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culturas

N° 50 Suplemento de

artes y letras

TRIBUNA DE SALAMANCA, Domingo, 20 de noviembre de 2005

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Mª Ángeles Pérez López ha realizado junto con el poeta una magnífica recopilación de la obra del último ganador del Premio Reina Sofía, un autor entre el dolor y el juego del lenguaje.

JUAN GELMAN Antología de un luchador de ojos tristes 3 YANISBEL V. MARTÍNEZ Entrevista con la directora de Alánimo Teatro, un grupo de títeres que nació en Cuba y trabaja en Salamanca.

7 NOVELA Y GUERRA Pasan las generaciones de escritores y la guerra civil sigue siendo un tema recurrente que revela la fractura que sufrió el país.


N°50

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TRIBUNA DE SALAMANCA, Domingo, 20 de noviembre de 2005

ace un par de semanas cumplíamos un año y ahora son cincuenta números. Cih fras redondas que nos gustaría seguir llenando de ceros. Desde el principio hemos prestado atención a los ganadores del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. El mexicano José Emilio Pacheco, que quizá lo gane un año de estos, decía el otro día que se presta más atención a los poetas que a su poesía. No le falta razón, por eso nos empeñamos en llevarle la contraria, y reseñamos la

antología que sobre el argentino Juan Gelman ha hecho la profesora Mª Ángeles Pérez López, también poeta y de las buenas. La crítica lo ha recibido con fervor y ahora sólo queda leerlo para entrar en la obra de este gran poeta. Dos entrevistas esta semana: Yanisbel Victoria Martínez, directora del grupo Alánimo Teatro, habla sobre sus inicios en Cuba, sobre la «epidérmica» programación salmantina, del poder político de la imaginación y de la riqueza de los títeres. José María Car-

lés presenta nuevo disco después de algún tiempo sin grabar y también se muestra crítico con la situación de la cultura musical de la ciudad. En un día como hoy y con la que está cayendo, repasamos de qué manera se ha acercado la novela a la guerra civil, un camino desde el dolor a la objetividad. Aprovechamos un buen libro sobre la Plaza Mayor para comprobar cómo vive hoy nuestro monumento, rescatamos a Mario Lacruz y también reseñamos a Pessoa y a José María Merino.

Antonio Marcos culturastribuna@yahoo.es

1 LA HISTORIA Y LAS PALABRAS Que ya no se respeta nada es uno de los principales axiomas del sector conservador. Y deben tener razón. El partido político más conservador en Salamanca ha editado un folleto un poco feo estéticamente utilizando las últimas tecnologías de fotomontaje que permite el amigo Photoshop, que en esto de editar y buzonear sí les ha llegado la modernidad. «Venceréis, pero no convenceréis», es el lema, aplicado a todos aquellos que han pactado la devolución de unos cuantos papeles a los archivos catalanes. La frase, como saben, se la espetó Miguel de Unamuno a los del bando nacional en tiempos de la guerra. A la nieta de don Miguel le ha dado vergüenza la utilización de esa frase para referirse a un acuerdo alcanzado gracias a los resultados electorales a los que todos hemos contribuido. Y no sólo a ella. Así que parece que eso del relativismo que tanto achacan los muy conservadores a los demás, se contagia. Ya sabemos que la palabra ‘libertad’ se usa ahora para fabricar guerras y oponerse a leyes matrimoniales. En tiempos de enfrentamiento, el lenguaje es el que primero sufre. Y somos poco más que lenguaje.

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LA CULTURA DE LOS CARTELES PEQUEÑOS Algún sociólogo debería escribir una tesis sobre la relación entre la vida cultural de una ciudad y la cantidad de carteles que se ven por las calles. A más carteles pequeños, en blanco y negro y fotocopiados, mayor tejido cultural. El otro día en Valladolid me pareció ver muchos más que aquí: conciertos en salas privadas, presentaciones de libros, ciclos de cine, actividades de colectivos varios... mucha actividad y pocos logotipos oficiales. Tal vez seamos la capital cultural de Castilla y León en las ferias de turismo, pero a la que te das una vuelta por la calle...

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BUENOS CÓMICS A BUEN PRECIO Rubén Varillas, nuestro enviado especial en la tebeosfera, advierte sobre las ofertas que, con motivo de su aniversario y hasta el día 25, realiza

Astiberri, una de las editoriales más interesantes. Aquí van sus recomendaciones: Tug & Buster 1 y 2, de Hempel (el de Gregory): humor surrealista, un ‘rara avis’ en esto del cómic. Divertidísimos. Chhhht!, de Jason: cómic sin palabras. Fabulación y reflexiones mudas sobre el día a día de un... pájaro? Octubre, de Pascal Ferry: todas sus historias adultas de los 80-90 antes de hacerse famoso en EEUU con los superhéroes (a 15 euros por un tocho grande como una biblia). El diario sentimental de Julián Pi, de Lorenzo Gómez: ganador de numerosos premios a autor revelación, mejor cómic español del año, etc. De lo mejorcito del nuevo cómic español. Sobre el amor, el desamor, la tristeza y esas cosas del ser humano en crisis sentimental. Son recomendables: casi todo lo de Luis Durán, que pasa por ser uno de los mejores guionistas españoles de cómic (Antoine de las tormentas y Atravesado por la flecha, premios al mejor guión en Barcelona 2003 y 2004). Constellation, de Frederik Peeters (el de Pildoras azules): un tebeito contado de forma sorprendente, un ejercicio narrativo alucinante. Replay, de Zentner y Sala: otro experimento, de narración circular en este caso. Para recrearse en la historia y el dibujo. Siempre la misma historia, de Juan Berrio: historietas cortas del ‘slice of life’ (vamos, la rutina diaria, tipo Carver, Tavernier, Leigh, pero en cómic y mucho menos trascendente.) El corazón del imperio, de Brian Talbot. Una de las últimas series de ciencia-ficción superheroica pop-futurista más bizarras y extravagantes. Muy divertida. Todo, en astiberri.com.

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EL PAPEL DE LA CRÍTICA DE ARTE José Luis Brea es uno de los críticos que mejor ha sabido comprender el significado de las nuevas tecnologías de comunicación. Miembro de un blog del que ya les he hablado aquí, agenciacritica.net, está desarrollando en un apartado de esa página un ensayo en forma de 32 pequeños fragmentos posteados que lleva por título ‘La crítica en la era del capitalismo cultural electrónico’ y que esboza una pequeña teoría de la crítica de arte en la actualidad. Muy recomendable para todos los interesados por el arte.

