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Barroterán, el recuerdo de la más grave tragedia minera en México

Ayer, como hoy, falta de seguridad provoca los siniestros Barroterán, el recuerdo de la más grave tragedia minera en México

•De 1884 a la fecha, en la zona carbonífera se cuantifica

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la pérdida de 900 vidas en alrededor de 139 explosiones ocasionadas por gas grisú

El 31 de marzo de 1969, 153 trabajadores perdieron la vida en la explosión de las minas carboneras 2 y 3 “Guadalupe”, por acumulación de gas grisú, componente del metano, también conocido como el Aliento del Diablo. Esta es la mayor tragedia minera ocurrida en México, en la población de Barroterán, municipio de Muzquiz, Coahuila.

El Estado, el Sindicato, los mineros y un sinnúmero de apoyos provenientes de todos lados se agolparon absortos en el rescate. Las labores se iniciaron el mismo 31 de marzo y la entrega del último cuerpo de los mineros fallecidos se realizó el 10 de mayo de 1969. Todos los mineros recuerdan la fecha exacta de la explosión y el último día del rescate.

El común denominador por el que ocurren este tipo de tragedias, es la falta de seguridad e higiene, y en el caso de Barroterán en ese 1969, el recuerdo de la terrorífica explosión llega a los corazones de los mineros mexicanos, quienes en homenaje rememoran a los caídos.

En 1969, Barroterán, y en 2006 Pasta de Conchos. Estos son los dos más graves accidentes, pero no los únicos en las minas de la cuenca carbonífera de Coahuila. Desde que comenzó la explotación del mineral en la zona, las millonarias fortunas amasadas por los patronos con el esfuerzo y sudor de los mineros, se cuantifican también durante los últimos 150 años en la pérdida de más de 900 vidas, registro que data de 1848 a la fecha, cuantificándose al menos 139 explosiones de diversas magnitudes.

La cuenca carbonífera de Coahuila es un paraje de más de 100 kilómetros a la redonda, semidesértico y de clima extremo, donde la hulla lo puebla todo y el

diminuto polvo de carbón se mete en oídos, garganta y nariz. En la actualidad, hay cerca de 140 minas, que van desde pequeños pozos a mecanizadas y de tajo abierto.

Las estadísticas marcan que entre 1884 y 2022, cada tres días muere un minero en esta cuenca carbonífera. Y la cifra de víctimas se duplicaría si se tomaran en cuenta accidentes de otro tipo.

Por su magnitud en número de víctimas, la primera es la de Barroterán.

Le sigue la mina “El Hondo”, en la que murieron 141 trabajadores el 31 de enero de 1902. En la mina “Cuatro y Medio”, de Villa Las Esperanzas, el 25 de enero de 1988, una explosión dejó 39 muertos y 19 lesionados. En la mina “La Morita”, en septiembre de 2001, 12 mineros perecieron a consecuencia de una explosión. En el pozo de carbón “La Escuelita”, en enero de 2002, 13 trabajadores fallecieron tras quedar atrapados. En las aproximadamente

139 explosiones anteriores a las de Pasta de Conchos, hay datos que señalan que jamás se ha dejado el cuerpo de un trabajador sepultado en los socavones.

EL ALIENTO DEL DIABLO

Ramiro Flores Morales, historiador coahuilense y especialista en minería, bautizó como “El aliento del diablo”, el peligro que representa el gas metano o grisú –como se le conoce más- que despide el carbón. Lo señala como silencioso, imperceptible, que emana de las negras fauces de los yacimientos de carbón, y ha sido, durante más de cien años, el origen de las tragedias de quienes extraen ese mineral y otros metales.

PUEBLOS DE VIUDAS

Las tragedias mineras han convertido a las colonias y comunidades que circundan al municipio de Muzquiz, Sabinas, San Juan de Sabinas y San Buena Ventura, entre otros, en pueblos de viudas.

Barroterán, Palaú o Cloete, en la Colonia Nuevo Amanecer, de la cabecera municipal de Nueva Rosita, se observa un estado de crisis entre la población, en la que se conjugan agobio económico, abandono institucional, vulnerabilidad emocional y una ruptura del equilibrio que pone en jaque la misma existencia.

En tan sólo las últimas dos décadas, el registro de viudas por accidentes mineros es de 139 madres o esposas que perdieron a sus seres queridos, sin contar a cientos de niños que quedaron en la orfandad, y todo por no dar el mínimo de satisfactores para la seguridad en el trabajo.

Cada año el 31 de marzo los pueblos de la cuenca carbonífera de Coahuila se llenan de cruces y altares en ceremonias a los mineros muertos. En nuestro Sindicato y en todas las minas de México, un crespón señala la fatídica fecha.

Ayer como hoy, los mineros arriesgan y pierden la vida por la falta de seguridad e higiene que deben ser proporcionadas por empresas y patrones a fin de que los trabajadores realicen su labor en las minas con “buenas condiciones para laborar”, compromiso que en muy pocos casos se cumple. ¢

Tenemos un montón de goteras en nuestra realidad. Philip K. Dick (1928-1982) Escritor y novelista estadounidense.

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