un plato que se cubre con una vieja servilleta a cuadros. Arranca dos rebanadas de pan candeal y al ritmo


Cecilio corta con su navaja un trozo pequeño de queso depositado en un plato que se cubre con una vieja servilleta a cuadros. Arranca dos rebanadas de pan candeal y al ritmo lento de sus dientes gastados lo va consumiendo. La abuela acaba su plato preferido, coscurros del día anterior sumergidos en leche de vaca y recoge los platos en un barreño. Mañana temprano irá a un arroyo que pasa a pocos metros de la casa a fregar. Hace poco que metieron una tubería por debajo de la carretera y a la vez en uno de los bordes se ha construido un lavadero de dos piedras para lujo de las mujeres que hasta la fecha limpiaban cacharros o aclaraban sabanas a base de riñones. Cuando todo esta recogido el abuelo vuelve a su silla y al poco rato dormita con las dos manos y la cara sobre el mango de la garrota, frente a la lumbre. Elisa, con la mirada perdida desgrana Cecilio Plaza Machero, con su un rosario pasando lentamente las cuentas de nácar. El fuego se mujer Elisa Jarillo Vadillo y su apaga poco a poco. hija Concepción Plaza Jarillo De alguna cuadra sale el piafar de una mula justo cuando la abuela sisea el último amén. - Cecilio, vámonos. El abuelo coge el candil y con Elisa delante se pierden despacito hacia la habitación interior de la primera planta. Un carraspeo leve y un soplo a la luz. Después...silencio. Antonio Rodríguez Plaza, hijo de Concepción Plaza Jarillo y nieto de Elisa Jarillo y Cecilio Plaza. Poyales - Mayo 09 Poyales del Hoyo - La carretera / Foto: Otto Wunderlich


DIA DE COMUNIONES EN GUISANDO ¿Quién no recuerda con nostalgia el día de su Primera Comunión?. ¿La noche previa de insomnio deseando llegara ese día tan esperado? - Los niños para vestirse con su traje de “marinero” (que no de Almirante), los guantes y los zapatos blancos y el librito de oraciones en la mano, junto con el rosario de nácar y la cruz de madera colgada en un cordón sobre el pecho. - Y las niñas vestidas con el hábito de monja y la túnica blanca como el resto de la De izquierda a derecha NIÑAS: M Carmen Fernandez Gonzalez, Begoña Zamora Jimenez, M indumentaria (poco agraciaBelen Tiemblo Velayos, M Jesus Tiemblo Grande,Eulalia Fernandez Gonzalez, Esperanza Garcia da…por cierto), pero era lo Garcia y M Belen Nogal Tiemblo. NIÑOS: Carlos Jara Tiemblo, Alejandro Blazquez Jara, Rafael que nos permitía llevar allá Blazquez Garcia, Lorenzo Calero Retamal, Narciso Garro Tiemblo, Dimas Blazquez Jara, Ruben Tomas Alvarez, Manuel Blazquez Tomas, Felipe Jara Garcia, Fernando Nogal Tiemblo, Felipe por los años 60-70 el Sr. CuSerrano Retamal. Maestros: D. Pablo Castillo y Dª Maite Garcia. ra de nuestra Parroquia. ¡Con lo que nos hubiera gustado a nosotras lucir esos vestiditos cosidos con tules y organzas semejándonos a pequeñas novias con su velo y su corona!. Pero sólo las que pertenecían a una clase más “pudiente”, podían permitirse el lujo de cambiarse el vestido una vez acabada la ceremonia religiosa, -suscitando así los “celillos” del resto-. Pero bueno, nos conformábamos porque después íbamos a degustar todos juntos el chocolate con churros y bizcochos en el Comedor de las Escuelas Públicas acompañadas de nuestros familiares. (Claro, estos en un segundo plano); pues sólo se les ofrecía un “aperitivo” a la Corporación Municipal y altos Cargos del pueblo…(el Sr.Cura, el Médico, el Alcalde, el Juez, los Maestros….etc.). Previamente nuestras madres habrían llevado nuestra taza y plato de desayuno personalizados y una jarra para que las chicas mayores de la Escuela nos sirvieran el chocolate. Y después del “ágape”, cada niño repartiría sus estampitas “recordatorios” a familiares y vecinos a cambio de unas “perrillas” que de seguro irían a parar a nuestra hucha de la Caja de Ahorros. Y luego…. A celebrarlo en casa con la familia más allegada (padres, hermanos, abuelos y algún tío o tía) porque en aquellos tiempos no era costumbre ni había dinero para celebraciones en Restaurantes. Tampoco teníamos “piñatas”, ni siquiera una pequeña tarta con el muñequito de Comunión, ni tanto regalo como hoy, pero a pesar de todo… ¡Cómo disfrutábamos de ese bonito día!. En fin que, en mi modesta opinión, creo que se ha perdido un poco el verdadero sentido del Sacramento en sí, arrastrados por ésta sociedad consumista... Por eso, deseo que los niños de Guisando no pierdan la inocencia y la ilusión de recibir a Jesús en ése día tan “especial”….. El de su Primera Comunión. M. Belén Nogal.


