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propugnaban por una integración social (“aquí no hay indígenas ni ladinos sino solo guatemaltecos”, se escucha todavía decir con tono tan orgulloso como trasnochado) y el filme lo refleja (recordemos que el cine con el que “El Indio” Fernández se dio a conocer tuvo orientación indigenista). Rodada en el Puerto de San José y en el lago de Atitlán, la cinta expone el trabajo fotográfico de Raúl Martínez Solares, discípulo de Gabriel Figueroa y de quien se nota su influencia en algunos planos bellamente logrados. Aunque los papeles protagónicos sean interpretados por actores mexicanos comenzando con el propio Emilio Fernández, aquí ya hay participación más acusada de intérpretes guatemaltecos, como Alberto Martìnez. En esta ocasión también se tomó en cuenta a la Orquesta Sinfónica Nacional, bajo la dirección de Manuel Gómez. Otro filme de Manuel Zeceña Diéguez que conviene reseñar porque se sale del molde usual de sus producciones es Derecho de Asilo (1972). Para comenzar, el elenco va más allá del circuito de producciones mexicanas, pues incorpora al actor italiano Rossano Brazzi, al estadounidense Cameron Mitchell y al peruano Ricardo Blume, ampliamente conocido en el país por su intervención en telenovelas de consumo masivo. De México son “El Indio” Fernández y Flor Procuna, mientras que de Guatemala son Dick Smith y Luis Domingo Valladares. La cinta está basada en una historia real de un diplomático mexicano que dio asilo a un político opositor al gobierno en un país caribeño y que fuera adaptada al teatro por Federico S. Inclán. Este dramaturgo le agregó una trama melodramática para hacerla más atractiva a los públicos acostumbrados a las representaciones románticas. La adaptación guatemalteca al cine (el guión y la dirección son de Zeceña Diéguez) ubica la historia en el contexto de la lucha guerrillera urbana de finales de los 60 e inicios de los 70, ya que el asilado es el jefe de un comando de la guerrilla que asesinó a un general. Aunque la película presenta una tibia crítica a los jefes policiacos represivos, evita cualquier simpatía o antipatía con la guerrilla, sin duda en la búsqueda de quedar bien con Dios y con el diablo. Con el ingrediente romántico (el guerrillero fue amante de la esposa del embajador que le dio asilo), el tema político con tintes románticos se torna en una historia romántica con tintes políticos. Aún con estas ambivalencias y retruécanos, es el primer filme guatemalteco en que se tocan temas políticos del momento. Es, a la lejanía en el tiempo, por lo menos llamativo que el ataque guerrillero contra el general se inicie en el edificio de la Rectoría de la Universidad de San Carlos de Guatemala, para citar un ejemplo de los temas para un análisis más extenso que esta enumeración. Otros filmes de Zeceña Diéguez rodados en el país y con participación de intérpretes nacionales, son La gitana y el charro (1963, dirigida por Gilberto Martínez Solares, con Lola Flores, española y Antonio Aguilar, mexicano y los guatemaltecos Augusto Monterroso, Zoila Portillo y Esperanza Lobos), Alma llanera (1964, dirigida por Gilberto Martínez Solares, una historia de los llanos venezolanos ambientada en Antigua Guatemala y sus alrededores, con Antonio Aguilar, Flor Silvestre, Claudio Lanuza, Ramón Aguirre), Solo de noche vienes (1965, dirigida por Sergio Véjar, que cuenta una relación adúltera que sucede en el contexto de la Semana Santa en la capital guatemalteca y que motivó la prohibición de continuar el rodaje en el país, con una provocativa Elsa Aguirre, Julio Alemán, , Regina Torné, Herbert Meneses), Ave sin nido (1969, dirigida por Zeceña Diéguez, con Amparo Rivelles, José Elías Moreno, Andrés Soler y el actor guatemalteco Augusto Monterroso), Renzo el gitano (1970, dirigida por Zeceña Diéguez, en la que también participa Augusto Monterroso y los actores del cine mexicano Braulio Castillo y Flor Procuna); y, Mi mesera (1970, dirigida por el mismo Zeceña Diéguez, con Julio Alemán, Flor Procuna y otra vez con participación de Augusto Monterroso). Otto Coronado realizó dos largometrajes, El tuerto Angustias, en 1974 y La muerte

