Revista "Las Majadillas" nº 10

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Numero 5 NUMERO 10

Charco Verde (Guisando) -

29 Septiembre 2014 22 DICIEMBRE 2015

FotografĂ­a: Miguel Camacho Camacho


Revista de cultura, arte, historia y tradición

de los pueblos del Bajo Tietar en Avila

Guisando - Arenas de San Pedro - Candeleda - El Hornillo - El Arenal - Poyales del Hoyo -Mombeltran - Cuevas del Valle - San Esteban del Valle - Santa Cruz del Valle - Villarejo del Valle Revista no dependiente ni adscrita a ninguna organización ni entidad privada o pública Revista de divulgación cultural y sin ánimo de lucro. Libre de publicidad o patrocinio. Director y Editor: Miguel Camacho Camacho Redacción: Miguel Camacho Camacho, Jesús Jara García, Julio Fernando Palacios García, y Fidel Jara Tiemblo Colaboradores: está abierta a todo tipo de colaboración y se tendrán en cuenta todos los artículos y aportaciones que se realicen dentro del ámbito de la temática de la revista.

4ª EXPOSICIÓN DE ARTE

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EXPOSICION COLECTIVA - DICIEMBRE 2015


UNA DE AMIGOS

FIRMA Y GONZALO Jesús Jara Garcia “Chuito” Hemos querido traer aquí una serie de fotografías, todas ellas cedidas por el matrimonio formado por Gonzalo Galán Mateos y Firma García Jara. Con ello, además de testimoniar el reconocimiento a Firma por su colaboración al engrandecimiento de la Fototeca de Guisando, queremos rendir un homenaje a la amistad juvenil. Gonzalo es hijo de Timoteo Galán Jara y Benedicta Mateos Fraile. Firma, por su parte es hija de José García Serrano y Francisca Jara Jara.

Timoteo Galán Jara, Regino Galán García y Segundo Galán Jara

Firma García Jara en un precioso retrato y posando junto a la Cruz de los Caídos de Guisando

Amalia Mateos, Conchita Tiemblo, Esperanza Mateos, Firma García Jara Agachadas: Lucila Mateos Jara y Virgilia Nogal


Grupo de amigas de Firma. Junto a ella: Marcela Tiemblo, Esperanza Mateos, Virgilia Nogal, Lucila Mateos´ Conchita García y Julia Garro

Al fondo, el único identificado es Joaquín Ferrero Calleja. Delante: Firma, Lucila, Pepe Mateos, Deme García Jara y Andrea García

Marcela Tiemblo, Julia Garro, Firma García y Lucila Mateos

Demetrio Garcia Jara, los hermanos Pepe y Celso Mateos y Juani Jara (Cipriana)

Dominga García, Andrea García, Gonzalo Galán, Firma García, Amalio Crespo, Julia Garro, Emiliana Galán y Pepe Jara

De izq. a dcha.: Dominga García Jara, Desconocido, Firma, Joaquín Ferrero,


Firma y Gonzalo con un nutrido grupo de amigos, en cuya compañía se han colado varios niños o jovencitos que no formaban parte de la pandilla. Esta práctica de colarse en la foto era muy común, cuando se trataba de instantaneas de grupo. Como prueba de ello tenemos estas cuatro fotografías, las anteriores y las posteriores. En la siguiente, Gonzalo aparece empujando encima del grupo a Nieves Pérez, porque se estaba colando. A la izquierda aparece Sagrario Jara García, que también se coló.

Firma García Jara, Julia Garro García, Esperanza Mateos Garro, Conchita Fraile Carvajal, Carlos Jara Jara y al fondo el autor del capítulo, que “pasaba por allí, por casualidad”.


Los hermanos Celso y José Mateos Delgado, con Demetrio García Jara, formando un curioso trio de “charros mejicanos”

La familia de Firma García Jara, explotó durante años un horno de pan en Guisando, que posteriormente vendieron a Jesús Crespo (Chuchi). Por eso esta familia, quizás porque los progenitores no heredaron los motes familiares, siempre fue conocida como “Los de la Tahona”.


