Relatos de Poder

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Mientras más se movía y se agitaba, mayor era mi dificultad para enfocar los ojos en su cuerpo. Parecía disolverse. Parpadeé como desesperado y luego alteré mi línea de visión torciendo la cabeza a diestro y siniestro, como don Juan me había enseñado. Desde mi perspectiva izquierda vi el cuerpo de don Genaro como nunca antes lo había visto. Parecía haberse puesto un disfraz. Lucía un traje peludo, del color de un gato siamés: ante claro, con toques de chocolate oscuro en las piernas y la espalda; tenía una cola gruesa y larga. El atavío de don Genaro lo hacía verse como un cocodrilo peludo y café, de patas largas, sentado en una rama. No se discernían su cabeza ni sus facciones. Enderecé la cabeza hasta una postura normal. La visión de don Genaro disfrazado se mantuvo sin al​teración. Sus brazos se estremecieron. Se paró en la rama, pareció agacharse, y saltó hacia el suelo. La rama estaba a cinco o seis metros de altura. Hasta donde yo podía juzgar, fue el salto ordinario de un hombre ataviado con un disfraz. Vi el cuerpo de don Genaro a punto de tocar el suelo, y entonces la gruesa cola de su disfraz vibró y, en vez de aterrizar, despegó como impelido por un silencioso motor de turbina. Ascendió por encima de los árboles y luego planeó casi hasta el suelo. Repitió una y otra vez la maniobra. En ocasiones asía una rama y se mecía dando la vuelta al árbol, o se escondía como una anguila entre las ramas. Y luego planeaba y describía círculos en torno nuestro, o aleteaba con los brazos al tocar su estómago la punta de los árboles. Los juegos de don Genaro me llenaban de asombro. Mis


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