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—Gracias, hombre. Sin perder el ritmo, el baterista se trasladó a su próxima víctima para abrazar. Nos dejó a mí y a Ben mirándonos con intensidad el uno al otro de nuevo. Para nada extraño. —Te ves muy bien, Lizzy. —Tú también. —No podía seguir mirando sus ojos oscuros por más tiempo, así que en su lugar, estudié sus zapatos. Un blanco seguro. Las grandes botas negras hacían un contraste dramático contra el suelo de mármol. No dijo nada. Y sí, de acuerdo, había terminado con todo esto. —Qué tengas una buena noche. —Liz, espera… —Debo socializar. Su mano sujetó mi brazo. —Espera. Quiero hablar contigo. —No creo que sea una buena idea. —Liberé mi codo. —Por favor.

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Esa simple palabra lo logró, me hizo dudar. Estúpida debilucha. — Bueno. Tal vez, más tarde. —Más tarde. Era bueno querer cosas en la vida. Pero eso no significaba que necesariamente las conseguirías. Aun así, el pensamiento de escuchar lo que tenía que decir, me trajo una ola de ansiedad. Las damas de honor eran personas ocupadas; tenía cosas por hacer. Ben Nicholson podía esperar. Esta noche no era sobre mí o él, o el desastre persistente entre nosotros. Ni siquiera un poco. Excluyendo a Santa Elvis y al cuarteto de cuerdas, había presentes unas veinticinco personas o más. La familia de Mal, su padre y hermanas, esposos y niños. Nuestra madre (de ahora en adelante conocida como La-QueDebe-Ser-Evitada). Los miembros de Stage Dive y sus compañeras, además de Lauren y Nate, por supuesto. Mucha gente por conocer, saludar y relacionarse. Pero primero quería abrazar a mi hermana. Abrazarla con fuerza y saber que las cosas buenas le sucedían a la gente buena, y que ella era tan feliz como siempre había merecido ser. Así que eso fue lo que hice.


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