el castillo ambulante

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—Todavía no me has pedido que haga nada —dijo—. Solo has dicho que lo voy a hacer. Howl sonrió. —Y vas a ir, ¿verdad? —Está bien. ¿Cuándo quieres que vaya? —preguntó Sophie. —Mañana por la tarde —dijo Howl—. Michael puede ir como tu criado. El Rey te espera —se sentó en el taburete y luego les explicó con claridad y sobriedad lo que tenían que decir. Sophie se dio cuenta de que, ahora que Howl se había salido con la suya, la amenaza del lodo verde se había desvanecido sin dejar rastro. Le dieron ganas de darle un bofetón—. Quiero que hagas una interpretación muy delicada —explicó Howl—, para que el Rey me siga dando trabajo, como los conjuros de transporte, pero no confíe en mí para nada importante, como encontrar a su hermano. Debes contarle cómo he enfadado a la bruja del Páramo y explicarle lo buen hijo que soy, pero quiero que lo hagas de tal forma que se lleve la impresión de que soy un desastre. Howl se lo explicó con más detalle. Sophie agarró los paquetes e intentó acordarse de todo, aunque no podía evitar dejar de pensar que, si ella fuera el Rey, no entendería ni una palabra de lo que diría aquella vieja. Mientras tanto, Michael no dejaba de acercarse a Howl intentando preguntarle por el desconcertante conjuro. A Howl no dejaban de ocurrírsele nuevos e intrincados detalles para contarle al Rey y apartaba a Michael una y otra vez. —Ahora no, Michael. Y he pensado, Sophie, que te vendría bien algo de práctica para que el palacio no te sobrecoja. No sería buena idea que te quedaras paralizada en medio de la audiencia. Ahora no, Michael. Así que te he organizado una visita a mi vieja tutora, la señora Pentstemmon. Es una anciana majestuosa. En cierto modo es más majestuosa que el propio Rey. Así te acostumbrarás a ese tipo de cosas antes de llegar a Palacio. Para entonces Sophie estaba deseando no haber dicho que sí. Se sintió totalmente aliviada cuando por fin Howl se volvió hacia Michael. —A ver, Michael. Te toca a ti. ¿Qué pasa? Michael agitó el papel gris brillante y explicó a borbotones desconsolados cómo aquel conjuro era imposible. Howl se quedó un tanto sorprendido al oírle, pero cogió el papel, diciendo: —¿Cuál es tu problema? —y extendió la hoja. Se quedó con la mirada fija y arqueó una ceja. —Lo intenté tomándolo como un acertijo y también probé siguiéndolo al pie de la letra —explicó Michael—. Pero Sophie y yo no pudimos atrapar a la estrella fugaz y... —¡Madre mía! —exclamó Howl. Empezó a reírse y tuvo que morderse el labio para parar—. Pero, Michael, este no es el conjuro que te dejé. ¿Dónde lo has encontrado? —En la mesa, en ese montón de cosas que Sophie amontonó junto a la calavera 80


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