CRIPTONOMICÓN III

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El código aretusa

Criptonomicón 3

Neal Stephenson

La función exige ciertas entradas. Una de ellas es la fecha. Azur es un sistema para generar secuencias de uso único que cambian cada día, y pruebas circunstanciales encontradas en la sala de los esclavos muertos le indican que, en el momento de sus muertes, trabajaban en la secuencia para el 6 de agosto de 1945, que se encuentra cuatro meses en el futuro. Waterhouse la apunta al estilo europeo (primero el día del mes, luego el mes) como 06081945, y luego corta el cero inicial para obtener 6.081.945, una cantidad pura, un entero, carente de coma digital, error de redondeo, o cualquiera de los otros compromisos que resultan tan detestables a cualquiera que practique la teoría de números. Lo emplea como una de las entradas de la función zeta. La función zeta requiere también otras entradas más, que la persona que diseñó este criptosistema (presumiblemente Rudy) tenía libertad para elegir. Conjeturar qué entradas empleó Rudy había ocupado gran parte de la mente de Waterhouse durante la última semana. Mete los números que ha supuesto, que es una cuestión de convertirlos a notación binaria y luego encarnarlos físicamente en unos y ceros en una fila ordenada de interruptores de acero inoxidable: abajo para cero, arriba para uno. Finalmente se atavía con los protectores acústicos de un artillero y deja que el Computador Digital realice las cuentas. La habitación se calienta mucho. Un tubo de vacío arde y otro también. Waterhouse los reemplaza. Eso es fácil porque el teniente coronel Comstock ha puesto a su disposición un suministro básicamente infinito, una hazaña bastante extraordinaria durante la guerra. Los filamentos de todos los tubos brillan en rojo y emiten un calor palpable desde el otro lado de la habitación. El olor a aceite caliente se eleva desde las rejillas de ventilación de las máquinas de tarjetas ETC. El montón de tarjetas en blanco en la bandeja de entrada se acorta misteriosamente a medida que se desvanecen en el interior de la máquina. Las tarjetas caen en el cesto de salida. Waterhouse las coge y las mira. El corazón le palpita con mucha fuerza. Vuelve a hacerse el silencio. Las tarjetas tienen números, nada más. Resulta que son exactamente los mismos números que quedaron congelados en ciertos ábacos de la sala de computadores esclavos. Lawrence Pritchard Waterhouse acaba de demoler otro criptosistema del enemigo: Azur/Tetraodóntido puede ahora mostrarse como una cabeza disecada en la pared del Sótano. Y efectivamente, mirando esos números siente la misma desilusión que debe sentir un cazador de grandes animales después de haber perseguido a una bestia legendaria por medio continente africano y al final consigue derribarla metiéndole plomo en el corazón, se acerca al cadáver y descubre que después de todo no es más que un montón enorme y desagradable de carne. Un cadáver sucio y cubierto de moscas. ¿No hay más? ¿Por qué no resolvió este código hace ya mucho tiempo? Ahora se pueden descifrar todas las antiguas interceptaciones Azur/Tetraodóntido. Las tendrá que leer en persona y resultarán ser la charla inane usual de grandes burocracias intentando conquistar el mundo. Francamente, ya no le importa. Quiere salir de aquí lo antes posible, casarse, tocar el órgano y programar su Computador Digital y, con suerte, conseguir que alguien la pague un sueldo por hacer una cosa o la otra. Pero Mary está en Brisbane y la guerra todavía no ha terminado —ni siquiera hemos todavía podido invadir Nipón, por amor de Dios, y conquistarlo va a llevar una eternidad, con todas esas valientes mujeres niponas y sus niños entrenándose en los estadios de fútbol armadas con palos de bambú acabados en punta— y probablemente llegará 1955 antes de que consiga que los militares le licencien. La guerra todavía no ha terminado, y mientras dure necesitarán que siga metido en el Sótano haciendo exactamente lo que acaba de hacer. Aretusa. Todavía no ha roto Aretusa. ¡Ése sí que es un criptosistema! Está demasiado cansado. Ahora mismo no puede romper Aretusa. Lo que realmente necesita es alguien con quien hablar. No sobre nada en particular. Simplemente hablar. Pero sólo hay media docena de personas en el planeta con las que realmente puede hablar, y ninguna de ellas está en Filipinas. Por suerte, hay largos cables de cobre que recorren el fondo de los océanos y que han convertido en irrelevante la posición geográfica, siempre que tengas la autorización adecuada. Waterhouse la tiene. Se pone en pie, abandona el Sótano y se va a charlar con su amigo Alan. 161


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