SABIA USTED… Jesus jara García “Chuito”

Tío Esteba:

Este guisandero era un hombre para todo. Aunque en el pueblo se le conocía como electricista, lo cierto es que era “un hombre para todo”. Lo mismo te hacía una instalación eléctrica en tu casa, que te arreglaba un paraguas o un puchero, te sacaba una muela, que te estaba dando un mal día o te cosía los bordes de una herida. En un día de Jueves Santo, Teodora García Jara, que llevaba más de veinticuatro horas sufriendo un terrible dolor de muelas y con la cara deformada por causa del flemón, originado por la infección, se fue a casa de Esteba y después de contarle su situación, le pidió que le sacara la muela causante de sus desdichas. Esteba, no se lo pensó dos veces y echando mano de unos alicates de mecánico, sujetó la muela causante del dolor y tirando de ella la extrajo de la mandíbula de Teodora. Al instante un chorro de pus brotó de la “sacaura”. El asunto podía haber terminado con Teodora en el hospital y quien sabe en qué estado o cual hubiera sido el desenlace, pero la realidad es que a los pocos minutos Teodora dejó de sentir el dolor y nunca más se volvió a acordar de la dichosa muela, salvo para contar la historia a sus hijos y nietos. En otra ocasión, Julián García González (Tío Rey), se cortó en un tobillo, con el hacha. El médico, que era bastante mayor, tenía problemas de vista y le pidió a Esteba que le cosiera la herida producida por el hacha. Este, ni corto ni perezoso, cogió el hilo y la aguja y cosió meticulosamente la herida. Con ocasión de otro accidente de Julián, este tuvo que ser atendido en el hospital de Avila. El cirujano que le atendía, al ver la señal de la herida del tobillo, le dijo: “Este no es el primer corte que se hace, en el tobillo tiene una buena brecha, pero el cirujano que se la cosió hizo una auténtica obra de arte. ¡Vaya manos que tenía! Cuando Julián le explicó quien había sido el autor del cosido, el cirujano se negaba a creerle. Para buscar una justificación sobre una habilidad o cualidad que un hijo hereda de uno de sus progenitores se dice: “De casta le viene al galgo”. Pues esto se podría aplicar a Eufemia Tiemblo García puesto que un buen día, trajeron del monte a Nicasio Garro Jara (Tío Guaja), herido por una importante caída. Le llevaron al Ayuntamiento, vivía al lado, y llamaron al médico. Cuando este llegó le aplicó los primeros auxilios y observó que tenía un enorme corte a la altura de la ceja izquierda, por la que sangraba continuamente. El médico preguntó por Eufemia y cuando le indicaron donde estaba, mandó llamarla. Esta, al llegar y ver la sangre que brotaba por la herida, se sobresaltó un poco, pero el médico la espabiló diciendo: “¿A ver si te vas a marear ahora? Me he dejado las gafas en casa y esa herida hay que suturarla ya mismo, así que coge hilo y aguja y empieza a coser”. Eufemia tomó el hilo y la aguja que le dieron y empezó a coser los bordes de la herida, hasta cerrarla del todo y cortar la hemorragia.


LA FUENTE GRANDE DE GUISANDO Esta fuente, que debe su nombre al hecho de ser la de mayor tamaño del casco urbano del pueblo, no nace en el lugar donde todos la conocemos, sino varias decenas de metros más arriba, es decir, a la altura de la casa que, en su día, fue de Tomás Tomás Grande (Tío Tomás). En este lugar de nacimiento del manantial, se construyó un pequeño depósito y se instaló una tubería de plomo desde el mismo hasta el lugar donde se construyó la fuente. Se construyó para sustituir a una antigua fuente de dos caños que estuvo enclavada en el lugar donde brota el manantial, en el sitio que conocemos como las escalerillas de la calle Cimera de la Fuente hacia el puente de la Fuente Chica. Esto explicaría el porqué la calle Cimera de la Fuente recibe tal nombre, ni más ni menos que por discurrir por encima del viejo pilón. El diseño de la Fuente Grande es realización de Isidoro Moreno y la obra se ejecuta adaptada a su proyecto, tal cual hoy la conocemos: un pilón de cantería rectangular de 2,50 por 2 metros, con antepecho de 90 cm de altura con un árbol de subiente de donde partirán tres caños y tres piezas en frente para poner los cántaros. El coste total de la obra, según el presupuesto firmado en Guisando el 28 de julio de 1.893 ascendía a 878,50 pesetas, y en el estaba incluido también el derribo de la fuente vieja y el trazado de una zanja para la conducción de las aguas desde el nacimiento hasta la nueva fuente. Los elementos mas caros fueron los antepechos del pilón con 229 pesetas y la cañería de plomo cuyo precio ascendía a 168 pesetas. En el año 1920, aparecieron en el pilón de la fuente numerosas sanguijuelas y ante este grave acontecimiento, el Ayuntamiento mandó limpiar el depósito del manantial y sustituir la tubería de plomo, de conexión del depósito del manantial con el módulo de la fuente, por otra de hierro o de barro, “por considerar perjudicial para la salud pública la actual de plomo”. En los años 80 se pretendió cerrar con una especie de bombonera el trozo del arroyo próximo a la fuente y tras la oposición de algunos vecinos se impidió dicha obra que además de su falta de legalidad hubiera podido ser un riesgo en caso de crecidas del arroyo. La Fuente Grande constituye un símbolo vivo del pueblo y como tal debe ser cuidado y protegido. Investigación e información: Fernando Palacios y Lourdes Garro (La Gargantilla 93) Jesús Jara García “Chuito” y Miguel Camacho Camacho “Joyanco”



