Jesús habló a mi corazón pidiéndome que me abandonara a Él. Cerré los ojos y en seguida me vi ante el Trono que tantas veces se me ha permitido ver. Veía a alguien, un ser lleno de luz plateada y supe que era Papá Dios. Pensé; “Me he muerto” y vi a Jesús frente a mí, vestido como Jesús Misericordioso. 4)
De pronto me veo a mí misma y estaba envuelta en unos aros, como anillos rojo y blanco pero sueltos, como un barril que me cubría, pero yo sabía que abajo estaba desnuda, y comienzo a sentirme mal, avergonzada porque temo que Dios Padre se dé cuenta. Alzo la vista, buscando a Jesús a mi izquierda, pero delante de mí, al otro lado de Jesús, a mi derecha, hay un ser que está vestido de fuego, pero es un fuego entre rojo y dorado, no me asusta, más bien me hace sentirme muy bien.
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En ese instante es cuando me doy cuenta…. Me estaba presentando ante Dios Padre, ante la Santísima Trinidad, y estaba vestida únicamente por los colores de la Misericordia Divina… ¡Comprendí que lo único que puede hacernos dignos para presentarnos ante el Trono de Dios es la Misericordia de Jesús, y que a Ella debemos acogernos!
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Miré a ese Ser lleno de luz y alcancé a percibir Sus ojos, unos ojos enormes, como los de mi Jesús, pero con una mirada de ternura: sabia, madura, amorosa, como invitándome a confiar y a no temerle. Esa mirada “sonreía”, no podía ver nada más, todo era luz, pero aquellos ojos, más bien aquella mirada, la veía claramente. Repetí junto a muchas voces; “Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de nosotros y del mundo entero”, lo repetimos por tres veces. 7)
Una voz muy dulce, que reconocí en seguida como la de mi Madrecita Santa, dijo: “Santo Dios”… y mis ojos se fueron hacia Papá Dios, luego repitió la Virgen: “Santo Fuerte”, y mis ojos se
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