Guerras, justicias y venganzas. Las imágenes de arriba pertenecen a la página (enluminures.culture.fr), un enorme catálogo de aquel arte medieval que embellecía los libros; abajo, portadas de cómics clásicos.


TRIBUNA DE SALAMANCA, Domingo, 20 de noviembre de 2005

Baku es un niño que cuestiona la realidad de los adultos. ¿Cuál es el mundo que él ve? Es exactamente el mismo, pero visto desde su perspectiva y desde todas sus dudas. Es un chico de doce años, un chico de hoy, que va a la escuela, ve la tele, piensa en las chicas que ya le gustan. Sobre todo, cuestiona a los demás sobre verdades elementales y difíciles de responder por los adultos que le rodean: qué es el amor loco, para qué sirve una guerra, qué es ser civilizado exactamente... Hemos mezclado estéticamente lo real con lo dibujado, con lo no real, desde los telones de Kaoru Katayama hasta los diseños de los títeres, para evidenciar esas diferentes perspectivas: Baku ve el mundo desde otra altura, otra dimensión. Puede parecer un tanto indiscreto, y pregunta porque su arma es la palabra, pero la usa sin maldad, con ingenuidad. Él no logra tener las respuestas que podría tener un adulto, y se demuestra que al adulto esas preguntas le perturban, le mueven el piso, y prefiere escabullirse, dar una respuesta fácil y rápida y mandar al niño a pasear por ahí.

¿Por qué ese interés por la infancia? Hay muchas razones. Yo tuve una infancia muy feliz, en Cuba, hasta una cierta época, casi idílica. Y eso marca mi personalidad y mi obra. Me interesa mucho la infancia porque citando a Martí, los niños son la esperanza del mundo. Creo profundamente en eso, y noto en los niños y jóvenes que me rodean, desde la perspectiva de alguien que no hace tanto que dejó de ser adolescente, una diferencia tal que me preocupa. Noto a los niños hoy con una pereza intelectual que me asusta, y es una de las razones por las que hago un teatro dedicado a ellos. No me dedico a la

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política, no tengo que decidir sobre la LOE o sobre la enseñanza laica, el teatro es mi arma y desde ahí articulo mi discurso ante ellos y ante la sociedad. Y creo que nos hace falta una generación vigorosa y creativa que yo no siento hoy. Por eso propongo mi teatro desde lo artesanal, desde la imaginación. La imaginación puede tener un muy fuerte objetivo político.

 Antonio Marcos

Esta trilogía se compone de autores contemporáneos franceses. ¿Cuál es su criterio para elegir los textos? Este primer proyecto en España me lo he planteado como un trabajo sobre el tema de la infancia. Leo bastante más teatro en francés que en castellano, porque encuentro allí los libros que más me interesan y conozco mejor a estos autores. Me apasiona y defiendo especialmente la escritura teatral contemporánea, porque darle voz y cuerpo a un autor vivo significa estar en sintonía con nuestro tiempo y con nosotros mismos, poder hablar de lo que es mi mundo hoy. Por supuesto que se le puede dar una visión contemporánea a clásicos como Shakespeare o Calderón, y pueden ser tan modernos como cualquiera, pero me interesa lo que se escribe hoy sobre los conflictos del niño. Estos tres textos tienen en común la infancia y casi siempre son niños en dificultad con el mundo de los adultos.

TEATRO

Además utiliza el títere, que deja mucho espacio para esa imaginación... El títere es un objeto de metamorfosis y una máquina de metáforas, es algo que se puede desdoblar en tantas cosas... Históricamente ha sido un objeto contestatario y por suerte sigue teniendo una poética contundente y frágil... Es como un ornitorrinco, un híbrido de elementos diversos, con los que puedes jugar y proponer tantos espacios distintos, tantos mundos. El límite sólo está en la imaginación. Es un espacio para albergar quimeras, monstruos, todo junto. Yo además, me crié al lado de un teatro de títeres, en La Habana, y eso debió de marcarme de una manera profunda. No fui consciente de esto hasta mucho tiempo después, cuando estudiaba Puesta en Escena en el Instituto Superior de Arte. Desde mis primeros espectáculos tuve necesidad del objeto, jugar con él, y eso me llevó al títere y a esta forma de teatro de animación.

Yanisbel Victoria Martínez con Baku, protagonista de su última obra  Formigo

YANISBEL VICTORIA MARTÍNEZ

«El títere es como un ornitorrinco» Comenzó su carrera en Cuba, estudió el comportamiento de los títeres en Francia y refundó Alánimo Teatro en Salamanca. Ahora se mueve entre estos tres lugares y se encuentra en la mitad de una trilogía de autores franceses sobre la infancia con Baku y los adultos, en la que se plasman su cuestionamiento del mundo y una ética teatral basada en el trabajo.

Ha estudiado en Cuba y en la Escuela de Títeres francesa. ¿Qué importancia le otorga a la formación teatral? Creo profundamente en la formación, en su necesidad. Hay muchas personas que son completamente autodidactas y pueden manifestar opiniones contrarias a la mía. Todo es legítimo y en este caso todos los caminos podrían llevar a Roma. Pero la escuela es un espacio único para descubrir cosas, probar, experimentar, equivocarte, encontrarte con gente... Una maestra decía que formar, en el caso del teatro, no es llenar un cubo, sino encender una llama. La ética teatral, el amor y el respeto hacia el trabajo y a tus compañeros... pueden parecer frases hechas, pero la escuela es un espacio decisivo para aprenderlo. Esto es un arte que se aprende, que se investiga, se trabaja, no es un don que te da el cielo. Hay una disciplina y una constancia y un trabajo consigo mismo que la escuela te permite canalizarlo, que tome cuerpo de una manera coherente y conocer la profesión de una manera global. ¿Cuál es la situación y la importancia del teatro en Cuba? Empecé a hacer teatro en el 93, en pleno Período Especial, la más grande crisis económica que ha habido en el país. Cayó el muro de Berlín y caímos nosotros. La crisis era total en la vida cotidiana y el teatro se resentía. No había transportes, poco que comer y menos

