Viaje al Centro de la Tierra (Julio Verne)

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EDITORIAL DIG ITAL - I M PRENTA NAC IONAL costa rica

Sin responder, fui a sentarme en la parte delantera de la balsa. Ya la costa septentrional se esfumaba en el horizonte; los dos brazos del golfo se abrían ampliamente como para facilitar nuestra salida. Delante de mis ojos se extendía un mar inmenso; grandes nubes paseaban rápidamente sus sombras gigantescas sobre la superficie del agua. Los rayos argentados de la luz eléctrica, reflejados acá y allá por algunas grietas, hacían brotar puntos luminosos sobre los costados de la embarcación. No tardamos en perder de vista la tierra, desapareciendo así todo punto de referencia; y, a no ser por la estela espumosa que tras sí dejaba la balsa, hubiera podido creer que permanecía en una inmovilidad perfecta. A eso del mediodía, vimos flotar sobre la superficie del agua algas inmensas. Érame conocido el poder vegetativo de estas plantas, que se arrastran, a una profundidad de más de 12.000 pies, sobre en fondo de los mares, se reproducen bajo una presión de cerca de 400 atmósferas y forman a menudo bancos bastante considerables para detener la marcha de los buques; pero creo que jamás hubo algas tan gigantescas como las del mar de Lidenbrock. Nuestra balsa pasó al lado de ovas de 3.000 y 4.000 pies de longitud, inmensas serpientes que se prolongaban hasta perderse de vista. Entreteníame en seguir con la mirada sus cintas infinitas, con la esperanza de descubrir su extremidad; mas, después de algunas horas, se cansaba mi impaciencia, aunque no mi admiración. ¿Qué fuerza natural podía producir tales plantas? ¡Qué fantástico aspecto debió presentar la tierra en los primeros siglos de su formación, cuando, bajo la acción del calor y la humedad, el reino vegetal sólo se desarrollaba en su superficie! Llegó la noche, y, como había observado la víspera la luz no disminuyó. Era un fenómeno constante con cuya duración indefinida se podía contar. Después de la cena, me tendí al pie del mástil, y no tardé en dormirme, arrullado por mágicos sueños. Hans, inmóvil, con la caña del timón en la mano, dejaba deslizarse la balsa, que, impelida por el viento en popa cerrada, no necesitaba siquiera ser dirigida. Desde nuestra salida de Puerto Graüben, habíame confiado el profesor Lidenbrock la tarea de llevar el Diario de Navegación, anotando en él las menores observaciones, y consignando los fenómenos más interesantes, como la dirección del viento, la velocidad de la marcha, el camino recorrido, en una palabra, todos los incidentes de aquella extraña navegación. Me limitaré, pues, a reproducir aquí estas notas cotidianas, dictadas, por decirlo así, por los mismos acontecimientos, a fin de que resulte más exacta la narración de nuestra travesía. Viernes 14 de agosto. Brisa igual de noroeste. La balsa se desliza en línea recta y a gran velocidad. Queda la costa a 30 leguas a sotavento. Sin novedad en la descubierta de horizontes. La intensidad de la luz no varía. Buen tiempo, es decir, que las nubes son altas, poco espesas y bañadas en una atmósfera blanca que parece de plata fundida. 154


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