El Arenal—1926 Fotografía: Otto Wunderlich




EN LA MAJADA DE UN CABRERILLO… Daniel F Peces Ayuso CAPITULO IV Cuando terminó de ordeñar la poca leche que tenían sus asustadas cabras, el cabrerillo separó el chivo que tenía destinado para la cena. Era de color canela, y como el color que había elegido para su pico de cabras era el gris, pues no le fue difícil su elección. Tras cerrar al resto de chivos con los demás en el berengón, y echar el postigo a la enrama, cargado con el cabrito que llevaba colgando boca abajo, agarrado por las patas traseras, balando lastimero como si intuyera lo que le iba pasar. Cuando llegó a la estanza del chozo principal, se lo entregó a su abuelo, este sin perder tiempo, metió el cabrito entre las piernas, y sujetándolo firmemente, le clavó una punta –navaja grande y fina- atravesándole la cabeza por debajo de las orejas, luego lo dejaban suelto, mientras el animalito lanzaba sus últimos y agónicos balidos, hasta caer al suelo. Como ya habían matado a dos cabritos de sus hermanos, la sangre de este no se recogió, ya que lo normal era recoger la sangre en un caldero de barro, para hacerla frita con muchas y ricas especias y sobre todo cebolla… el abuelo cogió el cabrito, lo colgó de una escalera boca abajo, desollándolo antes de abrirlo y destazarlo. La piel la cogió un pariente que la quería para hacerse un zurrón, ya que tenía el mismo color que su rebaño… así que la limpió bien la grasa raspando con un trozo de cristal que llevaba siempre para estas cosas, luego untó bien el contra pelo de la piel con sal enrollándola, y doblándola con la ayuda de un poco de agua caliente… luego haría la misma operación a los tres o cuatro días, durante tres o cuatro saladuras más. A veces como era el caso, se dejaba el pelo, pero otras se tenía que pelar, como por ejemplo cuando se quería hacer con ella una faltriquera, leguis y parches para panderos, rabeles o zambombas… en estos casos se tenía que arrancar el pelo a mano tirando de él, rematando la faena con el fino filo de una buena navaja para pelarla bien pelada. Había algunos cabreros que para facilitar esta tarea, lo que hacían era echar en el agua y la sal con que se untaba el contra pelo de piel a curtir, con cenizas de corteza de encina o roble, lo que además curaba a la piel desinfectándola… mientras que otros, menos delicados y más impacientes, se limitaban a meter las pieles tal cual en un estercolero durante cuatro o cinco días, logrando con ello una incipiente putrefacción que sin duda facilita el pelado de la piel, pero tiene dos inconvenientes, el primero es el desagradable olor de la piel en si metida entre excrementos amontonados… y el otro que si no te andabas con ojo la piel acababa pudriéndose haciéndose inservible… Los buenos cabreros solían utilizar el primer sistema, que dejaba a las pieles limpias, bien peladas y libres de malos olores. Listas para el segundo y más importante proceso para “domar” la piel, a base de leche de cabra con la que se untaban las pieles mientras se las sobaba, estirando y frotando a base de las manos e incluso dientes, pues para darlas más suavidad había que mordisquearla y frotarla durante horas y horas… esto el abuelo y un hermano suyo lo bordaban. Tenían las manos grandes, muy grandes, duras y nudosas, hechas como para hacer esta y otras tareas. Estas pieles ya curtidas las vendían mucho mejor que las otras, ya que eran más caras, pero lo cierto es que llevaban tantas horas de duro trabajo hacerlo bien, que solo lo hacían cuando iban a ser utilizadas por alguno de los suyos. Lo mismo que los morteros, almireceros, tarras, etc. que hacían con primor de detalles y ornamentos ya que


