Comunicación, elocuencia y persuasión (1) Sergio González*
E
l discurso es el arma política por excelencia del candidato y del gobernante. Es el vehículo privilegiado para transmitir con claridad y alcance su mensaje, programa, valores, visión del mundo, estrategia y oferta política, entre otras cosas. A través del discurso político, el o la candidata (o el funcionario público) comunica por todas las vías a su disposición, a todas las audiencias posibles con la idea de persuadir para su causa al mayor número posible de ciudadanos y ciudadanas. Para cumplir su misión, dicen los expertos, el discurso, o mejor dicho el buen discurso político, debe prepararse, ensamblarse y pronunciarse con fundamento en 10 reglas generales del oficio; algunas de forma y otras de contenido que, bien ejecutadas y desplegadas con precisión, revestirán al mensaje y al propio orador de solidez y congruencia, tan necesarias para navegar de mejor manera el proceloso mar de la campaña y, en su caso, el del ejercicio de gobierno. Primera. Reconocer y agradecer a la audiencia y presentarse con ella.
No iniciar con la médula del mensaje; ofrecer con las primeras palabras una especie de apretón de manos verbal. Segunda. Toda gran pieza de oratoria demanda organización (orden); estructura en otras palabras, también conocida como anatomía temática. Esta regla es de las imprescindibles. Entre los buenos redactores de discursos y los grandes oradores el mantra es sencillo y reza: “Diles lo que vas a decirles, después diles lo que vienes a decirles y luego diles lo que les dijiste.” Tercera. Todo buen discurso necesita una cadencia o ritmo que lo haga asequible, que logre acercar al orador y al público en una suerte de danza que contribuya a sedimentar en el ánimo de la audiencia lo esencial del mensaje. Para lograrlo, los especialistas acuden a la anáfora, figura retórica consistente en una repetición de ciertos elementos. Aquí dos ejemplos, ambos de uno de los más elocuentes discursos de la historia política mexicana. Se trata de Benito Juárez en una elegía sobre Miguel Hidalgo, del 16 de septiembre de 1840 con motivo