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La programación de Salamanca la veo como un fuego artificial, un trabajo bastante epidérmico y conservador que no permite tomar una conciencia crítica del hecho artístico materiales para producir una obra, pero eso no nos impedía ir a clase o estrenar. Para mí fue decisivo en mi formación en la ética del teatro, en saber que la única limitante está en la voluntad, en colocar la disciplina de trabajo por encima de todo. No quisiera hacer apología de la miseria, pero sin duda eso forma. Como decía Oscar Wilde en El Príncipe feliz, qué gran misterio es la miseria. Esa carencia material fue jodida, nos unía tanto y nos hacía entregarnos al trabajo de una manera tan visceral que el teatro se convirtió en una necesidad para entender la existencia, esas cosas que no estábamos entendiendo en el cotidiano, una tribuna para cuestionarnos esa sociedad que estaba cambiando y que nos llenaba la cabeza de dudas. La limitación se volvía catalizador de la creatividad. Lo que aprecio especialmente del teatro cubano, a pesar de cualquier carencia material e incluso, sin duda, ciertas cuotas políticas, es que el valor artístico es el que prima por encima de cualquier otro. ¿Y cómo ve el funcionamiento teatral en Salamanca? Hablo desde mi caso. Gracias a que la gente del gremio es solidaria, se hacen las cosas menos difíciles. Trabajo en un local prestado, en un taller prestado, pero es una gestión puramente personal. Hay amigos que te echan una mano. Si no hubiera eso, sería mucho más duro, porque, desgraciadamente, ayudas hay muy pocas, en mi caso por lo menos. La programación de la ciudad la veo muy poco arriesgada, extremadamente conservadora, muy dirigida a un sector del público reducido, con pocas posibilidades para los jóvenes como público y como artistas, donde la creación contemporánea tiene muy poco sitio, donde una reflexión alrededor del teatro, del hecho teatral, no pasa a través de esa programación. Es como un fuego artificial, un trabajo bastante epidérmico. Y lo lamento porque hay que hacer un trabajo de educación del público que toma tiempo, es una tarea sostenida: que la gente se informe de lo que va a ver, quién es el artista, la compañía, el autor, que pueda haber un diálogo. Todo pasa, me interesa poco porque es un trabajo estéril, que no permite tomar una conciencia crítica hacia el hecho artístico.


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TRIBUNA DE SALAMANCA, Domingo, 20 de noviembre de 2005

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Para mí es un disco muy especial, llevaba mucho tiempo sin grabar y no quería, después de tanto tiempo, hacer algo simple

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En el jazz no se puede ser funcionario y no es un estilo que dé mucho dinero. Esto es un compromiso

José María Carlés, pianista y compositor, presenta su último trabajo discográfico, Torre de Babel  Ladoire

JOSÉ MARÍA CARLÉS

«Percibo poca pasión en la música que se hace ahora»  Óscar Rodríguez

Torre de Babel está en la calle desde mayo de 2004. Sí, pasa mucho tiempo porque es muy difícil sacar un disco de jazz con una compañía interesante. Karonte lo hace bien y con todo tipo de música, y no sólo música. Es muy potente. ¿Cuáles son los contenidos de Torre de Babel? Son ocho cortes, temas muy flexibles con tiempos muy diferentes, todo muy variado. Pero es, sobre todo, un compromiso con la música, ella es lo primero para todos los que estamos en el disco, que ya han probado sobradamente su nivel y su talento. Hábleme más de él. Para mí es un disco muy especial, llevaba mucho tiempo sin grabar y no quería, después de tanto tiempo, hacer algo que fuese simple. Además, todos los temas están pensados para estos músicos. ¿Qué ha hecho durante esos años en que no ha grabado?

El pianista y compositor José María Carlés muestra su último trabajo, ‘Torre de Babel’, editado y distribuido por Karonte. Participan Marc Miralta –batería–, Llibert Fortuny –saxo alto–, Ramón Cardó –saxo tenor–, Chris Kase –trompeta y fliscornio–, Joaquín Chacón –guitarra– y Chris Higgins –bajo–.

No he parado de hacer proyectos muy diferentes. El problema es que en Salamanca hay una inercia de ir dejándolo todo, aunque sigues haciendo; además, las clases me comen tiempo. ¿De qué manera se enfrenta uno a las instituciones o a los que pueden sacar adelante un proyecto? Aquí no es fácil nada que tenga que ver con la producción o la distribución pero, en general, por ejemplo, los programadores, al menos aquí en Salamanca, tienen una enorme falta de previsión. No hay mala fe, son bien intencionados y ponen voluntad, pero falta un criterio claro, porque muchos de ellos no tienen asesoramiento. Deberían utilizar a gente que sepa, de Amajazz, de la Sociedad de Conciertos... Se deberían aprovechar los conocimientos de los que están realmente capacitados. ¿Cómo ve el panorama musical, en general? Percibo poca pasión, veo un porcentaje mínimo que tenga esa pasión y veo también que donde

las cosas funcionan lo hacen por pasión. En el jazz no se puede ser funcionario y no es un estilo que dé mucho dinero. Esto es un compromiso. ¿Cómo ve la cultura en Salamanca? La verdad es que hay muchas partes de la ciudad implicadas, pero en Salamanca no hay gente que entre semana vaya a ver un espectáculo, no más allá de algo esporádico. Hay que tender a la ambientación, que puedes encontrar a diario en otras ciudades. No hay falta de músicos ni de iniciativas. Salamanca está mal en ese sentido, en el día a día. ¿Qué le han parecido acontecimientos como el 2002 y 2005? Creo que son nombres un poco huecos, porque no llevan el pulso de la ciudad salvo cuando hay una programación. Deberían, por ejemplo, facilitar las actividades en los bares, la cultura merece la pena y promoción también es facilitar condiciones. Pero en Salamanca ya estamos muy acostumbrados. Hay que huir de

los programas puntuales. Todas las semanas tenía que haber conciertos, hasta en las facultades. ¿Son necesarias las asociaciones como Amajazz? En Amajazz hay un importante trabajo desinteresado. Se mantiene por gente interesada en el jazz. Lo normal sería cobrar, porque pasa a ser un trabajo, pero nadie lo hace. Echo de menos más implicaciones, sobre todo de instituciones. Y, ¿‘Jazz en la calle’, una propuesta de Amajazz con la que se hizo el Ayuntamiento? Se ve el apoyo continuado que ha tenido este ciclo. Podrían hacer lo mismo con el teatro, etcétera. Si te lo encuentras, como mínimo sorprende una iniciativa como ‘Jazz en la calle’. ¿No ha presentado en Salamanca su disco? Me gustaría haber hecho un concierto con todos los músicos que han participado. Lo hicimos en Canarias, con todos, y gustó muchísimo. Unas últimas palabras... Sí. No quiero dar, por lo general, una impresión negativa, por todo lo que hemos hablado, sólo quiero poner de manifiesto algunos temas que se pueden mejorar. Me gustaría que las cosas fuesen de otra manera y sé que lo serán. Hay mucho potencial y se empiezan a dar las mejores condiciones.


