James Joyce
—¿Cómo lo sabes? —preguntó el señor Dedalus, levantando la mejilla con la lengua. El señor Kernan, contento con la orden que había conseguido, caminaba triunfante por James Street. —Yo sé que lo conseguiste —contestó Dilly—. ¿No estabas en la casa Scotch hace un instante? —No estaba —dijo el señor Dedalus, sonriendo—. ¿Fueron las hermanitas las que te enseñaron a ser tan descarada? Le dio un chelín. —Mira si puedes hacer algo con eso —le dijo. —Supongo
que
conseguiste cinco
—
repuso Dilly—. Dame más que eso. —Espera
un
momento
—dijo
amenazadoramente el señor Dedalus—. Eres como
todos
los
otros, ¿verdad? Un
atajo
insolente de perritas desde que murió su pobre madre. Pero esperen un poco. Se van a quedar
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