Poyekhali! (¡Allá Vamos!)

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Primera edición Autor: Víctor Prats Giersen, 2011 Foto de portada: © Daniel & Geo Fuchs - “STASI - secret rooms” Hohenschönhausen Vernehmertrakt I - 2004 courtesy ADN Galería Barcelona Foto de autor: © Maite Llasera Diseño: Stefano Valentini Impresión: The Private Space BCN ISBN: 979-84-938591-3-8 Depósito legal: B-28118-2011

Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción, disribución, transformación, manipulación, comunicación pública o cualquier otro acto de explotación total o parcial, gratuito u oneroso, de los textos, imágenes o cualquier otro contenido que aparezca en este libro. © 2011


A Maite quien tiene la facultad de mantener la voluntad intacta y el camino iluminado. A Ainhoa y Joel quienes han supuesto el mayor regalo que me ha sido concedido.



“No es difícil encontrar el paraíso en la oscuridad. La fortuna viene en un barco sin rumbo y sin capitán. Escucha bien, mi viejo amigo, si algún día nos volvemos a ver, sólo espero que todo sea como ayer El límite del bien, el límite del bien. El límite del mal, el límite del mal. Te esperaré en el límite del bien y del mal.” Parte de la letra de la canción “El límite” del grupo musical “La Frontera”





12 de abril de 1989

Sentado en el bordillo de la acera leía aquel Poyekhali! en la portada del diario. Fue el grito con que se despidió Yuri Gagarin tal día como hoy hace 28 años desde su nave. Regresó tan sólo 108 minutos más tarde pero después de haber alcanzando con éxito la orbita por primera vez. Durante ese breve espacio de tiempo fue proyectado como un hombre bala por el espacio recorriendo más de 38000 kms. Tras el potente despegue con el cohete espacial Vostok aterrizó suavemente y de forma segura sólo con su propio paracaídas en medio de la estepa siberiana lejos de su nave. Me imaginé aquel silencio que debía sentir Gagarin al llegar a tierra y me era familiar. A parte de mí, la calle sólo estaba animada por las abejas celebrando la primavera. Los blancos pétalos de las magnolias habían llegado a su plenitud y los árboles colindantes a la plaza se ofrecían orgullosos como enormes flores. Duraba unas pocas semanas al año y algunos pétalos empezaban a abatirse. El sol de la tarde acariciaba mi pálida piel protegida del 9


frío durante largo tiempo. Estaba en la Hauptstrasse, la calle mayor, delante de la Iglesia y había quedado con Egon. - “Menuda concentración…”-sólo podía ser él - “Es bien extraño” –le contesté - “¿El qué?” –dijo lacónicamente - “En 1961 conquistamos el espacio, el futuro era nuestro ¿y hoy qué?” - “¿Cómo que hoy qué?” - “¿Crees que el futuro sigue siendo nuestro?” –le pregunté levantando la vista del diario para encontrar su mirada - “Estamos atravesando una crisis pero hemos logrado grandes avances desde 1945, no tengo ninguna duda” - “A mi me parece que el tiempo se ha detenido, sino mira el campanario” La torre del campanario era lo mejor conservado del Monasterio y su tamaño era totalmente desproporcionado respecto al resto de la edificación. Las campanas quedaban ocultas ya que el campanario pasó a ser una torre fortificada. De hecho le llamábamos campanario porque así lo llamaba todo el mundo pero jamás habíamos visto las campanas. - “Qué más da Sascha todo eso no son más que vestigios del pasado” El Monasterio benedictino de Lüttgenrode estaba en estado ruinoso desde que fue prácticamente destruido en 1525 por levantamientos campesinos. Sus paredes encerraban un bello jardín; el césped crecía entre las piedras enormes caídas del ábside circular y la yedra se colaba por los ventanales ovalados. Sólo en Navidad se 10


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