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TRIBUNA DE SALAMANCA, Domingo, 20 de noviembre de 2005

JUAN GELMAN Y Mª ÁNGELES PÉREZ LÓPEZ

El ardiente oficio de la poesía El Premio Reina Sofía hizo justicia poética con el argentino; la antóloga recibió su obra con el calor de quien sabe qué significan los versos. El resultado es un libro cálido que publica la Universidad de Salamanca. a poesía es un oficio solitario, tenaz, constante y perdido en hojas volanderas barridas por un tiempo de inconsciencia. Es el género volátil de la edición perdida, de la revista olvidada, de callada reseña y, sin embargo, de practicantes iniciados que lo convierten en un ejercicio necesario. El suyo es un silencio fecundo que en ocasiones, estalla en salva de aplausos, hay premios que no sólo premian al autor, nos devuelven la importancia de esa cosa llamada poesía, regalan al lector con la presencia del poeta, con la revisión amorosa de una antología, con su voz en los medios y su rostro en los periódicos. Hay premios que nos premian a todos y nos devuelven conceptos esenciales y olvidados de humildad, tesón y excelencia. Esta edición del XIV Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana ha sido una experiencia gozosa de bebedera vallejiana, de lezaminana fiesta innombrable. Para quien conocía a Juan Gelman, el premio era un acto de justicia poética, para quienes nada sabían de este hombre hermoso de ojos tristes, descubrirle supone un hallazgo. Para quienes no tienen la oportunidad de vadear las aguas editoriales de los frágiles libros de poesía, encontrar una antología como ésta es un regalo. El Reina Sofía estará dotado con cierta cantidad que olvido y con un prestigio que supongo, sin embargo, para el lector medio, el premio supone la publicación de un volumen negro de líneas rojas y blancas letras en las que se entrega al público al galardonado entero. Los fastos y oropeles del premio le corresponden al Patrimonio Nacional, al Palacio de Oriente, a los salones brillantes de la entrega y al solemne acto presidido por una reina que algo tiene de rapsoda griega, el instante que perdura más allá de todos estos destellos es esta edición cuidada que, calladamente, se escribe, se edita y se imprime en Salamanca. Si para Gelman la poesía es un acto de amor, un oficio ardiente, inútil pero necesario, hacer libros

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Juan Gelman (centro) y Mª Ángeles Pérez López, en una visita del poeta a la Universidad de Salamanca  Perelétegui

–y esto lo sabe muy bien nuestro amigo Valentín Almaraz, el editor más enamorado de la poesía que he conocido– lo es también. El trabajo del Servicio de Publicaciones de la Universidad de Salamanca y de Europa Artes Gráficas está lleno de mimo y cuidado, el libro conjuga una exquisita sencillez con un acabado primoroso de papel acariciable y caracteres que se dejan leer. Sobrio, compacto, un libro entero, La Summa de Maquroll el Gaviero que editara Carmen Ruiz Barrionuevo, la iluminación gozosa de Benedetti por Francisca Noguerol, el juego travieso de Nicanor Parra... libros que se convierten en una referencia final del autor, porque constituyen una antología básica y un estudio riguroso y entregado. El autor se vuelve obra y se guarda en nuestros personales anaqueles de la memoria. El privilegio de convertir la compleja, diversa y constante obra de Gelman en una antología, con todo lo que esa palabra tiene de reduccionismo y elección concreta de lo más representativo de un autor (¿lo mejor?) fue para otra poeta «Todo antólogo conoce las dificultades de vaciar el mar en un hoyito abierto en la arena» –escribe ella–. En Mª Ángeles Pérez López conviven la profesora rigurosa, la estudiosa académica, la crítica acerada y la ferviente poeta, y fue desde la poesía como se enfrentó al ardiente oficio de estrechar la obra de Gelman entre las amorosas tapas de un libro que la crítica no ha

JUAN GELMAN Oficio ardiente Edición e introducción: Mª Ángeles Pérez López Ediciones Universidad de Salamanca, 2005 555 pp. / 15 euros

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El juego poético de Gelman conjuga el dolor de la pérdida con la música, el ejercicio del lenguaje con la memoria histórica

dudado en elogiar unánimemente. Seleccionar poemas que van de 1956 a 2005 ha sido una tarea de ambos a la que se han entregado generosamente hasta constituir un volumen que se lee como un solo libro. Una sinfonía completa. Si una antología resume, comprime, y agiliza, en este caso, toma cada pieza por separado y las integra en una composición propia que se convierte en un libro por sí mismo. Tarea de tejedores que han urdido el poeta y la poeta entre los hilos del teléfono y la distancia. Escribir la introducción al libro era una labor solitaria de la que ha surgido un texto que conjuga a la perfección la excelencia académica que se le supone a una profesora de la Universidad de Salamanca con la amorosa cercanía que el profano en la materia descubre en una introducción tan bella como excepcionalmente escrita: «[Juan Gelman] indaga sobre las formas del español para construir una lengua que es profundamente original y emocionante, y en la que cabe el mundo todo, llámese historia o política, llámese afectos y territorios del corazón, llámese poesía». Cuando un poeta se entrega a la obra de otro poeta lo hace desde la rivalidad o el amor. Pérez López configura un retrato y un estudio de la obra de Gelman entregada y contenida que responde a la riqueza de la vida y la poesía de un hombre de épica grandeza, profunda hondura. En él descubrimos al chiquillo hijo de judíos ucrania-

