18 1 almas oscuras pacto de pangre

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Jill lo miró desconcertada, y sus ojos se abrieron de par en par cuando contempló cómo la herida de su cabeza comenzaba a cerrarse. —Está bien —aceptó. Respiró hondo, tratando en vano de que sus manos dejaran de temblar. Puso el coche en marcha y dio la vuelta en dirección a la residencia Solomon. El Porsche volaba sobre el asfalto y ella únicamente rezaba para que Evan estuviera bien—. Así que este es tu secreto. Eres un… un… —Licántropo —aclaró Evan. —¿No crees que deberías haberme dicho algo así? —estaba tan nerviosa que su voz sonó como un graznido. —¿Y me hubieras creído? —preguntó Evan a su vez—. De todas formas, no podía, estoy sujeto a un juramento —su voz era cada vez más débil. —¿Más importante que yo? —replicó molesta. No podía evitar sentirse tan enfadada. —Tanto que mi vida depende de él —dijo con la voz quebrada. Se llevó la mano al costado y dio un tirón, arrancando el trozo de madera. Un gemido afloró a sus labios—. Me sorprende cómo te lo estás tomando… aunque… aún espero que en cualquier momento salgas corriendo —admitió, esbozando una leve sonrisa. Empezó a toser. —No deberías hablar. —Las lágrimas empezaron a resbalar por su rostro sin poder contenerlas, y guardó silencio unos segundos—. ¡Maldita sea, Evan! —explotó, airada. —Lo siento, entiendo que después de esto… quieras dejarme. —No es eso, idiota, es que… tengo alergia a los perros —dijo entre sollozos. Evan no pudo reprimir la risa a pesar del intenso dolor que le provocaba, y un nuevo acceso de tos convulsionó su cuerpo, haciendo que escupiera sangre. —Tranquilo, ya llegamos. Jill pisó el freno a fondo y las ruedas derraparon sobre la gravilla con un fuerte chirrido. Se bajó como una exhalación. —¡Rachel, Daniel! —gritó mientras rodeaba el coche—. ¡Qué alguien me ayude! Carter y William surgieron corriendo de entre los árboles. Habían visto el coche nada más enfilar el camino, y por la forma en la que circulaba supieron que algo malo pasaba. William fue el primero en llegar, apartó a Jill, cogió a Evan en brazos y corrió con él hasta la casa. Rachel abrió la puerta y un grito escapó de sus labios cuando vio a su hijo en los brazos del vampiro. —¡Llévalo a su cuarto, deprisa! —dijo con el corazón en un puño. Y fue en busca de agua y toallas para limpiar las heridas. Durante la madrugada, Evan se recuperó casi por completo de las heridas que había sufrido en su enfrentamiento con el vampiro, y se sumió en un tranquilo y profundo sueño. A pesar de que ya no corría ningún peligro, Jill se negó a separarse de su lado y, por la mañana, cuando Rachel y Daniel entraron en la habitación, ambos dormían abrazados sobre las sábanas. —¿Crees que podrá aceptar todo esto? —preguntó Daniel a su mujer entre susurros, mientras los contemplaban desde la puerta. —Mírala, seguiría con tu hijo aunque él tuviera tres cabezas —contestó sin apartar su dulce mirada de ellos. Daniel sonrió ante el comentario de su esposa y se acercó a la cama, colocó su mano sobre el hombro de Jill, pronunciando su nombre en voz baja. La chica abrió los ojos con un susto de muerte y, con su estremecimiento, Evan también se despertó. —¿Ocurre algo, papá? —preguntó Evan, adoptando una postura tensa. — No, todo va bien, pero necesito hablar con Jill. —¿Ya? Ni siquiera ha tenido tiempo de descansar —replicó Evan preocupado. Le lanzó a su padre una mirada suplicante, pero este no parecía dispuesto a ceder. —Debo hablar con ella —insistió. —No pasa nada, estoy bien —intervino Jill, poniéndose en pie. Era una chica fuerte que nunca se había escondido de nada. Desde pequeña siempre tuvo que cuidarse sola, y eso la había convertido en una persona segura de sí misma a la que no era fácil amedrentar. Entraron en el estudio y Daniel cerró la puerta. Jill se sorprendió de encontrar allí a William. Estaba sentado en un sillón, junto a la ventana, y la saludó con gesto serio, demasiado tenso. Después mantuvo la mirada fija en el cristal, mientras se golpeaba la barbilla con uno de sus largos dedos. —Siéntate, por favor —dijo Daniel ofreciendo una silla a Jill, y esperó a que tomara asiento antes de continuar—. Necesito que me cuentes todo lo que pasó anoche. —Evan es el que de verdad sabe qué ocurrió, yo no salí del coche —aclaró, algo cohibida por los dos hombres, aunque se esforzó en disimularlo. —Necesito tu versión, de ella dependen muchas cosas, así que intenta no olvidar nada. Jill relató lo ocurrido, incluida la conversación que mantuvieron ella y Evan en el coche. Daniel y William escucharon todo el tiempo en silencio, inmóviles, sin demostrar ninguna emoción. Solo cuando Jill describió la imagen del cuerpo herido de Evan en el suelo, un brillo iracundo apareció en sus ojos, aparentemente tranquilos. —Llegamos hasta aquí y el resto ya lo conocéis —terminó de explicar con el dolor del recuerdo reflejado en su rostro. —Fuiste muy valiente al quedarte allí y ayudar a mi hijo —dijo Daniel—. Te doy las gracias. —Estudió a la chica un segundo y añadió—: Debes de quererle mucho.


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