La Verdadera Historia de Jesus

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La verdadera historia de Jesucristo

vez para siempre” (Hebreos 10:10). Jesús sabía que este era un motivo muy importante para venir a vivir como ser humano. “Ahora todo mi ser está angustiado, ¿y acaso voy a decir: ‘Padre, sálvame de esta hora difícil’? ¡Si precisamente para afrontarla he venido!” (Juan 12:27, NVI).

Una vida impecable ofrendada por nosotros El profeta Isaías nos dice que Dios el Padre “cargó en él el pecado de todos nosotros” (Isaías 53:6) y “por la rebelión de mi pueblo fue herido” (v. 8). Luego Isaías declara su inocencia: “Nunca hizo maldad, ni hubo engaño en su boca” (v. 9). Después de la muerte de Jesús, Pedro confirmó estas palabras de Isaías. “Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas; el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca; quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente; quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo” (1 Pedro 2:21-24). ¡Este es un extraordinario legado! No pecar ni de palabra, de hecho o incluso pensamiento, ¡ni siquiera bajo la más grande tentación o angustia! En

¿Podía Jesús hacer milagros?

U

na de las principales objeciones en contra de los milagros es que violan la ley natural. Los críticos argumentan que la ley natural es inmutable; por lo tanto, no puede ser quebrantada. Esto podría ser cierto si no hubiera Dios. Pero ¿de dónde vienen las leyes de la naturaleza, la física, la energía y la materia? ¿Cómo se originaron? ¿Acaso estas leyes de tan increíble precisión y orden se crearon por sí solas? Quienes niegan al Creador no pueden contestar estas preguntas. Pero si Dios existe, es de esperarse que los milagros —tal como fueron escritos para nosotros en los evangelios— son una parte muy razonable de la vida de aquel que quería demostrar su origen divino a quienes estaban a su alrededor. Estrictamente hablando, habiéndose despojado de su poder divino (Filipenses 2:6-8), Jesús no hizo los milagros solo. Claramente

hizo saber que él solo no podía realizar obras sobrenaturales, al decir: “No puede el Hijo hacer nada por sí mismo” y “No puedo yo hacer nada por mí mismo” (Juan 5:19, 30). Resulta obvio, entonces, que Jesús se apoyó en Dios el Padre para hacer los numerosos milagros que caracterizaron su ministerio (Juan 14:10). Y para Dios, el omnipotente Creador que diseñó las leyes de la naturaleza, no es gran cosa intervenir sobrenaturalmente en la creación para llevar a cabo lo que nosotros podríamos considerar imposible. Jesús dijo: “Para Dios todo es posible” (Mateo 19:26). Los milagros suceden de verdad. En el caso de Jesús, el Padre escuchó todas sus oraciones y apoyó todos sus mandatos de tal manera que, como sus propios discípulos lo reconocieron, hasta los vientos y el mar le obedecían (Mateo 8:27).  o

Una vida impecable y milagrosa

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Hebreos 4:15 se explica que Jesús “fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado”. Algunos podrán decir que son justos, quizá hasta perfectos. Pero muy pocos les creerán, especialmente los que los conocen bien. Mas en el caso de Jesús, sus amigos más allegados —los que durante su ministerio constantemente viajaron, hablaron, comieron y caminaron con él— testificaron y estuvieron dispuestos a morir por su convicción de que él era el inmaculado Hijo de Dios. Jesús desafió a sus enemigos: “¿Quién de ustedes me puede probar que soy culpable de pecado?” (Juan 8:46, NVI). El relato bíblico nos muestra que lo único que podían hacer los enemigos de Jesús era lanzar absurdas y falsas acusaciones: “Nosotros no somos nacidos de fornicación”, insinuando que él lo era (v. 41). “Engaña al pueblo” (Juan 7:12); y “Demonio tiene, y está fuera de sí” (Juan 10:20). Incluso en su juicio sus acusadores tuvieron que buscar testigos falsos, porque nadie podía testificar que hubiera hecho algo malo alguna vez (Mateo 26:59-61). Aun aquellos que no eran sus discípulos estuvieron de acuerdo en que el carácter de Jesús era intachable. El veredicto de Pilato fue: “Yo no hallo delito en él” (Juan 19:6). El centurión que supervisó la ejecución de Jesús, habiendo conocido una mente y un espíritu como nunca antes había visto, “dio gloria a Dios, diciendo: Verdaderamente este hombre era justo” (Lucas 23:47). Uno de los criminales que fue crucificado junto con Jesús dio otro testimonio ante la integridad que había visto. Al otro malhechor lo reprendió y le dijo: “¿Ni aun temes tú a Dios, estando en la misma condenación? Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos; mas éste ningún mal hizo” (vv. 40-41). Jesús vivió una vida íntegra y sin pecado, tal como lo confirmaron quienes lo conocieron y se percataron de su conducta tanto en la vida cotidiana como en circunstancias difíciles. Aun los miembros de su propia familia que lo conocían desde la niñez, sus medios hermanos, quienes en un principio no creían en él (Juan 7:5), llegaron a reconocerlo como el perfecto, inmaculado Hijo de Dios (ver el recuadro de la página 56: “Los familiares de Jesús”). Su forma de vivir era en sí la prueba de que lo que decía acerca de sí mismo era verdad.

La milagrosa vida de Jesús Desde el comienzo, la vida de Jesús estuvo acompañada de milagros. Nació de una virgen, convirtió agua en vino, caminó sobre el agua, calmó una tormenta. Multiplicó panes para alimentar a multitudes, dio la vista a ciegos, sanó a cojos y a leprosos. Él sanó todo tipo de enfermedades a toda clase de personas, echó fuera demonios y hasta devolvió vida a los muertos. Estos milagros fueron tan sorprendentes que muchos se preguntaban: “El Cristo, cuando venga, ¿hará más señales que las que éste hace?” (Juan 7:31).


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