nos que lee en ruso y aprende de su madre los rudimentos de la música, quien empujado por su origen humilde y por su visión del mundo se hace comunista a los 15 años y se integra como poeta en un grupo acertadamente denominado ‘El pan duro’ donde practica una poesía que no desea ser sólo bella o culta, sino útil y capaz de configurar la ‘Oración de un desocupado’. Periodista dedicado a la escritura, poeta capaz de subvertir el lenguaje incluyendo el registro coloquial porteño y el dialecto del tango, Gelman se inventa a sí mismo, se recrea y reescribe en heterónimos, se gelmanea y se la vive en la poesía hasta que en 1976, el terror llama a su puerta y le arrebata a sus hijos y a su nueva embarazada. Convertido en el único que puede dar respuesta a una pregunta trágica ¿Cómo nombrar las formas del horror? Gelman escribe a través del desprendimiento de sí mismo, a través de una poesía mística que le devuelve, en el exilio, su condición de judío askenazí, de exiliado que sólo posee la lengua que perdura a través de los siglos, el judeo sefardí al que se entrega en un juego poético que conjuga el dolor de la pérdida con la música, el ejercicio del lenguaje con la memoria histórica. Gelman se convierte en una voz que no se silencia y publica con Mara La Madrid, su esposa un libro de testimonios Ni el flaco perdón de Dios donde se obliga a la sociedad argentina en 1997 a no olvidar la voz de los familiares de desaparecidos. La de Gelman es una lucha que, en la actualidad, les gana a las leyes del punto final batallas judiciales a las que este hombre alude cuando los fastos del premio le llevan a la televisión y a las portadas de los periódicos. Con él van los que se fueron, como con el judío camina todo el éxodo colectivo. Le acompañan en la soledad del poema y en la multitud de las felicitaciones, le siguen en las páginas de la antología y en las líneas amorosas de Ángeles Pérez López. El silencio es su eco. El Premio nos ha dotado de Gelman y ha posibilitado un singular trabajo de edición y emoción. Desde las páginas ardientes que dan constancia del oficio de ambos, lo inútil adquiere, por fin, constancia de su naturaleza indispensable. Y este libro único se cierra recordando que se acabó de imprimir en Salamanca, el mismo día en el que la Poeta Teresa de Ávila supo que lo muy más interior del alma, no sabe decir como es porque no tiene letras. Las mismas que le han puesto Ángeles Pérez López y Juan Gelman. Charo Alonso 


6  culturas LIBROS NOVEDADES

El cine después del rodaje ANTONIO LARA El cine ha muerto. Larga vida al cine T&B Editores, 2005 286 pp. / 18 euros

 Este libro trata de la parte menos conocida del cine: la postproducción. Se tiende a pensar que lo decisivo de una película es el rodaje, y lo que ocurre después es ignorado, a veces, incluso por los propios trabajadores que han participado en ella. Muchos creen que ésta es una fase más bien mecánica, en la que tan sólo se puede aspirar a arreglar los errores anteriores. Nada más lejos de la realidad, pues es una parte fundamental del camino de un filme, tan creativa como lo permitan el tiempo y el talento. Y a estos prejuicios se añade una gran confusión sobre las diferentes tecnologías cinematográficas, que se mezclan en una especie de mundo cibernético oscuro e impenetrable. En estas páginas se desmitifican estos procesos, y se describen minuciosamente todos los pasos desde el montaje de imagen hasta las especialidades de sonido y las últimas operaciones en el laboratorio. Su autor, Antonio Lara, es un montador que derrocha entusiasmo por su profesión. Nos cuenta de forma sencilla y amena en qué consiste su labor, y la de todas las personas involucradas a partir del instante en que se dice ‘corten’, hasta el estreno, tanto en su vertiente puramente técnica como artística. Además incluye un capítulo histórico en el que se explica cómo se las arreglaban nuestros predecesores en el pasado. Sobre todo porque la tecnología no ha dejado de evolucionar desde su mismo nacimiento, y eso se ha traducido en distintas maneras de hacer películas a lo largo del tiempo. Asimismo presenta los más novedosos métodos de rodaje y postproducción, posibles gracias a la introducción, o mejor dicho, avalancha de ordenadores en todas las áreas. No sólo se estudia lo que ha supuesto la edición no lineal, sino las últimas tendencias como la previsualización y el ‘intermediate’ digital. En el texto se habla mucho de tecnología, pero desde luego ése no es el tema central. Porque éste es un libro de cine. Lo que realmente interesa no son las computadoras o los aparatos sofisticados, aunque convenga conocerlos para defenderse de ellos. Lo más importante son las películas. La parte final está dedicada al futuro del cine y los grandes cambios que ya se aproximan. Generalmente se asocia el desarrollo técnico con los efectos especiales, y éstos a su vez con largometrajes infames en los que no hay ningún otro atractivo, pero eso no debe ocultarnos las enormes posibilidades que se abren ante nosotros. Siempre ha habido trucos, visibles e invisibles; sin embargo lo que ahora se nos viene encima pertenece a otra dimensión. En los próximos años se van a producir transformaciones radicales en la industria.

TRIBUNA DE SALAMANCA, Domingo, 20 de noviembre de 2005

La ternura del suicidio Pessoa provoca un desasosiego sutil y muy estético con uno de sus heterónimos, el Barón de Teive i no hubiera existido Pessoa, tampoco lo hubiera hecho Bernardo Soares, el autor del Libro del desasosiego, ni este Barón de Teive, que tantas cosas tiene en común con Soares, como demuestra Richard Zenith en el excelente epílogo que titula, no sin ironía ‘Post Mortem’. Y es que el libro reúne, califica y organiza, los apuntes escritos por Pessoa para otro de sus yoes, unos escritos que definen al heterónimo conocido como Barón de Teive, dispuestos, supuestamente, para aparecer a modo de manuscrito encontrado tras el suicidio del ser que Pessoa había estado creando. Lo más increíble de Pessoa, en este caso, es la capacidad de su soplo para crear vida. Si ninguna de sus versiones humanas nos deja indiferente (la que menos, a mi juicio, la del exquisito Bernardo Soares), ésta coquetea con nuestra sensibilidad en un dificilísimo ejercicio que lleva la melancolía al extremo –«El dolor ajeno provocó en mí otros dolores: el de verlo, el de ver que era irreparable, y el de saber que, sabiendo que es irreparable, empobrece incluso la inútil nobleza de querer repararlo»–, pero sin conocer la nostalgia –«Como nada he hecho en mi vida, nada tengo que recordar con añoranza», «me había vuelto objetivo para conmigo. Pero no alcanzaba a distinguir si con esto me había encontrado o me había perdido»–. Pessoa no sólo da vida al ser, al narrador, al pensador, sino que elabora un libro especular, en el que Teive se va viendo reflejado: «No he servido para ninguna de las dos maneras de gozar: ni para el placer de lo real, ni para el placer de lo imaginado». A lo que cabe añadir el buen trabajo del editor, ordenando estos párrafos, tan cortos como intensos, de manera que cobre sentido el despliegue sorpresivo de cada una de las páginas: comienza presentándose, emocionalmente, el narrador, para a continuación explicarnos por qué escribe; se define lo mejor que puede a través de una o dos cualidades y una o