Los croquis del “Macario” Artículo basado en imágenes y apuntes de Julio Blázquez Garro y publicado por David de Esteban Resino en el blog Paralelo 66. http://paralelo66.wordpress.com/2014/03/11/los-croquis-del-macario/

Cuando subes por el Carril del Galayar, irremediablemente te habrás topado con su nombre en una de las fuentes donde habitualmente reponemos fuerzas cuando los meses de calor van endureciendo la subida al refugio Antonio Victory. Macario Blázquez… así se llama. Muchos jóvenes escaladores tal vez hayan oído hablar poco de él, como tampoco le serán familiares otros nombres, el de los grandes del Galayar, aquellos con los cuales mantuvo una sólida amistad, la cual perdura con los que aún están en vida. Entre sus amigos están o estuvieron, José María Galilea, Teógenes Díaz, Ricardo Rubio, Pepín Foliot, Félix Méndez, Antonio Flores, César Perez de Tudela, Antonio Ayuso, Antonio Espías, Salvador Rivas, Pedro Acuña, Paco Brasas, Ángel Rituerto, Carlos Soria, Antonio Riaño, Paco Aguado, Juan Lupión… Todos ellos pasaban por el Bar el Galayar, “Casa Macario” de Guisando, antes y después de sus escaladas en las agujas graníticas de Los Galayos, bien para comer o cenar, o bien para dormir en el gran salón, donde en ocasiones llegaban a pernoctar más de cien escaladores provenientes de Madrid y de diversos puntos de la zona centro. Macario Blázquez, de 81 años, hijo de guarda forestal, ya colaboraba desde pequeño con su padre en diferentes tareas en la sierra, tal como recoge el libro “Gredos, Vida y Pasión” de Carlos Frías. Conocedor de casi todos los rincones de la sierra desde la niñez, incluso acompañaba al padre en las cacerías de machos monteses que Francisco Franco realizaba cuando venía a Gredos y que al padre le tocaba guiar. Desde los catorce años ejerció de guía de montaña, acompañando a montañeros y escaladores por diferentes puntos de la sierra, labor por la que recibió el título de Guía de la Federación Española en 1957. Macario Blázquez fue guarda del refugio Antonio Victory, labor que desarrolló hasta finales de la década de los ochenta, a la vez que compaginaba esta labor con la del mantenimiento del Bar el Galayar del cual era propietario y que constituía el verdadero punto de encuentro de los escaladores de la época.


Por su constante labor de apoyo a cuantos han ido acudiendo al Galayar en las décadas previas al nuevo milenio, Macario recibió bastantes menciones y homenajes como la Medalla de Honor de la Federación Española en 1960, el convertirse en socio de honor del Grupo de Alta Montaña del Club Peñalara y del Club Maliciosa o la de ser Socio de honor del Grupo de Alta Montaña Español, GAME, en 2002. Su hijo, Julio Blázquez, un enamorado de los espacios verticales de la sierra y activo aperturista, con primeras ascensiones importantes tanto en Galayos como en riscos alejados donde la exploración aún no había llegado, como en el caso de la primera apertura en la alejada Lancha de la Bóveda, se encargó de ir recopilando croquis de Los Galayos y de las Berroqueras, logrando juntar en varios archivadores disponibles actualmente en el bar, muchas de las reseñas de las escaladas más llamativas que se han realizado en Los Galayos, algunas de ellas, dibujadas a mano por los aperturistas. En el bar, actualmente regentado por Dani y Diego, nietos de Macario y escaladores gredenses activos, hemos dejado un archivador que complementa la documentación ya existente y en el que pueden consultarse un buen puñado de vías que suman alrededor de 10.200 nuevos metros de escalada, en trazados que hemos ido abriendo en la sierra desde 2008 hasta la actualidad. Son rutas distribuidas en riscos situados mayoritariamente en el Macizo Central de Gredos, en espacios donde el tránsito de escaladores no es habitual, pero que guardan verdaderos tesoros para aquellos que gustan de escaladas alejadas fuera de los terrenos más concurridos.


