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Historias

LOS CRIADOS EN EL MEDIO RURAL

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"Bueyero" de Casa Raso, San Esteban de Litera

En épocas pasadas hubo varios trabajos que estuvieron muy ligados a las casas solariegas de las grandes familias propietarias de tierras. Estos trabajos eran los que llevaban a cabo los criados —ligados a los trabajos en el campo— y las criadas —ligados a los trabajos de la casa—. Gracias a los fondos que el Cellit atesora, podemos conocer cómo era su existencia en los siglos XVIII y XIX. En este artículo nos ocuparemos de los criados con sus variantes y más adelante lo haremos con sus homónimos femeninos.

En el escalón más bajo se encontraban los «chulos», llamados así en los pueblos de la Litera Alta. Eran niños que procedían de familias humildes y que sus padres sacaban de la escuela y ponían a servir en una casa pudiente. Este trabajo no ayudaba a la economía familiar, ya que el fin que se perseguía, aunque parezca duro, era el de sacar de la casa una boca que alimentar. El crío dormía normalmente en la pajera junto a los animales de tiro, mulos y bueyes principalmente, y se ocupaba de darles de comer y de beber y hacer los recados de sus patrones, todo a cambio de un techo y la comida diaria. Algunos hacían de ayudantes del pastor de ovejas, al que acompañaban junto con el ganado, recibiendo entonces el nombre de «rapatán».

Entre los adultos los tipos básicos eran: los criados de mulas, los bueyeros y los de azada. Solían proceder del mismo pueblo o del vecino y eran contratados verbalmente el día 29 de septiembre, san Miguel, día en el que el patrón, o en su ausencia el administrador de la casa, establecía con su personal el trato económico

para todo el año. Este difería según la familia y la obligación del criado, aunque había pocas diferencias entre ellos.

Las contabilidades de mediados del siglo XVIII nos muestran un salario anual medio de 19 libras, de las que el criado recibía, en el momento del contrato, un adelanto. Del resto se iban descontando aquellas prendas que iba necesitando: una camisa, unas alpargatas, una navaja e incluso la minuta del médico, gastos que adelantaba la casa a cuenta del salario restante. Como curiosidad, el gasto más oneroso era el de las alpargatas, de las que empleaban, de media, unos cinco pares al año. También recibían un suplemento, una especie de propina, para gastar el día en que se realizaba la gran feria anual de ganado, principalmente en Tamarite de Litera.

Llegada la segunda parte del siglo XIX tenemos una idea más clara y precisa de sus sueldos gracias a la implantación de la peseta en 1886, que dejó atrás la engorrosa diversidad de monedas y equivalencias propias ya de otros tiempos y que son complicadas de explicar en el contexto actual.Ese mismo año, Juan Bardají se desplazó desde Zurita hasta Peralta para servir como «criado para las mulas», con un sueldo de 42 duros y la entrega de algunas fanegas de ordio y trigo para que pudiese sembrar sus propias tierras. Otros contratos establecían, por ejemplo, que el criado pudiese usar las mulas de su patrón para arar sus tierras o que le adelantara cierta cantidad en una fecha concreta. Si no había este tipo de pagos en especie, el sueldo medio era de 50 duros.

El bueyero, «boyatero» o «criado para los bueyes» solía ser una persona de mayor edad y experiencia, dada la necesaria paciencia y habilidad para manejar estos animales. Cobraban algo más que los anteriores y en esta época eran muy apreciados los de Azanuy, que se desplazaban por toda la comarca.

Finalmente estaban los «criados de azada», que eran básicamente peones que solían cobrar unos 35 duros y que se ocupaban de las tareas más diversas y duras, en una época en que las alpargatas costaban 2 reales el par. Estas personas formaban parte del personal más o menos fijo de la casa, que se complementaba con contrataciones puntuales en momentos de cosecha del cereal o de trabajos propios de temporada como la recogida de la vid, la oliva o las podas.

Sus nombres nunca aparecerán en los libros de historia a pesar de que constituían un grupo muy numeroso pero, sin duda, su labor resultó imprescindible para el mantenimiento de las haciendas de sus patronos y que estos pudieran conservar su estatus social y el modo de vida que llevaba aparejado.