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FERNANDO PESSOA La educación del estoico Traducción: R. Vilagrasa El Acantilado, 2005 98 pp. / 12 euros

dos reacciones, antes de comenzar a explicarnos los principios de su suicidio; habla un poco de su infancia, de las cosas que le faltan en su pasado, los huecos de la memoria sentimental, y lo que ha ido suponiendo su educación en este aspecto, hasta confesar su fragilidad ante el sexo; entonces comienza a preguntarse en qué se ha convertido, reflexiona sobre su obra, entretejiendo estos pensamientos con meditaciones sobre el hombre y la literatura, hasta abocar, de nuevo, en la razón de su muerte voluntaria: «He alcanzado, creo, la plenitud en el empleo de la razón», como demuestra en las conclusiones: «Hijo, más vale estar a la sombra de un árbol que conocer la verdad, porque la sombra del árbol es verdadera mientras el conocimiento dura, y el conocimiento de la verdad es falso en el conocimiento mismo… el verdor de las hojas puedes enseñarlo a los demás, y nunca podrás enseñar a los demás un gran pensamiento». «Si el vencido es el que muere, y el vencedor, quien mata, con esto, confesándome vencido, me declaro vencedor», arguye para cerrar, sin posibilidad de réplica, su decisión. Así es como provoca un desasosiego sutil y muy estético, gracias a la perfección que Teive confiesa buscar en su escritura, y que alcanza Pessoa en su prosa. Y así este personaje incrédulo, al que no le importa contradecirse en la página siguiente, que ataca los tópicos del pensamiento –«El hecho de que sufro… Sólo demuestra que existe el mal en el mundo, cosa que no supone un gran descubrimiento y que a nadie se le ha ocurrido negar todavía»–, nos lega, desde el principio, una bellísima y triste sensación existencial, tan próxima a nosotros como esto: «He comprendido la saciedad de la nada, la plenitud de ninguna cosa. Lo que me llevará al suicidio es un impulso como el que nos lleva a acostarnos pronto». Ricardo Martínez Llorca 

Relatos en el perfil del sueño José María Merino continúa en Cuentos del libro de la noche su camino de hallazgos en el género breve on pocos los escritores que muestran una gradación narrativa tan brillante en el género del relato breve como la del leonés José María Merino. Desde hace casi un JOSÉ MARÍA cuarto de siglo MERINO (Cuentos del reino Cuentos del libro de la noche secreto apareció en Alfaguara, 2005 l982) la andadura de José María Merino 172 pp. / 15 euros constituye un caminar narrativo perfecto hacia el hallazgo de fórmulas nuevas. Por el momento, Cuentos del reino de la noche es el último peldaño literario. El autor ha confesado repetidamente la génesis psicológico-literaria de estos cuentos: «relatos muy breves que son a la vez destellos nocturnos de la intuición y el sueño». Destellos acompañados de versiones gráficas elaboradas por el propio autor, actividad a la que fue aficionado en su juventud. Las condiciones en las que han surgido estas narraciones son peculiares: rom-

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pen la ortodoxia del relato habitual y obligan al lector a situarse en una tesitura especial para asimilarlas. La condición onírica de su origen explica lo sorprendente de los resultados. De alguna manera, nos encontramos ante la técnica creativa de los escritores surrealistas, convencidos de que el estado de duermevela era el más apropiado para la creación. Los frecuentes estados de insomnio, confesados por el escritor, son por tanto felices estados creativos. Pero el resultado literario nunca responde a la forma tan descoyuntada o anárquica en que se transforma el duermevela de los vanguardistas. A esos momentos psicológicamente ‘fronterizos’ alude en diversas secuencias de la obra, aunque éstas deban ser consideradas guiños al lector atento. Sirva de ejemplo el final de ‘Página primera’, relato que abre la obra: «El tiempo pasa y ya no puedo recordar si alguno de estos habitantes de la casa en la noche ha escrito en mi ordenador los textos que ahora considero míos» (p.10). Estos ‘habitantes’ hacen acto de presencia a una hora concreta: «A las doce, hora de límites, el tiempo separa cada jornada con su peligrosa cuchillada. Es la hora en que, a veces, se reúnen» (p.18). A partir

de esa confesión todos los registros narrativos tienen cabida literaria, si bien se observa la coincidencia de ciertas situaciones: una curiosa concepción del amor, la presencia de ciertos animales, las reflexiones sobre la metaliteratura y la creación y un curioso aprovechamiento de la prosopopeya son los recursos más frecuentes en la obra. No quiere decir esto que haya una receta reiterativa y sistemática. La polisemia que las situaciones sentimentales ofrecen y el simbolismo de la fauna aludida convierten cada relato en un microcosmos peculiar. El curioso punto de partida de los relatos, en los borrosos perfiles del sueño y la vigilia, dota a las situaciones de condición metafórica y transforma su desenlace en resultados sorprendentes. Los ochenta y cinco cuentos, secuencias narrativas más bien, presentan extensión y tratamiento diferentes, los que corresponden a esta misteriosa forma de ver la vida, desde el feliz y fructífero insomnio del escritor, que aprovecha su duermevela para acercarse con familiaridad inexplicable a los misterios de la realidad y la creación. Nicolás Miñambres 


