Ulises
—Allí está, por Dios —dijo—, culo y bolsillos. El suelto chaqué azul de Ben Dollard y su sombrero
deformado,
lleno
de lamparones,
cruzaba el muelle a toda marcha desde el puente de hierro. Vino hacia ellos de una zancada, rascándose activamente detrás de los faldones de su chaqué. Cuando estuvo cerca, el señor Dedalus lo saludó: —¡Atájenlo!
¡Piedra
libre
para
los
pantalones! —¡Atájalo —dijo Ben Dollard. El señor Dedalus revisó con frío desdén la figura de Ben Dollard. Luego, volviéndose al padre Cowley con un movimiento de cabeza, refunfuñó despreciativamente: —Linda vestimenta para un día de verano, ¿verdad? —¡Bah!, que Dios maldiga tu alma por toda la eternidad —gruñó furiosamente Ben
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