Madame Bovary (Gustave Flaubert)

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M ada me Bovary

EDITOR IA L DIG I TA L - I M PRE NTA NA C IONA L c o s t a r ic a

¡No importa!, no era feliz, no lo había sido nunca. ¿De dónde venía aquella insatisfacción de la vida, aquella instantánea corrupción de las cosas en las que se apoyaba?... Pero si había en alguna parte un ser fuerte y bello, una naturaleza valerosa, llena a la vez de exaltación y de refinamientos, un corazón de poeta bajo una forma de ángel, lira con cuerdas de bronce, que tocara al cielo epitalamios203 elegiacos, ¿por qué, por azar, no lo encontraría ella? ¡Oh!, ¡qué dificultad! Por otra parte, nada valía la pena de una búsqueda; ¡todo era mentira! Cada sonrisa ocultaba un bostezo de aburrimiento, cada alegría una maldición, todo placer su hastío, y los mejores besos no dejaban en los labios más que un irrealizable deseo de una voluptuosidad más alta. Un estertor metálico se arrastró por los aires y en la campana del convento se oyeron cuatro campanadas. ¡Las cuatro! Le parecía que estaba allí, en aquel banco, desde la eternidad. Pero un infinito de pasiones puede concentrarse en un minuto, como una muchedumbre en un pequeño espacio. Emma vivía totalmente absorbida por las suyas y no se preocupaba del dinero más que una archiduquesa. Pero una vez un hombre de aspecto enclenque, rubicundo y calvo entró en su casa diciéndose mandado por el señor Vinçart, de Rouen. Retiró los alfileres que cerraban el bolsillo lateral de su larga levita verde, los clavó sobre su manga y alargó cortésmente un papel. Era un pagaré de setecientos francos, firmado por ella, y que Lheureux, a pesar de todas sus promesas, había endosado a Vinçart. Emma mandó a la muchacha a casa de Lheureux. Éste dijo que no podía ir. Entonces el desconocido, que había permanecido de pie, dirigiendo a derecha y a izquierda miradas curiosas disimuladas por sus espesas cejas rubias, preguntó con aire ingenuo: -¿Qué respuesta da al señor Vinçart? -Bueno -respondió Emma-, dígale... que no tengo... Será la semana que viene... Que espere..., sí, la semana que viene. Y el buen hombre se fue sin decir palabra. Pero al día siguiente, a mediodía, Emma recibió un protesto; y a la vista del papel timbrado, donde aparecía varias veces y en grandes caracteres: LICENCIADO HARENG, UJIER EN BUCHY, se asustó tanto, que fue corriendo a toda prisa a casa del tendero. Lo encontró en su tienda atando un paquete. -¡Servidor! -dijo-, estoy con usted.

203 Es una poesía lírica, subgénero lírico griego imitado después por los romanos, consistente en un canto de boda.

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