Apuntes para la historia de la Cocina Chilena

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Aparecían las fondas bullangueras en los días de la Navidad en la Alameda. Con el primogénito nombre de Aquí está Silva, preservado en su estampa por el pintor Eduardo

Charton; »La gloria de Balmaceda«, ))La viuda de nadie«, ))La de Apearcecc, eran las más cotizadaslo4. Esta vida popular, ))en lo comido y en lo bebido«, tenía dos polos en la capital. En el Centro, el restaurant de Los Hermanos, que regentó después Fidel Sepúlveda como recuerda Julio Vicuña Cifuentes, mantuvo el prestigio de la cocina criolla tradicional. Pero, sin duda, fue don Antuco Peñafiel del barrio Matadero, el afortunado dueño de Las Tres B, el rey del arrollado, la malotilla, para el buen ))causeo((, la plateada con porotos picantes o los caldos de cabeza, local en que se confundía una abigarrada concurrencia, los ))duros del farteo de la carne«, matanceros, o los pijes que venían en coche de posta desde el Centro a saborear estas especialidades criollas.

Un profesor había trazado (recuerdo de mi ilustre profesor don Luis A. Puga) el mapa geográfico del arrollado y punteaba con banderitas chilenas los sitios más regocijados para consumirlo. Había sitios estratégicos para la distracción golosa, el olvido o el ))quita penas((. En el Centro, la esquina de la Puñalada, rendez-vous de los cómicos españoles del Politeama o el Santiago (Merced esquina Estado), que presidió el bajo Andrés de Segurola, después residente en Hollywood y profesor de canto de la estrella Diana Durbin; de allí se distribuía los sitios predilectos. Macuer, el de la chicha, La Trinchera, y dentro de la Galería San Carlos, el Restaurant Santia-

go, abierto por Cristian Larson, para regocijo general. En la

esquina encontrada el Cristal Palace (hoy Monumento Nacio-


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