eran regalos que hacían los cabreros a la mujer que querían. Era una forma de decir a una mujer que se la amaba, sin necesidad de caer en los líos que conllevan las palabras siempre indecisas y nerviosas en esos momentos. Si la moza aceptaba el regalo, se interpretaba como que estaba de acuerdo y correspondía al mozo, de despreciarlo el mensaje quedaba igualmente claro, no había nada que hacer… los cabreros también las regalaban colodras, liaros, y demás cuernas también decoradas a punta de navaja o con un hierro caldente… cucharones para cocer la calabaza… o incluso los picáos de paño o fieltro, que lucían en las faldas tradicionales llamadas refajos, mantillas o guardapiés… de los que no había dos iguales por cierto. De hecho las cabreras eran las que llevaban las mejores faldas, hechas en el mejor pañodama, en diferentes tonos de color rojo, amarillo, pasa, blanco, negro, marrón, azul, verde, morado… luciendo buenas toquillas de pava para acompañar a la novia, pañuelos de crespón en los carnavales, los de palacio para el baile o los de ramo para las novias… Aquel día iban a estar en la cena de Noche Buena y el día de Navidad la novia de uno de sus hermanos, y el novio de su hermana mayor. Ya habían entrado en casa por primera vez como era costumbre el día de la matanza. Cuando sus hijos le dijeron a sus padres que se hablaban y trababan de amores, los padres se hicieron los suecos, pero de sobra lo sabían pues aunque era un secreto eso de hacerse novios, les habían pillado hablando en el caño de la fuente, con un grupo de mozas y mozos del pueblo más de una mañana. De hecho un día que se juntaron los dos padres con las cabras en un collado, con motivo de celebrar el funeral de un pariente común, tras comer el caldero de patatas con cabrito, se sentaron juntos, para tratar el tema de sus hijos sin darle demasiadas vueltas. Rompió el hielo el padre de la novia, estaban sentados sobre una manta, frente a la lumbre en un cobacho y va y dice: - No se si sabrás que tu hijo se habla con mi hija. - Si eso me ha dicho mi mujer que los ha pillao algunas mañanas hablando a la orilla la fuente, riéndose como dos bobos… - ¿Pues haber que hacemos con ellos? - Pues por nuestra parte si se quieren adelante con la boda - Pos por la nuestra del mismo modo, ¿pero que van a llevar en arras?, habrá que fijar la dote. - Pues hombre bien sabes que este es el tercer hijo que caso y poco me queda ya para darle… - Anda y no me vengas con penas si eres el tío más rico de la sierra. Tienes las mejores cabras y pastos en todas partes… yo a esta si se quiere casar con tu hijo le tengo de dar, seis sillas de enea, dos mesas una grande y otra matancera, la cantarera, el espetón, la cama con su colchón, sábanas, mantas y colchas… cinco sartenes, siete pucheros, dos artesas, una máquina de embutir, una máquina de picar carne, doce platos llanos, doce hondos, doce pequeños, doce cucharas, tenedores y cuchillos y otros nueve cuchillos más un hacha y dos cedazos uno grande y otro más chico. Cuatro Manteles con sus servilletas, tres jarras y dos jarrones, otras tantas fuentes, y calderos grandes, medianos y chicos. Más dos trébedes, dos llares, una cobra, cuatro


