14 2 el condenado

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No solo tenía ese cuerpo, si no que tenía a un Cleon cambiado, uno que estaba dolido con ella; bueno, con Laupa. Sin poder contener la ira, Laupa golpeó el espejo, haciendo que este se rompiera en pedazos. Él la estaba buscando, pero no sabía si para reírse de ella o porque realmente había tirado la toalla de su amor. ¡Por Zeus, aquello dolía demasiado! Las dudas siempre la asaltaban en la peor de las formas. —Mujer, ¿por qué lloras? Laupa se giró ante aquella voz. En el cuarto de baño había entrado una mujer que rondaría los setenta años. Maquillada y con un perfume embriagador, la miraba con lástima. —¿Es por un hombre? Si es por eso no merece la pena, hazme caso, tengo más edad que tú. Laupa sonrió para sus adentros. Si aquella mujer supiese su edad caería al suelo del susto. —Este hombre sí que merece la pena, señora —habló Laupa desde el corazón. No había ningún hombre más adorable que Cleon. La anciana le tendió un pañuelo de tela. —Vamos, sécate esas lágrimas y cuéntame. Laupa dudó antes de tomar el pañuelo pero, aun así, lo tomó y se secó las lágrimas con él. Se sentía bien con un poco de compañía femenina. —Es por mi físico…—dijo ella claramente avergonzada. —¡Bobadas! Eres muy linda. La antigua sacerdotisa sonrió ante la ternura de aquella frase.


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