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Las restricciones legales en relación al uso del agua dejaron a muchos fairways diezmados debido a la falta de riego durante el verano de 2010.

Sobreviviendo a un futuro incierto Sacar a un campo de golf de la quiebra y volverlo a la vida puede ser una experiencia verdaderamente gratificante. POR CLAY PEDIGO

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o creí que las cosas pudieran ponerse peor que el 28 de septiembre de 2010. Supe ese día que mi empleador, el Oak Lane Golf and Country Club de Woodbridge, en Connecticut, cerraría sus puertas indefinidamente a partir del 1 de noviembre y un mes más tarde perdería mi empleo. Era el final de mi cuarta temporada como superintendente del club y esta noticia remataba un año que ya había sido desmoralizador para todos los que trabajábamos allí. Durante los 12 meses anteriores, el club había decidido cerrar su restaurante y contratar el servicio a un proveedor externo,

Una señal de los tiempos. La subasta realizada a comienzos de mayo prolongó la existencia del campo de Oak Lane Golf & Country Club.

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Marzo 2012

había pasado por tres gerentes generales y había reducido el presupuesto operativo del departamento de mantenimiento en un 33%. Para peor, una grave sequía y nuevas restricciones al uso del agua habían dañado gran parte de los fairways por la falta de riego. Los ánimos, desde los socios hasta los empleados del club, estaban muy decaídos por la nube de incertidumbre que había estado pesando sobre todos durante ese tiempo. Los socios empezaban a buscar nuevos clubes a los cuales asociarse y los empleados debieron enfrentar despidos sin confirmaciones de fecha de regreso. Agravaba mi ansiedad el peso de perder mi empleo, y con él el salario, el automóvil de la compañía, el seguro de salud para mi familia (esposa y tres hijos chicos) y la casa que nos habían provisto. El directorio del club nos comunicó que podríamos continuar viviendo en nuestras casas mientras se definía el futuro del club y la propiedad, pero siempre supimos que existía la posibilidad de que nos obligaran a dejarlas. Durante los dos meses siguientes, a menudo pasaba por sentimientos de enojo, frustración, miedo, negación y descreimiento. Y experimentaba estos sentimientos mientras seguía trabajando a tiempo completo, atravesando la temporada otoñal de caída de hojas y preparando el campo para el invierno de New England. El 24 de noviembre de 2010, el día antes de Acción de Gracias, ante la insistencia de mi esposa y mi padre, me dirigí al departamento de emergencias para que me hicieran una radiografía del pecho para determinar si me había quebrado una costilla de la que me había estado quejando desde hacía unas semanas. Los resultados fueron negativos en cuanto a algún hueso roto, pero los rayos equis detectaron


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