tinajas una para el aceite, otra para el agua, otra para el vino y una más para la cal. Además la daré cuatro gallinas y un pollo, el olivar y la viña del Arrontejo, la centenera de los Campanarios con sus diez castaños y nueve nogales… a ver que le vas a dar tu a tu hijo, que mi hija no casará con buen calzado, para vivir después descalza… - Pues hombre yo había pensado darle una yunta para labrar la dehesa de la Peraleda, que a partir de casar será suya y de su mujer. Además un pico de cien, cabras, que más las otras cien que tiene propias, suman unas doscientas cabras guisandas, a las que hay que sumar otras cincuenta ovejas churras de las que se crían en Arenas. También le daré la yegua torda con su potra recién parida, y la huerta de la calle Nueva, para que en ella se hagan casa, dejándolos vivir en la nuestra hasta que la terminen. Para ello le daré tantos reales para que paguen a los canteros, picapedreros, carpinteros y tejeros. También le doy la nava de los Pelaos, para que tengan pastos de verano y no tengan que pagarlos… ¿Qué entonces hay trato? - De lo hablado todo esta dicho y por mi parte nada más que desear sean buenos esposos se quieran y se hagan la vida feliz… Alzaron la cuerna y bebieron vino brindando a la salud de sus hijos, luego empezaron a hablar de esas cosas que hablan los hombres que llevan casados toda la vida con la misma mujer, haciendo bromas a cerca del infierno en el que se iban a meter, uno de ellos sacó el rabel y comenzó a cantar esa rabilada que dice: A saltos anda el gorrión, y pa atrás van los cangrejos Y yo ando muy malamente, desde que me llaman yerno El día que me casé, que alegría y que alborozo Y el día la tornaboda, me quise tirar a un pozo Quien tuviera la dicha, de Adán y Eva Porque no conocieron, suegro ni suegra De la costilla de Adán, hizo Dios a la mujer Por eso tienen los hombres, ese hueso que roer La mujer es el demonio, tentación del enemigo Porque estiran en los hombres, lo que tienen encogío Yo me quisiera casar, con una que no pariera Fuera rica, fuera sorda, sus padres la mantuvieran Claro que cuando se juntaban un grupo de cabreras en las mismas situaciones, pasaba lo mismo cantando y haciendo bromas producto del aburrimiento que suponía vivir prácticamente toda la vida con el mismo marido… ya que pocas eran las que se atrevían a despreciar y dejar a sus maridos y viceversa. Lo que si hacían en algunos casos era vivir juntos de cara al tendido, pero haciendo cada cual su vida realmente. Pero antes tenían que pasar unos años de novios, como era el caso de la hermana y el hermano del cabrerillo. Entonces era costumbre primero pedir permiso o mejor dicho consentimiento a los padres para seguir con el noviazgo, ya que sin él la boda malamente se celebraría. Tras el consentimiento los novios podían entrar en la casa de sus respectivos suegros. El novio lo hacia todas las tardes noches. La novia por su parte acudía solo en momentos importantes en los que podría demostrar a la familia de su novio, que sabía hacer todas las cosas que han de hacer las cabreras.