Grandes Fotógrafos: OTTO WUNDERLICH

/ texto extraido: Wikipedia

Otto Wunderlich (Stuttgart, 1886 - Madrid,1975) fue un fotógrafo alemán que se dedicó, al principio, al comercio en un negocio de importación. Llega a España en 1913 y trabaja para una empresa dedicada al negocio de minerales. Según Sánchez Vigil, era hijo de un abogado y cursó los estudios de Bachillerato y Lenguas y comenzó a trabajar a una edad muy temprana – 17 años – en un negocio de importación, realizando viajes al extranjero, principalmente a Inglaterra donde se iniciaría en la fotografía, como aficionado, y a París, donde empezó a desarrollar su carrera profesional como fotógrafo. Según el autor antes citado, Wunderlich se establecería en España en 1913 y comenzaría a trabajar en la Sociedad Minera El Guindo, empresa dedicada a la compraventa y a la explotación de minerales y donde realizaría diferentes trabajos. Desconocemos la fecha de salida de la sociedad, puede que fuera a la disolución de la misma (1920), o quizás unos años antes, lo cierto es que posteriormente desarrollaría una incesante actividad como fotógrafo, trabajando por encargo para autoridades y para diversas empresas constructoras e industriales, por lo que en sus trabajos o reportajes fotográficos se pueden apreciar dos vertientes relevantes: por un lado, una vertiente industrial, compuesta por las fotografías que realiza por encargo de las empresas, y por otro lado, una vertiente más documental, con unas imágenes más espontáneas e intuitivas, donde recoge aspectos de la vida popular de la España de la época. Es en 1917 cuando se dedica profesionalmente a la fotografía viajando por toda España. Comercializó álbumes, tarjetas postales y carpetas de fototipias con el título de Paisajes y Monumentos de España. En 1927, Hidroeléctrica Española contrató a Otto Wunderlich para la realización de una serie de fotografías de las instalaciones que en esos momentos tenía en explotación esta sociedad. Este reportaje fue realizado con bastante gusto, según palabras del Secretario General de Hidroeléctrica Española, Emilio de Usaola, recogidas en la carta enviada a Hidroeléctrica Ibérica (después Iberduero) el 9 de diciembre de 1927, donde le ofrece los servicios de Otto Wunderlich.


Sus fotografías se publicaban en las mejores revistas de la época como Blanco y Negro, La Esfera y El Mundo. Su actividad se puede dividir en dos partes un profesional de encargos particulares o institucionales y otra , más personal, de carácter documental por todos los lugares de España, fotos estas últimas que luego vendía directamente en su estudio o, parcialmente, a editoriales donde destaca las vendidas a la Enciclopedia Espasa, Patronato nacional de turismo, o a Editorial Labor. El Archivo General de la Administración del Estado sito en Alcalá de Henares conserva, entre otros, los fondos fotográficos del Patronato nacional de turismo y de la Dirección General de Turismo. Estos fondos conservan un gran número de fotografías de las gentes, paisajes y monumentos de España correspondientes al periodo 19281970. El nombre de este Archivo es "Catálogo Monumental de España". Uno de los fotógrafos mejor representados en esta aplicación del Catalogo Monumental es Otto Wunderlich del cual se pueden ver fotografías antiguas, fechadas entre 1928 y 1936 , de: Alicante, Asturias, Ávila, Baleares, Barcelona, Burgos,Cáceres, Cádiz, Cantabria,Córdoba, Coruña, Granada,Guadalajara, Huesca, Jaén, León, Madrid, Málaga, Pontevedra, Salamanca,Segovia,Sevilla, Tarragona, Toledo,Valencia, Valladolid. En 1928 la Editorial Labor publica la primera edición de la gran obra “Geografía de España”. Esta obra se compone de tres volúmenes y esta ilustrada con numerosas fotografías de destacados fotógrafos (Mas, Hauser y Menet etc) entre los cuales destaca Wunderlich. Tuvo su estudio en la calle Doctor Esquerdo 17, trasladándose posteriormente al número 47 donde, hasta bien avanzado el siglo XX, mantuvo su estudio y continuó con la venta de sus fotografías.


FotografĂ­a: Otto Wunderlich aprox 1926 - ARENAS DE SAN PEDRO - Puente Viejo


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