Ulises
como
una
campana.
¡Bravo,
Simón!
Clapclopclap. Encore, queclap, decían, gritaban, aplaudían todos. Ben Dollard, Lydia Douce, George Lidwell, Pat, Mina, dos caballeros con los chopes, Cowley, primer caballe con cho y bronce la señorita Douce y oro la señorita Mina. Los elegantes zapatos de color de Blazes Boylan crujieron sobre el piso del bar, dicho antes. Tintín al lado de los monumentos de sir John Gray, de Horacio manco Nelson, del reverendo padre Theobald Mathew, llanteando como se dijo antes recién ahora. Al trote en calor, cálidamente sentado. Choche. Sonnez la, Cloche. Sonnez la. Más despacio la yegua subió la colina por la Rotunda. Rutland Square. Demasiado lento para Boylan, impaciencia Boylan, se movía con sacudidas suaves la yegua. Un rezagado sonido metálico de los acordes de Cowley se disipó, murió en el aire enriquecido.
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