De hecho el primer día que entraban las novias a las casas de los novios, era en las vísperas de una boda o en los preparativos y día de la matanza. Días en los que el trabajo femenino no tenía final desde que amanecía, hasta bien entrada la madrugada. Ya que eran ellas realmente la mano de obra que guisaba todos los alimentos que habían de consumir en tan concurridas ocasiones. Por eso esos días más ir a la casa de su novio a tomar un café, que era lo que hacían ellos cada tarde noche en la casa de sus novias, ellas por el contrario nada más llegar se desprendían el pañuelo, se colocaban grandes mandilones y a trabajar como una mula, haciendo todo lo que la suegra y cuñadas la indican lo mejor que puede, sin quejarse y con una sonrisa. A los novios les tocaba ayudar a matar las reses, colgarlas, desollarlas, destazarlas, picarlas, beber vino y poco más. Ya que incluso amasar el picao de chorizo, salchichón o las morcillas de calabaza, era asunto de las mujeres. Como el embutir a mano con la ayuda de unos embudos de hojalata, mientras que otras los iban atando y pinchando para que no se empapelara la piel. Los hombres los iban colgando en las latas, y subiendo al sobrao donde el humo lo inundaba todo antes de salir entre los piornos… Pero estábamos con nuestro cabrerillo y su abuelo que los había dejado desollando el último cabrito. Pues bien, en ese momento llegó una tía suya que parecía haber sido picada por una avispa siempre que abría la boca. Llego cargada con un cesto de mimbre que llevaba a un costado bajo el brazo. - Ya está bien que te dejes ver. Llevamos una hora esperando el cabrito… hay que ver lo que has crecido jodío, pero sigues lamido como un sarmiento.. El cabrerillo no dijo nada, se acercó y la besó. La otra arisca como una loba puso el cesto bajo el cabrito y el abuelo sin más lo abrió en canal cayendo las tripas, estómago y vísceras en él. La tía del cabritillo agarró el cesto y se fue a la corriente del arroyo en el que otras mujeres de la familia y la novia de su hermano estaban limpiando las tripas de los otros cabritos. Para limpiarlas bien se ayudaban de un gancho de jara con el que dar la vuelta a los intestinos era más sencillo. Ya que para limpiar bien el estómago y los intestinos, había que darlos la vuelta hasta dejarlos totalmente limpios. Luego se volvían a dar la vuelta y se iban echando a un caldero con agua, vinagre y sal. Con las tripas de los cabritos se hacían dos platos tradicionales cabreros muy sabrosos y apreciados, uno eran los tripuches: La tripas se cortaban con la ayuda de una tijera en trozos de más o menos dos o tres centímetros guisándolos en una salsa muy especiada… el otro plato son los zarajos, para ello primero tenían que lograr ramitas de jara o brezo, con dos de ellas formaban una cruz, entrelazando las tripas como si quisiéramos hacer un ovillo. Una vez hecho el ovillo se fríen en aceite de oliva de la tierra… con el estómago se hacían el bondongo, rellenándolo con vísceras troceadas y especiadas, luego se cocía junto a las morcillas de arroz o de sangre, comiéndose una vez frío. En apenas treinta minutos el cabrito estaba listo para llevarlo junto a sus otros dos compañeros al horno. De esto se encargó su madre, la madre del cabrerillo. Descolgó el recental y lo colocó en una bandeja de barro en la que pocas más había, ya que lo haría de la forma tradicional, esto era, meterlo al horno con un poco de agua y sal, para poco a poco y a medida que iba haciendo añadiría un poco de aceite de oliva,


los ajitos, unas patatas en rodajas, perejil, tomillo y un poco de vino blanco. Mientras la madre y su hija mayor, la que se iba a casar, el novio andaba partiendo leña con el hacha como un loco, ya que hacía falta mucha leña no solo para preparar la comida, sino para pasar toda la Noche Buena. No muy lejos, al lado de la lumbre, la novia de su hermano con dos hermanas más, andaban liadas con los pollos tomateros que habían traído los parientes. Mientras que la novia con la ayuda de un buen cuchillo iba cortando la nuca de las aves, mientras las sujetaba con fuerza bajo el brazo y con la mano el libre el pico… hasta que el ave da la sangre y muere. Una vez sacrificada otra la metía en un caldero que había sobre la lumbre con agua hirviendo durante unos minutos. Luego sacaron los pollos desplumándolos hasta dejarlos limpios y listos para guisar. De hecho el meteros en agua hirviendo servía precisamente para que las plumas se desprendieran dando un tirón seco, de otra forma sería imposible. Faltaban los lechones de su tío el de la Majalta, pero aun no habían llegado, eran los que más lejos vivían y siempre llegaban los últimos, por eso ya raían los lechones listos para asar. Así que cuando acabaron de pelar y limpiar los pollos, las cuatro mozas fueron a echar una mano a la abuela que estaba con las cabrerillas más pequeñas preparando el arroz con leche y la leche frita. No tardaron en armar una buena, sobre todo cuando la abuela comenzó a contarles cosas de cuando ella era moza, y no una moza cualquiera, sus pericias, valor y hazañas se conocían en toda la sierra. Incluso durante un tiempo muy difícil se dedicó al contrabando, burlando a la guardiacivil que nunca la pilló, más que una noche que viniendo del otro lado del Tiétar, más allá del Tajo, de vender tabaco e insulina que habían traído unos parientes desde Portugal. El caso es que como os decía, ya de vuelta y pasada Lagartera, al cruzar el Guayervas antes de entrar en Parrillas, una de las dos burras que llevaba, como era de noche y no se veía bien el camino, tropezó dejando caer lo que llevaba en serón, lo que hizo que dijera a toda voz: - Coño… Me cago en la burra y madre que la parió, hija de la gran puta que casi me matas, que cojones andas pensando, mal diablo no te lleve joía por culo. Estas palabras las escucharon una pareja de la guardia civil que andaban de patrulla por esas tierras en busca de unos furtivos. Y claro le salieron al paso, pidiéndola se identificase, dijese de dónde venía, a donde iba y que llevaba o traía en las burras. La otra contestó, pero cuando los guardias le pusieron una multa de tres pesetas de decir tacos prohibidos y penados, la cabrera va y les dice: ¿Qué me vas ustedes a multar por decir lo que he dicho con tres pesetas? ¿Pero por qué? - Pues si señora, tenemos que multarla por haber dicho coño... - Pues vayan apuntado otras tantas, porque yo digo, coño, coño y recoño… Les pagó las seis pesetas que llevaba de ganancias y ahí les dejo a los otros dos con un palmo en las narices. Con este tipo de chascarrillos las duras tareas se hacían mucho más llevaderas, y más aun cuando estas se hacían en grupo. Cuando llegó el momento de echar la canela al arroz con leche, la abuela dejó que lo hiciera la novia de su nieto, en un gesto de confianza, y que el punto de canela es fundamental para un buen arroz con leche. Las otras cabrerillas miraban y escuchaban todo con atención, sabiendo que algún día ellas también tendrían que ir a la majada de su novio a ayudar a la suegra y congraciarse con el resto de la familia. A eso del medio día todo estaba listo para sentarse a comer una comida hecha a base de las vísceras y partes de las reses sacrificadas no reservadas para la cena de Noche Buena. No faltó el mejor queso de cabra fresco y también reposado en aceite de oliva. Ni tampoco los embutidos como el lomo embuchado, chorizo sabadeño, chorizo de cagalar, chorizo, sal-


