Caperucita en Manhattan

Page 154

165 —¿Tiene una navaja, mister Woolf? —preguntó con total serenidad—. Y, si no le importa, le ruego que no meta tanto las narices en la tarta. ¿Por qué no se sienta tranquilamente aquí conmigo? Mister Woolf obedeció en silencio, pero las manos le temblaban cuando sacó una navaja de nácar que llevaba, junto con un manojo de llaves, enganchada al final de una gruesa cadena. Partió un trozo con pulso inseguro. Y, procurando controlarse y anteponer la educación a la gula, se lo ofreció a la niña con gesto delicado. —Toma, tú querrás también. ¿Qué te parece este picnic improvisado en Central Park? Puedo decirle a mi chófer que nos traiga unas coca-colas. —Se lo agradezco, mister Woolf, pero yo la tarta de fresa la tengo un poco aborrecida. Y a mi abuela le pasa igual. Es que mi madre la hace mucho, demasiado. —¿Y siempre le sale tan bien? —preguntó mister Woolf que, ya sin más miramientos, había engullido el primer trozo de tarta y lo estaba paladeando con los ojos en blanco. —Siempre —aseguró Sara—. Es una receta que no falla. Entonces ocurrió algo inesperado. Mister Woolf, sin dejar de masticar ni de relamerse, volvió a caer de rodillas, pero esta vez delante de Sara. Hundió la cabeza en su regazo y exclamaba implorante, fuera de sí... —¡La receta! ¡La auténtica! ¡La genuina! Necesito esa receta. ¡Oh, por favor! Pídeme lo que quieras, lo que quieras, a cambio. ¡Me tienes que ayudar! ¿Verdad que vas a ayudarme?


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.