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Cronica de una Mujer Boricua en el Verano del 2019
Marysol Fernandez
Desde afuera no se sentía. O sí se sentía, pero lo que se sentía era la ausencia. Una ausencia persistente que penetraba mi espacio y me ahogaba con las lágrimas de un pueblo entero. Sus voces, las voces de mis vecinos, de mis compañeros, de mis hermanos y hermanas, me llamaban y yo, atascada en un pueblo que no era mío, mirando desde afuera. Se sentía la ausencia pero no se sentía todo lo demás. O sí sentía, pero no así. Pasaje comprado. Vuelo abordado. A mi isla he llegado. Puedo respirar. Con cada inhalación, emociones me ocupan, me abruman, me sostienen. El calor me recibe con un abrazo de familia y me siento a salvo. Los adoquines azules y desnivelados en mi Viejo San Juan son el suelo más seguro que caminan mis piernas. No me puedo imaginar estas mismas calles inundadas por el mar de gente que llegó y ocupó hace unos días. Que triste que no me lo puedo imaginar. Más lleno que en las calles de San Sebastián, me dicen. Que triste que no me lo puedo imaginar. Escuchamos a Bad Bunny hablar sobre la resistencia, me dicen. Que triste que no me lo puedo imaginar. Me encuentro con vecinos, amigos de mis padres, conocidos de toda la vida. Cada uno me pregunta si voy mañana y si me llevo a mi hermano. Pues claro, contesto. Muy bien, afirman, y siguen a preguntarle al próximo conocido o desconocido. Así fue que le llegó tanta gente ese 25 de julio. El pueblo se puso a hablar y a insistir. Eso es comunidad. Llegamos a las 8 de la mañana, tempranito. Tantas caras familiares. Los “usual suspects” como dicen mis padres, los que le llegan a las protestas de tres gatos, las protestas que conocíamos. Pero esta vez no éramos tres gatos. Tantas caras desconocidas. Nos mirábamos a los ojos, nos reconocíamos, nos sonreímos, y nos agradecíamos por estar ahí el uno por el otro. Por todos. Esperamos, sentados bajo el sol ardiente, para que empezara nuestro movimiento. Anticipación. Sudor. Emoción. El Boricua lo conocía todo muy bien. Finalmente, empezamos a caminar. Respiro un poco más profundo ahora, como si el cuerpo hubiera estado esperando este momento. La música, las voces, y la ciudad crearon un retumbo que se escuchaba a través de los miles de cuerpos. Pero sin embargo, yo siento un silencio interno. Es que hoy esa voz dentro de mí que siempre está pensando en lo próximo está silenciada. Ahora mismo estoy aquí y estoy aquí solamente. Estoy aquí, yo sola, con mi hermano, con mi pueblo, y con mi cartel: 20
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¡¡¡Hoy nuestra indignación descoloniza mentes; mañana romperá cadenas!!! Ese día cuerpos resistentes, piernas cansadas y corazones llenos de amor por la patria ocuparon la avenida. Hombro a hombro caminabamos y sentíamos que todo el mundo afuera se paralizaba ya que nosotros nos habíamos robado toda la energía del planeta completo. Ese día creamos un tapón candente, revolucionario. Hay los que dicen que las protestas son peligrosas. A veces sí las son. Pero hoy, hombro a hombro, me siento segura y cuidada. Hoy la furia y el amor coexisten en el espacio revolucionario de la solidaridad. Hoy camina el revolucionario de toda la vida agarrado de la mano con el que protesta por primera vez. Caminan los azules, con los rojos, con los verdes. Caminan los padres, con los hijos, con los abuelos. Caminan los estudiantes, con los maestros, con los trabajadores, con los artistas, con los famosos. Felices pero no satisfechos. Estamos todos cansados. Llevamos años cansados. Ese día lo sentimos todo. Se sentía la corrupción de un gobierno que no nos representa. Se sentía la pobreza, impuesta y manipulada por los grandes intereses. Se sentían los $72 billones en deuda ilegal e impagable. Se sentía la violencia policiaca. Se sentía la violencia contra la mujer. Se sentía la falta de respeto que es la junta de control fiscal. Se sentía la austeridad. Se sentía el peso del colonialismo. Se sentía la devastación del huracán María. Se sentían los 4,645 que perdimos. Se sentía en el espíritu y en los huesos, también. Tantas razones por indignarnos. Ese día fue un grito de furia y desesperación, siglos in the making. Antes de ese 25 de julio, habían días que me convencía de que la habíamos perdido. Ya no. El nuestro es un movimiento debilitado, desordenado y difícil. Se brega con lo que hay y se hace lo mejor que se puede.
Comemos y pa la calle otra vez. Hay gente cantando, pegándole a las congas. Hay gente leyendo poesía. Hay gente conversando. Hay medallas a cincuenta centavos. Claro, hay gente metidos en la Calle de la Resistencia, resistiendo. Todos compartimos. El compartir es revolucionario. El amor es radical. Es este compartir que me hace tanta falta ahora que estoy lejos. En Puerto Rico se comparte todo. Comunidad – palabra que se usa tanto sin saber lo que en realidad es. Yo sé lo que es la comunidad porque mis padres me criaron en una, y me enseñaron que la solidaridad es lo que nos sostiene. Ese 25 de julio me hizo recordarlo todo y me lo llevo conmigo hasta en las tardes frías y oscuras en el invierno del colonizador.