chichón, morcilla de arroz, morcilla de arroz con piñones, morcilla de calabaza, morcilla de acelgas, morcilla de patata... y por supuesto tasajo, tocino adobado y jamón serrano. Para los más pequeños un pariente que vivía en el pueblo, siempre traía las borreguitas, la anguila y un saco de naranjas dulces, con algún que otro limón. Estas cosas eran consideradas verdaderas exquisiteces, como el turrón de pobres, higos pasos rellenos de nueces o avellanas, los nuegalos u obleas rellenas con una masa de higos pasos, nueces y canela entre otras cosas… por eso cuando se le veía acercarse a la majada, la chiquillería echaba acorrer recibiéndolo con entusiasmo hasta tener su naranja y su borreguita. La anguila se la comían los mayores tras la cena de Nochebuena, También guardaba tantas naranjas y limones como novias o novios invitados hubiera, en este caso guardó dos naranjas y dos limones que daría a su sobrina y sobrino. Ya que era costumbre que los enamorados y enamoradas se regalasen una naranja dulce como muestra de amor, o un amargo limón en caso de desconfiar o dudar… en este caso tanto el uno como la otro recibieron y dieron naranjitas dulces a sus respectivos enamorados. Entonces como siempre el hermano del abuelo acompañándose con las palmas de sus manos comenzó el cantar de turno medio en broma, medio en serio ya que era un momento muy emocionante, sobre todo por que a los más mayores les recordaba el día en el que ellos dieron la naranja o el limón a su novia. El cantar decía más o menos así: Eché un limón a rodar, y a tu puerta se paró Hasta los limones sabes, que nos queremos los dos Y a la asturiana, y a la asturianera Dame tu limón, dame tu limón, de tu limonera A la asturiana, ala asturianera, Que me importa a mí que me importa a mi, que tu no me quieras Naranjitas y limones, maduran en el invierno Por eso nuestros amores, andan a expensas del tiempo Y a la asturiana….. Me diste una naranja, la partí y contenía Una pluma y un tintero, y un papel que me decía Tú eres mi vida y mi ensueño Y a la asturiana… Naranjita chinita, con el agua de la nieve Esa es la limonada, de la que mi amor bebe Y a la asturiana… Al poco de empezar el cantar, el padre echó mano al calderillo haciéndolo repicar, el abuelo agarró el cántaro, la abuela el almirez, la madre la sartén un hermano de esta la zambomba, y los más jóvenes las castañuelas, con las que acompañaron el primer baile que se alargó con otros cantares que iban saliendo, del mismo modo que el agua brota de los profundos manantiales. Mientras se iba dando la vuelta a los asados, sartenes y pucheros varios, o poniendo las mesas con sus fuentes, cubiertos y fuentes que rebosarían de ricos alimentos sanos y de primera calidad. A eso de las dos y poco se sentaron por fin cada cual en su sitio. Los hombres casados o comprometidos sentados en el pollo que rodeaba toda la estanza del chozo. En el lugar preferente el abuelo y el padre con sus hijos, tíos abuelos, tíos y sobrinos… fuera sobre la hierba o en una improvisada mesa de piedra los más jóvenes senta-


