Novela canaima

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Ciriacocomo también las muestras que le daba el buen deseo de entrar en su estimable conocimiento, con corteses inclinaciones de cabeza a la primera mirada cruzada en el día –el uno ante su aparato y el otro detrás de su mostrador– y luego con sonrisas afables cada vez que sus ojos volvían a encontrarse.

—Pero es que yo –prosiguió el comerciante– soy de mío respetuoso de las distancias y paciente en la espera de la fortuna. Con lo cual quería decir que no se había atrevido a presentarse por sí mismo, pero que lo deseaba ardientemente. Ureña lo entendió así y le hizo gracia el "soy de mío". Tanta que si hubiera tenido la costumbre de aplicar sobrenombres, con esa frase habría reemplazado para siempre la C. de Hilder. Por otra parte, ya conocía el apodo de Childerico que se le daba, creación del chistoso Arteaguita, quien así leyó la firma de C. Hilder_&Co., y bien le venía al dueño de "Los Argonautas", sin que se pudiese explicar por qué. Ya la misma denominación de la casa era un poco extraña, pues habiendo dentro de ella todo lo que pudiese necesitar en un momento dado un upatense, carrero o no, no había nada que pareciera de uso exclusivo de navegantes, mitológicos o no. Mas si una casa de comercio puede ser denominada de cualquier modo y hasta hacer buenos negocios no siéndolo en absoluto, en cambio, los apodos o remoquetes, para tener fortuna, requieren ser de buena manera apropiados. En Upata no eran tal vez muchos los que tenían conocimiento de los Childericos históricos e incluso era ya bien extraño que Arteaguita, que según propia confesión no había pasado de oficial de sastrería, hubiese llegado a conocerlos. Pero ¡ahí del genio! A C. Hilder_&Co., afirma ostensible en la fachada de "Los Argonautas", hacía varios años, le convenía el nombre histórico y el aplicárselo fue obra de un "impromptu".

En el patio de la casa de comercio cultivaba C. Hilder con amor un jardín con cuyas flores regalaba a las personas que acabaran de serle presentadas. El jardín no era, propiamente, sino una aglomeración de matas de rosas, malabares, novio y jazmines, las más de ellas en latas que habían sido de caramelos de los Alpes o de manteca de cerdos de Chicago, pero allí florecía, y allí fue llevado Arteaguita. No hizo sino verlo, después de haber leído la firma comercial en la fachada, cuando ya tenía el retruécano afortunado.

—Está bonito el jardín de Childerico.


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Novela canaima by Silvio Riera - Issuu