Adam Douglas - Guía del Autoestopista galáctico

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sensatez la admisión de semejante idea, negándose a seguir pensando en tal sentido. Volvió a surgir el destello, y esta vez no cabía duda. - La Tierra... - musitó Arthur. - Bueno, en realidad es la Tierra número Dos - dijo alegremente Slartibarfast -. Estamos haciendo una reproducción de nuestra cianocopia original. Hubo una pausa. - ¿Está tratando de decirme - inquirió Arthur con voz lenta y controlada - que ustedes... hicieron originalmente la Tierra? - Claro que sí - dijo Slartibarfast -. ¿Has ido alguna vez a un sitio que... me parece que se llamaba Noruega? - No - contesto Arthur -, no he ido nunca. - Qué lástima - comentó Slartibarfast -, eso fue obra mía. Ganó un premio, ¿sabes? ¡Qué costas tan encantadoras y arrugadas! Lo sentí mucho al enterarme de su destrucción. - ¡Que lo sintió! - Sí. Cinco minutos después no me habría importado tanto. Fue un error espantoso. - ¡Cómo! - exclamó Arthur. - Los ratones se pusieron furiosos. - ¡Que los ratones se pusieron furiosos! - Pues sí - dijo el anciano con voz suave. - Y me figuro que lo mismo se pondrían los perros, los gatos y los ornitorrincos, pero... - ¡Ah!, pero ellos no habían pagado para verlo, ¿verdad? - Mire - dijo Arthur -, ¿no le ahorraría un montón de tiempo si me diera por vencido y me volviese loco ahora mismo? Durante un rato el aerodeslizador voló en medio de un silencio embarazoso. Luego, el anciano trató pacientemente de dar una explicación. - Terráqueo, el planeta en el que vivías fue encargado, pagado y gobernado por ratones. Quedó destruido cinco minutos antes de alcanzarse el propósito para el cual se proyectó, y ahora tenemos que construir otro. Arthur sólo se quedó con una palabra. - ¿Ratones? - dijo. - Efectivamente, terráqueo. - Lo siento, escuche.... ¿estamos hablando de las pequeñas criaturas peludas que tienen una fijación con el queso y ante los cuales las mujeres se subían gritando encima de las mesas en las comedias televisivas a principios de los sesenta? Slartibarfast tosió cortésmente. - Terráqueo - dijo -, resulta un poco difícil seguir tu manera de hablar. Recuerda que he estado dormido en el interior de este planeta de Magrathea durante cinco millones de años y no sé mucho de esas comedias televisivas de los primeros sesenta de que me hablas. Mira, esas criaturas que tú llamas ratones, no son enteramente lo que parecen. No son más que la proyección en nuestra dimensión de seres pandimensionales sumamente hiperinteligentes. Todo eso del queso y de los gritos no es más que una fachada. El anciano hizo una pausa y, con una mueca simpática, prosiguió: - Me temo que han hecho experimentos con vosotros. Arthur pensó aquello durante un segundo, y luego se le iluminó el rostro.


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