LIBROS

TRIBUNA DE SALAMANCA, Domingo, 20 de noviembre de 2005

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A vueltas con la guerra Mientras la crítica todavía espera ‘la gran novela sobre la guerra civil’, damos un repaso histórico al acercamiento entre la narrativa y la contienda. reinta años después de la muerte de Franco y del consecuente fin de su dictadura, el recuerdo del conflicto bélico que le instaló en el poder aún perdura en la sociedad española. Los casi tres años que duró la Guerra Civil no sólo sirvieron para decidir quién y cómo gobernaría España sino que, de paso, marcaron la evolución del país a lo largo de todo el siglo XX. El radical cambio social, político y cultural producido por la instauración del régimen franquista tras su victoria provocó la implantación de la contienda como eje separador de la historia reciente del país. La literatura no fue ajena a este panorama. La ruptura en el desarrollo cultural y artístico nacional provocada por el conflicto motivó la aparición de dos grandes y diferenciados períodos identificados por los prefijos ‘pre’ y ‘pos’ antecediendo al sustantivo ‘guerra’. El mero hecho de denominar posguerra a una fase histórica y cultural pone de manifiesto la obsesiva presencia de la Guerra Civil en una sociedad que, ante la negativa de Franco a establecer medida alguna de reconciliación con los derrotados, convirtió a España en un país de vencedores y vencidos, de gentes que necesitaban aludir a la victoria para legitimar su posición y de gentes que tenían que referirse a la derrota para explicar sus males y sus ansias de venganza. Durante los primeros años del régimen la guerra se convirtió en materia narrativa gracias a la publicación de títulos como La fiel infantería, de Rafael García Serrano, Checas de Madrid, de Tomás Borrás o Madrid, de corte a cheka, escrita por Agustín de Foxá en Salamanca durante el segundo año de conflicto. Estas novelas perseguían los mismos objetivos que la política cultural franquista de la época: mitificar la historia y el pasado inmediato de España ensalzando su victoria y criticando los excesos en la guerra del bando republicano. Ante la imposibilidad de alzar la voz contra el gobierno de Franco desde el interior del país, tuvieron que ser los exiliados los que mostraran su visión del conflicto. Entre recuerdos personales y constantes alusiones a la legitimidad de la II República, Mercé Rodoreda, Paulino Masip, Ernesto Salazar Chapela, José Ramón Arana, Arturo Barea, Ramón J. Sender, Manuel Andújar o Max

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Aub hicieron de la Guerra Civil el tema central de algunas sus obras. La misma línea que partió a la sociedad en 1936 dividió a los escritores, que hasta entonces habían convivido apaciblemente en tertulias e iniciativas periodísticas. Vencedores y vencidos ofrecían opuestas interpretaciones del conflicto, contaminadas ideológicamente por el intento de ambos bandos de considerarse moralmente superior al otro. La necesidad de afrontar de modo sereno, imparcial y desmitificado el recuerdo de la guerra para hacer de ella tema literario se antojaba imposible para unos escritores que se vieron directamente afectados por lo que en ella ocurrió, que tuvieron que modificar el curso de sus vidas por culpa de las consecuencias de la batalla y que perdieron en la lucha a amigos y familiares. Algo parecido ocurría con las novelas de los escritores extranjeros que se ocuparon del conflicto. Se suele decir que la española fue la antesala de la II Guerra Mundial. Muchos intelectuales vieron en el conflicto civil la encarnación de sus sueños utópicos y de la lucha que se había de establecer contra el fascismo para llevarlos a cabo. De ahí que muchos vinieran a España para luchar, bien con las armas, bien con las letras. Casi todos dejaron después testimonio de su experiencia en forma de memorias o

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Los últimos autores han superado la tendencia al olvido de la transición para novelar el conflicto utilizando sus vivencias como material narrativo. Ernest Hemingway o André Malraux escribieron sobre la guerra de España sin poder abstraerse del compromiso que les llevó hasta ella, del mismo modo que Homenaje a Cataluña (George Orwell) o Los grandes cementerios sobre la luna (Georges Bernanos) no se pueden entender sin tener en cuenta el profundo desencanto que el comportamiento de los bandos a los que apoyaban produjo en sus autores, de ideologías opuestas. La generación inmediatamente posterior a la que sufrió la guerra en su madurez, formada por quienes no eran más que adolescentes cuando el ejército se sublevó, sufrió la paranoica situación de vivir en una sociedad que había construido toda una retórica y una simbología basada en el recuerdo de la victoria y que, sin embargo, obviaba cualquier referencia a la guerra civil. Los organismos oficiales aconsejaban no escribir so-

bre el tema y la censura se ensañaba con los textos que se referían a la contienda –aunque estuviesen firmados por escritores afines al régimen, como García Serrano o el primer Torrente Ballester– de tal modo que en la década de 1950 se publicaron menos de diez novelas con la lucha civil como marco histórico (aunque una de ellas fuese la exitosa Los cipreses creen en Dios, de José María Gironella). Sin embargo, el conflicto seguía presente en la literatura española en los ambientes opresores y en los personajes reprimidos de la novela existencial. Las obras de Cela, Delibes o Martín Gaite reflejan sus consecuencias sobre una sociedad en la que hablar del pasado conllevaba incómodos silencios, odios y rencores. Las novelas que hoy pueblan los escaparates de las librerías son las de los descendientes de la guerra, gente que se ha acostumbrado a no bajar la cabeza, llorar a los muertos y maldecir al contrario entre dientes al aludir a lo ocurrido entre 1936 y 1939. Nacidos después de 1950, la alusión a la batalla carecía para ellos de implicaciones personales. Sólo era la causa de la muerte de un antepasado al que jamás conocieron, el marco legendario de las historias que contaba el abuelo o la coletilla de las conversaciones con las que sus padres narraban sus historias de juventud. Andrés Trapiello, Antonio Muñoz Molina, Dulce Chacón, Javier Cercas, Lorenzo Silva, Juan Manuel de Prada, Antonio Orejudo o Ignacio Martínez de Pisón, algunos de los escritores que durante los últimos tiempos se han acercado narrativamente al universo de la guerra civil, han dispuesto casi exclusivamente de material bibliográfico para conocer lo que sucedió en aquellos tres trágicos años y, superando la tendencia al olvido impuesta por la transición, novelarlo. La visión de la contienda ha ido perdiendo así las consecuencias emocionales que tuvo en generaciones anteriores para ir perfilándose como un fenómeno meramente histórico, aunque no por ello menos cruel y desgarrador, de enorme importancia en la evolución de España. Por eso hay distanciamiento, capacidad para asumir errores del pasado e imparcialidad para repartir culpas a ambos lados del tapete. Y esperanza para que la gran novela sobre la guerra civil que tantos años lleva esperando la crítica literaria sea por fin recibida. Javier Sánchez Zapatero 


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TRIBUNA DE SALAMANCA, Domingo, 20 de noviembre de 2005

