Libro Las Huellas de Guatemala

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La revolución y la guerra

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la Casa Central. Tiempo después llegó al convento de las Hermanas de la Caridad una religiosa francesa, y entre las tantas pláticas con mis tías les comentó: –Qué casualidad que yo haya venido a dar a Guatemala. En Francia, durante la guerra, atendí a un joven guatemalteco moribundo. Y contó toda la historia. El joven se llamaba Jules Sempé, mi tío. Fue así como se pudo ubicar su tumba; también una pequeña placa con su nombre en Les Invalides. En ese hogar tan profundamente católico, ese hecho se vivió como un milagro: mi bisabuelo adopta a las dos niñas huérfanas y las cuida como a sus hijas. Dios lo premia, y por ese medio le informa donde está el cadáver de su hijo muerto por la patria. Crecí viendo el diploma enviado por el gobierno francés en homenaje al tío Julio y en un ambiente donde todo parecía estar envuelto en una aureola mística. Miraba las fotografías, y quizás por la barba y la profunda mirada de mansedumbre, siempre me dio la impresión que mi bisabuelo Sempé había sido una especie de profeta bíblico. Durante toda mi infancia escuché que destilaba bondad. Mi papá decía que era el mejor hombre que había conocido. Él, cuando conoció a mi papá, le dijo a mi abuela: “Si este hombre se casa con tu hija, va a ser el premio de tu vida”. Mi abuela y mi Tetía eran devotas de Santo Domingo de Guzmán; siempre me decían que a él me encomendaron para que yo no muriera de una bronconeumonía que me dio a los pocos días de nacer. Me acuerdo que durante muchos años, antes de acostarme, rezaba las oraciones de la noche y siempre terminaba diciendo lo que mi Tetía me había enseñado: “Tata Mingo echame tu bendición, que no me vaya a enfermar, haceme un hombre bueno y honrado”. Así, desde muy niño se fue formando en mí una carga moral, un fuerte sentido ético, el imperativo del deber ser; no quiere decir necesariamente que siempre se cumple con él pero, si no se hace, su corolario es la culpa, la mala conciencia que te persigue como a Raskolnikov, el personaje de Dostoievsky. Más tarde y con buena intención, Rolando


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