dos en círculo cada uno con su cuchara y navaja. Las mujeres de la casa se dedicaban a servir la comida y bebida, comiendo al final, pero no todas. Ya que las “invitadas” no hacían nada, como la mujer y las hijas del pariente que vivía en el pueblo y traían cada año las borreguitas, anguila, naranjas y limones. Estos y otros más no hacían nada más que comer, cantar y bailar… tampoco las dejarían las amas de la casa, ya que esa labor era tradición que la hicieran ellas y no otras. También se sentaban a comer tranquilamente, dejándose servir las mujeres más mayores como la abuela y sus hermanas en una mesa para ellas solas… lo de que sirvieran las amas de la casa se hacía también porque de este modo se aseguraban que las mejores tajadas llegaran a la boca de quienes ellas quisieran, dejando a los demás con las peores o menos magras partes… pues en estos banquetes de los cabreros, algunas partes de los animales sacrificados, estaban reservadas a determinadas personas en función de su sexo, edad y condición social. Por ejemplo siempre que se sacrificaba un marrano o marrana, el rabo y las orejas se les daba a los chiquillos para que estos tras pelear por hacerse con ellas, las asarían sobre una teja y se lo comerían tras repartirlo entre el grupo elegido. Los turros, criadillas o testículos de cerdos, carneros, cabras, toros, etc. los solía comer el cabeza de familia con sus amigos en una merienda el día que se capaban los animales domésticos. El caldo de ave era hecho para que las recién paridas se repusieran pronto… El cabrerillo se sentó con sus hermanos y primos en una mesa que les había hecho con una gran lancha. Sobre ella una bandeja a rebosar de tajadas buenas y para beber agua de la fuente fría. Deseando que llegara el momento del arroz con leche y la leche frita. Cuando llegó el puchero a la mesa fue visto y no visto, por lo que la leche frita duró un poco más al pillarlos más himplaos que un sapo. Los mayores no iban por otro camino, lo que pasa es que el buen vino de pitarra y el embocao empezaba a hacer efecto haciendo subir de tono la conversación, lo que provocaba la vergüenza ajena de unos, y las risas de todos. El que peor estaba, como siempre era un pariente que era el barquero de Presapeña o Barcapeña. El hombre no sabía cuando parar, por eso su mujer siempre estaba cerca para parle los pies cada vez que este se pasaba más de la cuenta. Cosa que la barquera hacía perfectamente, la bastaba con decirle en voz alta, delante de todos: - Ya está el borracho, que no sabe beber y hacer na de na, que pa na vales… pa na. Palabras que provocaban en el pobre barquero tal humillación que le dejaban fuera de juego al menos un buen rato… tras la comida y los dulces, llegó el café o el chocolate con más dulces y para los mayores licores o aguardientes y la hora de meterse en la gran choza al calor de la lumbre y al amparo del insano relente de la fría noche serrana. Las amas mientras seguirán preparando las cosas para la cena, mientras el resto cantaba y bailaba alegres sin parar. Entre los bailes no faltó el de las Agachadillas, ese en el que según iba nombrando el cantar a Pedro o Juan, se iban agachando hombres o mujeres respectivamente, provocándola risa aquellos o aquellas que se equivocasen… el sonido de los panderos, caldero y zambombas resonaba por las montañas llegando a más de una milla de distancia el eco profundo del son tradicional de Nochebuena. Con ese sonido, dándolo más fuerza aun iba el repicar de las alegres castañuelas de enebro o corazón de encina. Castañuelas que hacían resonar los menos mayores según danzaban ante la atenta mirada de los allí reunidos. Y así entre canciones y bailes, café, dulces licores y familiares se pasaba la corta tarde hasta llegar la hora de cenar al poco de caer el sol tras los altos de Albillas. CONTINUARÁ...


GUISANDO FotografĂ­a: Miguel Camacho


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