R E S C ATA D O S

Viaje de doble dirección MARIO LACRUZ El ayudante del verdugo Primera edición: Plaza & Janés, 1971

de poder importante; en tanto que la Plaza Mayor (...) es más bien representación de ese poder. La historia podría simplificarse diciendo que la Universidad pondrá en escena su poder, en la Plaza, como espacio muy representativo de la ciudad del Tormes. Pero la Plaza Mayor estará asociada a otro polo de poder, el Concejo, y será éste el que detente el monopolio de su uso público». Acercándonos siempre los documentos de primera mano, que se transcriben y en muchos casos también se reproducen fotográficamente, el libro nos adentra en su primera parte en la manera en que la Universidad y los diferentes Colegios (o los más ricos) adquieren posesiones en la Plaza. En la segunda parte nos da cuenta de las celebraciones que tenían lugar en ella. Una de las diferencias con los fastos actuales es que en la Edad Moderna las celebraciones eran contempladas desde el edificio, y los balcones (que frecuentemente eran alquilados) se convertían en palcos de la representación. La propia plaza debía adquirir entonces cierto aire de corral de comedias, o, por acercarnos a lo que mejor conocemos, de teatro italiano, en el que los espectadores contemplaban y eran contemplados. Ana Carabias y Francisco Javier Lorenzo son profesores del Departamento de Historia Moderna de la Universidad de Salamanca. Claudia Möller es historiadora y colaboradora habitual (por ejemplo, en la Historia de Peñaranda de Bracamonte) de la doctora Carabias, quien, con un centenar de publicaciones a sus sufridas espaldas, próximamente ingresará en la Academia Portuguesa de la Historia. Siendo algunos de los manuscritos reproducidos bellísimos de color, y siendo el papel empleado de tan buena calidad, es de lamentar que se reproduzcan en blanco y negro; pero en conjunto con este libro los tres autores nos abren una ventana con apasionantes vistas al pasado de nuestra ciudad.

 Aparecida en 1971, El ayudante del verdugo supuso la despedida de Mario Lacruz (1929-2000) del panorama narrativo nacional. A pesar de los grandes índices de venta que registró, el autor nunca se mostró del todo satisfecho de la acogida con que había sido recibida la obra. Consideraba que no había sido entendida por gran parte del público y de la crítica, y quizá ese desengaño fue el que le llevó a prescindir hasta su muerte del contacto con los lectores y a refugiarse en su trabajo de editor. Leída como mero cuadro de costumbres, la novela perdió su valor de crítica social y moral del régimen franquista incluso a los ojos del aparato de control cultural de la época. Resulta sorprendente comprobar la miopía y la ingenuidad de unos censores que, obsesionados con buscar pechos y blasfemias, pasaron por alto la denuncia de la corrupción y la hipocresía de la España de la dictadura que se escondía, en forma alegórica, en las páginas de El ayudante del verdugo. La novela muestra la evolución de España desde el hambre y el estraperlo de la posguerra hasta el desarrollismo de la década de 1970 a través de las vidas, paralelas y a la vez complementarias, del empresario Pardo y de su subordinado Ventosa, narrador de la obra. Minutos antes de que su jefe reciba una condecoración por sus éxitos en el mundo de los negocios, Ventosa recuerda, a través de un largo ‘flash-back’, cómo han llegado hasta allí, cómo han pasado de trapichear con máquinas de escribir a convertirse en uno de los grandes emporios empresariales del país. Es el suyo un viaje de doble dirección que a medida que les hace ascender social y económicamente va llenando sus vidas de podredumbre moral y que, leído alegóricamente, dota a la novela de una dimensión sociológica de marcado cariz crítico sobre la sociedad franquista. Porque, como se dice en un pasaje de la obra, «sabido es que sólo hay un ser más despreciable que el verdugo, y es su ayudante». Y tan culpable es el cómplice como el ejecutor, por mucho que el primero siempre quiera eludir su responsabilidad cargando contra el segundo. El silencio editorial que se autoimpuso Lacruz tras la publicación de El ayudante del verdugo no implicó el abandono de la creación literaria. De hecho, tras su muerte, miembros de su familia aseguraban haber descubierto en un armario «un metro y medio en vertical de manuscritos inéditos», de los que proceden Gaudí, una novela, Intemperancia o la recientemente publicada Concierto para disparo y orquesta, con la que el escritor barcelonés ha vuelto a los estantes de novedades de las librerías. No está de más, aprovechando esa actualidad, reclamar el sitio que le corresponde en la literatura española a un autor que no merece seguir encerrado en un armario.

Garcimuñoz 

Javier Sánchez Zapatero 

Prieto

Un patio particular e nuestra Plaza Mayor, absurdamente promocionada este año como Plaza Mayor de Europa, se puede decir algo parecido a lo que cierto chiste pone en boca de un portugués: que es la más bella del mundo y la segunda más bella de Salamanca, después de la de Anaya. Pero es otras cosas: una de las más queridas y de las peor cuidadas. Los salmantinos la tratamos como el chulo trata a su puta: según él, si la pega es porque la quiere. Apena pasear por sus soportales viendo los feos escaparates entre los cuales no se conserva ni una piedra ni una puerta que huela a original, salvo en la casa consistorial. Apena atravesar sus dos espantosos pasajes. Apena verla llena de casetas, vallas y furgonetas. Apena ver el edificio vacío, muerto, en contraste con el espacio que alberga, tan lleno siempre de vida. Apena observar las obras de vaciado, que no han dejado ya prácticamente nada del interior del edificio, a pesar de que cuenta con una teórica protección integral, aunque ya sabemos cuál es el peso de la ley en esta ciudad cuando se trata de proteger el Patrimonio: el peso pluma. Y preocupa el estado de las cubiertas. De todo el edificio, ya tan solo el paño que da al mercado mantiene cierto poder evocador, no sabemos si por mucho tiempo. Y, sin embargo, a pesar de todo, nuestra Plaza Mayor sobrevive a los despropósitos urbanísticos, armoniosa y serena como pocas plazas de España, solemne y alegre al mismo tiempo, bellísima de día y de noche, ya esté iluminada por el sol, bañada por la lluvia o velada por la niebla. Pero no va del presente Salamanca: Plaza y Universidad. Tampoco aquí se ha aprovechado la oportunidad para decir lo que nunca se dice de nuestra plaza, lo que yo he resumido en el primer párrafo de esta reseña. Salamanca: Plaza y Universidad hace un repaso histórico de la vida de la Plaza en los siglos XVI, XVII y XVIII y de la relación de la Universidad con ella. «La Universidad es un polo

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ANA Mª CARABIAS FRANCISCO J. LORENZO Y CLAUDIA MÖLLER Salamanca: Plaza y Universidad Ediciones Universidad de Salamanca, 2005 173 pp. / 18 euros


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