también cabalga, en 1976, con el acompañamiento de Adán Guillén. Y si las adaptaciones a las películas del Oeste estadounidense que surgieron en los años 60, se llamaron de acuerdo a las especialidades gastronómicas de los países (espagueti western en Italia, chorizo western en España, sushi western en Japón, curry western en India, taco western en México y así), en Guatemala tendríamos que llamar pepianes western a las adaptaciones que realizaron Coronado y Guillén. Y es que en lugar de filmar en lugares desérticos como los que se hicieron famosos en las películas del generador de todas estas adaptaciones, el italiano Sergio Leone, los cineastas guatemaltecos rodaron sus películas en las feraces tierras de la costa sur. Pero no son solo las locaciones tropicales sino también la inclusión de temáticas guatemaltecas, como la explotación de los pueblos indígenas o la mortal contaminación ocasionada por la minería (un tema actual, que ya era noticia en los años 70, por lo visto), las que hacen pertinente la denominación. Y aunque ya los espagueti western estaban en decadencia, las versiones mexicanas todavía atraían a los públicos latinoamericanos, por lo que no resultan demasiado anacrónicas las cintas guatemaltecas de este subgénero tan particular. Coronado mantiene de Sergio Leone unos protagonistas “malos” (a diferencia de los cowboys “buenos” de los western estadounidenses), harapientos (en contraposición con los “bellos y limpios” originales), vengativos (en lugar de los justicieros del lejano Oeste), violentos (nada que ver con los bondadosos vaqueros gringos). Para sus dos largometrajes, Coronado y Guillén contrataron como camarógrafos a Rafael y Carlos Lanuza y, aunque se contrataron actores mexicanos para ser atractivos a los públicos Ana Luisa Pelufo, Juan Gallardo, Juliancito Bravo, Antonio Raxel, por ejemplo), los intérpretes nacionales tuvieron mayor participación que en las películas de Lanuza y de Zeceña Diéguez. Tal es el caso de Leonardo Morán, quien tiene papeles protagónicos en ambas cintas. Otros actores guatemaltecos como Claudio Lanuza, Rafael Pineda, Víctor Molina, Antonio Arriola, María Teresa Martínez, César García Cáceres, Carmen Yolanda, también fueron parte del elenco de una o las dos películas. En La muerte también cabalga, la banda sonora fue confeccionada por el maestro Joaquín Orellana, con la ayuda de René García Mejía. El tema musical, Alucinaciones, es de Orellana. Otros intentos de realizar largometrajes de ficción fueron concluidos con grandes esfuerzos pero su trascendencia en las pantallas fue muy reducida, casi nula. No referimos a películas como Los domingos pasarán y Tahuanca, el gran señor de la selva. Los domingos pasarán (1968) es un filme del cantante guatemalteco Carlos del Llano quien pretendió hacer un musical como los de artistas iberoamericanos famosos tal el español Raphael y el mexicano Enrique Guzmán. Con el valioso apoyo de Alberto Serra (fotografía y laboratorio), Del Llano usó película sonora de 16 mm en blanco y negro y contando con escasísimos recursos para la producción. El resultado fue sumamente artesanal y de ahí que no gustara a los públicos. En el caso de Tahuanca, el gran señor de la selva (1986), César Beltetón contó con los servicios de Herminio Muñoz Robledo en la dirección y de César Powell como intérprete. Su película es una de las menos conocidas del cine guatemalteco de ficción, aunque tuvo la fortuna de ser incluida en una muestra de cine nacional en el Festival Ícaro, con motivo del homenaje que se brindó a Muñoz Robledo. Muchos de los filmes mexicanos filmados en Guatemala son reputados como coproducciones en las fuentes filmográficas de México. Pero no hay motivos para considerarlas tales. Este es el caso de los largometrajes de Raúl Ramírez (La mujer del diablo, 1974; o La isla de Rarotonga, 1982, por ejemplo) o de Ismael Rodríguez (El Ogro, 1971, con Germán “Tin Tan” Valdez). Estas película, al aprovechar la prácticamente nula regulación en materia cinematográfica y los costos menores


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